RebeldeMule

MAGRI, Lucio (1932-2011)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...

MAGRI, Lucio (1932-2011)

Nota Jue Feb 11, 2010 7:35 pm
Lucio Magri

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En la entrada en italiano de la wikipedia, que traduzco aquí, se escribió:Ferrara, 19 de agosto de 1932. Periodista y militante comunista italiano.

Fue secretario del Partito di Unità Proletaria ("Partido de Unidad Proletaria") fundado en 1972. Su partido se unificó con el PCI en 1984 y él siguió los mismos pasos. Con la mutación del PCI en PDS (Partito Democratico della Sinistra) en 1991, Magri decide adherirse al Partito della Rifondazione Comunista ("Partido de Refundación Comunista"), fundando en su interior una corriente interna con una estructura similar a la que mantenía el grupo dirigente del viejo PdUP.

El 14 de junio de 1995, su corriente abandonó Rifondazione y fundó el Movimento dei Comunisti Unitari ("Movimiento de los Comunistas Unitarios"), parido expresamente para sostener al gobierno de Lamberto Dini.

Posteriormente, el MCU estará entre las fuerzas fundadoras de los Democratici di Sinistra ("Democráticos de Izquierda"), siguiente paso en la evolución del ya mentado PDS. A este giro no se adhiere Magri, que optará por centrar su esfuerzo político en el columnismo de opinión en Il Manifesto.

En 2009 ha publicado Il sarto di Ulm. Una possibile storia del PCI ("El sastre de Ulm. Una historia posible del PCI"), un recorrido por la historia del partido comunista en Italia y en el mundo en la segunda mitad del siglo XX, ensayo en el que intenta identificar las encruzijadas claves que habrían podido llevar a un resultado muy distinto del que se encuentra actualmente el movimiento comunista italiano.





Ensayo





Artículos





Sobre L. Magri (artículos)





Relacionado:



[ Add all 5 links to your ed2k client ]

fuentes: http://www.larepublica.es/spip.php?article22191 y http://rebelion.org/noticia.php?id=117423


Lucio Magri llama a los comunistas a superar las derrotas políticas y proseguir en la lucha contra el capitalismo



Friedrich Pressburg

La República // 25 de noviembre de 2010




Lucio Magri, el periodista y militante político cuya vida (n. 1932, Ferrara) recapitula buena parte de la historia del comunismo italiano y, por tanto, de la del Partido Comunista Italiano (PCI), presentó en Barcelona el pasado 18 de noviembre su último libro (El sastre de Ulm, Ed. Viejo Topo, 2010), en una charla en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona (UB). El acto fue organizado por la Asociación de Investigaciones Marxistas (ACIM).

El sastre de Ulm hace referencia a un poema de Bertolt Brecht ("Der Schneider von Ulm", 1934), en el que se explica que, en el siglo XVI, un sastre de esta ciudad alemana a orillas del Danubio se empeñó en pasar el río volando con unas alas de su fabricación, para demostrar así que los seres humanos podían volar. Se accidentó en el intento y las autoridades de Ulm se burlaron de ello. Siglos más tarde volar sería posible para los humanos, lo que permite a Magri establecer una parábola con el comunismo, máximo representante de las aspiraciones de libertad del ser humano.

En este sentido, el destacado comunista manifestó la necesidad de superar las derrotas políticas y la urgencia en proseguir en la lucha contra el capitalismo que, desde el "antiguo régimen" en el siglo XVI hasta estos inicios del siglo XXI, pasando por los imperialismos del XIX, las dos guerras mundiales y los fascismos del XX, genera miseria, desigualdad, insolidaridad y mal social para la mayor parte de la Humanidad.

Magri recordó este poema al explicar que, cuando en los años 1990 se desarrollaba la desaparición del PCI, el dirigente de este partido Pietro Ingrao reivindicaba el anhelo de una sociedad comunista sin renunciar a este término, al que se debía aspirar y por el que se debe luchar como hizo con su asunto el sastre de Ulm.

Sin salirse del objetivo de la reunión, que era manifestar opiniones sobre la lectura de El sastre de Ulm, se sucedieron las inevitables alusiones a la situación del ideario comunista en España antes y después de la Guerra Civil de 1936, y se confirmó la singular influencia del PCI entre los comunistas españoles del PCE/PSUC de la década de los 1970, y las dificultades posteriores a 1989-1990.

Al acto asistieron un centenar de personas que llenaron una sala de la Universidad de Barcelona, en cuyas canas y caras se manifestaba que su comparecencia en el acto de presentación del libro de L. Magri era algo más que un acto académico o de cortesía. Inició el acto con una presentación y elogio de L. Magri por parte de Antonio Luchetti, miembro del partido comunista catalán, el PSUC-viu, seguida de las de los filósofos y profesores, adscritos a la tradición comunista, Miguel Candel y Francisco Fernández Buey.






fuentes: http://rebelion.org/noticia.php?id=118059 y http://www.ucm.es/info/nomadas/mientrastanto/86.htm


Presentación de El sastre de Ulm. El comunismo del siglo XX



Lucio Magri

Mientras Tanto, número 86, diciembre de 2010




    Lucio Magri, El sastre de Ulm. El comunismo del siglo XX. Hechos y reflexiones. El Viejo Topo, Barcelona, 2010. Nota edición: Este importante libro ha sido presentado por su autor en Madrid y Barcelona. Mejor que una reseña, ofrecemos el guión de las palabras de Lucio Magri a los asistentes a esos actos en noviembre de 2010.



Por lo general, no me gustan las presentaciones de libros, ni siquiera cuando se trata de los míos. Los que presentan el libro se ven obligados a ser benévolos, la mayoría del público no lo ha leído aún y a veces está allí únicamente para hacerse una idea del contenido y así evitar su lectura. Casi nunca nace una verdadera discusión a partir de la presentación de un libro. Además tenía muchas dudas de venir a hablar en italiano a ustedes que ya tienen disponible mi libro traducido en castellano. Entonces, ¿por qué estoy aquí esta noche, sin que nadie me haya obligado a venir?

Por muchos motivos. En primer lugar, he venido aquí para demostrar que, pese a que en este libro hay pocas referencias directas a España, en realidad puede ser útil para los lectores españoles, porque aporta elementos a la reflexión sobre su propia historia nacional, muy a menudo, y no casualmente, arrinconada o amputada por la narración de la historia internacional.

Empiezo con una pregunta aparentemente obvia y descontada.

¿Por qué ganó Franco, a pesar que el apoyo al gobierno democrático y legítimo que el mismo Franco afrontó proviniera de una fuerza mayoritaria en el país? ¿Por qué ganó Franco, a pesar de la resistencia heroica que lo enfrentó y de la amplia simpatía que el gobierno legítimo y democrático suscitaba en la opinión pública mundial?

La respuesta que Santiago Carrillo da a esta pregunta en su autobiografía es lapidaria: “Franco ganó gracias a la intervención y ayuda que recibió del fascismo italiano” (un ejército organizado y muy bien armado de 60.000 hombres que llegaba de Italia, además de la poderosa cobertura aérea alemana). La respuesta es convincente y, quizás, bastaría por sí sola a explicar la derrota.

Pero plantea una interrogante que ha quedado en la sombra.

La guerra civil española se desarrolló y concluyó entre 1936 y 1939. Cuando empezó, Hitler estaba en el poder desde hacía tres años. Había proclamado sus intenciones agresivas y había comenzado a realizarlas. Militarización de Renania. Anexión de Austria. Invasión de los Sudetes y luego de Checoslovaquia. Y no era todo, ya que las amenazas se dirigían también a las democracias occidentales; un poco más tarde, las cosas caminarían aún peor: Polonia, Dinamarca y luego Bélgica, hasta llegar a la claudicación de Francia. Inglaterra soportó los bombardeos y se salvó porque el mar la protegió. En fin, todo desembocó en una guerra mundial que costó decenas de millones de muertos. Y no solamente. Mi libro documenta que Hitler podría haber sido parado a tiempo. Las altas jerarquías del ejército que lo habían llevado al poder previeron la derrota e hicieron saber a Londres que estaban listas para destituirlo.

¿Cómo es posible que, en ese momento crucial, Francia e Inglaterra no sólo se quedaran inertes, sino que incluso se convirtieran en cómplices de la intervención de Italia y Alemania en la guerra civil española al bloquear las fronteras a través de las cuales la República podía recibir la ayuda que necesitaba? La explicación que este libro intenta dar es que Chamberlain y detrás de él Daladier siguieron una estrategia precisa: desviar la agresividad nazi hacia el este, es decir, hacia la Unión Soviética. En cambio, sucedió todo lo contrario. Francia sucumbió en pocas semanas, Hitler efectivamente invadió la Unión Soviética y fue derrotado principalmente por ésta.

No ahondaré en otra causa de la derrota porque mi libro la trata indirectamente y no de manera adecuada: me refiero a las constantes divergencias que caracterizaban el frente democrático a nivel político e incluso militar. En sus orígenes el frente antifascista tuvo objetivos divergentes y un grupo dirigente bastante heterogéneo. Actuaba más como una coalición que como un frente.

Y ahora planteo otra pregunta, más difícil que la primera, ante la cual mi trabajo puede resultar más útil y menos obvio.

¿Por qué el fascismo español —y sólo el fascismo español— logró sobrevivir tranquilamente durante más de treinta años, después de la plena victoria de la alianza antifacista mundial, sin cambiar ni a su líder, ni sus instituciones autoritarias ni, sobre todo, renunciar jamás a una feroz represión? Y, al final, ¿cómo pudo incluso determinar quiénes serían sus sucesores?

Mi explicación, documentada, es la siguiente: pocos meses después del final de la guerra mundial y de la repentina muerte de Roosevelt, la política de los Estados Unidos cambió de forma radical, cambio que fue imitado no solamente por los ingleses, sino también por aquellos que prácticamente la víspera habían sido sus enemigos: alemanes, japoneses e italianos. En otras palabras, empezó la “guerra fría”. Esta constatación ha sido siempre eludida, es más, negada. Pero la sucesión de los acontecimientos es clarísima. En primer lugar, dos bombas atómicas, que no eran necesarias, doblegaron a los japoneses que ya estaban postrados; esas bombas, en realidad, tuvieron como fin demostrar la superioridad militar apabullante de los Estados Unidos frente a una Unión Soviética destrozada por la guerra. Luego, el discurso en Fulton de Churchill —convenido previamente con Truman— en el que ya se indicaba el nuevo adversario por liquidar y, además, la expulsión de la izquierda de los gobiernos europeos. Después, el Pacto Atlántico y la creación de la República Federal Alemana. Y, además, la instalación de bases militares americanas en todos los continentes. Todo ello alimentado y justificado por una propaganda verdaderamente histérica. Evidentemente, en este contexto la desestabilización de la España franquista no podía ni siquiera considerarse.

Y ésta fue sólo una primera etapa, la etapa que terminó sin que estallara una tercera guerra mundial, al menos hasta el momento del equilibrio atómico. Más tarde, una segunda etapa permitió que el franquismo siguiera viviendo gracias al apoyo externo. Y esto sucedió en el terreno económico: España se aferró al último vagón del tren del desarrollo del mercado europeo y se modernizó, sin que nadie le exigiera que cambiara su régimen político. No recuerdo que le hayan otorgado el Nobel de la Paz a [url=Julián Grimau]Grimau[/url] antes de lo que lo hicieran pedazos, ni tampoco recuerdo que el régimen franquista haya sido amenazado con la imposición de un embargo económico para que modificase la Constitución.

En mi libro se tratan otras cuestiones que podrían interesar a un español, por ejemplo la evolución de la iglesia católica con respecto a la política. Pero yo prefiero detenerme aquí para que no os aburráis.

Sin embargo, debo pedir ayuda para resolver una cuestión que no he logrado resolver. Porque esta tarde he venido aquí no sólo para subrayar algunas cosas que vosotros ya sabéis y que, de todas maneras, podéis fácil y cómodamente encontrar en el momento en que leáis mi libro.

He venido, sobre todo, para plantearos un problema que considero muy importante, no sólo para vosotros sino para todos. El problema es el siguiente:

Es indiscutible que, cuando empezó la guerra civil, los comunistas españoles eran una exigua minoría. Pero es igualmente indiscutible que en los años de la guerra los comunistas se multiplicaron, tanto entre la población como en las instituciones. Esto podría deberse a varios motivos: la ayuda material de la Unión Soviética, la oleada de voluntarios que llegaban de otros países, el papel político que desempeñó Palmiro Togliatti y las cualidades organizativas de Luigi Longo.

También es indiscutible que el Partido Comunista Español, con la energía que le aportaba la juventud socialista, fue el único que, durante décadas y en la clandestinidad, se opuso al régimen franquista. Unas veces cometió errores (como el de un amago de lucha armada), otras obtuvo grandes éxitos (huelgas generales, creación de una sólida red sindical). Pero sus militantes demostraron en todo momento un extraordinario coraje individual, que muchas veces pagaron con sus vidas.

Franco murió en 1975 y debemos otorgar gran atención a ese año. En ese momento el régimen estaba dividido en conservadores moderados, influidos por el Opus Dei y partidarios de una suerte de democracia controlada, y fascistas ortodoxos. Casi simultáneamente se derrumbaban los regímenes semifascistas de Portugal (debido a la insurgencia de los oficiales del ejército orientados hacia la izquierda) y de Grecia. Los principales partidos comunistas europeos intentaban liberarse de la obediencia debida a Breznev. En Francia, el acuerdo entre el PCF y el refundado Partido Socialista estaba por llevar a Miterrand a la presidencia. En Italia, se había registrado hacía poco una clamorosa afirmación electoral del PCI. Todo el Occidente capitalista se veía sometido a una grave crisis económica. De igual modo, en el seno de la socialdemocracia europea se desarrollaba una intensa discusión.

De este conjunto de hechos nace una cuestión sobre la cual he leído y discutido mucho con muchos compañeros, pero sin lograr encontrar una respuesta adecuada: ¿Cómo se explica que el Partido Comunista Español, con el patrimonio histórico del que disponía, en un momento histórico en el que aún la suerte no estaba echada (era 1975 y no 1989), en las primeras elecciones libres tras la muerte de Franco, haya obtenido sólo un miserable 10% de los votos (porcentaje que nunca llegó a superar), por no hablar de las numerosas crisis que sufrió? ¿Cómo se explica que en España, durante décadas, se hayan alternado en el poder exfacistas remozados o socialdemócratas que poco tenían de socialistas?

No es un problema que atañe sólo a los comunistas, o sólo a los españoles. Atañe a toda la izquierda europea que se ha puesto de rodillas ante la hegemonía de los Reagan, las Thatcher, los Blair, por no hablar del horrendo Berlusconi; atañe a esa izquierda que hoy, a pesar de la crisis económica y de civilización que doblega el planeta, sigue perdiendo fuerza e identidad cultural.

Desde luego no es mi intención ni mucho menos achacaros la responsabilidad de esta decadencia. Al contrario, reconozco que en los últimos años España ha recuperado algunos rasgos de izquierda gracias a Rodríguez Zapatero, que ahora cruje fuertemente ante la crisis económica. Quisiera solamente entender por qué la ocasión de realizar un verdadero cambio fue sofocada por la voluntad de censurar el pasado y convertir en mito la modernidad que homologa a todos. En otras palabras, ¿por qué la movida ha sido más llamativa que el desempleo?

No pido ahora una respuesta, solamente espero que mi libro contribuya a estimular la reflexión. Tal vez un esbozo de respuesta lo encontremos en las palabras del mismísimo Franco cuando, sacando sus propias conclusiones, dijo: “He construido una clase media fuerte”.

fuente: http://manuelmonereoperez.blogspot.com/ ... s-del.html


Prólogo a El sastre de Ulm

La cuestión comunista, después del comunismo


Portada



Manuel Monereo

Madrid, 14 de octubre de 2010




No está fuera de lugar recordar aquí una anécdota que nos contaba el difunto Paul Baran a su regreso de un viaje a Europa, probablemente alrededor de 1960. Durante su estancia en Roma había sostenido una larga discusión (en ruso) con Togliatti, dirigente del PC italiano.

Las preguntas de Baran traslucían su escepticismo en cuanto a la compatibilidad entre la táctica electoral y parlamentaria del PC italiano y la teoría marxista-leninista de El Estado y la Revolución. Togliatti le respondió con otra pregunta. Es fácil hablar de revolución cuando se vive en los Estados Unidos, donde no existe ningún partido obrero de importancia, dijo. Pero, ¿qué haría usted si estuviera en mi lugar, si fuera responsable de un partido de masas al que los obreros confían la representación de sus intereses aquí y ahora? Baran se reconoció incapaz de ofrecerle una respuesta satisfactoria (del artículo “El nuevo reformismo”, de Paul M. Sweezy y Harry Magdoff, en Monthly Review, mayo de 1976).

Para una persona de mi generación, presentar un libro de Lucio Magri dedicado a la historia del Partido Comunista Italiano es fácil y a la vez difícil; fácil, porque él y el grupo que ayudó decisivamente a fundar Il Manifesto fue un referente insustituible para aquellos que en esa época empezábamos a pensar en comunista; difícil, porque nos topamos con una trama histórica, en muchos sentidos dramática, en la que la ruptura generacional pesa muchísimo. ¿Cómo explicarle a un joven de hoy la historia de un movimiento que protagonizó el siglo XX y que se saldó con una gigan­tesca derrota? ¿Cómo explicarles que hubo muchos “comunismos” y que és­tos suscitaron en millones de personas, comunes y corrientes, una des­co­munal pasión revolucionaria y un coraje moral e intelectual únicos?

Este último aspecto es de los más inquietantes del libro: el comunismo, los comunismos, no parecen haber dejado herencia, legado y legatarios, sino sólo derrota, negatividad y, eso sí, una permanente y sistemática agresión a su historia, como si se quisiera convertir su momentánea muerte en definitiva: escarnio y lodo, crimen y represión, en eso consistiría la esencia de un movimiento que llevó a la política a millones de seres humanos y que atemorizó a los poderes dominantes de tal modo, con tal intensidad, que hoy necesitan periódicamente exorcizar al fantasma que una vez recorrió el mundo para que no emerja de nuevo de ultratumba.

Nuestro autor intenta explicar esto partiendo de la riquísima historia del mayor partido comunista de Occidente, en el contexto de un mundo en permanente conflicto y transformación y de una Italia convertida “en caso”, en singularidad digna de ser analizada y estudiada. En estos momentos de derrota, confusión y pérdida de horizontes alternativos de la izquierda europea, la reflexión sobre la “cuestión comunista” sigue siendo, en opinión de Magri, pertinente y, en muchos sentidos, obligatoria, precisamente para fundamentar un nuevo pensamiento emancipatorio.

Preguntarse por qué millones de personas vivieron la política como instrumento de liberación, el comunismo como acción colectiva al servicio de una pasión por la justicia y la militancia (organizada) como compromiso político-moral es identificar uno de los nudos decisivos que hicieron posible las grandes transformaciones de nuestra época. Es cierto que poco queda hoy de aquellas sociedades que se planteaban explícitamente el socialismo y que la izquierda realmente existente apenas es una sombra de lo que fue.

Magri sabe que el mundo del comunismo tal como lo conocimos ha terminado y que las nostalgias ayudan poco a comprender el pasado e iluminar el porvenir. Simplemente constata que, de un lado, la problemática comunista sigue estando presente, de una u otra forma, en nuestras sociedades, es decir, que la tarea histórica de superar el capitalismo sigue siendo hoy, seguramente aún más que antes, una necesidad, y que el tiempo apremia; de otro lado, que la fundación del proyecto emancipatorio socialista exige medirse con el pasado, con el socialismo que realmente existió y con aquellas experiencias, como la del PCI, que intentaron construir una vía original y, en más de un sentido, alternativa a lo existente.

Otra pregunta es también obligatoria: la de cómo y por qué un ideal de emancipación devino en despotismo y tiranía para las mayorías sociales y por qué fue aceptado como bueno y benéfico por millones de hombres y mujeres que en condiciones terribles (en China, Vietnam, Indonesia, Cuba, Argelia, Palestina) apoyaron el socialismo realmente existente. La famosa doppiezza del PCI tenía que ver centralmente con esto: afirmar la autonomía del proyecto de la vía italiana al socialismo y aprovechar la fuerza del campo socialista (frente al imperialismo norteamericano) para hacerlo posible, viable.

Lucio Magri, lo cuenta en el libro, ingresó en el Partido Comunista Italiano en 1956. Su biografía política, más común de lo que pudiera parecer hoy, se inicia en la juventud de la izquierda católica y continúa en el Partido Comunista. Fue un revolucionario profesional (él nunca admitiría la palabra funcionario) que siguió el itinerario habitual de aquellos que se dedicaban a esta específica actividad (siempre sacrificada y mal remunerada): secretario de federación local, miembro de la secretaría regional lombarda y, posteriormente (previa entrevista, muy significativa, por lo demás, con Togliatti), del aparato central del Partido, en concreto, en el departamento dirigido por Giorgio Napolitano. Intervino activamente en los riquísimos debates del comunismo italiano de los años 60, siendo separado del partido después de crear la revista Il Manifesto, en 1969.

Durante años fue el Secretario General del PDUP (Partido de Unidad Proletaria), realizando una labor política muy intensa y teóricamente innovadora, intentando poner la problemática comunista y la revolución en Occidente en el centro de la revuelta social y la protesta estudiantil en el “largo 68 italiano”.

En el año 84 vuelve al Partido Comunista Italiano, en un momento crucial, cuando Berlinguer (esto sigue siendo muy polémico hoy) gira hacia la izquierda tras el fracaso del “compromiso histórico”. Cuando Occhetto, sin debate previo y de forma improvisada, propone la disolución del PCI, es uno de los que se opone con argumentos para nada oportunistas (el más que sugerente apéndice del libro dice muchas de sus razones y de sus convicciones) y lo hace no en nombre de viejas orto­doxias o de antiguas nostalgias (como los medios de comunicación insistieron una y otra vez), sino desde la necesidad de recuperar lo mejor de la tradición partidaria y refundar el proyecto del comunismo italiano.

Con fuertes dosis de escepticismo participa en la creación del Partido de la Refundación Comunista. Más adelante abandonó dicho partido ante lo que él entendía como una deriva sectaria y maximalista insuficientemente refundadora. Los últimos años, fuera ya de la política activa, los dedicó a escribir este libro que hoy presentamos, es decir, la historia de 50 años del comunismo italiano.

Estamos aquí ante un libro singular sobre un partido singular. El tipo de trabajo que Magri realiza (luego abundaremos más sobre ello) es una valoración personal, una historia razonada del movimiento obrero, de la izquierda y del comunismo italiano en una etapa histórica precisa que por su trascendencia europea y, yo diría, mundial, le obliga, de una u otra forma, a interpretar acontecimientos esenciales de lo que fue el movimiento comunista internacional.

Magri lo hace con un peculiar estilo intelectual, muchas veces en primera persona y arriesgándose por los peligrosos senderos del análisis contrafactual. Si algo identifica la metódica que emplea recurrentemente en el libro es su obsesión antideterminista: lo que ocurrió tenía otras posibles alternativas, otros nudos de explicación e intervención. Para decirlo más claramente: siempre hubo otras posibilidades en juego y las cosas se podrían haber hecho de otra forma. Una y otra vez, ante cada episodio significativo, el autor interviene dando opinión y argumentando, creo que coherentemente, otras posibles salidas.

La tesis central del libro es clara y explícita desde el primer momento: la singularidad del comunismo italiano. Su especificidad histórica tiene que ver con la construcción en la práctica, y en parte en la teoría, de una auténtica y verdadera “tercera vía” frente a la socialdemocracia europea y frente al comunismo soviético. La así llamada “vía democrática al socialismo”, con sus ambigüedades y contradicciones, fue la expresión más profunda de este singular camino, más producto de la práctica y de la experiencia colectiva que de desarrollos teóricos elaborados.

El antecedente (geno­ma) Gramsci fue siempre inspiración, fundamento último de una estrategia no siempre compatible con la práctica. Magri, paradójicamente viniendo de él, hace una valoración muy positiva, no exenta de crítica, de la figura de Togliatti (convertido en “perro muerto” por los “ex comunistas” italianos).

Los cambios radicales que se producen en las relaciones internacionales con la guerra fría y la política de bloques, las respuestas que desde el bloque soviético se fueron dando a las diversas iniciativas puestas en marcha por el imperialismo norteamericano, son analizadas pormenorizadamente (las páginas sobre la Kominform son antológicas) y puestas en relación con las políticas que realizaba el grupo dirigente del PCI.

Con mucho vigor polémico, analiza asuntos como lo sucedido en Polonia, Hungría, Checoslovaquia o China y critica, desde fundamentos poco usuales, las ambigüedades de Togliatti y del grupo dirigente sobre el estalinismo, así como sus consecuencias para la “vía italiana al socialismo”.

Para continuar, parece necesario referirse a la metódica que emplea Magri. Ésta es, por lo demás, muy típica de la cultura del comunismo italiano de raíz gramsciana-togliattiana: primero, atención preferente a lo nacional-estatal, es decir, a la es­pecificidad italiana, a la peculiaridad de su capitalismo y de su desarrollo históri­co-social; en segundo lugar, individualización de las transformaciones ocurridas en la clase trabajadora, en su composición social y político-cultural, desde un punto de vis­ta que privilegia el complejo y heterogéneo mundo de las clases subalternas y de las alianzas sociales; en tercer lugar, la lucha política en sus relaciones con el movimiento social y con el trabajo institucional.

Clases subalternas, movimiento social, organización político-partidaria e instituciones del Estado, aparecen permanentemente interrelacionadas, configurando una determinada fase histórica; en cuarto lugar, las grandes tendencias del capitalismo imperialista mundial y sus conexiones con lo nacional-estatal. Lo internacional, los aspectos político-militares, nunca son algo externo y secundario, sino constitutivo, aunque diferenciable, de la correlación de fuerzas que hay que transformar y modificar.

El Partido de masas, el “Partido nuevo”, es el instrumento a través del cual las clases subalternas pretenden convertirse en clases dirigentes y es, a su vez, un agente privilegiado, pero no único, de la transformación social. Como recogen también las memorias de Rossana Rossanda y de Pietro Ingrao, el partido de masas, sólidamente insertado en la realidad social, parte de la vida cotidiana de centenares de miles de personas, y es conformador de una verdadera cultura popular y creador de un imaginario colectivo enraizado en procesos reales de transformación social.

Esta parte de la historia nos la perdimos las generaciones que no vivimos la República y la Guerra Civil, sin menosprecio ni olvido de la cultura antifranquista que se logró generar. En la España de la transición democrática nunca tuvimos en la izquierda los grandes partidos de integración de masas y, por eso, nos cuesta tanto entender la singularidad de un proceso histórico que tenía al hombre y la mujer común como protagonistas y sujetos de la historia.

El elemento clave del análisis es lo que en la tradición comunista italiana se ha llamado la fase, es decir, comprender el momento histórico en el que se está, sus elementos individualizadores básicos y los nudos de las contradicciones sociales que expresan. Análisis de fase, entender la fase, insertarse en la fase, le ha permitido a la izquierda comunista italiana conocer la realidad en su dinámica, en su movimiento, buscando siempre lo nuevo, las discontinuidades históricas y desde ellas y con ellas, ha­cer política.

Me perdonará Magri si le digo, a estas alturas todo se puede decir, que es el método que nos enseñó el viejo Ingrao, más seguramente como poeta que como dirigente revolucionario. Es esa cosa extraña y confusa que llamamos dialéctica, ese modo fino de pensar la realidad (en el pensamiento, no queda otra) de la que nos hablaron el Me-ti de Bertolt Brecht y mi maestro Manolo Sacristán; en definitiva, un arte, como lo es toda política revolucionaria verdadera.

Hay un momento en la narración que hace Magri que tiene mucha importancia y que también ocurrió entre nosotros. Me refiero a la cuestión del trabajo político en las fábricas. Con acento crítico, Magri señala que se fue produciendo una división del trabajo político cada vez más acentuada entre el partido y el sindicato. El primero privilegiaba el trabajo en el territorio y en las instituciones, mientras que el segundo se centraba en el mundo del trabajo visto desde la fábrica.

Nuestro autor señala que, si bien es cierto que la mayoría de las veces el sindicato iba por delante del partido y que en el terreno de la innovación y de la práctica el sindicato fue muchas veces más audaz y más revolucionario, digámoslo así, que el partido, la pérdida de un referente político orgánico en las fábricas, en un momento en que las clases trabajado­ras y el conflicto social emergían, significó, desde el principio, un límite importante tanto para el partido como para el sindicato, lo cual no dejaría de tener consecuencias, sobre todo en el momento en el que la patronal y el gobierno iniciaron la contraofensiva.

Un asunto interesante del libro tiene que ver con la relación del sujeto-Magri con la historia que cuenta. Él ha sido un protagonista, secundario si se quiere, pero protagonista al fin y al cabo, de la historia que relata. Magri es consciente del problema y para remediarlo se “inventa”, con mucho sentido común, una hermenéutica capaz de darle objetividad y distanciamiento.

El procedimiento que emplea se basa en tres recursos: “El primero de ellos consiste en introducir en la narración, cuando tiene, al menos, un mínimo de importancia, cosas que yo mismo he dicho y he hecho durante ese periodo, aplicando el mismo criterio crítico reservado a otras posturas diferentes, es decir, reconociendo errores y reivindicando méritos. O sea, sin falsa modestia, ni versiones acomodaticias. El segundo recurso es el de utilizar, contra mi parcialidad, como antídoto, la presunción de quien se cree aún lo suficientemente inteligente como para reconocer las razones de los errores que ha compartido y la porción de verdades importantes mezcladas con éstos y que han sido reconocidas o reprimidas. El tercer recurso, obvio, pero aún más importante, es el compromiso de atenerse lo más posible a hechos documentados”.

No conviene equivocarse: el libro de Magri (sin notas y sin aparato bibliográfico) es un producto intelectual y militante hecho con rigor, producto de múltiples lecturas, de la consulta minuciosa de documentos y del contraste de fuentes tanto primarias como secundarias.

Seguramente, el núcleo más significativo del libro (obviamente tiene mucho que ver con su biografía política) es el debate comunista, que incluye a toda la izquierda italiana de los años 60. Magri analiza pormenorizadamente las cuestiones que estaban en el fondo del debate e ilumina elementos (auténticas leyendas urbanas) como el lla­mado “ingraísmo” o el papel que cumplió en toda esta historia Giorgio Amendola.

Como siempre, la cuestión central fue el análisis de la fase. En concreto, de cuatro cuestiones interrelacionadas: el capitalismo italiano, su desarrollo y sus tendencias básicas; el centro izquierda, su naturaleza y su futuro; la cuestión del programa organizado en torno a conceptos novedosos en ese momento y que tenían mucho que ver con la “vía italiana al socialismo”. Me refiero a la apuesta por un nuevo modelo de desarrollo, la cuestión de las reformas estructurales y su conexión con la lucha de los trabajadores que, como no se cansa de señalar Magri, son los auténticos protagonistas de la década. Un cuarto aspecto tiene que ver con la espinosa cuestión del Partido y de sus reglas de funcionamiento.

No es este el lugar para hacer un análisis pormenorizado de lo que todo este debate implicaba. Duró toda la década y tuvo sus aspectos culminantes en la Conferencia de 1962 del Instituto Gramsci sobre el desarrollo del capitalismo italiano; continuó, más o menos pacíficamente, hasta la Conferencia Obrera de Génova del 65 y explotó en el XI Congreso del PCI en enero de 1966.

Este fue algo más que una contraposición entre Amendola e Ingrao y tendría consecuencias enormes apenas unos años después, en eso que Magri llama el “largo 68 italiano”. La izquierda “ingraiana”, que fue durísimamente golpeada por el aparato, se anticipó a la revuelta obrera y estudiantil y situó temas fundamentales que, desde la propia lógica de la vía italiana, engarzaba con lo nuevo y abría la posibilidad de un giro a la izquierda del país. Gentes como Lombardi en el PSI o como Lelio Basso o intelectuales de la talla de Panzieri o Tronti, desde puntos de vista muy diferentes, coincidían en esta posibilidad de giro a la izquierda y la derrota del bloque conservador que se articulaba en torno a una democracia cristiana en crisis.

Ciertamente, las cosas no siguieron este camino. La suspensión del grupo de Il Manifesto, equivalente en la práctica a una expulsión, y la nueva línea política que fue emergiendo en los durísimos “años de plomo” y que se llamaría “compromiso histórico”, significaron muchas cosas.

En primer lugar, se rompió la conexión con una parte del movimiento y, especialmente, con los jóvenes; en segundo lugar, el Partido perdió peso en el conflicto social y encontró muchas dificultades para establecer nexos entre lucha social y alternativa política; en tercer lugar, la marginación de la izquierda debilitó al Partido, le limitó capacidad política y de intervención y, al final, le restó militancia. El PCI vio cómo, de año en año, incrementaba sus votos y perdía afiliados, con una juventud comunista incapaz ya de representar a las nuevas generaciones.

La historia es conocida y no queremos hacer más larga esta presentación. Pienso, con Magri, que este debate es un nudo crucial para explicar el por qué en el 89 se disolvió el Partido Comunista Italiano. Como él dice, la disolución fue una catástrofe política, no sólo para los trabajadores y la izquierda italiana, sino para la propia democracia italiana: miles de hombres y mujeres abandonaron la política activa y engrosaron la masa anónima de una democracia ya sólo electoral, en manos de las em­presas.

No es para nada casual que de esos restos acabara emergiendo Berlusconi y, seguramente, el único partido realmente de masas que hay hoy en Italia, la Liga Norte.

Lucio Magri se ha quitado la vida este 29 de noviembre.

Magri escribió:No quiero funerales, por favor, ni todas esas inútiles conmemoraciones. Y de necrológicos ni hablar. Luciana (Castellina) se ocupará de las gestión editorial de mis textos. Para los amigos y compañeros dejo una carta que leerán cuando todo se haya terminado.

fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia/lucio-magri-finito y http://www.gara.net/paperezkoa/20111206 ... gri-finito


Lucio Magri, «finito»




Iñaki Urdanibia. Doctor en filosofía.

Gara // 6 de diciembre de 2011



En la posguerra italiana el país con forma de bota se hallaba dominado por el catolicismo, su forma política siendo la poderosa democracia cristiana, y por el comunismo del PCI heredero de la lucha de los partisanos contra el fascismo local y contra los invasores germanos. Las generaciones de jóvenes que entonces despertaban al uso de razón política se dividían entre quienes apostaban por la justicia social bajo la óptica de la doctrina social de la Iglesia y quienes depositaban sus esperanzas en una transformación más radical que supusiese cambios en las relaciones sociales y de producción bajo la bandera roja del partido creado por Gramsci y continuado por Togliatti.

Luigi Magri (Ferrara, 1932-Zurich, 2011) perteneció a la juventud de la que hablo y en un principio se inclinó por actuar desde las filas cristianas en pos de un mayor reparto de la riqueza social; al poco, no satisfaciéndole tal militancia optó por unirse al PCI en cuyas filas ingresó en 1958 para abandonar, más bien ser expulsado de, dicha obediencia diez años después, al tratar de desarrollar una fracción dentro del partido tras haber llegado al convencimiento de que los pretendidos comunistas mantenían unas posturas reformistas ad abusum, destacando sus tendencias a conseguir el añorado «compromiso histórico» con las fuerzas políticas derechistas, y muy en concreto con la democracia cristiana -pacto luego plasmado por Enrico Berlinguer-; tales derivas hicieron que Magri, junto a Rossana Rossanda y otros, creara una revista que respondía a una política más decididamente de izquierdas: Il Manifesto, publicación que respondía a la organización política que en torno a ella se aglutinaba; más tarde dicha revista se convirtió en diario respondiendo a la influencia creciente del grupo. Tal implantación a lo largo de los años setenta alcanzó cierto arraigo entre los sectores más conscientes de la izquierda, y hasta traspasó las fronteras italianas para cobrar relevancia en la nueva izquierda europea y mundial.

De Pirineos abajo, la influencia de Magri y su colegas se tradujo en un aluvión de traducciones que aparecieron en los cuadernos de Anagrama, también en la colección naranja de la editorial de Herralde y en algunas otras editoriales, y se conocieron sus intervenciones en revistas como Zona Abierta o Cuadernos del Ruedo Ibérico. Alzando la bandera, ya agitada por Karl Marx, de que la liberación de la clase obrera sería obra de ella misma, Magri encabezó la lucha contra la burocratización sindical y partidista para ir a la base y desde allá organizar a los obreros desde las mismas fábricas, tomando posicionamientos cercanos al consejismo de los Pannekoek u otras encarnaciones similares de la izquierda comunista; esta tendencia se vio más reforzada aún tras las tropelías soviéticas con sus países vecinos y sus comportamientos aberrantes en su interior.

En estos últimos años, tras haber fundado el Partito di Unità Proletaria per il comunismo a mediados de los setenta y colaborado posteriormente, tras la fusión de esta organización con el PCI, en la refundación comunista, Partito della Refundazione comunista, y más tarde todavía participando activamente en la constitución de un Movimento dei Comunisti Unitari, organización que trataba de sustituir al PCI que se había autodisuelto en 1991. Este último intento también fue abandonado por él ante su desacuerdo a la hora de integrarse en el recién creado Democratici di Sinistra, permaneciendo él al mando del diario por él creado a finales de los sesenta.

Hace un par de años vio la luz su última obra, que aquí editó un año después El Viejo Topo: El sastre de Ulm. El comunismo del siglo XX. Hechos y reflexiones, obra que en cierto sentido puede considerarse su testamento político y en la que se hacía una historia real e hipotética del comunismo en su país y por extensión en el resto de países europeos, en la que destacaba las desviaciones, traiciones que -según su tenaz visión- hicieron que las promesas de igualdad, fraternidad y futuro luminoso para la humanidad se vieran truncadas absorbidas por una visión pragmática y conciliadora con el statu quo, propia de la claudicante socialdemocracia. La decepción política le llevó a la desesperanza, que aumentó sobremanera con la desaparición de su compañera Mara a causa del cáncer; todo esto le hizo sombrear en una honda depresión que le empujó a viajar a Suiza para, aprovechando la legislación helvética, suicidarse con asistencia de médicos amigos; dos veces lo había organizado echándose atrás a última hora, y a la tercera fue la vencida: este día 28 pasado puso fin a sus combativos días.

Lucio Magri, comunista herético donde los hubiese, huyó de ortodoxias acríticas e intentó hasta el último suspiro organizar a la izquierda manteniendo verdaderas posturas de izquierda... siempre en busca de un «nuevo inicio» que retomase la rebeldía y el coraje de aquellos communards que tomaron el cielo por asalto. Lucio Magri no intentó volar en sentido estricto como el personaje de Bertold Brecht que daba título al libro aludido, ese sastre de Ulm que intentó volar y se escacharró contra el suelo, el italiano en su lucidez trató de volar, soñando en un mundo mejor, pero al constatar su fracaso o al menos al perder el principio-esperanza (pace Bloch) en la creación del instrumento que lo facilitase, él mismo «levantó la mano contra sí mismo», que diría Jean Améry.

Actualizado.


Volver a Biblioteca

Antes de empezar, un par de cosas:

Puedes usar las redes sociales para enterarte de las novedades o ayudarnos a difundir lo que encuentres.
Si ahora no te apetece, puedes hacerlo cuando quieras con los botones de arriba.

Facebook Twitter
Telegram YouTube

Sí, usamos cookies. Puedes ver para qué las usamos y cómo quitarlas o simplemente puedes aceptarlo.