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GOPEGUI, Belén

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GOPEGUI, Belén

Nota Mié Sep 26, 2007 3:51 am
Belén Gopegui


(wikipedia | dialnet | rebelión)


Introducción

Madrid, 1963. Licenciada en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid. Alumna de filosofía de Juan Blanco. Novelista y guionista.

Ha publicado las novelas La escala de los mapas (1993), Tocarnos la cara (1995), La conquista del aire (1998), Lo real (2001), El lado frío de la almohada (2004), El padre de Blancanieves (2007), Deseo de ser punk (2009), Acceso no autorizado 2011 y El comité de la noche 2014 todas ellas en la editorial Anagrama. Ha colaborado con Ángeles González-Sinde en el guión de "La suerte dormida" (2003), dirigida por Ángeles González-Sinde. Es autora del guión de "El principio de Arquímedes" (2004), dirigida por Gerardo Herrero, quien también dirigió "Las razones de mis amigos" (2000), basada en la novela La conquista del aire. Ha escrito la pieza teatral "El coloquio" en colaboración con Unidad de Producción Alcores, que apareció en el libro colectivo Cuba 2005.

Ha sido columnista habitual en los diarios El Mundo y Público. Es corresponsal de la revista de cultura cubana La Jiribilla, colabora con Rebelión y con otros medios.





Bibliografía compilada (fuente | fuente)





Ensayo





Narrativa





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Nota Mié Sep 26, 2007 7:49 pm
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Nota Dom Oct 07, 2007 2:51 pm
Sobre El padre de Blancanieves, una entrevista a la autora encontrada en InSurGente.org

Belén Gopegui: "Si la literatura sólo critica no es lucha sino lamento"


El Cultural (Nuria Azancot) /inSurGente.- Menuda, casi transparente, luciendo timidez y canas, Belén Gopegui (Madrid, 1963) es la antítesis del autor obsesionado por la fama. Le horroriza posar, desconfía de las fotos y de las entrevistas, aunque hace tiempo coordinase el suplemento cultural de un periódico. Pero no es una pose sino coherencia, ya que Gopegui, una de las mejores escritoras de nuestro tiempo, es también una de las más polémicas, y sin duda alguna la más combativa. Comunista a ultranza, utiliza sus libros para combatir al capitalismo en estos tiempos de relatos ombliguistas, santos griales y falsas ficciones.




La suya es una literatura pegada a la realidad. Lo fue en 1992, cuando publicó su primera novela, La escala de los mapas y logró el entusiasmo de Carmen Martín Gaite, y lo sigue siendo ahora, con El padre de Blancanieves (Anagrama), una novela que evidencia por qué Umbral escribió de ella que era la mejor de su generación. En su arranque, además, puede identificarse cualquier lector, porque narra lo que ocurre en la vida de una familia cuando la madre, profesora de instituto, provoca sin querer el despido de un ecuatoriano que trabaja en un supermercado y que se le presenta en su casa. Hasta que no le consiga un trabajo, dice, no se librará de él. Si llama a la policía, vendrán su mujer y sus hijos. Si les deportan, sus amigos le recordarán que causó la ruina de una familia. Y que sigue siendo su responsabilidad...

Camiseta amarilla y pantalones vaqueros, Belén Gopegui aparece en "Ártico", una cafetería-hostal de Argüelles, amabilísima, pero con las ideas muy claras sobre lo que quiere y no quiere contar.

- ¿Cuál es la prehistoria de El padre de Blancanieves, es decir, de dónde nace la novela, se le ocurrió quizá en un super cualquiera viendo a los reponedores latinos?


Con los nudos en la garganta

- "Estoy cansado del estar cansado, entre plumas ligeras sagazmente", Cernuda. La novela nace de ahí. A lo largo del tiempo y en especial después de mi novela anterior he estado en contacto con personas y colectivos que piensan que siempre se puede actuar, hacer algo con los nudos en la garganta. He querido escribir desde ellos. Si el arte sólo critica, si sólo se ocupa de desvelar, ya sea directa o irónicamente, si renuncia a la afirmación y a proponer alternativas, no es lucha sino lamento. Busco una novela capaz de afirmar, en el sentido de hacer que algunas cosas queden bien apoyadas.

-¿Cómo fue el proceso de su escritura, sus principales problemas con los personajes y la trama, y cómo los fue solucionando?
-La novela dramatiza el diálogo entre el socialdemócrata que todos llevamos dentro y varios militantes revolucionarios de hoy, con edades en torno a los 25 años. El mayor problema era representarles, dado que apenas tienen presencia en las visiones dominantes, prensa, televisión, conversaciones. Además, en la vida real, en España, no son muchísimos, aunque ocupen más espacio del que les concede el imaginario. Decidí entonces acudir a un ser colectivo que habla, como los Bancos o los clubes de fútbol, un ser que de algún modo abarca ese todo que es más que la suma de las partes y contiene una promesa y un pacto de libertad.

-Hoy pocos autores españoles apuestan por la novela como instrumento de cambio social... ¿No teme (o quizás cuenta con ello) que la valoración ideológica pueda condicionar la literaria?
-Cuento con ello. ¿Lo temo? Supongo que sí.

-"Quien escucha -dice Manuela, uno de los personajes del libro- tiene derecho a saber quién le está hablando y en nombre de qué". ¿Cómo respondería a estas preguntas si se las formulase un lector?


Los "no normales"

-Si lo hiciera en igualdad de condiciones, empezaría preguntándole sus ingresos y contándole los míos. Creo que es un buen punto de partida para llegar a saber quién habla. Como esta igualdad no se da en una entrevista, de un modo más abstracto le diría: pertenezco a esa imaginaria clase media que parece flotar hasta que viene un momento de crisis y entonces es empujada directamente al proletariado; sostengo que gran parte del dolor es evitable y no por vías metafísicas, sino modificando un sistema económico que se basa en la apropiación privada de los excedentes productivos.

-Una de las claves del libro podría ser el concepto de normalidad, y la certeza de que "algo que pasó en nuestra vida nos hizo no normales, nos enseñó a mirar la vida desde un lugar distinto" ¿qué fue, en el caso de Belén Gopegui?

-Más allá de mi historia concreta, pongamos: el día en que despiden a tu amigo; o cuando el único trabajo que te ofrecen es en negro cobrando medio sueldo más el paro; o las recientes declaraciones del premio Nobel de medicina J. Roberts: "Es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación para cronificar dolencias con medicamentos mucho más rentables que los que curan del todo"; o el encogimiento de hombros y el ya se sabe con que se leen declaraciones así en privado; o la pasividad y la impotencia política con que se asumen en público; o la lista de espera que tiene a tu hermana con un tumor maligno sin que la operen durante un año; o las pompas repugnantes con que la Unión Europea nombra comisiones para conceder el chocolate del loro a los proyectos médicos y científicos más necesarios. Etcétera.

-Sin embargo, y a pesar de todo eso, el libro ofrece un mensaje de esperanza: "la amargura no es la solución"; "ya ha pasado el tiempo de creer que no hay salida". ¿Cómo se puede combatir en la práctica contra la resignación, contra el cansancio y el miedo (a perder el trabajo, etc)?
-Dice Foster Wallace, y suscribo: "Creemos que la ideología es hoy día la provincia de los grupos de influencia y los comités de acción política en su lucha por levarse su porción del enorme pastel verde... y, mirando a nuestro alrededor, vemos que ciertamente es así. Pero [...] lo es, en parte, porque hemos abandonado el terreno"·. No abandonarlo, organizarse, requiere paciencia y produce, sí, cansancio. Quizá sirva pensar que sentirse cansado no es (todavía) estar cansado. En cuanto al miedo, real, se atenúa en compañía.

-Su libro tiene varias cargas de profundidad. Por ejemplo, asegura que en España es "pura ficción" un cambio de tendencias. O sea, que ¿Zapatero no representa a la izquierda?
-No; su política no tiene intención de tocar las bases económicas, que es lo que caracteriza a la izquierda. Hay diferencias de grado entre los dos partidos capitalistas que se turnan en el poder, pero nada más.

-También es muy crítica con los grandes sindicatos y su complicidad con la patronal...
-Sin duda hay dentro personas que están trabajando con honestidad y valor. Pero institucionalmente su papel es el que ellos parecen haber aceptado: "agentes sociales" ocupados de contribuir a mejorar la marcha de la economía y, como se sabe, casi siempre es posible traducir "economía" por "beneficio de la clase dominante".

-Y no salva tampoco a las ONGs y la pornografía de los buenos sentimientos: ¿ejercen quizás un efecto calmante sobre las conciencias?
-Este año "Los Ángeles Times" publicó una serie de artículos donde explicaba cómo la Fundación Gates había invertido 423 millones de dólares en compañías responsables de gran parte de las enfermedades y problemas que su fundación filantrópica (con un presupuesto igual o menor) se dedicaba a aliviar. De modo semejante, ocurre que se entrega a una ONG parte del dinero obtenido trabajando en un contexto laboral que nos reclama comportamientos cómplices con el daño, desleales, sumisos.

El silencio de la clase media

-También se detiene en la educación... de la que escribe que desde hace años se está desmoronando... ¿qué tipo de lectores cree que podrán ser estos adolescentes obsesionados con internet (como Adela) y, en demasiados casos, nacidos para el paro y el consumo?
-Pueden ser los mejores lectores. Tienen a su favor que detectan la retórica al momento, saben que palabras como diversidad, ciudadanía, sociedad justa y solidaria, son absurdas cuando te espera un futuro laboral de esclavo. En contra tienen que ahora hay pocos cauces para organizarse contra ese futuro, pero bastará con que encuentren uno para que empiecen a leer con rabia y necesidad.

-Tras escribir el libro, ¿ha llegado a comprender por qué callaba el padre de Blancanieves, por qué calla la clase media ante los abusos, y preferimos ignorar no lo que no se ve, sino lo que, viéndose, no se mira?
-La clase media no toma partido, se lava las manos, es precisamente lo que la caracteriza: ocupa un espacio donde en principio nada le obliga a hacer otra cosa. Sucede también que estamos hechos de agua, de carne, de mierda y de valor y orgullo y bondad y sentido del ridículo y miedo. A veces predomina el miedo, pero no siempre.

Cuba y la información falsa

-Su libro anterior, El lado frío de la almohada, suscitó una extraordinaria polémica por su defensa de Castro y de la revolución cubana: ¿la persecución de los disidentes no le hace cuestionarse su entusiasmo?
-Un tanto por ciento muy alto de la información sobre Cuba es falsa. Quien quiera comprobar esto puede acudir a los libros de Pascual Serrano editados por El Viejo Topo, o a la página http://www.rebelion.org. Sin siquiera tomarse esa molestia muchas personas habrán leído en periódicos nacionales y escuchado en la radio declaraciones disidentes, críticas, incendiarias, de personas residentes en La Habana que no están siendo en absoluto perseguidas. No se persigue a disidentes, se condena a quienes colaboran con determinados proyectos del gobierno de los Estados Unidos, un gobierno cuya hostilidad hacia la isla no es una fantasía sino que forma parte de su legislación vigente. Ya dije entonces y repito que la revolución cubana no es la Inmaculada Concepción. Nadie lo es, pero la revolución cubana merece nuestro respeto mucho más que las llamadas democracias occidentales.

-Volvamos a la literatura: ¿qué autores jóvenes le interesan?
-De los jóvenes digamos de menos de 35 años, me interesan Alberto Olmos, Elvira Navarro, Pablo Caballero, Torné de la Guardia, Isaac Rosa, Olga Novo y Yolanda Castaño entre otros. Me interesa el debate que se ha generado a partir del término afterpop. Leo ciertos blogs, ciertas páginas web, el libro delicado y brutal de Santiago Alba, Leer con niños, leo a Günther Anders. Hace poco he leído los dos únicos capítulos traducidos de una novela alemana que creo imprescindible, Bajo el nombre de Norma, escrita por Brigitte Burmeister y que ojalá algún editor decida publicar.

-Hace años, Umbral la destacó como la mejor narradora de su promoción, pero ¿quiénes han sido sus maestros literarios?
-Llevándole la contraria a Steiner que escribió Tolstoi o Dostoievski, elijo Tolstoi y Dostoievski. Los maestros, como los modelos, son desiderativos, puedes querer emular algo, pero lograrlo ya es otra cuestión. En esta novela me gustaría parecerme, salvando las distancias, a un Dostoievski de este siglo, con su misma fiebre pero menos desesperado. Cito cuatro maestros: Brecht, Umbral, López Salinas, Méndez Ferrín.

-¿No cree que la muerte de Umbral ha descubierto demasiadas mezquindades en nuestras letras?
-No hace falta que muera nadie para ver las mezquindades, otra cosa, como decías, es que no se miren. En el caso de Umbral quizá lo más penoso haya sido el deseo de cubrirse las espaldas de muchos literatos: era un gran escritor pero que conste que yo no estoy de acuerdo con, o no suscribo, o utilizo incluso una necrológica para marcar distancias no vaya a ser que mis jefes (todos tenemos muchos jefes directos e indirectos) me afeen la admiración. Es la clásica actitud de los "ninís": se confunde, interesadamente, la conciencia crítica con el privilegio de estar en el limbo: ni OTAN ni Milosevic, ni Sadam ni Bush, pero cuando caen las bombas no se puede decir ni tirarlas ni no tirarlas. Y decir que no se tiren, no significa renunciar a criticar lo que hizo Sadam, significa elegir que no se tiren. En otra escala, cuando un escritor como Umbral muere, pienso, se disparan salvas en señal de respeto y duelo; no es momento de cubrirse las espaldas.

-En el libro, uno de los personajes se plantea que cuando acaba la asamblea, comienza la vida, pero, ¿qué ocurre, en su caso, cuando una novela está ya en la calle?
-La novela pregunta, la calle responde a su manera, yo escucho y sigo.

Aprovechamos la coyuntura para traer una reflexión de la Gopegui que, aunque no sobre el libro, resulta especialmente idónea para Rebeldemule.

Acerca de la película soviética 'Soy Cuba' y del documental brasileño 'El mamut siberiano'
¿Quién legitima a los legitimadores?


Belén Gopegui
Texto publicado en el libro Elegías íntimas, instantáneas de cineastas, editado por Hilario J. Rodríguez



Vamos a imaginar que una obra de arte fuera como un problema matemático. Pongamos uno muy simple: “El viento arrancó cincuenta hojas de un árbol, en el que ahora solo quedan ochenta y cinco. ¿Cuántas hojas había en el árbol?”. Ya sé que estoy proponiendo una herejía, sé que el arte es complejo y sus variables, múltiples, casi infinitas. No obstante, vamos a imaginar que imaginamos, esto es, que no nos limitamos a dejarnos llevar por el prejuicio de lo ya sabido e intentamos construir una hipótesis.

Vamos a imaginar que en ese problema matemático lo importante no es solamente responder al cuántas hojas, sino también describir el árbol, y el viento, y las causas de que el viento arrancara las hojas, y el abrigo contra el cual una hoja golpeó y quién lo llevaba puesto. Importan, sí, la estación del año, el frío, los ojos de quien mira las hojas en el árbol, sí, pero vamos a imaginar que también importa la pregunta: ¿cuántas hojas había…? Y la respuesta: ciento treinta y cinco. Si en vez sumar, restamos, la respuesta no sólo sería errónea sino que indicará que no hemos comprendido la pregunta. Si acertamos con la operación, pero nos equivocamos en los números, significaría que tenemos en poco la exactitud, la precisión, el cuidado.

Pues bien, regresando a la obra de arte, en concreto a una narración cinematográfica, lo que vengo a defender aquí es que estas narraciones, además de viento, hojas, abrigos, ojos que lo miran todo, contienen una pregunta con una, sí, con una respuesta. No es lo único que contienen, pero lo contienen. Y aunque en algunas de estas narraciones puede que la pregunta no sea lo más importante, lo cierto es que existe y tiene una respuesta. Ahora, vayamos a la historia de El mamut siberiano. A principios del siglo XXI un cineasta brasileño, Vicente Ferraz, se interesa por las circunstancias que rodearon el rodaje de Soy Cuba, la película de Mikhail Kalatozov hecha en Cuba en los años sesenta y que había pasado inadvertida para Occidente hasta ser redescubierta, en los noventa, por los directores estadounidenses Martin Scorsese y Francis Ford-Coppola. Vicente Ferraz nació en 1965. Soy Cuba se había estrenado un año antes, y había sido rechazada tanto por el público y la crítica cubana, como por la crítica soviética y su público, pues en ambos países apenas si fue exhibida unos pocos días. Vicente Ferraz, al principio, no sabe nada de esto. Ferraz ve una película que le parece fascinante, conoce también la admiración que por ella han expresado Scorssese y Coppola, y decide ir a Cuba y rodar un documental conversando con las personas, la mayoría vivas aún, que participaron en aquel rodaje.

En los inicios de su documental, Ferraz descubre que uno de los actores principales apenas recuerda su participación; eso le sorprende y le hace darse cuenta de que la misma película que a él le había fascinado, que había considerado un hito en la historia del cine, en Cuba apenas ocupa un lugar mínimo en la memoria de quienes la hicieron. Ferraz empieza a preguntar, averigua que la película decepcionó a los cubanos y que fue despreciada en el resto del mundo.

A través de las voces de distintas personas relacionadas con la película se nos cuentan tanto las interioridades de un rodaje de extraordinaria calidad que duró catorce meses, como el vacío que siguió al estreno. En el último tramo del documental, Ferraz muestra a quienes participaron en la película el video reeditado con el aval de Coppola y Scorsese junto a algunos fragmentos de críticas estadounidenses muy elogiosas que les conmueven después de tantos años.

El mamut siberiano ha participado en multitud de festivales, entre otros Amsterdam, Locarno, Sundance, La Habana, y ha obtenido varios premios, entre los que destacan el premio de la prensa extranjera en el Chicago Documentary Festival, el de mejor guión del Festival de Recife, mejor documental del Festival de Lima y los premios al mejor documental y de la crítica al mejor filme del Festival de Gramado. El documental toma su título del crítico estadounidense J. Hoberman, quien, en alusión a la recuperación de Soy Cuba, había hablado de “un hallazgo tan inesperado como hallar un mamut siberiano preservado bajo las arenas de una isla tropical”. Diversos analistas han considerado este documental una reflexión sobre cómo una obra de arte puede admitir distintas interpretaciones a lo largo del tiempo. Con mayor precisión, Sylvia Nemer nos dice: “Producida entre 2001 y 2004, la película de Vicente Ferraz trae las marcas de su tiempo; un tiempo marcado, entre otras cosas, por el fin de las utopías, por la crisis de las grandes narrativas; un tiempo que ya no se preocupa apenas por deconstruir verdades, por demoler conceptos; un tiempo que intenta, entre las brechas del pasado, reconstruir algo, aunque ese algo sea impreciso, vago, no definitivo”.

Tratemos ahora, por un momento, de entrar en conflicto con las marcas de nuestro tiempo, regresemos al problema matemático y hablemos como si sí fuera posible reconstruir algo no del todo impreciso, no del todo vago y si no definitivo, al menos sí con un sentido, con una dirección. A tenor del documental de Ferraz, Soy Cuba fue criticada en la isla y en la Unión Soviética por un predominio excesivo de la forma sobre el contenido, así como por estar excesivamente imbuida del espíritu eslavo y por la magnitud de los recursos utilizados (catorce meses de rodaje, un equipo de más de doscientas personas, cinco mil soldados para una escena, etcétera) para una sola película. Bien es cierto que no fue tan unánimemente criticada como se narra en el documental, pues si existió la reseña titulada “No soy Cuba”, hubo también otras en donde se dijeron cosas como "un verdadero alarde de creación cinematográfica" (Alejo Beltrán, pseudónimo de Leonel López Nussa, en Hoy), "ya Cuba tiene una película para exportar con decoro y grandes posibilidades de éxito" (Josefina Ruiz en Verde Olivo) o "es un film histórico en nuestro cine" (Mario Rodríguez Alemán en Diario de la Tarde). En cualquier caso, lo cierto es que la película apenas se exhibió y permaneció en el olvido durante décadas.

Después fue, como decíamos, rescatada precisamente por lo mismo por lo que no fue bien acogida: por ese predominio de la forma sobre el contenido, si es que una frase así significa algo. Yo tiendo a pensar que la frase es indicativa de otra cosa, esto es, tiendo a pensar que “el predominio de la forma sobre el contenido” es un absurdo lógico pero que el uso de ese absurdo lógico sí significa. A mi modo de ver, cuando una cámara flota por el aire prendida a un teleférico no estamos ante una forma diferente de narrar el mismo contenido que si la cámara estuviera fija en el suelo, como tampoco cuando un personaje emplea una metáfora en un diálogo estamos ante una forma distinta de expresar el mismo contenido que expresaría el personaje si hablar sin metáforas, sino que en cada uno de estos casos estamos ante realidades distintas. Porque una silla no es una mesa con otra forma, es simplemente una silla. Y tampoco valdría la imagen de que el contenido es la madera que adopta forma de silla o de mesa, porque en tal caso, la madera sola no existiría, no estaría en parte alguna sino siempre siendo árbol, tablón, astilla o mesa.

¿Qué se quiere decir entonces cuando se dice que en “Soy Cuba” la forma predomina sobre el contenido? Creo que en este caso concreto se está aludiendo a la voluntad épica de la película, a su deseo de contar la grandeza de un hecho histórico antes que contar la necesidad de este hecho o sus contradicciones o sus consecuencias o, incluso, su funcionamiento. Soy Cuba es una película grandiosa, y esta característica puede resultar aplastante, como ha señalado uno de sus guionistas, Enrique Pineda. Da la impresión de que Soy Cuba no es una película pensada para Cuba en particular, sino para algo así como Occidente.

En este sentido es posible entender el rechazo, la distancia que pudieron experimentar algunos cubanos y cubanas al ver reflejada allí no su propia historia sino sólo, aunque fuera mucho, la grandeza de esa historia. La crisis de los misiles y las tensas relaciones entre la URSS y Cuba debieron de influir en la escasa permanencia de la película en las salas. Es posible que, de no haber ocurrido así, la acogida hubiera sido mayor, aun contando con los prejuicios y problemas inevitables debido a la dificultad que entraña que una cultura elija narrar un episodio de la historia de otra cultura diferente.

En todo caso, me interesa subrayar la voluntad de Soy Cuba de hablar en voz alta, de no pedir perdón para narrar una historia acontecida lejos en una isla pequeña; la voluntad, casi diría, de consagrar un hecho, no en el sentido no religioso del término consagrar sino en el sentido de señalar algo como merecedor de sumo respeto. La indagación de Ferraz en distintos momentos del rodaje refleja, en efecto, esta voluntad. Tomemos sólo dos ejemplos: la práctica del director de fotografía Sergei Urusevsky, de ponerse una venda en los ojos para poder dilatar la pupila antes de tomar la cámara y así ver con más brillo, o la decisión de Kalatozov de implicar tanto al ejército cubano para poder disponer de los cinco mil soldados, como al ejército soviético para poder usar material fotográfico infrarrojo.

¿Pesaron los claroscuros, los matices del blanco, el uso innovador de la cámara y la luz, o, por centrarnos en una sola cosa: pesó el plano secuencia de entierro del estudiante más que el sentido de lo narrado? No, yo no lo diría así; lo que diría es que forma parte del sentido de la película inscribir ese entierro en algo que podríamos calificar como muy próximo a la belleza objetiva y memorable. Cierto que la belleza objetiva no existe, y cierto que alguien decide siempre qué es lo memorable. Y ese alguien suele hacerse presente en ciertas narraciones en forma de destinatario. En el caso de Soy Cuba el destinatario sería, según me parece, Occidente, siendo en esencia lo que entonces se entendía, y aún hoy en el ámbito de la cultura, por Occidente, la burguesía ilustrada europea y cierta clase media culta norteamericana.

Soy Cuba fue, como sabemos, una respuesta solidaria de la Unión Soviética hacia Cuba, ante el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos a la isla. Era una forma de decirle al mundo que la revolución cubana debía ser respetada. Y entonces “el mundo” receloso lo encarnaba ese Occidente del que he hablado. Hoy puede quizá parecernos, como dicen algunos de los miembros del equipo en el documental, una película pretenciosa. Pero lo que esta película no tiene es una gota de paternalismo. Quienes viajaron a Cuba para rodarla, junto con los cubanos que colaboraron, podían haber hecho una peliculilla, o una película correcta, o una película de acción emocionante y perecedera. Hicieron otra cosa, esculpieron en piedra, hicieron cine con mayúsculas con todas las posibilidades y limitaciones que esto tiene. Entre las principales limitaciones yo citaría, en este caso concreto, el uso de la parábola, el hecho de no haber contado una sola historia sino cuatro, con lo que la condensación simbólica propia del registro elegido se torna, a mi parecer, excesiva.

Probablemente en aquel momento de efervescencia y peligro muchos hombres y mujeres de Cuba hubieran preferido algo que, sin ser paternalista, sí fuera en cambio más cercano y flexible. En cuanto a la Unión Soviética, los tiempos de la coexistencia pacífica más o menos impuesta, más o menos solicitada, no eran tampoco, precisamente, tiempos para las mayúsculas. Más allá de las secuencias que pudieran, según se comenta en el documental, hacer parecer oscuramente deseable el capitalismo, cabe suponer que la crisis de los misiles debió de convertir en un tanto inoportuno el canto épico, bello, no paternalista de la revolución cubana.

Tampoco es de extrañar, como bien se sugiere en el documental, que fuera precisamente en los años noventa, caída la Unión Soviética y en aparente peligro de muerte la revolución cubana, cuando esa clase media alta, culta, occidental, fue capaz de apreciar una película que de algún modo iba dirigida a ella. En ese momento ya no corría peligro al apreciarla. En ese momento podía además permitirse ser, ella sí, condescendiente con la película, tomar de la película lo que le interesaba y abandonar o menospreciar el resto como de hecho sucedió en la mayor parte de las reseñas que se hicieron de la copia rescatada por Scorsese y Coppola.

Volvamos a las matemáticas. ¿Qué pregunta se plantea en la unión de Soy Cuba y El mamut siberiano? Creo que es la pregunta sobre la legitimidad cultural. La película de Kalatozov no quiso ser paternalista, no quiso condescender a la hora de hablar de la revolución cubana. Lo que eligió fue elevar la narración a los estándares de la alta cultura “universal”, aun sabiendo que universal significaba en realidad burguesía occidental, no tanto porque esa burguesía hubiera creado la alta cultura sino porque seguía siendo la clase mejor situada para apropiársela. Ni la Unión Soviética ni la cultura latinoamericana lograron imponer la legitimidad de Soy Cuba cuando más necesario hubiera sido. Y al fin, una vez más, Occidente se apropió de Soy Cuba cuando ya la relación de fuerzas le permitía desechar lo incómodo y aceptar el resto.

En este sentido, no es anecdótico que la recuperación de la película se realice a través de Scorsese y Coppola y de los grandes medios de comunicación que ellos ponen en liza. Y causa una cierta melancolía que el documental de Ferraz, no obstante su valor y sus grandes aciertos, se oriente hacia el momento en que quienes participaron en el rodaje de la película ven el vídeo de Scorsese y Coppola y, de algún modo, como el documental mismo, ceden a la legitimidad que otros, en realidad, los otros, han dado a lo que ellos hicieron. Porque si la escena del entierro es bellísima e impactante, lo era antes de que los directores norteamericanos así lo decretaran, y si fue entonces insuficiente para dar cuenta de un proceso que, además de impacto y de belleza, contenía, contiene, rabia, cansancio, certidumbre, también lo es ahora. Las obras de arte no cambian con el tiempo, sino que el tiempo cambia a veces a los hombres. Lo que tanto la película de Kalatozov como el documental de Ferraz terminan por contarnos es que, una vez más, cuando la legitimidad cultural la otorga la burguesía occidental, al hacerlo sólo se legitima a sí misma. Nuestras son, sin embargo, la pupila dilatada, la belleza del entierro, la posible insuficiencia de la parábola. Nuestros el arrobo, la impertinencia, la admiración y la crítica.


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