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TONUCCI, Francesco

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TONUCCI, Francesco

Nota Mié Ene 27, 2010 8:10 pm
Francesco Tonucci, "Frato"

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En Wikipedia se escribió:Fano, 1941. También conocido por el seudónimo "Frato", es un pensador, psicopedagogo y dibujante italiano. Es autor de numerosos libros sobre el papel de los niños en el ecosistema urbano y de artículos en revistas italianas y extranjeras.

Realizó estudios de pedagogía en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. Con 28 años recibió una distinción en ese campo y empezó a satirizar la realidad de la escuela a través del nombre de “Frato”, nombre que surge al fusionar las primeras sílabas de su nombre.

Trabajó como maestro y, en 1966, se convirtió en investigador en el Instituto Psicológico del Consejo Nacional de Investigación, del que más tarde presidió el Departamento de Psicopedagogía, que lleva adelante el programa de educación ambiental. El objetivo de este programa es crear una base de datos "para y por los niños". Sus investigaciones se centran en el desarrollo cognitivo de los niños, su pensamiento, su comportamiento y la relación entre la cognición de los niños y la metodología educacional. En 1991 llevó a cabo en su pueblo natal el proyecto de Ciudad de los Niños, consistía en hacer una ciudad cuyo punto de referencia sean los niños. El proyecto tuvo mucho éxito y se extendió a distintos puntos del mundo.

Ya en 1991 fue nombrado presidente del Comité Italiano de Televisión y Menores, comité que pretende la protección de los niños. También es colaborador de la Ciudad de la Ciencia de Nápoles para “El taller de los pequeños” y colaborador científico del proyecto “El museo de los niños”, de Roma. Fue nombrado profesor honoris causa de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica del Perú.





Ensayo





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Nota Lun Feb 08, 2010 6:28 pm
Recursos de apoyo

    Homenaje al pedagogo y humorista gráfico Frato (en ocasión de su visita a Argentina; animado por Alfredo Piermattei, sobre dibujos de Frato, y editado por Pablo R. Jáuregui; 26 de septiembre de 2008)


    Entrevista a Frato (Sobre la LOMCE por stopleywert.org, diciembre de 2012)

Nota Sab Mar 03, 2012 6:37 pm
fuente: http://www.accioneducativa-mrp.org/ninos/tonucci.htm



La participación de los niños en la transformación del espacio físico y social



Francesco Tonucci, "Frato". Investigador del Consiglio Nazionale delle Ricerche de Roma y autor del libro La ciudad de los niños.

Acción Educativa (Movimientos de Renovación Pedagógica) // Noviembre de 2000

Intervención en el I Encuentro "La ciudad de los niños", celebrado los días 18, 19 y 20 de noviembre de 2000




Presentación

En primer lugar, gracias a Acción Educativa y personalmente a Fidel Revilla, por haber logrado que se produzca este primer encuentro sobre el Proyecto "La ciudad de los Niños", una tarea que Acción Educativa, con mucho valor, ha asumido, intentándolo promover aquí en España, repitiendo un recorrido que yo ya conozco por haberlo empezado en Italia, y por eso sé que no es fácil, como siempre es difícil ir contra corriente.

Y gracias también a Eulalia Vintró por esta primera conferencia que me estimula mucho a continuar en este tema que tanto me gusta.

Pero yo voy a hablar de otra cosa que es más o menos la misma: la ciudad.

No hablaré de educación y aparentemente hablaré contra la educación, pero en muchos momentos las dos líneas se cruzan y creo que necesitaríamos más tiempo para poder discutir y ver cómo se mueven juntas.

No voy a hablar de educación, pero yo voy a hablar de otra cosa que es más o menos la misma: la ciudad. No hablaré de educación y aparentemente hablaré contra la educación, pero en muchos momentos las dos líneas se cruzan y creo que necesitaríamos más tiempo para poder discutir y ver cómo se mueven juntas.

Cuando llegaba a esta sala, una amiga arquitecta me decía: “pero la ciudad no es sólo de niños”. Me comunicaba que estaba bastante enfadada cuando escuchaba esta definición de “la Ciudad de los Niños”. Yo comparto que es un nombre ambiguo éste que lleva el Proyecto. Me gustaría añadir un poco de ambigüedad a este título, a este nombre del Proyecto en esta noche.

Y para hacerlo he optado por aceptar el título que me han puesto, que no sé quién lo inventó -me imagino que sería Fidel Revilla-; aceptarlo y discutirlo con vosotros: “La participación de los niños en la transformación del espacio físico y social”.

¿Por qué tenemos que transformar el espacio físico y social? Esto es lo primero. Yo veo que estamos viviendo hoy una opinión compartida por todos acerca de la necesidad y de la urgencia de un cambio. Para todos nosotros está muy claro que las ciudades no pueden seguir así. De hecho están muriendo y no se ve cómo buscar un cambio de sentido, una inversión de la marcha.

Todo el mundo está hablando de cambiar, e incluso de cambiar pronto. Un cambio radical. Esto es una parte del tema.

Hay otra cuestión que parece contradictoria. Es decir, que el cambio produce miedo. Hay una resistencia al cambio. Y es una resistencia compartida por todos los adultos que lo piden y que deberían promocionarlo. Los que lo piden tienen miedo de que los que lo tienen que realizar lo hagan, porque si lo llevan a cabo se perderán privilegios que hoy constituyen una base fundamental de nuestra vida y hemos interpretado como derechos. Ir donde queremos con nuestro coche, aparcarlo donde queremos o si es posible en todos los lugares de la ciudad, poder dejar a las personas que están a nuestro cargo, como los pequeños y los ancianos, en algún lugar de manera que podamos seguir con nuestro trabajo y que nuestro trabajo no deba tener cambios fundamentales, porque esto es lo primero, claro, en una sociedad donde el dinero es lo más importante; en una ciudad liberal, como la que tenemos nosotros, esto no se pone en duda.

Y, de otra parte, tenemos a los políticos, que tienen miedo de promocionar un cambio radical que puede modificar el consenso electoral que tienen. Por eso vivimos este conflicto entre la necesidad y la dificultad del cambio.

Pondremos dos ejemplos que me parecen los más claros de esta ambigüedad: la movilidad urbana y la seguridad.


1. La movilidad urbana

Yo creo que un alcalde tiene esto como uno de los mayores problemas a solucionar. ¿Cómo se soluciona el tema de la movilidad dentro de una ciudad? Es interesante. En Italia por lo menos tenemos un proyecto obligatorio para cada una de las ciudades, que sería el Plan Urbano de Tránsito -de tráfico-. Es interesante porque en italiano traffico significa moverse en coche. Es decir, que lo que se pide a la ciudad es solucionar cómo moverse en coche. Es decir, que la gente que lo estudia, los técnicos que lo estudian, lo hacen metiéndose dentro de un coche. Y ver cómo puede mejorarse la vida de quien está dentro de un coche. Tanto que se habla de fluidez del tráfico. Se habla de velocidad del tráfico. Lo “ideal” sería que los coches se movieran más rápidamente porque se presume que si andan más rápido contaminan menos, ¿no? Porque no se paran... Todo esto. Está claro que para que vayan más rápido hay que hacer más anchas las calles. Lamentablemente esto obliga a hacer más estrechas las aceras. Aunque esto no es lo que buscan, es lo que consiguen. Significa buscar lugares de aparcamiento, significa poner gasolineras en la calle, en la ciudad; y poner al lado de monumentos romanos las gasolineras, que son los monumentos de nuestros coches. Resulta que las modificaciones que no se ponen son siempre modificaciones parciales. Por ejemplo, en Italia se están sustituyendo los antiguos pavimentos por asfaltos que absorben ruido. Es decir, hay demasiado ruido, ponemos remedio no disminuyendo el número de coches, sino cambiando el asfalto. Hemos puesto autopistas dentro de la ciudad: Roma tiene autopistas que penetran hasta el centro. Esto crea un problema enorme. La gente que vive allí tiene los coches en sus mismas narices. Parece que esto no es correcto. Bueno, los administradores ponen barreras de metacrilato, pantallas antirruido, reducen el ruido, pero, ¿es esto la solución? Han dicho: “si no podemos hacer nada más, hagamos túneles”. Pero, ¿es esto respeto a la ciudad? Claro que cuanto más se insiste en esta tarea de facilitar el moverse con el coche, se hace más difícil moverse de otra manera. Es cada vez más peligroso moverse en bicicleta, por ejemplo, casi llegando a ser imposible: es un intento de suicidio permanente. Y es difícil ir andando, paseando, porque no hay lugares. Hay sitios de la ciudad donde caminar significa ir en fila india, uno detrás de otro. Esto no es un paseo. Y si no puedo pasear, claro que evito esta manera de moverme. Por esto al final parece que vale la pena ir en coche. Ir en coche parece más sano y más seguro que otra forma de moverse. Y claro, como la gente no es tonta, elige lo mejor. Yo elijo lo que me parece más ventajoso y que pone en menos peligro mi vida, mi salud, etc.


2. La seguridad

Otro tema del cual se está discutiendo mucho en el mundo occidental es el de la seguridad. El tema de la seguridad que tiene modelos famosos; el que más se discute o se analiza es el modelo Giuliani, el alcalde de Nueva York, que se resume en su programa Tolerancia Cero. No es tan cómico. Significa que no podemos tolerar nada. Y esto significa mucha policía en la calle, significa militarizar la ciudad, de manera que no se tolere nada, de manera que la gente tenga suficiente miedo para no pensar en cometer delitos, en realizar actos socialmente inaceptables.

La idea predominante es que la seguridad de una ciudad está en función de su defensa. Si tenemos inseguridad, tenemos que defendernos. Y la idea de que cada uno lo haga en la vida privada, con alarmas, puertas blindadas, y enseñando a nuestros hijos que no deben abrir a nadie, a no confiar en nadie, a no pararse con nadie, a no aceptar nada de nadie. Si lo pensamos como personas democráticas, es increíble. Es increíble. Estamos criando personas con miedo y contra los demás, inventando después a nivel educativo cómo educar en la tolerancia, en la paz, la multiculturalidad... ¿quién podría creérselo? Se están haciendo estudios sobre el miedo al crimen, no sé cómo se llama aquí (un índice "P de C", paura del crimine -en italiano-), un intento de saber cuánto miedo tiene la gente, que se mide con test; son estudios norteamericanos que se repiten en Europa también. Bueno, este miedo aumenta cuando aumenta la defensa. Porque, claro, si nosotros encontramos mucha policía en la calle, nos pensamos que nuestra ciudad está totalmente insegura. Esto no da seguridad, no da tranquilidad. No pone a la gente en el ánimo de salir a la calle, sino al contrario.

En Argentina, cuando yo fui en abril pasado, el Ministro del Interior tenía como slogan “La gendarmería a la calle”. Y yo, en algunas entrevistas, entré en polémica con él (no le conozco y seguro que él a mí tampoco), diciendo a los periodistas que sería interesante que el Ministro explicara cuál es su proyecto para el futuro. Es decir, después de la Gendarmería, ¿qué hay? ¿Cómo se llega a algo distinto? Es decir, lo hacemos ahora porque tenemos un momento particular, un momento excepcional, por dos meses, por seis meses y después tendremos una ciudad bella, tranquila... ¿O pensamos que después están los tanques? Y después no sé qué. ¿Pensamos que es posible llevar la policía a la calle, la gendarmería, el ejército...?

En Italia, nosotros tenemos ciudades, como Palermo, que tienen el ejército en la calle. Y aseguro que encontrar un militar armado en cada esquina no da sentido de seguridad. Debería ser al contrario, pero no lo da. Y la gente se encierra en casa.

Claro que frente a estas propuestas de cambio hay que tener miedo.

Es lo que decía Eulalia Vintró: ¿cómo podemos compartir estos valores de una sociedad que tiene su principio básico en el interés económico?

Pero sigue la idea de que tenemos que cambiar. Y aquí yo pongo el niño.

La idea es que, si queremos de verdad un cambio verdadero, radical, vale la pena asumir el punto de vista del niño. Es una propuesta muy utilitaria si queréis. La idea es aprovecharse de los niños. Es que nosotros somos muy corruptibles, a cambio de un poco más de comodidad, de llegar con el coche un poco más cerca de nuestra casa, a cambio de poder seguir trabajando sin modificaciones sustanciales, a cambio de una garantía social, de poder dejar nuestros hijos cada vez más horas en un lugar público, como una guardería, una ludoteca -ahora están creciendo estas propuestas, se hacen siempre más, aparentemente, bellas-, pero de manera que nosotros podemos dejarlos. Y así está ocurriendo también por la otra parte, por la de los ancianos, es decir, los adultos que nosotros tenemos a nuestro cargo. A cambio de esto, nosotros estamos dispuestos a renunciar a muchas cosas: a los amigos, a la tranquilidad, aceptamos vivir en tensión, vivir mal, como estamos viviendo, lo que nos conduce a pedir un cambio. Vivimos mal, pero bastante cómodos.

Bueno, esto a los niños no se les puede pedir, los niños no comparten este intercambio barato. Los niños no van en autobús, los niños no conducen, a los niños probablemente no les gusta estar tantas horas en la guardería.

Los niños necesitan salir de casa solos. Esto es un punto clave. No es un lujo. Cuando yo hablo de esto, la gente me mira y dice: ya sabemos que es bello, porque nosotros sí que salíamos solos cuando éramos niños. Y sería bueno, pero, ¿ésta es la respuesta? ¿Qué significa? ¿Que no nos demos cuenta que para ellos es imprescindible?

No es un lujo, es una necesidad. Si un niño no llega pronto a salir solo de casa no se hace grande. Esto entra dentro del tema de la cultura. La cultura no se puede hacer siempre heterodirigida, tampoco internet puede sustituir una experiencia de riesgo personal como lo de salir de casa, bajar a la acera, buscar un compañero y jugar con él.

Frente a esta necesidad, cuando un alcalde la reconoce, tenemos que empezar a pensar cómo debería ser una ciudad para permitir a los niños esta simple operación. Y si nos ponemos en esta tarea, ya vemos que no estamos pensando sólo en los niños. Porque, claro, si pensáramos sólo en los niños, sería suficiente poner en la calle varios guardias que permitan cruzarla con seguridad, y no es esto lo que significa que los niños puedan moverse solos.

¿Qué necesitamos? Necesitamos cambiar la ciudad. Y si la cambiamos, la cambiamos para todos. En estos días, por ejemplo, en la ciudad de Fano (en Italia), para favorecer una experiencia que nosotros proponemos, que los niños vayan solos a la escuela, el municipio ha hecho por primera vez una intervención fuerte, fuerte y estructural, sobre las calles del barrio donde se está haciendo esta experiencia: estrechando la calzada, ampliando las aceras y creando carriles de bicicleta, construyendo cruces peatonales que están a la misma altura de la acera; es la acera la que cruza la calle, de manera que el coche tiene que subir sobre el paso peatonal. Los cruces están todos al nivel de la acera, es decir, que es como un espacio compartido. ¿Esto es para los niños? No creo, creo que es para todos. Creo que es para los ancianos de este barrio, creo que es para los minusválidos, creo que es para nosotros cuando no estamos dentro de un coche. Es decir, estamos aprovechándonos de la fuerza que tiene un niño, que surge de sus necesidades, que son las más olvidadas, porque está más lejos de nosotros.


El niño como parámetro

El sentido de la propuesta es el de utilizar al niño para romper la autorreferencialidad del adulto. Yo creo que el pecado original de todo esto que está ocurriendo es que nosotros, los adultos, pensamos que administrar bien una ciudad significa solucionar nuestros problemas; y como somos adultos, y la mayoría varones y trabajadores, terminamos por construir la ciudad que responde exactamente a nuestro modelo.

En una ocasión, una señora me llamó la atención sobre las rejillas que hay en las calles (esto fue hace algunos años, cuando se llevaban aquellos tacones finitos, que ahora ya no se acostumbran mucho), y me decía: mira, esto demuestra que la ciudad está pensada por hombres, de una mujer nunca podría salir la idea, porque para nosotras es imposible caminar aquí, ya que se bloquea el tacón dentro de estas rejillas. Es un pequeño ejemplo de esta autorreferencialidad, es decir, que cada uno ve la realidad desde su propia circunstancia. Es como si un alcalde, cuando dice vamos a solucionar esta ciudad para nuestros ciudadanos, se pusiera frente al espejo y dijera estos son los ciudadanos.

Aquí entramos en un tema que en este momento me interesa mucho y me gustaría profundizar, y creo que voy a estudiar mejor, sobre la cultura de la infancia.

Los niños son los que son educados; un niño es niño dentro de un proceso de educación porque será grande. Vale por lo que será. Esto es así en todos los proyectos educativos. Es decir, ayudarlo a cambiar. Es el futuro ciudadano. Esta es su condena. Porque es un futuro ciudadano, a pesar de que exista desde hace diez años, justamente, una Convención de los Derechos del Niño. De hecho, es un niño que no tiene derechos en cuanto niño, los tiene en cuanto futuro adulto. El niño es un alumno, ésta es su dimensión fundamental. Un hijo y un alumno.

Yo creo que lo interesante es pasar a una cultura que reconozca al niño como niño. No digo que debe desaparecer el niño alumno, pero lo que a nosotros nos interesa en este proyecto es el niño hoy, cómo es hoy, por las necesidades que puede manifestar hoy. Yo creo que este proceso de educación es lo que nos ayuda a olvidar rápido lo que éramos como niños, porque toda la tensión está en el crecer, en el cambiar; y los adultos se olvidan de lo que el niño es a los tres años, a los cuatro años, a los cinco años y para recuperarlo no tenemos más remedio que ponernos al lado de los niños y trabajar con ellos. Si no, nos equivocamos.

Es decir, que hay que hacer un cambio, que a mí me parece muy excitante, desde una actitud típica de los adultos que piensan qué podemos hacer para ellos a otra que consiste en ver qué pueden hacer ellos para nosotros. Y esta actitud yo creo que es muy importante para asumirla en la ciudad, porque ésta vale no sólo para los niños, sino para todas las categorías, especialmente para las que no participan en el poder.

Nosotros, los adultos, nos preguntamos qué podemos hacer hoy por nuestros jóvenes. Los jóvenes no quieren que alguien haga algo para ellos. Tenemos que entrar en la idea de qué pueden hacer los jóvenes para nosotros y los ancianos para nosotros y los minusválidos para nosotros y los extranjeros para nosotros. Si no, no alcanzamos. Construimos barreras y construimos exclusiones.


3. La participación de los niños

Y entramos en el tema de la participación. En este caso, participación de los niños tiene un sentido muy particular respecto a la participación social. Yo creo que la participación, en una democracia, es un derecho de todos los ciudadanos. Los niños, los jóvenes, las mujeres, los ancianos, los trabajadores de un sector, los del otro, los comerciantes... Todos en todas las formas de su vida social tienen derecho a la participación. A lo cual corresponde un deber de parte de los políticos, de los administradores, que tienen el deber de escuchar a todos, de atender a todos, que es complejo, hay que buscar maneras. Y es un problema de los ciudadanos reivindicar el derecho a la participación. Y esto es una cosa. Cuando yo hablo de la participación de los niños, yo digo otra cosa. Es decir, es una manera del adulto de ponerse frente al distinto y elige el más distinto de él para garantizar todo el abanico de la diversidad. Asume un papel metodológico. Esta es la idea de una filosofía distinta de gobierno de la ciudad, de enfrentarnos siempre, dialécticamente con los más lejanos de nosotros. Es una gimnasia para verificar la democracia de nuestra Administración. Poner dentro de la cabeza el hábito de preguntarnos siempre “¿y los niños?” es una manera para garantizarnos que no nos olvidamos de nadie. Ésta es la hipótesis. Se puede discutir. Por esto yo he puesto en la portada del libro La Ciudad de los niños un dibujo donde hay niños que están jugando en la calle y hay un cartel delante que dice “Perdonen las molestias, estamos jugando para ustedes”, no para nosotros -los niños-. Nos están garantizando un lugar de juego, están intentando cambiar la ciudad.

¿Qué significa promover la participación de los niños? Yo creo que antes de nada, repito, es un tema cultural. Significa poner a los niños en la cabeza de los adultos. Claro que yo no pienso que el cambio de la ciudad pasa siempre y necesariamente dentro de un debate entre adulto y niño. Planteado que no se puede prescindir de esto, no es todo, pero lo necesitamos. Y esto ayuda mucho. Por lo cual tenemos, por un lado, que desarrollar la cultura de la infancia, que sea la cultura de la escucha, de la observación, del respeto del niño hoy. Y, por otra parte, que sea una actitud de trabajar con ellos. Que es totalmente distinto del trabajo escolar. Porque de nuevo no está enfocado al crecimiento del niño, al desarrollo del niño, si no encaminado al desarrollo del adulto, de alguna manera, si permitís. Es decir que yo adulto necesito conocer, por ejemplo, las necesidades que tienen los ciudadanos que yo conozco menos. Los niños pueden mostrarme lo que más le falta a una ciudad como la que tenemos. Y mi papel debería ser el de moverme para remover, si es posible, estas dificultades. Es posible, nosotros lo estamos intentando, experimentando, y funciona, que los mismos niños puedan ayudarnos a dar pistas, a dar ideas para las soluciones, no que los niños tengan capacidades de planificar una ciudad, claro que no tienen competencias, no tienen, ni nosotros pensamos, en confiar en los niños para que solucionen los errores que hemos cometido nosotros. Pero claro que cuando hablamos de una categoría muy olvidada de lo que le falta, esto es muy sugerente. Si un niño me dice por ejemplo que para él jugar, un aspecto fundamental del jugar, es a esconderse. Bueno, nosotros hemos construido lugares de juego donde es imposible esconderse. Porque esto va en contra de la idea de seguridad. Pero la idea de seguridad no es compatible, por lo menos en absoluto, con la idea de juego, porque el juego es riesgo.

El niño quiere autonomía; lo que no significa autonomía total porque tampoco el niño la quiere. El niño quiere a sus padres, necesita a sus padres y los adultos. Pero quiere cada día tener un poco más de autonomía. Y la ciudad como es hoy impide la autonomía y cada día la reduce más. Con lo cual estamos pensando cómo podemos criar los niños dentro de casa y que no se sientan solos. Habiendo cada vez menos niños. No teniendo hermanos. Se hacen cosas increíbles, acuerdos entre adultos para que los amigos de los padres vengan o que vayamos nosotros, es decir, es todo construido con un montaje enorme que absorbe casi totalmente la experiencia y la vida de una madre, especialmente de una madre, y esto no es justo ni para la madre ni para el hijo.

¿Qué significa -y termino ya- transformar el espacio físico y social pensando en los niños, pensando con los niños, trabajando con ellos? Pero no trabajando para ellos, porque si trabajamos para ellos, estamos traicionando sus necesidades.

Los espacios. Es interesante esto. Estamos preparando una intervención rara que me han puesto en una ciudad italiana, la semana próxima, y como título me han puesto: Un poco de espacio para los niños. Que es muy interesante porque es exactamente de dónde nace el problema. No es que antes las ciudades fueran mejores, pero eran de todos. Y los niños se aprovechaban de los espacios de todos cuando los adultos los dejaban libres y a veces nos equivocábamos y pensábamos que eran libres y no lo eran, surgían las peleas, los adultos nos echaban o algo peor; bueno, pero esto era la dinámica de la condivisión del espacio. Las escaleras, los patios, las aceras... eran lugares posibles de juego.

Esto de las escaleras es muy interesante, porque hoy está prohibido jugar en las escaleras a pesar de que tenemos ascensores. Es decir que nadie las usa. Pero está prohibido jugar. Antes que no teníamos ascensores podíamos jugar a la tienda, por ejemplo; era espectacular, en la escalera, porque se podían tener los varios niveles, bueno, ahora no voy a explicar..., supongo que cada uno de vosotros la ha experimentado. Pero la idea ha cambiado cuando la ciudad, creciendo, desarrollándose con criterios de especialización, los arquitectos, con la idea de hacer espacios adecuados y especializados para cada una de las necesidades, se olvidaron de los niños. Y como era una ciudad pensada bien, en una cultura donde la infancia tiene un papel tan fuerte (Piaget, Freud, los derechos de los niños, etc.), tenemos una cultura con un papel enorme de la infancia a nivel moral, han dicho: nos olvidamos de los niños. Y lo solucionaron inventando espacios especializados para ellos. Pues claro, lo entendemos, que es una manera de marginar. La habitacioncilla de los niños en la casa es un lugar típico donde los niños no quieren estar cuando son pequeños, quieren estar en la cocina “molestando” a su mamá, porque esto es el sentido de ser niño. Un niño lo es porque está cerca de los adultos. Y es importante estar cerca de donde están ellos porque la verdadera escuela es la escuela por inmersión, la que siempre ha consistido en mirar lo que hacen los adultos para imitarlos, con mucho riesgo a veces, para las cosas, de las personas, etc., pero es así.

Nacieron los espacios de juego para niños, pero son espacios feos. Bueno, se pueden mejorar. Claro, tenemos personas inteligentes, creativas, se puede hacer muy bellas, pero son “para ellos”. Una consecuencia, la primera que yo noto, es la vulgaridad de indicar a los niños cómo tienen que jugar. Nosotros, que casi no jugamos nada. Nosotros adultos preparamos materiales y decimos a los niños: ahora te explico yo cómo se juega. Se juega así, girando, o no se qué... ¿Con qué valor? Los niños saben cómo se juega. Es lo único que saben. Sólo tenemos que dejarlos.

Lo primero, este aspecto de indicar, obligar a los niños a jugar como pensamos nosotros. Y lo segundo es que son espacios para ellos y nada más. Significa que son inseguros, porque los niños no tienen fuerza para garantizar la seguridad solos. Con lo cual es obligatorio que un niño vaya al espacio de juego acompañado. Pero como decía antes, es contradictorio con el tema del juego: no se puede jugar vigilados.

Claro, por esto, trabajando con los niños salen algunas ideas muy simples: que los espacios no pueden ser sólo para ellos, tienen que ser para todos; si no, no funcionan. Si son para todos son ricos. Claro que nadie piensa en poner columpios en un espacio para ancianos. Y el espacio tampoco es sólo para los ancianos; y pensamos que puede ser para los jóvenes, para las parejas y para los niños. A los niños siempre les gustó estar en espacios compartidos, es lo interesante, que los mismos espacios que antes eran de juego para niños y de experiencias para jóvenes parejas. A veces, en horarios distintos, eran también de educación sexual para los niños, pero eran espacios que tenían posibilidades de juego de verdad, por ejemplo, de esconderse -que era un interés también compartido-. Sí, pero es así. Por lo cual lo que tenemos que pensar son espacios mucho más ricos, mucho más bellos, mucho más atractivos, que puedan ser compartidos. Es decir, la ciudad que sale trabajando con los niños está lo más lejos posible de una ciudad “para” los niños y es sustancialmente una ciudad compartida.

Como decía antes, una calle donde no se puede vivir bien, no es una calle, claro que hay lugares de la ciudad donde probablemente no tenemos más remedio que hacer un área peatonal, pero esto no es el modelo. El modelo yo creo que es la condivisión, tenemos que buscar maneras de que los peatones puedan compartir el espacio con los coches. Sí, pero si salimos de este objetivo, tenemos que dar la prioridad a los peatones; si no, desaparecen. Si queremos hacer un lugar donde puedan convivir varios grupos humanos, tenemos que garantizar a los más débiles, los más pequeños. Si garantizamos de la media para arriba, los de la mitad para abajo dentro de poco los perdemos, porque no se sienten garantizados.

La idea que está en el fondo de todo esto -y aquí de verdad termino- es que hace bien a la ciudad tener los niños en la calle.

Si vuelven los niños a la calle es como cuando vuelven las luciérnagas, que son indicadores ambientales. Si ellas vuelven, significa que el aire está limpio. Si los niños vuelven a la calle, significa que hemos hecho bastante trabajo estructural y social para que esto pueda ser posible, porque significa que los padres no tienen miedo de que los niños bajen y, al contrario, si hay niños en la calle, los adultos que viven en la calle se hacen cargo de los niños, y se va reconstruyendo la ciudad para vivir. Esto va ocurriendo, no es un sueño, no es una utopía; mejor dicho, es una utopía sostenible, es una utopía posible, los adultos se van haciendo cargo de esa responsabilidad.

En Rosario, que es una ciudad de Argentina de un millón de habitantes, alrededor de la idea de favorecer la autonomía de los niños, se ha creado como una asociación de adultos que se llama “Yo soy padrino, yo soy madrina”. Son comerciantes y adultos en general que ponen tiendas, que ponen sus tiendas o sus recursos a disposición de los niños. Significa sólo ofrecer al niño la posibilidad de entrar en una tienda, pedir permiso para usar el baño, usar el teléfono, tomar un vaso de agua o si se pelean que se resuelva el problema. El papel de un vecino. La idea es reconstruir la antigua forma de vecindad que, en la estructura de la ciudad, así como la hemos desarrollado, se ha perdido.

Esto es todo.


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