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LABICA, Georges (1930-2009)

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Georges Labica

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Introducción

Toulon, 1930 – París, 2009. Filósofo francés, profesor emérito de la Universidad París X, director honorario del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) y profesor honorario de la Universidad Popular de Pekín. Especialista en filosofía política, especialmente en historia del marxismo, ha sido un militante anticolonialista y antiimperialista, presidente honorario del Comité de Vigilance pour une Paix Réelle au Proche-Orient (CVPR-PO), presidente de Résistance Démocratique Internationale, miembro de l’Appel Franco-Arabe, del Foro Mundial de Alternativas y de la red internacional “En defensa de la Humanidad”. Se ha interesado por el pensamiento de Ibn Jaldún, así como de Lenin, Robespierre o Antonio Labriola.

Sus principales obras son: Politique et religion chez Ibn Khaldoun. Essai sur l'idéologie musulmane, Alger, Société nationale d'édition et de diffusion, 1968; Le Philosophe sans maître: histoire de Hayy ibn Yaqzân, Alger, Société nationale d'édition et de diffusion, 1969; Le Marxisme d'aujourd'hui, textes choisis et présentés par Georges Labica, París, Presses universitaires de France, «Dossiers Logos» 1973; Le Statut marxiste de la philosophie, Bruselas, Éditions Complexe, París, Presses universitaires de France, «Dialectique», 1976; Le Cahier bleu: le marxisme quant à l'État, Vladimir Illich "Lenin", edición establecida por Georges Labica, traducción del ruso de Bernard Lafite, Bruxelles, Éditions Complexe, París, Presses universitaires de France, «Dialectique», 1977; con Gérard Bensussan (dir.), Dictionnaire critique du marxisme, en colaboración con la revista Dialectiques, París, Presses universitaires de France, 1982, 3ª ed., 1999; con Jacques Texier (dir.), Labriola d'un siècle à l'autre, actes du colloque international, CNRS, 28-30 mayo 1985, París, Méridiens-Klincksieck, «Philosophie», 1988; Karl Marx: les «Thèses sur Feuerbach», París, Presses universitaires de France, 1987; Le Paradigme du Grand-Hornu. Essai sur l'idéologie, Montreuil-sous-Bois, PEC-la Brèche, 1987; Robespierre: une politique de la philosophie, París, Presses universitaires de France, «Philosophie», 1990; con Gérard Boismenu, Pierre Hamel (dir.), Les formes modernes de la démocratie, París, Éditions l'Harmattan, Montréal: Presses de l'Université de Montréal, «Politique et économie. Tendances actuelles», 1992; con Jacques Bidet (dir.), Libéralisme et État de droit, actes du colloque 'Libéralisme et État de droit', CNRS, 27 et 28 mai 1988, París, Méridiens Klincksieck, «Philosophie», 1993; con Jean Robelin, (dir.), Politique et religion, París, Éditions l'Harmattan, 1994; (dir.), Les nouveaux espaces politiques, actes de la table ronde de l'URA 1394, Philosophie politique, économique et sociale, année 1990-1991, Centre national de la recherche scientifique-Université de París X-Nanterre, textos reunidos por Nicole Beaurain, París, Éditions l'Harmattan, «L'homme et la société»; (dir.), Friedrich Engels, savant et révolutionnaire, actes du colloque international de Nanterre, 17-21 octobre 1995, organisé par le Centre de philosophie politique, économique et sociale du CNRS, publicado por Mireille Delbraccio, París, PUF, «Actuel Marx confrontatio», 1997; Théorie de la violence, Naples, la Città del sole, París, J. Vrin, «La pensée et l'histoire», 2007.





Ensayo





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Nota Lun Feb 04, 2008 10:37 pm
fuente: http://www.lahaine.org/index.php?p=14174


¿Violencia? ¿Qué violencia?



Georges Labica

La Haine // 26-04-2006


Traducido para La Haine por S. Seguí


La intervención de Étienne Balibar en el último Congreso de Actuel Marx (París, oct. 2004), titulada "Lenin y Gandhi, ¿un encuentro fallido?", y reproducida en la revista Alternative (Roma, n° 6, nov-dic. 2005), merece, por varias razones, nuestra atención. Presentados como "las dos mayores figuras entre los revolucionarios teórico-prácticos de la primera mitad del siglo XX"[1], Lenin y Gandhi habrían inaugurado, con sus propias vidas, un debate cuyos considerandos resurgen hoy día, en un mundo donde la violencia "parece estructural". Estos "dos modelos" tendrían en común el rasgo de invitar a las masas a la transgresión de la legalidad política personificada por el Estado, uno bajo la forma de "dictadura del proletariado", otro bajo la de "desobediencia civil", en el seno, sin embargo, de condiciones históricas muy diferentes.

Ahora bien, uno y otro no podrían evitar las aporías inherentes a su acción: para Lenin, la ruinosa contaminación de los fines por los medios, es decir, la imposibilidad de dar la vuelta a la violencia; para Gandhi, la ruptura de la adecuación deseada entre fines y medios, que fracasa en la contención de la violencia. En los dos casos, seguiría estando sin resolver, para nosotros, la cuestión de las masas, es decir, saber si estamos aún en "la era de los movimientos de masas" y, en consecuencia, la "complejidad de lo político", que los dejaría desprovistos.

Tal reflexión representa una invitación a reconsiderar de buen principio el par violencia/no violencia, a pesar de la advertencia del autor en cuanto a su excesiva simplificación, por cuanto este par remite precisamente a esos "modelos" que serían Lenin y Gandhi. Estamos obligados a ello por una doble razón.

Se trata en primer lugar de una problemática sintomática de preocupaciones y posturas claramente inscritas en nuestro tiempo. Un ejemplo altamente significativo lo tenemos en la viva polémica desencadenada en Italia por el juicio de Fausto Bertinotti sobre la cuestión de las foibe[2] y de las posibles exacciones cometidas por la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. El secretario general de Rifondazione Comunista, en su folleto La guerra es el horror (13.12.2003), condenó categóricamente la furia de las masas desencadenada entonces contra los fascistas y todo tipo de recurso a la violencia. "Nuestros adversarios -escribe- son la guerra y el terrorismo como productos de la globalización. La violencia, en todas sus alternativas, se revela ineficaz, porque acaba absorbida por la guerra o el terrorismo, que ponen fuera de juego la política [...]. No es cierto que el terrorismo hable en nombre de los pueblos oprimidos". La única réplica es "la de la paz, de un pueblo de paz" y la única "opción", la "no violencia". Y, en una entrevista concedida a l’Unità (28.09.2004), afirmaba: "Los enemigos de Bush no son nuestros amigos". El profesor Domenico Jervolino, director de Alternative, sin suscribir el veredicto sobre las foibe, iba en el mismo sentido, en el Congreso de Actuel Marx ya citado: "La respuesta simplemente reactiva -violencia contra violencia- en nuestra opinión no sería una respuesta eficaz [...]. Es preciso arrancar las raíces de la violencia, con una práctica activa y generalizada de la no violencia".

En mi opinión, estas tesis deben aproximarse a las que rechazan la toma del poder con vistas a la instauración de una nueva sociedad, sean las del subcomandante Marcos en Chiapas o las de John Holloway, que se refiere explícitamente a los zapatistas en su libro-programa Cambiar el mundo sin tomar el poder. En una perspectiva bastante próxima, Daniel Bensaïd titula "La violencia domesticada" al capítulo de su obra autobiográfica, Una lenta impaciencia, donde sugiere, a falta de poder erradicar la violencia en un futuro previsible, "desarrollar una cultura de la violencia dominada", lo que le valió los elogios de Michel Löwy en su recensión (Rouge, 29.05.2004). Es en los orígenes de estos análisis y a veces invocando su calidad, donde se encuentra el gandhismo.

Sin que sea necesario que los lectores de L’Ernesto[3] recuerden las numerosas objeciones, de hecho una verdadera enérgica oposición, provocadas por estas apologías de la no violencia[4], es preciso tener en cuenta dos objeciones preliminares.

Por una parte, los partidarios del rechazo de toda violencia presentan sus tesis como consecuencia directa del marco que elaboran de la universalización y que, vale la pena destacarlo, comparten con sus contradictores. Bertinotti, por ejemplo, no parece cuestionar las ideas que exponía en su obra de 2000, Le idee que non muoiono[5], sobre la mundialización, sus problemas y su carácter de clase; sobre la incompatibilidad entre capitalismo y democracia; sobre la alternativa "socialismo o barbarie"; sobre el papel de Estados Unidos en la situación de guerra y la soberanía imperialista; sobre la necesidad de abrir una perspectiva revolucionaria. En el Comitato politico nazionale (15-16.09.2001; véase Liberazione), hacía hincapié también en la conexión globalización/guerra y, denunciando "el fundamentalismo del mercado y el de la religión", llamaba a la movilización antiimperialista.

No se puede, por otra parte, sino compartir la indignación y la cólera que levantan la multiplicación y la sistematización de crímenes imperialistas, de la guerra "infinita" de Bush a los bloqueos, a Guantánamo y a Abu Ghraib. Los actos de "terrorismo", por su parte, suscitan un legítimo horror. A escala histórica, los primeros años del tercer milenio confirman hasta qué punto la cumbre de civilización alcanzada, en principio, por la Humanidad se confunde con una explosión de violencia sin parangón en los siglos anteriores. Añadamos a esto, lo que no tiene nada de accesorio, la dolorosa conciencia, en el movimiento comunista, de las considerables exacciones perpetradas en nombre de "los mañanas que cantan". Esta aversión a la violencia no es otra cosa que la lección de esta acumulación de experiencias.

Haré valer una segunda razón, más teórica, que se inscribe en esta propuesta que no me canso de repetir: la violencia no es un concepto. El término remite a una multitud de formas, de las sangrientas a las pacíficas, de la bomba a la disciplina de fábrica, del asesinato de un loco a la existencia del sistema, a saber, las relaciones capitalistas de producción. Por consiguiente, no hay otra violencia que la contextualizada. Dos corolarios se siguen. Oponer violencia a no violencia, siquiera estipulando que se trata de acciones de masas, es o bien sumergirse en plena metafísica, o bien erigir el candor como argumento, o bien disimular su impotencia, su dimisión, su consentimiento al orden establecido o cualquier otra reserva mental. La violencia no puede prescindir de una calificación, sea cual sea. Definirla por la "fuerza" (Littré) no hace más que desplazar el problema. La mayoría de los diccionarios e incluso de los libros que pretenden tomarla como objeto deliberado se eximen de definirla y se limitan a dar enumeraciones descriptivas según distintos ámbitos, de los cuales se excluye en general lo estructural: el sistema. Un alma bella, como se sabe, no tiene manos.

No es de ninguna manera sorprendente que los intelectuales de América Latina, atentos y a menudo asociados a los sufrimientos de sus pueblos, no hayan recibido de buen grado la obra de Holloway: saben que todo mando ("el poder sobre"), y singularmente el estatal, no puede ser objeto de una condena absoluta. Una vez apagado el entusiasmo de las izquierdas occidentales, los indios de Chiapas no han salido de los guetos donde los mantiene el ejército mexicano, inigualable en esta clase de ejercicio. No es tampoco ejemplar un teórico de la no violencia que no mida los límites de ésta y que no reserve algún lugar a alguna violencia.

El buen David Thoreau (1817-1862), llamado el "Nuevo Adán" y el "Robinson moderno", cuya desobediencia civil inspiró a Gandhi, respaldó al anarquista John Brown, que acababa de atacar un arsenal en nombre del "derecho a la revolución", y no temió justificar el derramamiento de sangre si los acontecimientos lo exigían. El conde León Tolstoi (1828-1910), que mantuvo correspondencia con Gandhi y a quien éste consagró un ashram en Sudáfrica bautizado Tolstoi Farm, tomó parte como funcionario en las operaciones contra los rebeldes de Chamil y defendió Sebastopol. ¿La guerra "patriótica" contra Napoleón no es acaso elogiada en Guerra y Paz? El Mahatma, en la India, como recuerda Étienne Balibar, fracasó a pesar del inmenso prestigio de que gozaba su doctrina del "abrazo de la verdad’ (satyagraha) y de "la negativa a dañar" (ahimsa). Tampoco, no obstante, excluía la violencia. Llegó incluso a justificarla: "Me arriesgaría, mil veces, a la violencia antes que a la emasculación de toda una raza" (Hind Svarag, 20.08.1904); o bien: "Si hubiera que elegir entre la violencia y la cobardía, aconsejaría la violencia" (Young India, 20.08.1919).

Es preciso recordar finalmente la lógica de una posición que llevó a un líder, Gandhi, del que se sabe que durante la segunda Guerra Mundial no había tomado partido por uno de los dos bandos, a escribir: "Hitler mató cinco millones de judíos. Pero los judíos habrían debido ofrecerse en masa al cuchillo del carnicero. Habrían debido lanzarse al mar por su propio pie desde la cumbre de los acantilados [...] esto habría sublevado al universo y al pueblo alemán [...] de todos modos, sucumbieron por millones de una manera u otra"[6]. El fundamento de estas doctrinas, además, la de Tolstoi como la de Gandhi, era religioso. En uno, la fe cristiana, el amor del próximo predicaba una filantropía que condenaba, con el Mal, la violencia revolucionaria, el arte moderno y la sexualidad. En otro, el concepto "panindio" (C. Mellon) de no violencia y la creencia a la transmigración prohibían todo ataque a la vida de otros[7]. En los dos casos, se privilegiaban las masas campesinas, lo que suponía la negación de la industrialización. Gandhi llegó a decir que "no hay nada que hacer contra el Imperio británico" (Autobiografía, 1927).

Con todo, ante la antigüedad declarada de tema de la no violencia, en nombre de la esperanza de un mundo nuevo, el inventario de las formas de agresión de la Biblia da que pensar. Desde el Éxodo, donde Moisés invita a tomar las armas, "que cada uno mate a su hermano, a su padre", hasta los Actos, donde Ananias y su mujer caen muertos a los pies de San Pedro, por haber sustraído dinero[8]. "¿En qué condiciones -se preguntaba Paul Ricoeur- puede ser el no violento otra cosa... que un puro al margen de la historia?"[9].

Segundo corolario: la violencia no es una elección. Las generosas declaraciones añadidas al legado de Gandhi --tanto da que emanen de la "Llamada de los Premios Nobel en favor de una cultura de la no violencia para los niños", de la "Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre una década de cultura de paz y no violencia en favor de los niños del mundo" o del "Manifiesto 2000" que invita "a transformar la cultura de la guerra y la violencia en una cultura de la no violencia y la paz"[10]-- son incapaces de ir más allá de la fase de las intenciones encomiables. Y no pueden sobrepasarla. Ya que, tratándose de los dominados, de los oprimidos, de esta sal de la tierra, que en español recibe el apelativo tan justo de "los silenciados", entre violencia y no violencia, no tienen nunca elección. No es de ejemplo el hecho de que paguen el precio más alto, el más pesado tributo a la violencia que les es impuesto por la violencia estructural del sistema, sea militar o pacífica. "La peor violencia es la pobreza", declara el teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez[11].

Hace ya más de veinte siglos, el padrecito Sócrates aseguraba: "Nadie es malo voluntariamente". Los condenados de la tierra no sufren de ninguna patología mental, sino del peso de las cadenas de las que se proponen librarse, al mismo tiempo que de la servidumbre voluntaria a la que se ven reducidos. El juicio de un R. Habachi, que se hace eco de las afirmaciones de algunos de nuestros contemporáneos, cuando declara: "En el momento en que Lenin, en 1917, descubre la revolución por la violencia, Gandhi, en su estilo único e incomparable, descubre la revolución por la no violencia"[12], frase literalmente falta de sentido, para no hablar de la palabra "revolución", en este caso completamente inadecuada. Con todo respeto a nuestros buenos apóstoles y al respeto que a ellos debemos, es, al contrario, un John Le Carré quien tiene razón: "Si fuera un palestino habitante de Cisjordania o Gaza, dispararía a vista sobre todos los soldados de ocupación israelíes [...]. Un acto de violencia premeditado contra civiles sin armas no es nunca admisible. El hecho de que ustedes y sus amos americanos hayan lanzado bombas de fragmentación prohibidas y otras armas inmundas sobre una población iraquí indefensa, compuesta en un 60% de niños, no modifica de ningún modo mi posición"[13].

Sin embargo el idealismo de principio resiste apenas a la constatación de que en toda guerra, desde la noche de los tiempos, las desdichas de los "civiles inocentes", incluida la muerte, son incomparablemente más considerables que las de los militares. No olvidemos nunca Dresde e Hiroshima. Esta es la razón por la que el término terrorismo nos impone una sospecha similar a la del término violencia. Fuertes separaciones son indispensables. Ciertamente, como afirma el citado Bertinotti, el bushista y el islamita son las dos caras de la misma moneda, pero esta constatación no autoriza el oprobio general lanzado sobre la palabra. Así como se impone hacer la distinción entre violencia dominante y violencia dominada, el terrorismo de Estado no puede confundirse con el terrorismo que lo combate y que se llama resistencia. La Intifada, en todas sus formas, es, esencialmente, una réplica a la ocupación que permite al pueblo palestino permanecer de pie. La resistencia iraquí tiene en jaque al imperialismo. He aquí las vanguardias de la violencia legítima. Y al diablo las indignaciones morales.

Y esto no es todo. La lucha de las masas --que, en primer lugar, existen sin duda alguna-- desde América Latina al Oriente Medio, se desarrolla según una dialéctica que alterna violencia y no violencia, esta última siempre preferible y preferida por una economía de víctimas verdaderamente inocentes a las que representa. "La violencia es justa donde la dulzura es inútil", pone Corneille en boca de uno de los personajes de su Héraclius. Traducción: la relación de fuerzas decide la naturaleza de las luchas: a veces política, económica o social, a veces armada. El estratega, si es preciso y cuando está allí, sólo tiene ojos para la coyuntura, "el análisis concreto de la situación concreta". Nunca puede elegir entre "la violencia, ley de la bestia, y la no violencia, ley del hombre" (Gandhi). ¿Quién querría seriamente dejar despojar al hombre por la bestia?

La única finalidad de una elección consiste en desarmar las masas. Y hay incluso procesos revolucionarios que no recurren, que no tienen ninguna necesidad de recurrir, a la violencia abierta. Tenemos la oportunidad de disponer desde el "¡Que se vayan todos!" de las masas de esta Argentina, declarada "mejor alumno del FMI", piqueteros y clases medias mezclados, que hace ya escuela fuera de sus fronteras; hasta la "revolución bolivariana" de Venezuela que, varias veces sin interrupción, a pesar de conspiraciones y manipulaciones, transformó el sufragio universal en instrumento de liberación popular. He aquí que el pacifismo, tan elogiado por una determinada "izquierda", puede no ser pacífico, incluso para el orden dominante que sólo sueña con la sumisión planetaria, y que la violencia revolucionaria, en sus distintas formas, se propone abolir.





Notas al pie de página:

    [1] Este juicio se aproxima al de Robert Payne, que escribió al principio de su biografía de Gandhi: "En nuestro tiempo, sólo hay dos ingenierías políticas auténticas: Lenin y Gandhi" (The Life and Death of Mahatma Gandhi, Nueva Delhi, Rupa & Co. ed., 1999, p. 14).

    [2] Fosas comunes, en la región de Istria, donde estarían enterrados fascistas italianos represaliados por el ejército yugoslavo de Tito al final de la II Guerra Mundial [N. de T.].

    [3] L’Ernesto. Rivista Comunista.

    [4] Véase en particular, los artículos de Rossana Rossanda, Giovanni Pesce y Salvatore Distefano, en el número de enero-febrero de 2004.

    [5] "Las ideas que no mueren".

    [6] Citado por L. Fisher, Life of Mahatma Gandhi, 1951.

    [7] En Encyclopédie Philosóphique Universelle, II/2, artículo "Ahimsa", París, PUF, 1990

    [8] Véase la lista de Bernhard Lang, in Françoise Héritier, De la violence, París, Odile Jacob Ed., 1996.

    [9] Histoire et vérité, París, Seuil, 1955, p. 235.

    [10] Véase Marie-Pierre Bovy, Gandhi, l’heritage, París Siloé Ed., 2001, anexos.

    [11] Entrevista en La Nación, Buenos Aires, 11.01.2004.

    [12] Encyclopaedia Universalis, s.v.

    [13] Une amitié absolue, París, Seuil, 2003, p. 329.

Nota Mié Feb 18, 2009 6:58 pm
fuente: https://amauta.lahaine.org/el-pensador- ... -ha-muerto



Georges Labica ha muerto



Ángeles Maestro

La Haine // 11 de febrero de 2009




Duele escribir estas palabras. Una hemorragia cerebral, un empujón brutal ha derribado a un militante comunista, a uno de los más grandes intelectuales marxistas, a un hombre comprometido durante toda su vida con las causas del movimiento obrero y popular, con la lucha antiimperilista y anticolonialista.

Georges Labica debía haber asistido al Foro Internacional de Beirut en Apoyo a la Resistencia, contra el Imperialismo, por la Solidaridad entre los Pueblos y por las Alternativas celebrado a mediados de enero. Pocos días antes de partir me dijo que no se encontraba bien a raíz de una caída en las recientes nevadas de París. Probablemente ésa fue la causa de la hemorragia cerebral que se ha llevado a un hombre enla plenitud de sus capacidades vitales e intelectuales.

Corriente Roja tuvo el honor de contar con su participación, y la de su compañera Nadja, en dos ocasiones en sus Jornadas de Formación, la última en septiembre pasado. En ellas pudimos comprobar, junto al altísimo nivel de sus ponencias, su enorme calidad humana y su compromiso militante con organizaciones que, como la nuestra, intentan reconstruir los insrumentos revolucionarios para ser capaces de responder a los retos del momento.

Él también, que dejó de militar en el PCF para poder seguir siendo comunista, aceptaba alegremente las modestas condiciones de alojamiento que les podíamos ofrecer, y se interesaba con los debates, sobre todo de los más jóvenes, como uno más. Asumía que es preciso colocarse fuera de la izquierda acomodaticia, y cómplice por ello de los poderes establecidos, para desarrollar un pensamiento libre al servicio de los proyectos emancipatorios. Su trabajo junto a la Argelia que luchaba por su liberación, donde conoció a su compañera Nadja, le situó como uno de los mayores conocedores de la lucha del pueblo árabe y como uno de los más lúcidos defensores de su causa antisionista y antiimperialista.

En los últimos días le escribí para pedir su firma para una demanda que exige a la Unión Europea eliminar a Hamas de la lista de organizaciones terroristas. Es seguro que hubiera sido uno de sus apoyos más combativos.

Cuando la muerte nos arranca prematuramente a un camarada y nos priva de todo aquello que su conciencia y su voluntad militante habrían podido producir, la continuación de la lucha nos exige (con el tesoro de su legado incorporado) ser más fuertes y más inteligentes para continuar el camino. En ese sentido, el proyecto histórico, la muerte individual no existe como desaparición; la experiencia se incorpora a la lucha general de la clase obrera y de los pueblos.

Georges Labica, ¡salud, camarada!

fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=81049



La lección de coherencia marxista de Georges Labica

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André Tosel

L’Humanité // 16 de febrero 2009

Publicado en Rebelión el 18 de febrero de 2009 traducido por Joan Tafalla



"La clase obrera ya no existe. Pero se las meten todas en la jeta".
"El comunismo es el único contraveneno, el único antídoto, el único remedio,
la única alternativa a la sociedad de explotación,
al capitalismo que nunca ha tenido ni tendrá rostro humano.
Los parias de la tierra saben que cada vez son más
y que cada vez son más parias. Solo los cabrones no están con ellos
y es de ese modo como se les reconoce."




Estos aforismos, extraídos de una de sus últimas obras, Démocratie et révolution (Le Temps des Cerises, 2002), dan el tono de una voz singular de la persona que nos acaba de dejar y que permanece como la figura de uno de los raros intelectuales marxistas y comunistas que, en Francia, en ha sabido, sin renegar, mantener el rumbo en medio de la tempestad desencadenada por el capitalismo mundializado. De entrada Georges Labica es esa voz que no deja jamás de apelar al pensamiento, a la filosofía, particularmente a su pertenencia al mundo, el estado de este mundo y la privación de humanidad a que está sometida las masa de seres humanos que viven en este mundo. Labica es el investigador de otra vía para un comunismo de este mundo y de este tiempo. Ese el hilo conductor de una obra considerable: una quincena de libros, una quincena de direcciones de obras y no sé cuántos artículos y contribuciones diversas a coloquios y a revistas tanto en Francia como en el plano internacional. Un día deberemos proceder al estudio de toda esta profusión.

Formado en el estudio de Marx a través de la lectura de Henri Lefebvre y de Louis Althusser --a quienes se abstuvo de oponer uno al otro--, Labica no cedió nunca en la cuestión del aporte irreducible de Marx, y en la cuestión de la aportación de los marxistas críticos y revolucionarios, aportaciones que consideraba inseparables. Para Labica, la necesaria reevaluación crítica de Lenin, de Mao y de Castro nunca significó el abandono y la vuelta al redil de un social-liberalismo remozado en el baño mediático rejuvenecedor o empapado en los santos óleos de una civilidad substitutiva.

Esta toma de partido por la crítica marxiana de la sociedad capitalista camina unida con el análisis de nuestro mundo desde la perspectiva de una militancia anti-colonialista y anti-imperialista que él actualizó muy pronto durante la guerra de Argelia y durante sus estancias en este país donde él encontró a su mujer, Nadya. A menudo se olvida que Georges Labica empezó su vida de investigador estudiando a los pensadores árabes antiguos que pretendían una visión racionalista de la historia y de la filosofía como Ibn Kaldhoun (La Mukkadima, Le rationnalisme d’Ibn Kaldoun y Polítique et religión chez Ibn Kaldoun, Alger 1969) e Ibn Tufail (Ibn Tufail, el filósofo sin amo, Alger, 1969). Labica toma la clase obrera en la multiplicidad de sus formas y nunca separada respecto de los pueblos oprimidos. Marx, reactualizado en aquella época por la intervención decisiva de Louis Althusser, dio su base teórica a esta toma de partido ético y político y obligará Labica a una explicación con la filosofía que guiará toda su obra futura. En su tesis de doctorado de filosofía que le valió de ser nombrado tempranamente profesor asociado y más adelante profesor en la universidad de París X-Nanterre, Labica se interroga sobre La statut marxiste de la philosophie (Complexe-PUF, 1977). Estudia la salida de la filosofía a la que procedió el joven Marx entre 1841 y 1848, y la ruptura epistemológica que teoriza entonces Althusser. Marx no trata de elaborar otra filosofía que significase la unidad del materialismo histórico o ciencia de las leyes objetivas de la historia y del materialismo dialéctico definido como concepción general de las leyes del pensamiento, de la naturaleza y de la historia. Para empezar, Labica recusa una síntesis imposible que fue defendida por el marxismo-leninismo soviético y que se transformó en la verdad oficial, en la vulgata difundida ampliamente por el Partido comunista francés en sus escuelas.

Esta crítica fue recogida y desarrollada en Le marxisme-leninisme, elements pour une critique (Éd. B. Huisman, 1984). Esa es la base de la polémica permanente que Labica mantuvo con Lucien Sève quien intentaba entonces de dar una versión aceptable de una filosofía marxista materialista y dialéctica. Para Labica, la filosofía sufre perpetuamente la tentación de constituirse en modo de representación autónomo, en un fin en sí, y de olvidar su pertenencia al mundo histórico de las luchas y de los conflictos. O la filosofía niega esta atadura o bien procede a una apología más o menos indirecta del estado actual del mundo en provecho de la dominación. Se transforma en la ideología del teórico. No se trata tanto de una filosofía marxista como de la práctica y del estatuto marxista de la filosofía. La filosofía es invitada a proceder a la crítica permanente de su devenir permanente en ideología de estado o de partido. Esta práctica elabora una posición que permite defender y de ensanchar el saber de la historia que se hace, y eso en un sentido no-économicista resueltamente abierto a un relanzamiento político e ideológico de las luchas de clase y de las masas subalternas. Esta interpretación político- polémica de la filosofía explica también por qué Labica no se no se acercó a Gramsci, que conocía bien pero cuya interpretación social-liberal entonces dada por los intelectuales dominantes del Partido Comunista Italiano, temía. Prefirió el comunismo crítico de Antonio Labriola a una filosofía de la praxis que corría el riesgo de llevar al absoluto la idea de concepción del mundo. Así es como organizó el primer coloquio consagrado al pensador italiano, "Labriola, d’un siècle à l’autre", en 1985, actas publicadas en Méridiens-Klincksieck en 1988. Estas posiciones fueron reafirmadas en la misma época por el notable estudio de 1987 consagrado a Karl Marx, Les Thèses sur Feuerbach (PUF).

Labica esperó durante mucho tiempo que el PCF, en las filas del cual militó en la base hasta el final de los años 1970 y comienzo de los años 1980, fuera capaz de corregirse y de abandonar el peso del estalinismo sin salir de su crisis por una vía social-reformista, sin alinearse en el fetichismo de una democracia representativa pura. Como Althusser, creía en la necesidad de una salida de izquierda del estalinismo y es en este espíritu que participó en los acontecimientos de 1968 y reforzó su relación con las luchas anti-imperialistas, en sintonía con Samir Amin y con otros intelectuales militantes del Tercer Mundo a quienes no cesó nunca de frecuentar en la búsqueda de un nuevo internacionalismo.

Dejó el PCF después de haber tañido la señal de alarma frente a las ambigüedades de la política del programa común, especialmente con E. Balibar, G. Bois y J-P. Lefebvre en Ouvrons la fenêtre, cammarades! en 1979 (Maspéro). Siguió sin embargo su actividad política en diversos círculos de reflexión y de iniciativas alrededor de las revistas como Critique communiste, Utopie critique o la editorial Le Temps des cerises. Consagró sobre todo gran parte de su energía a reunir las voces más diversas de los marxismos convertidos en elementos activos de la cultura durante el período 1961-1980. Se reveló así como un gran organizador de la cultura teórica y política. Dirigirá un centro de investigación (CNRS) de filosofía política, económica y social (nótese la interrelación entre estas disciplinas), entonces único en su género en la universidad de Nanterre, hasta su baja por jubilación. Este centro organizó numerosos coloquios y fue marcado por un liberalismo intelectual real.

Firme en sus convicciones teóricas y políticas, Labica mostró una notable anchura de miras acogiendo todas las orientaciones del pensamiento crítico, esperando trabajar para el relanzamiento de una nueva teoría crítica articulada sobre Marx y los clásicos, pero abierta y sin sectarismo. Ayudó a numerosos investigadores a darse a conocer y a trabajar. Es dentro de este equipo que se formó inicialmente antes de autonomizarse la revista Actuel Marx dirigida por Jacques Bidet y por un tiempo también por Jacques Texier. Esta revista continua este trabajo de refundación teórica y política. El núcleo de esta tentativa de elaboración de un marxismo (auto)crítico llega en 1982 con la elaboración y a la publicación del Dictionnaire critique du marxisme, en codirección con Gérard Bensussan, en PUF, traducido en muchas lenguas y muchas veces reeditada, disponible, en versión económica (PUF, Cuadriga). Esta obra, aún indispensable, ha reunido un centenar de colaboradores diversos y ha permitido no sólo poner el punto sobre los conceptos principales elaborados por Marx y los mejores de los marxistas, si no también rehabilitar figuras sometidas al silencio por la ortodoxia estalinista. Esta obra marcó un viraje al tiempo al tiempo que quedó atrapada en una paradoja irónica. El Diccionario constituyó un viraje porque permite un balance de lo que fue la investigación marxista en Francia cuando se esperaba que se abriera, tras 1968 una nueva vía revolucionaria o poderosamente reformadora. Pero este viraje se ha invertido convirtiéndose en paradoja porque en Francia empezaba entonces la contrarrevolución liberal, enmascarada en primer lugar por el reformismo sin reformas de Mitterrand y del Partido Socialista, acompañada por la furiosa campaña antitotalitaria que reúne fuerzas liberales pro-capitalistas y una izquierda denominada "moderna". El movimiento post-moderno prevaleció entonces sobre el marxismo, al tiempo que se agotaba finalmente el comunismo soviético. Muchos marxistas operaron un viraje teórico social-liberal más o menos social en provecho de una democracia ciudadana tan charlatana como impotente ante el ascenso de los racismos y de los etnicismos, ella, liquidación del Welfare State, la contrarrevolución iniciada por un capitalismo mundializado a partir de entonces, sin adversarios. El empeño de Labica se encontró a contrapié: iniciado como una ofensiva teórica y política de renovación del marxismo y del comunismo, Labica se encontró enfrentado a la tarea ingrata y difícil de organizar una retirada estratégica para evitar la disgregación total de las fuerzas de contestación inspirada del marxismo comunista. En ese momento, manifestó una firmeza de alma realmente estoica y rechazó el descanso. Prosiguió su reflexión comprendiendo la novedad de un capitalismo universalizado despiadado y alertando sobre su poder de destrucción. Es esta resistencia testaruda, esta lección de coherencia militante, la que se expresa en particular en las dos últimas obras que publicó, la colección de artículos que es Démocratie et révolutión (Le Temps des Cerises, 2002) y el estudio sistemático Théorie de la violence (Città-del-Sole & Vrin, 2007). Estas dos obras son, de alguna manera, el testamento que nos entrega. Labica que siempre tomó en serio a Lenin, no fue nunca antidemocrático. Por el contrario, pensaba que la actual democracia es una oligarquía que deja las manos libres a las fuerzas políticas y económicas dominantes y que sólo es posible renovarla con el impulso de una revolución esclarecida por los estragos provocados por el déficit democrático de la experiencia soviética. No hay democracia sin revolución, pero no hay revolución sin una democracia de masas. Luego es preciso volver a plantearse la cuestión de la violencia. Si bien es cierto que a menudo la contra-violencia legítima de las clases y pueblos explotados no ha podido evitar un excesivo de violencia incontrolable e injustificable, es preciso no olvidar inversamente la violencia inaudita e infinitamente superior del sistema capitalista que llega hasta el límite de lo intolerable. Es este el recordatorio saludable que lanzaba ya el hermoso estudio de 1990 Robespierre, une politique de la philosophie (PUF, Philosophies) que hacía algo más que rehabilitar la figura del revolucionario que descubre al filósofo del derecho natural radical, próximo en esta cuestión a Ernst Bloch, un autor particularmente querido de Labica.

Georges Labica es un pensador y un militante animado por la pasión política más íntegra y más integral. De algún modo ha intentado dar al marxismo y a su política de pueblo lo que Maquiavelo y Lenin han dado a la política, su filosofía, inmanente. Unos han hecho valer que su crítica de la filosofía se desarrolló con cierta indiferencia hacia los momentos fuertes de la investigación filosófica del siglo pasado, con un escepticismo relativo ante las construcciones teóricas, lejos de una construcción filosófica sistemática. Es una cuestión a debatir tomando en cuenta los elementos más significativos del pensamiento en Francia y del extranjero que fueron pasados bajo el silencio. Labica no produjo una filosofía en el sentido de Sartre, de Merleau-Ponty, de Badiou, de Deleuze, de Derrida, de Balibar, de Nancy, de Castoriadis, de Foucault. No elaboró una teoría en el sentido de Bourdieu, de Habermas, de Bidé; en cambio ejerció una función de recuerdo saludable ante ciertos olvidos o derivas.

Frente a quienes dicen justamente que no todo está en Marx, Georges Labica recuerda incansablemente también a justo título que nada se puede hacer sin Marx, sin una renovación de la crítica de la sociedad civil capitalista mundializada. Lo que continua siendo una idea verdadera, cada vez más verdadera. Labica desconfía de los bricolages filosóficos eclécticos, de las síntesis prematuras que quieren tapar los agujeros por donde la realidad nos hiere y nos desafía. Vayamos más lejos. Labica no es por eso un anti-filósofo como polémicamente ha dado a entender. Siempre manifestó un respeto teórico y político hacia la obra de Henri Lefebvre, que contribuyó a rehabilitar y a reeditar, especialmente escribiendo una introducción a una nueva edición de la Métaphilosophie de este último. ¿No habría que buscar lo que fue la filosofía de Labica, una filosofía abierta sobre la transformación de los campos épistémicos y de los campos políticos? El estudio serio de los manuscritos aún inéditos puede reservar sorpresas. Deseemos un inicio rápido de ese estudio.

En cualquier caso, ¡muchas gracias, Georges, por tu coherencia teórica y política en estos tiempos difíciles!

Nota Jue Feb 25, 2010 4:51 pm
fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia/home ... idad-argel



Homenaje a Georges Labica en la Universidad de Argel



Publicamos hoy la comunicación presentada en Argel por Miguel Urbano Rodrigues en el Coloquio internacional de homenaje a Georges Labica, promovido por la Universidad de esa ciudad y el Centro Nacional de la Investigación Prehistórica, Arqueológica e Histórica -CNRPAH.


Miguel Urbano Rodrigues

Kaos en la Red | 24 de febrero de 2010




En una carta de despedida a Fidel Castro que recorrió el mundo, Che Guevara lamentó no haber tomado conciencia, desde el inicio de la lucha, de la dimensión de su camarada, Comandante en Jefe de la Revolución.

Releyendo recientemente libros de Georges Labica, recordé esa opinión del Che. Amigo del autor del Dictionnaire Critique du Marxisme y admirador de su talento y firmeza revolucionaria, sentí haber percibido tardíamente la grandeza del ciudadano, del pensador revolucionario. Georges Labica fue mucho más que un eminente filósofo marxista.

Fue por teléfono que hablamos la primera vez, hace unos doce años. Yo estaba en París con Henri Alleg, a quien pedí que me ayudara a encontrar editor para el libro de una amiga chilena.

Henri comentó: "vas a tratar el caso con un camarada más indicado que yo". Se comunicó con Georges Labica, intercambiaron algunas palabras y me pasó el teléfono.

Yo conocía dos o tres libros de Labica; le admiraba. Mas inmediatamente, por el tono de intimidad que imprimió a nuestro breve diálogo, tuve la sensación de estar hablando con alguien muy próximo. Tal fue el prólogo de una amistad futura.

En 2004 invité a Georges a participar en el Primer Encuentro "Civilización o Barbarie" en Serpa, Portugal.

La pequeña ciudad de la margen izquierda del Guadiana produjo en él un efecto de deslumbramiento.

Las murallas medievales, el camino de ronda, las callejuelas tortuosas, el caserío blanco, la transparencia del cielo azul, el silencio de los bosques, la atmósfera humana... lo fascinaron. Nadya, su mujer, una argelina que a los 72 años hace pensar por su belleza en princesas de las Mil y Una Noches, también se sintió embrujada.

Georges y Nadya volvieron dos veces a Serpa.

"Sabes –me dijo en tono de confidencia una tarde, sorbiendo con placer un té en el patio del hostal en que estaba hospedado-, sentirme en una ciudad gobernada hace tres décadas por comunistas, donde la fraternidad nos envuelve de la mañana a la noche, me coloca en un mundo soñado cuyas puertas no fuimos capaces de abrir. Los comunistas de tu Alentejo me hacen regresar a la juventud, cuando creía que íbamos a transformar el mundo y concretar el proyecto de Marx".


LA TEORÍA DE LA VIOLENCIA

En México, un filósofo cubano, sobrecogido por la calidad de la intervención de Labica en un seminario en que participábamos, titulado "Los partidos y la nueva sociedad", me preguntó qué me impresionaba más de aquel pensador francés que en un discurso breve conseguía transmitir una reflexión tan profunda y diversificada sobre la vida.

"La cultura integrada" –respondí.

Yo acababa de leer Théorie de la violence, el último libro de Georges Labica, y tal vez aquél donde él, sin esfuerzo, revela ese don de transmitir una cultura integrada, nacida de la asimilación de una prodigiosa acumulación de conocimiento.

No he conocido a persona alguna como Georges Labica cuya reflexión sobre la violencia en la historia sea tan profunda, lúcida y creadora.

El tema ha sido tratado por grandes autores. Es actualísimo porque la humanidad continua nadando en un océano de violencia.

Más de una vez me interrogué sobre el impulso que lo llevó a escribir ese libro. El asunto, árido, traía en sí la certeza de que la obra no traspasaría las fronteras de un público limitado. Las motivaciones académicas también estuvieron ausentes de la selección hecha.

En la introducción, el autor abre una ventana sobre la cuestión al recordar que la existencia de la violencia coincide con "la aparición del hombre". Pero es en los tres primeros capítulos que la respuesta indirecta a la cuestión que coloqué queda esbozada.

Geoges Labica, partiendo del Libro de Job, del desafío de Prometeo y de una navegación por la mitología y el teatro griegos, desciende a las raíces de la condición humana para, acompañando a la violencia bajo su infinitas modalidades, desembocar a finales del siglo XXI en que ella permanece endémica.

Al reaccionar con indignación a los crímenes hediondos del presente y a las hecatombes de guerras contemporáneas, con frecuencia olvidamos que el ser humano busca en el pasado, casi con deleite, una cultura de violencia. Porque se reencuentra en ella. El interés que continúa inspirando la tragedia griega confirma esa realidad. En Esquilo, Sófocles, Eurípides –tres ejemplos–, el infanticidio, el uxoricidio, el parricidio y otras formas de violencia exacerbada están en la génesis de las relaciones familiares y sociales.

La cultura integrada de Labica, al iluminar escenarios muy diferentes, lleva al lector a una comprensión multidimensional de la violencia a lo largo de la Historia. En su reflexión él se pasea desde los dioses de la Babilonia, del Irán aqueménida, del Egipto faraónico, de los rituales sangrientos de Mesoamérica, de las pirámides de cráneos de Tamerlán hacia la visión de la violencia que inspiró a los pintores del Renacimiento al plasmar en obras inmortales los mitos de la antigüedad y el temor y la esperanza como motores de religiones nacidas del miedo a la muerte.

¿Hacia dónde nos conduce Georges Labica?

A los horrores, similares y diferentes, de la violencia moderna. Y es nuevamente su cultura integrada la que en el discurso del revolucionario imprime la fuerza de la evidencia a realidades obvias que la mayoría de la humanidad u olvida o no asimila porque no las interrelaciona.

Por la pantalla de la violencia desfilan entonces hecatombes humanas como las dos conflagraciones mundiales, las matanzas nazis, la larga cadena de guerras coloniales, genocidios como el de Rwanda, guerras de saqueo llamadas preventivas, como las de Iraq y Afganistán.

Como la cultura dominante es la de la violencia y no la de la paz, el capitalismo la utiliza como palanca y cimiento de la opresión social.

Un hadith famoso expresa bien la crueldad del orden impuesto por los de arriba: mientras más próximos estamos del poder, más nos alejamos de Dios.

En sus meditaciones sobre las funciones de la violencia, el autor de Robespierre, une politique de la philosophie nos lleva de Maquiavelo a Bush, en una caminata que pasa por Bonaparte y Hitler, sin dejar de recordar que una de las más devastadoras modalidades de la violencia, camuflada por una oratoria pseudohumanista, es la ejercida por el modo de producción capitalista, fuente de la explotación del hombre por el hombre.


ARGELIA Y LABICA

Argelia dejó marcas profundas en la vida, el pensamiento y la obra de Georges Labica.

Desde la juventud abominaba el colonialismo. Mas condenar un sistema de opresión y su ideología es diferente a conocer el monstruoso engranaje del colonialismo donde funciona.

Para el joven profesor llegado de Francia, el efecto del descubrimiento de la lucha del pueblo argelino y de la cultura árabe fue enorme. Su visión sobre la Historia y el combate de los pueblos no sería la misma sin la experiencia argelina. En una época en que en Europa se ignoraba prácticamente la cultura magrebina, Georges Labica fue uno de los primeros pensadores que contribuyó a su difusión en Francia. Sus libros sobre Ibn Khaldoun –el genial autor de La Muqaddima, filósofo, economista y precursor de la historiografía moderna– y acerca de Ibn Tufayl se tornaron indispensables para comprender la riqueza y profundidad del pensamiento, de la cosmovisión y la ciencia árabes de la Edad Media.

El compromiso político del intelectual fue, además, complemento del combate del militante comunista por la independencia de Argelia.


EL REVOLUCIONARIO

Comunista desde la juventud, Georges se aleja del PCF para no permanecer más en un partido que, participando del gobierno de la «gauche plurielle», avaló una política neoliberal tan capituladora, que –recordaba– privatizó más empresas de las que, juntos, privatizaran los gobiernos de derecha de Balladur y Juppé.

“Dejé el partido –le oí decir un día– para continuar siendo comunista”.

Conocí pocos revolucionarios con quienes me haya sentido tan plenamente identificado en los terrenos de la ideología y de la praxis.

Georges hizo de la ética –en la política y en la vida cotidiana- una exigencia permanente. Esa fidelidad difícil a principios y valores revolucionarios le creó a lo largo de la vida embarazos y antipatías incluso entre camaradas. Era un marxista incómodo. Ese compromiso con su cosmovisión se tradujo frecuentemente en críticas a los más altos dirigentes revolucionarios, no importa que los apoyara. Era incompatible con todas las formas de populismo. Como Lenin, asumía el tacticismo como una forma de oportunismo.

Más de una vez, en América Latina, lo vi permanecer de brazos caídos en actos públicos en los cuales la casi totalidad de los intelectuales participantes aclamaba con entusiasmo a un líder carismático cuyo discurso resbalaba hacia la demagogia populista.

La ausencia de vanidad era una característica de su personalidad. No cultivaba la modestia. En él era espontánea.

Coincidimos algunas veces en México y en Caracas. Esos encuentros fueron muy gratificantes para mí y mi compañera por la amistad que nos vinculaba a Georges y Nadya.

No olvido una mañana en Coyoacán, en Ciudad México, cuando visitamos la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera, que todos admirábamos, y la cercana, donde Trotsky residía y fue asesinado.

Momentos como esos abrían puertas a interminables conversaciones sobre la bella e inquietante aventura del hombre, empujado hoy a un abismo por un sistema de poder monstruoso y la contracultura por él impuesta a escala mundial.

Conversar con Georges ayudaba a transformar el conocimiento en cultura, en un proceso de asimilación difícil de comprender. Difícil porque fue un pensador que amó con pasión la palabra. Pudiera haber sido como otros un filósofo creador y un revolucionario íntegro y un escritor banal. Pero Georges Labica, al lanzar puentes entre las ideas y el lenguaje, creó un estilo que lo proyecta como gran escritor. Al releer hoy sus textos recuerdo grandes clásicos franceses del siglo XVIII, porque la forma y la esencia del pensamiento se funden armoniosamente, inseparables.

Cuando el tema de nuestras conversaciones giraba alrededor de la globalización como último estado del imperialismo, Georges recordaba que el fenómeno imponía una necesidad de repensar el mundo de manera multidimensional, en los frentes de la economía, la política, la ideología, la ética, la estrategia, la cultura. Y, partiendo de ahí hacia la mundialización de la violencia, alertaba respecto a la inevitabilidad de la violencia emancipadora como respuesta a la primera.

Cada vez más –subrayaba- el discurso de la "seguridad" es erigido en ideología dominante, sirviendo para justificar la represión impuesta a los pueblos por el sistema, a escala planetaria.

La desigualdad de medios en el combate al engranaje de la globalización imperial no hacía que Georges Labica resbalara hacia el pesimismo desmovilizador. Al contrario. Él tenía una convicción profunda de que el sistema será vencido y erradicado.

Por ahora no se vislumbra la luz al final del túnel. Pero la lenta y necesaria convergencia de las luchas de pueblos muy diferentes -creía- acabará generando un nuevo internacionalismo, de contornos por ahora imprevisibles.

En esta lenta caminata en defensa de la humanidad, democracia y revolución eran para Georges Labica indisociables.





Amigos y amigas:

Permítanme terminar con una nota personal.

Hace dos años, al final de un almuerzo en su apartamento de Lê Pecq, Saint Germain en Laye, donde cuadros y objetos de arte conducen al visitante a imaginar la caminata de Georges Labica por las calles del mundo, Nadya hizo una confidencia de la que guardo memoria:

“Cuando lo vi por primera vez en un aula del liceo donde impartía clases, yo era una joven estudiante de Kabilia que salía de la adolescencia. Pero pensé: "Este joven va a ser el hombre de mi vida". Y lo fue. Estamos casados hace medio siglo y lo amo como en los años de la juventud”.

Por mi parte, hablo de la amistad que creció en paralelo con la admiración.

Con el paso del tiempo aprendí que el sentimiento de amistad es muy diverso; incluyo entre los menos comunes el que me ligó a Georges Labica.

Él tenía el poder de transmitir confianza cuando me escribía, manifestando aprecio por mis modestos escritos e identificación con las posiciones e ideas que yo asumía.

Es reconfortante, amigos, la certeza de que la obra y el ejemplo de Georges Labica sobrevivirá a su desaparición física.

Revolucionarios como él son raros. Son imprescindibles para la transformación humanizada de la vida.


Argel, 15 de febrero de 2010


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