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CASTRO REY, Ignacio

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CASTRO REY, Ignacio

Nota Vie Ene 22, 2010 2:17 am
Ignacio Castro Rey

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(página personal | dialnet | rebelión)


Introducción

Ignacio Castro Rey, doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, es filósofo, escritor y crítico de arte.

Influido por la heterodoxia del pensamiento occidental (Leibniz, Nietzsche, Lacan, Deleuze), desarrolla desde hace años un trabajo filosófico en una doble dirección. Por un lado, una afirmación ontológica del referente de la singularidad, de su potencia irrepresentable. Por otro, una crítica del orden microfísico del poder postmoderno. En ambos registros intenta rescatar la precisión conceptual de distintos pensadores contemporáneos, de Agamben a Badiou, de Zizek a Baudrillard.

En solitario ha escrito Alén da fenda (Después de la grieta) (Espiral Maior, A Coruña, 1994), Roxe de sebes (Noitarenga, Santiago de Compostela, 2001), La explotación de los cuerpos (Debate, Madrid, 2002), Trece ocasiones (Arte y Estética, Pontevedra, 2002), Crítica de la razón sexual (Serbal, Barcelona, 2002), La sexualidad y su sombra (Altamira, BBAA, 2004), Votos de riqueza (A. Machado Libros, Madrid, 2007). Y ha participado de las obras colectivas: Imágenes: ¿todavía el hombre? (Ed. Cruce, Madrid, 1994), Otro marco para la creación (Ed. Complutense, Madrid, 1995), Junto a Jünger (Ed. Cruce, Madrid, 1996), El aliento de lo local en la creación contemporánea (Ed. Complutense, Madrid, 1998), Informes sobre el estado del lugar (Caja de Asturias, Oviedo, 1998), Neste silencio (Noitarenga, Santiago de Compostela, 2000).





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Nota Vie Ene 22, 2010 2:31 am
fuentes: http://www.ladinamo.org/ldnm/articulo.p ... =27&id=690 y http://www.ignaciocastrorey.com/ladinamo.htm


Mallrats

Entrevista con Ignacio Castro



César Rendueles

LDNM, nº 27, marzo-mayo de 2008




    Es sintomático del estado de la cultura española que muchos de los más importantes ensayos en lengua castellana se publiquen en pequeñas editoriales independientes. Es el caso de Votos de riqueza (Mínimo Tránsito, 2007), donde Ignacio Castro analiza la sociedad de consumo contemporánea desde posiciones cercanas a Debord, Baudrillard o Zizek y directamente herederas de un Marx pasado por el tamiz de Nietzsche. Todo ello, y no es un mérito menor, con una prosa clara, comprensible y provocadora.



Pregunta: El eje de Votos de riqueza es la caracterización de nuestra cultura en términos de un doble movimiento de, por un lado, atomización-desterritorialización y, por otro, masificación-reterritorialización. ¿Significa esto que tras el individualismo liberal late una forma de tribalismo?

Respuesta: En efecto, el eje de nuestra sociedad consiste en una continua aversión a la existencia mortal, a lo que en la naturaleza hay de afirmación singular en la muerte, fuente común de toda singularidad. Si la modernidad occidental afirma su dominio en una propuesta estatal de separación con respecto a la muerte, la postmodernidad desarrolla esto de una manera más perfecta con el mercado, con un consumo que en definitiva es la organización microfísica de la separación, su organización individual, capilar, a la carta. Frente al anterior poder basado en la represión en espacios de encierro como la escuela o la prisión, un "poder-rompeolas", el actual es el "poder-surf" de geometría flexible del que habla Deleuze en uno de sus famosos textos. El poder del consumo ha llegado a ser "dividual", a funcionar dividiendo al mismo individuo, uno a uno. Este poder global, que efectivamente ya no parece estatal ni tener centro, funciona con el doble mecanismo de desarraigar al individuo y a las poblaciones de todo compromiso profundo, para después vincularlos por fuera con la comunicación, con el consumo. En este sentido, el aislamiento, la desterritorialización, es la condición previa de la comunicación, reterritorialización: a la gente se la arranca de cualquier espacio propio de vivencia, que es continuamente satanizado por los medios, para después religarla con insignias de identificación social en minorías establecidas. El individualismo feroz es la condición de una especie de tribalismo elemental, de comunitarismo mediático que mantiene cohesionada a la aldea global. Pero la condición de este comunitarismo global –a diferencia del otro, basado en el afecto– es el odio, una profunda aversión a lo que de singular y mortal hay en cada existencia.


Pregunta: ¿Hasta qué punto el consumismo es el marco etnológico general de nuestra sociedad?

Respuesta: El consumo es el cemento que da consistencia, como sociedad cerrada, a la "apertura" de Occidente en el mundo, a su imperialismo "acéfalo", sin un centro rector claro. La cuestión clave es precisamente la necesidad que las democracias occidentales tienen de satanizar todo lo que sea primario. Por lo mismo que sólo puede ser apreciada por sus supuestos enemigos, como recordaba Debord, esta sociedad sólo puede ser soportada al precio de la infelicidad y el miedo de sus miembros. Nuestra normalidad es la inquietud, la desazón y la inseguridad ante un exterior horrendo. Hace tiempo que esta lógica del control se ha llevado al cuerpo, último bastión de resistencia del individuo. El telón de fondo es la desaparición, mejor, la proscripción de la naturaleza, cuya sola existencia amenaza con hacer independiente a cada individuo. Un poder que se pretende inmanente no puede permitir ese resquicio. La lógica del "fin de la historia" tiene el leitmotiv de fondo del fin de la naturaleza. Bajo este tapiz, la recuperación de lo corporal –sexo incluido– es la recuperación de algo crucial que sirve a un sector de la sociedad consumista. Todas las formas antiguas de independencia y comunidad –tabaco, alcohol, sexo, ocio, sol, comida...– han de ser satanizadas y castigadas. Para que el sistema funcione, cada hombre ha de tener dentro de sí un Tercer Mundo de peligros. Por cada posible alivio natural del individuo ha de haber una maldición social, una amenaza que sólo la técnica puede conjurar. El sexo es amenazado por el sida; la pareja, por el maltrato; el alcohol, con la violencia; el sol, con el cambio climático; el tabaco, con el cáncer; las drogas, con la marginalidad... Se trata de que el individuo esté siempre alerta, asustado y fastidiado, dependiente del especialista que va a librarle de esos peligros que, por otro lado, esa misma sociedad especializada ha causado. La desconexión está prohibida. Durante todo el día el individuo debe mantenerse asustado para que consuma servicios, en definitiva, para que consuma sociedad.


Pregunta: En todo momento dejas muy claro cuál es la tradición teórica a la que te adscribes...

Respuesta: Me siento muy cerca de críticos actuales como Agamben o Baudrillard, que ponen más el acento en los resortes "metafísicos" del sistema, que en los mecanismos clásica o directamente "políticos". Esto no me lleva al extremo de teorizar con Negri que el imperio es acéfalo y no hay ninguna nación destacada en este proceso de hegemonía. Por el contrario, juntando a Badiou con Baudrillard, nunca se destacará lo bastante el papel perverso de EE UU, militar y económicamente, en el nuevo orden mundial. Pero justamente porque ellos, los elegidos, por su origen puritano en una tierra expurgada de indígenas, tienen un papel filosófico y cultural destacado en la aversión a la existencia que es latente en todo el poder occidental. Están preparados como ninguna nación para realizar todo el trabajo sucio que a la hipócrita Europa le repugnaría. Pero ya digo, la cuestión crucial está en la aversión instintiva que todo el Occidente moderno siente hacia la existencia cualquiera. En este sentido, no lejos de Pasolini, mi libro apuesta por el papel liberador que puedan tener las gentes que con demasiada ligereza consideramos bárbaras o atrasadas.


Pregunta: Es cierto que en Votos de riqueza se percibe un aprecio poco frecuente hoy por el mundo tradicional. ¿Crees que los herederos del mundo campesino pueden jugar algún papel protagonista en la elaboración de un nuevo proyecto emancipatorio?

Respuesta: Sean musulmanes, eslavos, budistas o latinoamericanos, mi libro apuesta, al menos implícitamente, por el papel modulador que sobre nosotros deben ejercer las otras culturas no blancas, no platónicas ni democráticas. Justamente, toda esa humanidad "hedionda" que el famoso librito de Huntington (por cierto, muy instructivo) deja fuera del paraíso democrático, como un peligro oscuro que nos rodea. En esta línea, claro está, es muy útil la cálida visión que del mundo campesino dan John Berger o Peter Handke. Me gusta la idea de nuestro campo y sus habitantes como metáfora de una humanidad primaria que sólo tiene sus manos vacías y la sabiduría del tiempo circular. Creo que las masas exteriores, sean chinas o colombianas, pueden jugar un papel clave para limitar la barbarie de Occidente y ayudar a pensar una emancipación distinta que rompa con el ideal ilustrado de la Emancipación y asuma que, sin otra relación con la muerte, con la tierra mortal, nuestra civilización no dejará de ser letal.

Nota Lun May 05, 2014 6:02 pm
fuente: http://www.telam.com.ar/notas/201405/61 ... ombre.html



Entrevista a Ignacio Castro Rey

“Nadie sabe lo que puede un hombre”



Pablo E. Chacón

Télam // 4 de mayo de 2014



    El ensayista español Ignacio Castro Rey se explaya sobre el nuevo panorama global, según él caracterizado por un notable declive del imperio estadounidense, al tiempo que elogia la filosofía que está practicando -en el centro mismo de Europa- el coreano Byung-Chul Han.


Doctor en Filosofía, profesor universitario y columnista, es autor, entre otros libros, de Votos de riqueza, La depresión informativa del sujeto, Sociedad y barbarie y La sexualidad y su sombra. Esta es la conversación que sostuvo con Télam desde Madrid, donde reside.


T: ¿Qué novedades estás detectando en el conflicto que atraviesan Rusia, Ucrania y Crimea? ¿Y qué consecuencias puede traer la resolución de ese conflicto, cualquiera que sea, para el mundo occidental?

C: Una de las novedades, pero no es tal, es el declive del imperio estadounidense. Tiene gracia que le haya caído a un presidente de color el marrón (así se dice en España) de tener que lidiar a nivel mundial con unos cuantos países emergentes y ahora, además del creciente peso económico chino, con la resurrección política de Rusia. También ésta es una falsa sorpresa, pues cualquier analista de medio pelo tenía que saber que la depresión rusa (anterior y posterior a Yeltsin) no podía ser más que un periodo pasajero. Tiene también una triste gracia que los aliados de la Ucrania blanca se enteren ahora de que una parte considerable de la población ucraniana es rusa, de cultura, de lengua y de sensibilidad política. Tal ignorancia es comprensible en la insularidad norteamericana o inglesa, que al fin y al cabo hace su política desde una xenófoba distancia, pero resulta un poco más escandalosa en Francia y Alemania, hasta ayer consideradas potencias cultas. La verdad es que tampoco ayuda mucho que el títere que colocamos a la cabeza de un gobierno que derrocó violentamente al anterior gobierno ucraniano, elegido en las urnas, proclame a los cuatro vientos que Putin quiere resucitar la extinta URSS y que estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial. Pues no, gracias. Aunque la cosa ahora no pinta bien, al final no pasará nada: Rusia, como se diría de Israel, sólo necesita defenderse. En el fondo, los rusos sienten un gran respeto por el Occidente que critican a diario. Gracias a la torpeza internacional, Rusia volverá a vincularse a los territorios que históricamente son suyos y Ucrania y la Federación tendrán que entenderse como vecinos. Es una lástima, repito, que todo este inevitable conflicto, que viene de atrás, no se haya llevado por cauces menos paranoicos. Baudrillard diría que Estados Unidos ha vuelto a cambiarle las cartas a Europa.


T: En las últimas semanas, tres intelectuales han golpeado sobre la vertiente económica de Marx: Antonio Escohotado, Byung-Chul Han y Luciano Canfora. A su vez, ninguno de ellos promueve un retorno a la ortodoxia monetarista. ¿Cómo leer este fenómeno?

C: La verdad es que de Escohotado y Canfora no sé mucho... En cuanto a Han, creo que se trata de un fenómeno más bien sorprendente. Han ataca al capitalismo en la metafísica que guía a una economía que hace tiempo se ha hecho psíquica, libidinal. De ahí que se pueda permitir el lujo de evitar un marxismo que se limitó a cambiar una acumulación por otra, una velocidad histórica por otra, una clase dominante por otra. Lo que hay que hacer, según Han, sería acabar sería con el fetichismo de la historia, con la historia como gran mercancía. De hecho, Han acusa al mismísimo Foucault (La agonía del Eros, p. 20) de ser cómplice de los señuelos neoliberales del poder y su invitación hedonista. En este punto y en otros, La agonía… parece un libro más cercano a Pasolini que a Foucault. A años luz de Marx, Han parece creer que el arma fundamental del capitalismo no es económica, sino cultural, un simulacro de acumulación contra la muerte. En este sentido, el autor de esos tres libros que darán que hablar parece encantadoramente indiferente a la obsesión política de nuestros pensadores estelares, incluido el celebrado Žižek. De talante decididamente anti-deconstructivo, a Han no se le caen los anillos por ignorar la moralina progresista que se supone debe proteger, de acusaciones insidiosas, a un provocador que se precie. El capitalismo absolutiza la mera vida, dice (Ibíd., p. 36). El retroceso ante la muerte nos convierte en meros supervivientes, gestores de la mera vida. El no muerto que somos nosotros está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para morir (Ibíd., p. 44). ¿Qué les parece, se reconocen? Somos amos del esclavo o esclavos del amo, no hombres libres. Han dirige sus dardos, desde el comienzo, contra el horizonte del consumo. Y no el consumo como brazo articulado de un orden económico, sino como una metafísica de la nivelación, del beneficio anímico de la igualación. En tal punto, este pensador no deja de dibujar la banalidad como un arma política totalitaria. Byung-Chun Han representa así una especie nueva, o no tan nueva, de moralista. Antropológicamente conservador, como Lévinas, Heidegger o Steiner, no tiene más remedio que serlo para resultar subversivo en lo político y cultural. Si uno habla continuamente de capitalismo como cultura imperante también por la izquierda, de un infierno de lo igual sostenido en una alianza progresista contra la heterogeneidad de ser, no hay más remedio que ser fiel al atraso constitutivo del hombre.


T: En Cero Cero Cero, el escritor italiano Roberto Saviano dice que la etapa superior del capitalismo financiero es la economía criminal soportada en el tráfico de drogas, armas, personas. Creo que Saviano, al contrario de Escohotado, es menos optimista. ¿Cuál es tu posición al respecto?

C: Pues no sé… Es posible que nosotros, los radicales, nos pasemos la vida exagerando, hablando del capitalismo como si fuera algo ajeno a nuestras prácticas diarias, radicales, culturales, progresistas. Es un mecanismo de blanqueo anímico. Es cierto que el sistema mismo es apocalíptico. Basta con ver un informe meteorológico cualquiera para comprobar que no podemos vivir sin el espectáculo del Apocalipsis externo: también la Tierra parece caminar hacia un holocausto, etcétera. Al mismo tiempo, sin embargo, creo que las masas viven hasta cierto punto al margen de ese horror que necesitamos tener continuamente en mente la elite occidental. O sea, que junto al tráfico de capitales, armas, drogas y personas está el no menos importante tráfico de información, que también es otra poderosa mafia, aunque esta vez dirigida por nosotros. Las mafias, las sectas, la corrupción es un mundo complejo en el cual todos nosotros (sobre todo, la elite cultural) estamos implicados.


T: ¿Existiría algún código penal capaz de regular esta nueva realidad donde las empresas y los bancos son más poderosos que los mismos estados y participan de esa economía oscura?

C: Me cuesta creer en los códigos penales, también en los jueces estrella. Creo en los estados, en algunas personas, incluso en algunas instituciones. Desde luego, creo en el Estado y en la fuerza de las naciones (y de algunos escasos políticos) para limitar la rapiña de los mercados. Ya sé que vivimos en una economía de mercado, pero no hace falta ver otra vez "Inside Job" para entender, casi al margen de las ideologías políticas, que los estados participan de esa economía oscura y han facilitado a veces las peores prácticas especulativas. No se me ocurre otro medio para paliar, al menos en parte, esa corrupción tendencial del capitalismo que los movimientos sociales y las poblaciones puedan de vez en cuando imponer unos políticos menos corruptos, con un poco más de carácter. Es posible que la ética clásica, lo que antes llamábamos moral burguesa, aún tenga algo que hacer en medio de esta hipertrofia de la política y las ideologías. Éstas con frecuencia se limitan a cambiar solamente el nombre de las siglas que dirige la gestión de esa mafia mayoritaria que se suele llamar mercado, política, información. Creo que en este punto el señor Han vuelve a decir cosas encantadoramente violentas y provocativas.


T: El sistema de comunicaciones, la virtualidad, el aislamiento conectado, ¿corresponde a este universo de discurso? ¿De qué manera?

C: Una de las peores corrupciones de nuestro universo cultural es lo que podíamos llamar el conductismo universal en el que nos movemos, un determinismo complejo que no necesita conductistas y puede incluir mil formas alternativas. Es lo que se ha llamado vigilancia sin vigilantes. Nuestros líderes, incluso radicales, se pasan el día en el panóptico estímulo-respuesta, recibiendo informaciones y respondiendo a ellas. O sea, por no atreverse a estar a solas con nada, son prisioneros de la red global de la interactividad, un dispositivo que esconde una profunda interpasividad. ¿Qué significa esto? Que casi nadie escucha el silencio del mundo. Parece poco, pero que una persona logre cambiar su relación con el misterio de lo real ya supone una revolución, y difícilmente va a ser sólo personal. Pocos atienden con la vista y los oídos al entorno, a la gente con la que se relacionan a diario, a las cosas discretas que les rodean. Es una de las peores corrupciones, y esta vez perfectamente democrática. A veces he comentado, medio en broma, que cualquier líder que quisiera ser distinto debería pisar la calle y tener en su equipo especialistas en vida cotidiana, espías existenciales que tengan prohibido leer la prensa y usar un ordenador. En otras palabras, creo que sin un cierto grado de populismo (en Europa, eso lo dejamos para la derecha) es imposible hacer otra cosa que perpetuar la crueldad organizada de la mundialización.


T: La violencia contra las mujeres, el sicariato, la indiferencia social, las adicciones, el caminar con la cabeza gacha, la supervivencia, la anomia: ¿ese es el mundo que nos espera?

C: Si ese es el mundo, no nos espera: se impone. Pero no lo veo así. Antes decía que bajo la costra impresionista de la información y la política, muy interesada en que el entorno sea espantoso (su gestión vive de ello), hay siempre otro universo por descubrir. Y a veces en el simple cómo, en las maneras: un empresario no es igual que otro, un político (dentro del mismo partido) no es igual a otro; incluso un mafioso no es necesariamente igual a otro. El arte de los matices, de las distinciones, nos exige adelgazar al máximo nuestra ideología política para agudizar al máximo nuestra sensibilidad moral. Es posible que en lo antropológico tengamos que ser muy cuidadosos, reformistas o incluso conservadores. Es poco, pero el mundo empieza a cambiar por ahí. Salvo para las almas con una Stimmung trágica (o sea, muchos de nosotros) la verdad es que, además de toda esa violencia, hay muchas más cosas en el horizonte. En Europa y América quedan mil formas de vivir, de respirar y de fugarse que nada tienen que ver con el espectáculo de la escena mundial. Los tres libritos de Han que conozco, aún con las dudas que puedan suscitar, indican que el infierno de lo igual no ha penetrado del todo en el tejido de la existencia. ¡Ni siquiera en Alemania, país clonado por excelencia! Hasta se ha tenido el valor de volver a resucitar al maravilloso Peter Handke. Es sólo un escritor, de acuerdo, pero ellos son las antenas de la especie.


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