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GRAMSCI, Antonio (1891-1937)

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GRAMSCI, Antonio (1891-1937)

Nota Mié Ene 27, 2010 10:14 pm


Introducción

Ales, Cerdeña (Italia), 22 de enero de 1891 - Roma (Italia), 27 de abril de 1937. Militante, pedagogo, filósofo y teórico marxista.

Nacido en una familia humilde en la isla de Cerdeña, una región de Italia tradicionalmente ignorada por el gobierno, fue el cuarto de siete hijos de Francesco Gramsci y Giuseppina Marcias.

Gramsci era un estudiante brillante y ganó un premio que le permitió estudiar en la Universidad de Turín (1911-1919), donde se familiarizó con la literatura. En aquel entonces Turín estaba en proceso de industrialización y las fábricas de Fiat y Lancia estaban reclutando obreros de las regiones más pobres. Los sindicatos ya estaban establecidos y se estaban dando los primeros conflictos sociales. Gramsci estuvo muy involucrado en estos eventos, frecuentaba círculos socialistas y se asociaba con emigrados de Cerdeña, lo que le permitió seguir ligado a su cultura nativa.

Sus dificultades familiares en Cerdeña ya le habían formado su visión del mundo, que se refrendó con sus experiencias en Turín. Por extensos trabajos físicos en su juventud quedó jorobado.

Ingresó en 1914 el Partido Socialista Italiano (PSI), y rápidamente adquirió fama por sus escritos políticos y periodísticos en periódicos izquierdistas como L'Avanti (órgano oficial del Partido Socialista).

Fundó junto a Angelo Tasca, Palmiro Togliatti y Umberto Terracini el diario L'Ordine Nuovo (reseña semanal de cultura socialista) en 1919 y colaboró en la revista La Città Futura. Participa en el movimiento de los consejos de fábrica de Turín (1919-1920).

Este grupo, junto con disidentes del PSI encabezados por Amadeo Bordiga, forman la base del Partido Comunista Italiano (PCI) el 21 de enero de 1921. Gramsci se convirtió en líder del partido desde su creación, aunque por detrás de Bordiga hasta que éste perdió la dirección en 1924. Las tesis de Gramsci fueron adoptadas por el PCI en su Congreso de Lyon de 1926.

En 1922 Gramsci representó al PCI en una reunión de la Komintern en la Unión Soviética, donde conoció a su esposa Giulia Schucht, una joven violinista con quien Gramsci tendría dos hijos.

Su misión en la Unión Soviética coincidió con el ascenso del fascismo en Italia y Gramsci regresó con instrucciones para unir a los partidos de izquierda contra el fascismo. Tal frente tendría idealmente al PCI en el centro, pero otras fuerzas se disputaban el papel. Los socialistas tenían cierta tradición en Italia, mientras el PCI parecía demasiado reciente y radical. Muchos creían que una coalición dirigida por los comunistas se habría alejado del debate político y habría corrido el riesgo de aislarse.

Gramsci es electo diputado por Venecia en 1924 y lanza el periódico L'Unità (órgano oficial del PCI) desde Roma. Su familia permaneció en Moscú. En 1926, tras la muerte de Lenin, escribió una carta al comité central del PCUS en el que criticó a la oposición, pero también señaló que "hoy ustedes están destruyendo su propia obra y corren el riesgo de anular la función dirigente que el partido comunista de la URSS había conquistado [...] vuestros deberes rusos pueden y deben ser llevados a cabo sólo en el cuadro de los intereses del proletariado internacional". Togliatti, delegado del PCI en Moscú, prefirió no entregar la carta. Esto creó un conflicto entre ambos que nunca se resolvió en su totalidad.

El 8 de noviembre 1926 fue detenido y encarcelado por orden de Mussolini a pesar de gozar de inmunidad parlamentaria y fue llevado a Regina Coeli, la famosa prisión de Roma. De inmediato fue sentenciado a cinco años de confinamiento en la isla remota de Ustica. Al año siguiente fue condenado a veinte años de cárcel. Entre 1929 y 1935 escribió Los cuadernos de la cárcel, formados por treinta y dos cuadernos, de 2.848 complejas páginas que no fueron pensadas para ser publicadas y contienen reflexiones y apuntes elaborados durante su reclusión. Fueron enumerados, sin tener en cuenta su cronología, por su cuñada Tatiana Schucht que, junto con Piero Sraffa, logró sustraerlos de las inspecciones policiacas y entregarlas al banquero Raffaele Mattioli, secreto financiador de las redacciones de Gramsci, que las confió en Moscú a Palmiro Togliatti y a los otros dirigentes comunistas italianos. Su condición física comenzó a deteriorarse y en 1932 la Unión Soviética trató de intercambiarlo por otros prisioneros con el gobierno fascista, pero las negociaciones fallaron. En 1934 le fue concedida la libertad condicional por su mala salud.

Murió en Roma el 27 de abril de 1937, a los 46 años de edad. Está enterrado en el llamado Cementerio Protestante de Roma.





Ensayo





Sobre Gramsci (ensayos)





Sobre Gramsci (artículos)





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Nota Mié Ene 27, 2010 10:15 pm
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    Antonio Gramsci: hegemonía y contrahegemonía (por educatina, 2012; fuente)


    Antonio Gramsci (Cortometraje animado sobre el pensamiento y la vida del militante comunista Antonio Gramsci. Producido y emitido por el canal Encuentro, televisión pública de Argentina, en el marco del programa "Cultura para principiantes", en enero de 2016, con dirección y montaje de Diego Levy y guión de Juan Carlos Kreimer. Fe de errores: Gramsci no trabajó nunca en la fábrica de FIAT en Turín. Fuente)

Nota Jue Feb 11, 2010 3:32 pm
José María Laso Prieto, en "Antonio Gramsci", en Diccionario de filosofía contemporánea, ediciones Sígueme, Salamanca, 1976, págs. 192-193, escribió:Antonio Gramsci (1891-1937). Estudió lingüística y filología en la universidad de Turín. Después de una precoz colaboración en la prensa socialista, funda la revista L'Ordine Nuovo que llega a constituir un hito en el nivel teórico del marxismo italiano. Con gran entusiasmo, y no menor rigor, Gramsci se esforzó porque L'Ordine Nuovo aportase al pensamiento y a la «praxis» marxista la altura necesaria para que pudiesen alcanzar su plena efectividad revolucionaria. De hecho, su labor periodística constituyó un serio intento de reforma intelectual y moral, inspirado en el precedente idealista de B. Croce, para fundamentar en el marxismo una gran labor de esclarecimiento y crítica de los basamentos sociológicos de la cultura nacional italiana.

No menor importancia revistió su actividad como dirigente político, ya que se convirtió en el teórico y organizador de los «consejos de fábrica» que por entonces florecieron en Turín. Posteriormente, tras un período de intensa militancia en el movimiento socialista, Gramsci encabeza el núcleo fundacional del partido comunista italiano. Proclamado el fascismo, Gramsci es detenido, no obstante la inmunidad parlamentaria que gozaba como diputado, y condenado a veinte años de prisión. En tan difíciles condiciones redacta sus célebres Quaderni del carcere, que lo consagraron como autoridad teórica del movimiento obrero internacional.

Superada su etapa crociana inicial –pero con consecuencias enriquecedoras de su pensamiento que subsistirán en el conjunto de su obra– Gramsci percibe precozmente el marxismo como una auténtica ruptura de toda ilusión especulativa. Tal orientación podría ser sintetizada en la célebre fórmula gramsciana de que «todo es política». Empero, si en Gramsci, no obstante sus preocupaciones teóricas y el elevado nivel con que abordó las más complejas tareas intelectuales. la actividad del militante revolucionario ocupa un primer plano, no por ello incurre en un practicismo político estrecho. Por el contrario, como señala el profesor M. Sacristán, «toda la obra de Gramsci queda estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento del marxismo y de elevar esta concepción filosófica, que por necesidades de la vida práctica se ha venido ‘vulgarizando’, a la altura que debe de alcanzar para la solución de las tareas más complejas que propone el actual desarrollo histórico; es decir, elevarlo a la creación de una cultura integral». Según Sacristán, «Gramsci cumplirá esta tarea, de acuerdo con la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha alcanzado en la literatura marxista. Por encima del accidental origen de la expresión, Gramsci es realmente el filósofo de la práctica» {1}.

Para Gramsci, la filosofía de la praxis no se daba todavía bajo una forma propiamente «filosófica», en el sentido de un sistema coherente y organizado. Surgió en forma de aforismos y criterios prácticos, debido a que su creador –Marx– no pudo elaborarla por haberse concentrado en otros problemas. Polemizando con B. Croce –que reducía el marxismo a una metodología histórica– Gramsci postulaba una premisa teórica: «la filosofía de la praxis está por elaborar; lo que no significa que no exista potencialmente, sino, por el contrario, que incumbe a los seguidores de Marx y Engels desarrollar lo que éstos han dejado en germen» {2}.

En consecuencia, Gramsci aporta su propia contribución. A la pregunta '¿Qué es la filosofía?' responde negando la existencia de una «filosofía en general», para afirmar la de diversas filosofías, o concepciones del mundo, entre las que se debe de optar. Combatiendo las concepciones elitistas de la filosofía, Gramsci considera que ésta no debe reservarse exclusivamente a «filósofos profesionales» ya que en la medida que se trata de una actividad intelectual practicada generalmente «todos los hombres son filósofos».

El énfasis historicista de Gramsci hace adquirir a su pensamiento especificidad propia en el seno del marxismo. Como indica G. Bueno, «el materialismo histórico, bajo la influencia de Engels, habría experimentado constantemente una tendencia a desplazarse hacia el materialismo dialéctico (en el sentido naturalista); como compensación a ese desplazamiento podrían entenderse gran parte de las interpretaciones ‘voluntaristas’, ‘subjetivistas’ o ‘metafísicas’, consistentes en subrayar los momentos del ‘espíritu subjetivo’ y del ‘espíritu absoluto’ (marxismo cristiano, marxismo moral, etc.). Gramsci representaría la interpretación de esa vuelta al revés de Hegel –de Croce– en el sentido de desplazamiento del ‘centro de gravedad’ de la historia al lugar ontológico que, en el sistema hegeliano, se designa como ‘espíritu objetivo’».

Con ello la filosofía deja de ser un estéril manejo de conceptos para pasar a ser acción tanto como concepción.

La identificación filosofía-política-historia constituye el núcleo de la concepción gramsciana de la filosofía. Para Gramsci, en efecto, la política es el primer momento donde la filosofía se halla en la fase de simple y elemental afirmación. En consecuencia, la filosofía, concebida como «reflexión critica» es también política; es decir «acción permanente», y, en este sentido, su identificación con la política significa: realización concreta y necesaria de una teoría o de una concepción del mundo.

Sin embargo, Gramsci no se desentendió de las ciencias naturales ni de los problemas epistemológicos generales. Al igual que Lenin, profundizó en la problemática de la física contemporánea para fundamentar científicamente la noción de objetividad y así contribuir a resolver el arduo problema de la relación entre ciencia y filosofía. La misma finalidad persigue cuando se plantea el problema de la denominada «realidad del mundo externo», estudia la relación entre ciencia e instrumentos científicos, o profundiza en la elaboración del concepto de ciencia. «Lo que interesa a la ciencia no es tanto... la objetividad de lo real cuanto el hombre que elabora sus métodos... que rectifica constantemente sus instrumentos materiales... y lógicos –incluidos los matemáticos– lo que interesa es la cultura... la relación del hombre con la realidad por medio de la tecnología. Incluso en la ciencia buscar la realidad fuera de los hombres... (no es sino) una paradoja...» {3}. Así trataba Gramsci de basar en sólidos fundamentos epistemológicos la Weltanschauung que haga del marxismo una auténtica filosofía.

No obstante, el esfuerzo teórico de Gramsci no constituía una pretensión asépticamente especulativa. Su precoz instinto político le hizo percibir que el cientificismo tras el que se ocultaban las posiciones revisionistas de los líderes de la II Internacional tenía no sólo raíces sociales objetivas, sino también fundamentos gnoseológicos de claro origen positivista. De ahí su triple lucha contra las impregnaciones que en el seno del marxismo habían alcanzado el positivismo, el determinismo económico y el reduccionismo sociologista. Sin por ello descuidar la necesidad de un «ajuste filosófico de cuentas» con el idealismo de Benedetto Croce, soporte ideológico fundamental de la burguesía italiana. Tal es el origen de la atención especial que dedicó al problema de las relaciones entre base (infraestructura) y superestructura, a la función del bloque histórico y a su interconexión con ambos planos de la formación histórica. Su exhaustiva investigación del papel de los intelectuales como «funcionarios de las superestructuras» y la distinción –ya clásica– entre «intelectual tradicional» e «intelectual orgánico», completa una faceta de la aportación teórica gramsciana de indudable trascendencia filosófica. Reviste también importancia su diferenciación entre «ideologías históricamente orgánicas» e «ideologías arbitrarias»; así como el conjunto de su amplio trabajo acerca de la crítica de la cultura.

Actualmente, asistimos a un movimiento mundial de revalorización del pensamiento filosófico y político de Gramsci. A ello contribuyen los congresos internacionales de estudios gramscianos –que periódicamente organiza el Instituto Gramsci–, la edición de sus obras en los más diversos idiomas, y el hecho de que existe general coincidencia en considerar que el análisis de Gramsci representa la única verdadera tentativa marxista de explicitar las modalidades del paso al socialismo en las condiciones del capitalismo avanzado. Ese es el origen de la vigencia del pensamiento de Gramsci. O, más precisamente, su creciente actualidad a medida que la problemática contemporánea se centra cada vez más en la temática que constituyó su preocupación fundamental.

Las obras de Gramsci han sido publicadas por Giulio Einaudi de Turín. Han aparecido ya Lettere dal carcere (1947), Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce (1948), Gli intellettuali e l´organizacione della cultura (1949), Note sul Machiavelli, sulla política e sullo stato moderno (1949), Letteratura e vita nazionale (1950), Passato e presente (1951), L'Ordine Nuovo (1954), Scritti giovanile (1958), Sotto la Mole (1960). Una edición crítica de las obras completas de Gramsci, realizada por un equipo del «Instituto Gramsci» dirigido por Valentino Gerratana aparecerá próximamente.

En castellano se han editado: Cultura y literatura, Barcelona 1967; Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona 1969; La política y el estado moderno, Barcelona 1971; Antología (selección y notas de M. Sacristán), Madrid 1974.

Sobre Gramsci: A. R. Buzi, La teoría política de Gramsci, Barcelona 1969; D. Grisoni-R. Maggiori, Leer a Gramsci, Madrid 1974; J. M. Laso Prieto, Introducción al pensamiento de Gramsci, Madrid 1973; F. Lombardi, Las ideas pedagógicas de Gramsci, Barcelona 1973; J. M. Piotte, El pensamiento político de Gramsci, Barcelona 1973.





Notas al pie de página

    {1} Cita transcrita en el prólogo de D. Grisoni-R. Maggiori, Leer a Gramsci, Madrid 1974, pág. 11.

    {2} Ibídem, pág. 218.

    {3} A. Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Buenos Aires 1971, pág. 63.[/size]

Nota Jue Oct 21, 2010 4:13 pm
Rossana Rossanda, en "La importancia de Antonio Gramsci, a 70 años de su muerte", Il Manifesto, el 1 de mayo de 2007 y reproducido por Sin Permiso el 6 de mayo de 2007, traducido por Leonor Març, escribió:Hace setenta años moría en una clínica Antonio Gramsci. Al funeral no fue nadie, salvo la cuñada, Tatiana, y la policía. Había sido detenido en 1926 y había recobrado la libertad unas pocas semanas antes, extenuado por la enfermedad y no sólo por ella. Si para morir se precisa de cierto consentimiento, el suyo debió verse propiciado por la percepción de que no era ya querido en parte alguna: no en Moscú, en dónde se encontraban la mujer, los hijos y los compañeros; no en Ghilarza, en donde se hallaba su familia de origen. De esto, nada dijo a la afectuosa no amada Tatiana, y si se lo confió a Piero Sraffa, Piero Sraffa no nos dejó constancia testimonial. Sin embargo, de lo que pasó en el mundo entre el 26 y el 37 tuvieron que haber hablado largo y tendido los dos en una clínica por fin sin presencia policial, y Gramsci debió de llegar a saber mucho de todo lo que había podido entrever y columbrar. En la URSS, la colectivización de las tierras, luego el asesinato de Kírov y el inicio de la liquidación del Comité Central elegido en 1934, y en 1936, justo un año antes, el primero de los grandes procesos. Fuera de la URSS, la crisis de 1929, el ascenso del nazismo en Alemania en 1932, la agresión italiana a Abisinia en 1935 y en 1936, el Frente Popular en Francia pero también el ataque de Franco a la República española. ¿Qué pensamientos le suscitó todo eso? ¿Qué podía esperar del retorno a la libertad? Difícil imaginar una existencia más doliente: por las miserias del cuerpo, por la derrota, por la soledad, por la lucidez.

No me parece que en Italia sea recordado con alguna calidez. Tan sólo por parte de Mario Tronti en la Cámara. Nosotros mismos se la negamos discutiendo sobre un contraste con Edward Said —dos cabezas, dos culturas, dos épocas, dos terrenos— completamente ajeno. Menos que nunca podría ser reevocado por el partido del que Togliatti había dicho que él, Gramsci, era el fundador, y que acaba de ser enterrado en Florencia la semana pasada. Para el difunto PCI había sido —convenientemente depurado y desproblematizado— la carta ganadora en el horizonte de la Italia de la postguerra, prueba de una autonomía respecto de la ortodoxia soviética. Era un mártir del fascismo. Había, pues, que honrarle, que, desplumado, no habría ya de perturbar la calma del ejecutivo de la Internacional Comunista ni de su propio partido. Tras 1956, su retrato vino a sustituir al de Stalin en las paredes de la calle Botteghe Oscure [la sede central del PCI en Roma].

Bajo largo silencio quedó el hecho de que en 1926, poco antes de su detención, había escrito al ejecutivo de la IC para protestar contra la decisión estaliniana de dejar fuera a Trotsky, y no porque estuviera de acuerdo con Trotsky, sino porque le resultaba irresponsable, en pleno fracaso de la Revolución en Europa, quebrantar la unidad del grupo dirigente de 1917, o de lo que de él quedaba. Y el hecho de que, tres años después, sus compañeros de cárcel habían condenado sus tesis opuestas a la línea de 1929, y lo habían aislado. Lo que le suscitó la amarguísima duda de si Togliatti, lejos de hacer algo para sacarlo de la cárcel, lo prefería dentro. Y si había conservado la esperanza de que la IC pudiera ser menos mezquina que el PCdI, enterarse en 1937 de que Moscú le estaba prohibido, se la había quitado toda. Es imposible que no hablara de eso también con Sraffa, pero Sraffa se negó a comentarlo con Tatiana y nada ha dejado dicho.

En los años sesenta, Rinascita lo publicó todo, la carta al ejecutivo de la IC, cuya autenticidad había sido negada, el choque con Togliatti, el informe de Athos Lisa sobre la ruptura en la cárcel. Y salió la edición completa de las Cartas. Y Paolo Spriano trató de ir más al fondo, despertando la hostilidad de Amendola. Pero era tarde. Nadie dentro del partido se rasgó las vestiduras; fuera de él, tampoco. Pocos años después, extinta toda pasión política, el PCI aparecía triunfante en la escena electoral, y la generación de 1968 ni siquiera había hojeado a Gramsci. Tenía prisa, pensaba en cadencias veloces y victoriosas, y Gramsci era el pensador de la derrota de las revoluciones en Europa. Por esos años se lo estudió más en el extranjero, en un ambiente de indiferencia de los ortodoxos y de las nuevas izquierdas. En Italia, se ha convertido en objeto de estudiosos capaces, más o menos alejados de la política. Hasta sus cenizas reposan todavía aparte, en el pequeño cementerio de los a-católicos que los romanos llaman de los ingleses, próximo a la Pirámide Cestia.

El uso que de Gramsci había hecho el PCI contribuyó al recelo de 1968 y posterior. Digo uso y no abuso, porque no se trató propiamente de una falsificación (la interpretación corriente siguió siendo la misma después de la publicación rigurosa de los Quaderni hecha por Valentino Gerratana). Hubo una acentuación de los elementos que estaban en la línea del PCI después de la guerra. El eje lo constituyeron, sobre todo, los fragmentos sobre la guerra de posiciones y la guerra de movimiento.

En este punto, las notas tienen en los Quaderni un desarrollo desigual y están fechadas en torno a 1930. El núcleo es en substancia éste: allí donde el poder de la clase dominante se sostiene no sólo en el estado, sino que descansa sobre una sociedad civil avanzada y compleja, el movimiento revolucionario no puede triunfar mediante un ataque al vértice del aparato estatal (guerra de movimiento), sino en la medida en que haya conquistado las “trincheras” de la sociedad civil (guerra de posiciones). Sólo allí donde el estado detenta todo el poder frente a una sociedad civil débil y poco estructurada, puede ocurrir lo contrario. Atento al ojo de la censura, Gramsci se sirve de un lenguaje enmascarado y “militar” —él mismo se percata de las limitaciones del mismo—, pero la traducción no resulta difícil. Guerra de movimiento es una revolución que, aun si lograra hacerse rápidamente con la cúspide del poder estatal, no conseguiría mantenerse frente a la resistencia de una fuerte sociedad civil, a la cual, por eso mismo, hay que penetrar antes, recodo a recodo, mediante una tenaz guerra de posiciones. Ejemplos: el Occidente presenta sociedades civiles robustas; el Este, sociedades frágiles. Gramsci no pudo escribirlo en términos explícitos, pero es una de las razones por las cuales fracasaron las revoluciones de la primera postguerra, mientras que, en cambio, el Octubre triunfó en Rusia.

Aquí se abre una serie de problemas. Parecería preliminar la definición, el uno respecto de la otra, del estado y de la sociedad civil. En los Quaderni las fronteras se desplazan, y a veces, intersectan y aun se confunden, como en el caso del régimen fascista. Mas la tesis es clara: el poder del capital no se halla entero y sólo en los aparatos represivos del estado, y no sólo porque —asunto parcialmente equívoco también en Marx— la “estructura” determinante es la del modo de producción que la ideología burguesa querría distinta de las instituciones del estado, sino también porque, como “consejo de administración de los negocios de la burguesía”, el estado tiene una esfera propia de autonomía, la cual, por lo demás, ha ido precisándose y redefiniéndose en los sucesivos decenios. Sobre todo en los regímenes que Arendt llama “totalitarios”, ya los fascistas, ya los comunistas (que no han extinguido de hecho el estado). Yo no sé si en los primerísimos años 30 Gramsci estuvo en condiciones de pensarlo; desde luego, no de escribirlo. La distinción sigue siendo hoy problemática, y no se la puede despachar con un recurso a la dialéctica entre los dos momentos, que —también en Gramsci— es más sofisma que explicación.

El caso es que, en la época, ningún comunista pensaba que se pudiera por menos de romper el aparato del estado, y nada autoriza a creer que fuera para Gramsci la guerra de posiciones otra cosa que el preludio de la revolución política. En suma: condición necesaria, pero no suficiente. Era lo que distinguía a los comunistas de la socialdemocracia y el parlamentarismo. Y lo siguió siendo por mucho tiempo. En 1956, con el VII Congreso, el PCI da indicios de un salto teórico: tal vez se pueda hacer de más y de menos con la ruptura revolucionaria del estado: pero no lo explicita apertis verbis, y no es éste lugar para dirimir si por razón de las relaciones de fuerza o por prudente recato ante un giro radical en materia de principios.

Es verdad que la práctica política con la que creció el PCI no dejó por un momento de apelar al Gramsci de la guerra de posiciones, junto a la tendencia a acusar de aventurerismo a quien quisiera ir más allá, en Italia y en el mundo. El caso de 1968 es sólo el más paradigmático: tras una cierta vacilación, el PCI ni siquiera llegó a comprender que si no se daba desembocadura a semejante arreón, acabaría por degenerar en formas extremas y condenadas a la derrota, como ocurrió en Italia y en Alemania en los años siguientes.

Sin abandonar la línea teórica, el discurso se reducía a la táctica: nunca era el momento, nunca nos hallábamos ante una “crisis general”; ningún documento del PCI llegó a negar la existencia de un conflicto de fondo entre las clases. Para cancelar el concepto, ni siquiera bastó el giro de 1989 y el cada vez más frecuente uso negativo, basado en el Gramsci juvenil, de la categoría de “jacobinismo”. Resulta a fin de cuentas divertido —suponiendo que haya alguna ironía en la historia— que haya habido que esperar a la disolución de los DS [Demócratas de Izquierda] en 2007 para que Walter Veltroni declarara un sinsentido, y por lo tanto, necesitada de supresión (o de represión), la guerra de clases, o más bien —habiendo dejado el término “guerra”a los estados y a sus empresas “humanitarias”—, el conflicto.

En su ensayo de 1976 en la New Left Review, Perry Anderson excluía que de esa deriva del PCI pudiera imputarse responsabilidad a Gramsci, a quien veía anclado en la tesis marxista de la necesidad de una ruptura de la legalidad estatal. Por su parte, Anderson insistía en el carácter “militar” (Trotsky) de la misma, porque ninguna conquista de la sociedad civil (la necesidad de la cual no negaba) podía incidir en el monopolio estatal de la violencia y el su uso en exclusiva de los medios violencia que son la policía, el ejército y la tecnología avanzada de las armas.

La verdad es que, con los ojos de 2007, la cuestión se vuelve a plantear en todos sus términos: ninguna revolución socialista se ha dado sin una ruptura política, y en distintos grados, violenta; pero todas las revoluciones llamadas socialistas o comunistas han fracasado, o degenerado, o desplomado, siendo el de la URSS solamente el caso más imponente. De lo cual, contrariamente a Anderson, se puede si acaso deducir que los fragmentos de Gramsci no se referían sólo a Occidente, sino que traducían una preocupación sobre la evolución de la Revolución rusa, en donde no se había dado una previa hegemonía sobre la sociedad civil. Ciertamente, esto habría entrañado consecuencias sobre el grado de madurez o inmadurez de una revolución a las que nadie en aquel tiempo, y luego, tampoco en los años 70, se habría atrevido a llegar, so pena de encontrarse situado mucho pasos por detrás de Bersntein.

Queda el hecho de que el trabajo de Gramsci representa la primera brecha abierta en las categorías sumarias con que se pensaron en el siglo XX no sólo las revoluciones, sino la naturaleza de la sociedad y la relación entre las instituciones del estado y la sociedad. Hoy, cuando con la llamada globalización el poder a escala mundial parece apoyarse bastante más en las redes de los capitales que en los estados nacionales —aun quedando como monopolio de éstos el uso de la violencia—, la elaboración gramsciana de comienzos de los años 30 merecería más que nunca reelaboración y actualización. Siempre que, huelga decirlo, no se tiren por la borda ni el concepto de modo de producir capitalista, ni el de libertad, una actitud, por lo demás, tan común entre la vieja ex-izquierda como entre la nueva izquierda.

Nota Dom Jul 23, 2023 3:19 pm
Aitor Bizkarra, en "Gramsci, cultura, política", en Gedar, el 11 de enero de 2023, escribió:

Parece que Antonio Gramsci se ha convertido en parte del atrezzo intelectual de casi todos los debates políticos, al menos a partir de mediados de los 70. Desde entonces, en todas partes se habla de "hegemonía", de "revolución pasiva", de "bloques históricos"... pero no siempre con la precisión que exige el pensamiento político honesto y comprometido. Para Gramsci el folclore es una concepción del mundo de las clases subalternas, una concepción del mundo asistemática y no cultivada, en la que se van acumulando como sedimentos los elementos de las concepciones del mundo de los tiempos históricos pasados y las nociones científicas contemporáneas descontextualizadas y banalizadas. Así pues, paradójicamente, si nos fijamos en los elementos sueltos de la teoría política de Gramsci, puede considerarse que forman parte del "folclore filosófico-político" actual. Según Hobsbawm, la terminología de Gramsci suele aparecer «sin rigor, como ocurrió con los términos freudianos durante la guerra» (Hobsbawm, 2011:321). Sin embargo, se podrían poner más ejemplos, no es un hecho inusual; por ejemplo, algo parecido ocurre en la actualidad con otro término utilizado por John L. Austin para designar determinadas acciones lingüísticas, etc.

A finales de noviembre de 1917, Gramsci escribió un artículo sobre la revolución bolchevique de octubre titulado "La revolución contra el Capital". En realidad, hubiera sido un nombre más apropiado para el artículo –aunque quizá no más llamativo– "La revolución contra la II Internacional" o "La revolución contra la comprensión mecánica de la historia". De hecho, en ese artículo denunció cómo, a pesar de que las relaciones sociales capitalistas estaban aún subdesarrolladas, muchos marxistas no podían entender lo que ocurría (y estaba ocurriendo) en Rusia porque no habían tenido en cuenta el elemento de la voluntad colectiva. Esto no quiere decir que Gramsci absolutizara el elemento de la voluntad (1). Al contrario, tenemos el apremio de entender la voluntad colectiva, política, como él decía, en el «sentido moderno», es decir, «como conciencia activa de la necesidad histórica» (Gramsci, 2018:8). Es decir, como dice Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, «los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con las que se encuentran directamente» (Marx, 2016:250). Como diría más tarde, existen dos polos principales del error en el análisis histórico-político, el «economismo» y el «ideologismo»: «en un caso, se sobrevaloran las razones mecánicas; en el otro, se ensalza el elemento voluntarista e individual» (Gramsci, 2018:34).

No en vano eran de sus textos favoritos el prólogo del 59 de Marx y las tesis sobre Feuerbach. Por un lado, defendía que los análisis políticos de situaciones concretas debían basarse en los dos principios fundamentales sobre el devenir general de la historia extraídos del prólogo del 59: «1) ninguna sociedad asume como objetivo labores para cuya solución no existen las condiciones necesarias o están, al menos, en vías de aparición y desarrollo. 2) Ninguna sociedad puede desaparecer ni ser sustituida si no desarrolla previamente todas las formas de vida implicadas en sus relaciones sociales» (Gramsci, 2018:33) (2). Por otra parte, el mismo materialismo contemplativo que Marx criticaba a Feuerbach lo veía en varios marxistas de tendencia mecanicista. Salvo una época relativamente voluntarista de juventud, se puede decir que todo el pensamiento de Gramsci se articula en el complejo equilibrio entre esos «dos polos del error».

El concepto más conocido empleado por Gramsci es, sin duda, "hegemonía". A partir de finales del siglo XIX la cuestión de la hegemonía fue central en los debates táctico-estratégicos en Rusia: primero en las organizaciones que precedieron a la socialdemocracia rusa (véase Grupo para la Emancipación del Trabajo de Plekhanov); y después, en la propia socialdemocracia rusa. En último término, más allá de la lucha económica contra los patrones, en la lucha política contra el zarismo, la de la hegemonía era la cuestión del papel de guía que el proletariado debe jugar con respecto a las demás clases subalternas. El libro ¿Qué hacer? (1902), de Lenin, está atravesado por esa temática, por ejemplo. Sin embargo, la internacionalización del concepto de hegemonía vino más tarde de la mano de la Komintern, en cuyo IV Congreso Mundial (1922) Gramsci participó (3).

En cualquier caso, Gramsci renovó el concepto, principalmente en dos aspectos. En primer lugar, aunque lo mantuvo como un concepto básico para pensar en la cuestión táctico-estratégica, lo sacó fuera del contexto de la formación social concreta del Este (Rusia). En segundo lugar, más allá del uso táctico-estratégico, lo utilizó como herramienta analítica para estudiar la modalidad particular de poder en las democracias avanzadas occidentales.

«En Oriente todo era Estado, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa» (Gramsci, 2018:53); es decir, las condiciones socioeconómicas y culturales generales de Rusia no tenían, en el sentido capitalista, ningún desarrollo y consistencia, y además el arraigo civil del zarismo estaba muy comprometido, entre otras cosas, por la I Guerra Mundial. Y precisamente por eso se produjo con éxito la guerra de movimientos, la toma de poder insurreccional.

En el Occidente avanzado, sin embargo, la situación era muy distinta, y a partir de 1921 se hizo evidente la necesidad de repensar la estrategia, ya que, aunque la revolución bolchevique fuera fuente de inspiración, no era adecuada, por ejemplo, en Alemania, como modelo de toma de poder. «En Occidente, entre Estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del Estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robusta cadena de fortaleza y casamatas» (Gramsci, 2018:53). Es decir, en Occidente el poder político de la burguesía no consistía sólo en el funcionamiento del aparato coercitivo y de la administración del Estado, sino que existía también un elemento cultural de consenso muy fuerte arraigado en la sociedad civil.

Esto no quiere decir que la autocracia feudal del Zar se basara exclusivamente en la fuerza, y la democracia burguesa, en cambio, en la dominación cultural de la burguesía. Dice uno de los habituales clichés de las interpretaciones reformistas de Gramsci, que según él la subordinación capitalista es fundamentalmente cultural. Se limita así el papel de una hipotética estrategia socialista actualizada a agitar conciencias y a obtener mayorías aritméticas en las elecciones. En realidad, a través de estas concepciones no se hace sino despolitizar el pensamiento de Gramsci, pues ignora las cuestiones de la explotación económica y del carácter burgués del Estado: convierten a Gramsci en «sindicalista cultural» (Ruiz Sanjuán, 2015:9).

En realidad, la capacidad de coerción de los estados capitalistas occidentales avanzados era más avanzada que la del régimen zarista, debido a la influencia directa del desarrollo tecnológico-industrial en la capacidad de coacción. Pero, además, la burguesía disponía de una impresionante red de trincheras políticas y civiles (medios de comunicación, sistema educativo, intelectuales, ilusión de poder popular que provocan las elecciones...) para imponer su cosmovisión en las masas. Comparado con el modelo de dominación de los Zares en Rusia, el modelo de dominación de la burguesía moderna en la Europa occidental tenía un gran predominio cualitativo: no sólo era dominante política y económicamente, sino que era, además, civilizadamente hegemónica.

Gramsci, por tanto, empleó el concepto de hegemonía para, por un lado, analizar la complejidad de la modalidad de poder de la burguesía moderna; y, por otro lado, diseñar una estrategia comunista que pudiera hacer frente a esa correlación multidimensional de fuerzas. Como herramienta de análisis y diseño.

El concepto de hegemonía permite concebir una política revolucionaria adaptada a la fase histórica, teniendo en cuenta el elemento de la lucha cultural de clases. Por tanto, la hipótesis de Gramsci es que el proletariado revolucionario debe tener en cuenta la dimensión de la hegemonía si quiere llegar a ser políticamente dominante. Esto, haciendo una analogía militar, implica que la guerra de movimientos que se ha producido con éxito en países y colonias atrasadas en el sentido capitalista, se ha agotado históricamente en los estados modernos y se ha vuelto anacrónica. En estos últimos, el modelo estratégico de la guerra de posición ilustra mejor el quehacer del proletariado, y tiene el siguiente significado político: que la hegemonía del proletariado es condición sine qua non para la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado y la hegemonía del proletariado no son, pues, nociones antitéticas, sino compatibles entre sí.

Por otra parte, más que para pensar la política revolucionaria en el siglo XX, para teorizar las formas de reacción burguesas, otro de los conceptos clave que Gramsci recuperó y reactivó es la "revolución pasiva". La revolución pasiva es una restauración activa. El concepto de revolución pasiva fue utilizado por primera vez por Gramsci en el análisis del proceso de unificación político y social que tuvo lugar en Italia en el siglo XIX, esto es, en el análisis del Risorgimento. Lo utiliza para explicar cómo en el proceso de unificación de Italia los partidarios del camino monárquico de unificación superaron a los partidarios de la vía republicana, es decir, cómo un proyecto históricamente progresista y popular se hizo realidad en la forma de toma de poder de la monarquía piamontesa. Y luego le da un carácter teórico más general.

En resumen, a partir de la revolución francesa, las revoluciones burguesas han tenido que gestionar una tensión constante: la tensión entre la necesidad de transformar las fuerzas productivas y las formas político-jurídicas y la necesidad de controlar el moderno proceso conflictivo que surge como consecuencia de esa transformación. Por medio de la revolución pasiva, la burguesía aparece, por un lado, como una clase revolucionaria, es decir, impulsando cambios «como una clase que tiene en sus manos la iniciativa política» y, de otra, como un restaurador «aumentando desmesuradamente los organismos de control sobre las masas subalternas para que éstas no desarrollen su posición política independiente» (Frosini, 2017:51).

Creo que la actualidad de Gramsci es hoy evidente. Con más recursos que nunca para establecer la ética y el marco de comprensión capitalista en las masas proletarias, la burguesía opera en plena revolución pasiva: revolucionando como preparativo para un nuevo ciclo muchos tipos de consumo y de relaciones, modelos de movilidad, procesos de producción y superestructura jurídicas que hasta ahora considerábamos dadas. Todo lo que considerábamos dado cambia, excepto la dominación burguesa. Eso es, revolución pasiva, restauración activa.

En las sociedades capitalistas avanzadas actuales, en vías de agotamiento del ciclo de acumulación posfordista, el proletariado es sistemáticamente asimilado en la sociedad política como elemento pasivo (elecciones), pero también es sistemáticamente expulsado como elemento activo (destrucción de las libertades políticas). Si el proletariado tiene prohibido hacer política, en términos orgánicos vivimos en regímenes de partido único, aunque formalmente existan partidos políticos diversos. En la medida en que el partido orgánico del proletariado no está articulado, no hay política, sólo un ambiente de conflicto enmarcado en el marco de la espontaneidad, por un lado; y los conflictos burocrático-administrativos entre las fracciones internas del partido de la burguesía, por otro. Por eso es precisamente el proletariado el que reivindica la necesidad de la política, desfatalizando la historia, pero la necesidad de la "gran política" en un sentido duro: «La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la fundación de nuevos estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida, debido a las luchas de preeminencia entre las diversas fracciones de una misma clase política» (Gramsci, 2018:107). Pero el ideal burgués es la supresión de la gran política (conseguirlo es, en parte, la gran política de la burguesía).

Junto con Gramsci, creemos que este proceso sólo puede ser puesto en cuestión por el Príncipe Moderno. El Príncipe Moderno es el Partido, el Partido Comunista. Esto significa culturalmente que es a la vez una manifestación activa y motriz de la voluntad colectiva y de la concepción del mundo del proletariado revolucionario, causa y efecto: «El moderno Príncipe, desarrollándose, trastorna todo el sistema de relaciones intelectuales y morales en cuanto que su desarrollo significa precisamente que todo acto es como útil o dañino, como virtuoso o perverso, sólo en cuanto que tiene como punto de referencia al moderno Príncipe mismo» (Gramsci, 2018:9).

Lo que viene es una guerra de posiciones político-cultural. Guerra de desgaste político-cultural a largo plazo por la que sólo se puede «quebrantar la unidad basada en la ideología tradicional, sin cuya ruptura la fuerza nueva no podría adquirir conciencia de su propia personalidad independiente» (Gramsci, 2018:11).





Notas al pie de página

    1. Laclau y Mouffe, en su libro Hegemonía y estrategia socialista, tratan de argumentar que Gramsci juega un papel de transición entre el supuesto paradigma político esencialista del marxismo clásico y la deconstrucción de la noción de «clase social». Consideran que el concepto de hegemonía es un parche puesto ad hoc a las carencias mecanicistas del marxismo. Al muñeco de paja que critican, sin embargo, le contraponen la autonomía absoluta de la política sin base socioeconómica, una forma de voluntarismo extremo, en definitiva, nada más lejos de Gramsci.

    2. La formulación original de Marx es la siguiente: «Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua» (Marx, 2016:373).

    3. Entre 1922 y 1923 Gramsci estuvo un año en Moscú y, entre otras cosas, estudió ruso. Según Perry Anderson (2017:54), Gramsci se hizo entonces con el concepto de hegemonía.




Bibliografía

    Anderson, P. (2018). Las antinomias de Antonio Gramsci. Madrid: Akal.

    Frosini, F. (2017). «¿Qué es la “crisis de hegemonía”? Apuntes sobre historia, revolución y visibilidad en Gramsci». Las Torres de Lucca (11): 45-71.

    Gramsci, A. (2013). Antología. Madril: Akal.

    Gramsci, A. (2018). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el estado moderno. Granada: Editorial Comares.

    Hosbawm, E. (2011). Cómo cambiar el mundo. Barcelona: Crítica

    Marx, K. (2016). «El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte». In Obras escogidas, vol. 1, K. Marx eta F. Engels, 246-351. Madril: Akal.

    Marx, K. (2016). “Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política”. En Obras escogidas, vol. 1, K. Marx eta F. Engels, 371-376. Madril: Akal.

    Marx, K. (2014) «Tesis sobre Feuerbach». En La ideología alemana, K. Marx eta F. Engels, 499-502. Madril: Akal.

    Ruiz Sanjuán, C. (2015). «Estado, sociedad civil y hegemonía en el pensamiento político de Gramsci». Revista de Filosofía y Teoría Política, (47), e002.


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