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AZAÑA, Manuel (1880-1940)

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Manuel Azaña Díaz

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Introducción

En la página web de la Asociación Manuel Azaña se escribió:Don Manuel Azaña Díaz nació en Alcalá de Henares el 10 de enero de 1880. Estudió en el Colegio Complutense, en el Instituto Cisneros y en los Agustinos de El Escorial. Licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza en 1897, se doctoró en 1900 con una memoria denominada La responsabilidad de las multitudes. En 1902 ingresó en la Academia de Jurisprudencia, en la que pronunció un discurso titulado "La libertad de asociación". En 1909 ingresó como funcionario en la Dirección General de los Registros y del Notariado del Ministerio de Gracia y Justicia. En 1911 viajó a París, becado por la Junta de Ampliación de Estudios para realizar, durante el curso 1911-1912, estudios de Derecho Civil francés. Colabora en aquellos años en los diarios El Imparcial y El Sol.

En octubre de 1913 fue fundador, junto a José Ortega y Gasset y Fernando de los Ríos, de la Liga de Educación Política.

Durante la primera guerra mundial, además de participar en actos a favor de los aliados viajó a los frentes como corresponsal de guerra. De aquellos años son sus estudios acerca de la política militar francesa.

En 1918 y en 1923 intentó ser diputado, sin éxito por el sistema caciquil, por el distrito toledano de Puente del Arzobispo.

Dirigió las revistas La Pluma y España entre 1920 y 1924. Fue secretario del Ateneo de Madrid (1913-1920) y Presidente de 1930 a 1932. Fundó en 1926, junto a José Giral y Enrique Martí Jara, Acción Republicana, tras su marcha del Partido Reformista por la posición pusilamine mantenida por Melquiades Álvarez frente a la la Dictadura de Primo de Rivera.

Formó parte del Comité Revolucionario (1930), que contribuyó a la instauración de la República, en cuyo Gobierno Provisional ocupo la cartera de Guerra primero y la Presidencia después. Las elecciones a Cortes Constituyentes en junio de 1931,en las que resultó elegido diputado de Acción Republicana por Valencia, le confirmaron como Jefe del Ejecutivo, puesto del que dimitirá en septiembre de 1933.

En las elecciones de noviembre de 1933 resultó elegido diputado por Bilbao, junto a su entonces amigo Indalecio Prieto. El fracaso electoral de las izquierdas, que acudieron divididas y fragmentadas a estos comicios, reafirmaron a Azaña en su estrategia de alianza con los socialistas. En aquellos años del «bienio negro» el ex presidente sufrió varios atentados, llevados a cabo por mercenarios al servicio del ministerio de la gobernación o de las oligarquías. Varios correligionarios de Azaña fueron asesinados en aquel periodo, como fue el caso del periodista Manuel Andrés Casaus que había sido Director General de Seguridad.

En abril de 1934, ya en la oposición, consiguió la unidad republicana con los partidos de Marcelino Domingo y Santiago Casares Quiroga, dando lugar a la fundación de Izquierda Republicana, organización política de la que fue elegido Presidente; consiguió la incorporación al nuevo partido de centenares de casinos y circulos republicanos locales, así como la de cerca de veinte diarios republicanos de cácter provincial. En octubre del mismo año fue detenido bajo la falsa acusación de estar Implicado en los sucesos revolucionarios de Asturias y Cataluña.Encarcelado, permaneció a bordo del destructor Sánchez Barcaiztegui, anclado en el puerto de Barcelona. Tras su liberación en enero de 1935 inició una campaña política, con sus discursos en campo abierto, que dio lugar más tarde a la creación del Frente Popular; en marzo de 1935 apareció el periódico Política, como portavoz oficial de Izquierda Republicana. La coalición que lideró obtuvo la victoria en las elecciones de febrero de 1936.Volvió a ser Presidente de Gobierno, tras la negativa del PSOE, dirigido entonces por Francisco Largo Caballero, a autorizar a Indalecio Prieto, a encabezar un gobierno republicano-socialista. El 10 de mayo de aquel año fue elegido Presidente de la República, trás la destitución por las Cortes de Niceto Alcalá-Zamora, cargo que ocupó durante la guerra civil que sufrió España de 1936 a 1939.

Durante la guerra pronunció cuatro memorables discursos, publicados después con el titulo "Los españoles en guerra", con prólogo de su amigo y antiguo correligionario el poeta Antonio Machado. Denunció en estos años la participación de la Alemania nazi al lado de los rebeldes, con moderno armamento y tropas regulares, así como la politíca de no-intervención seguida por Francia e Inglaterra.

Tras la caida de Cataluña pasó a Francia el día 5 de febrero de 1939; su último acto como Presidente de la República fue pasar revista a una compañía de soldados, ceremonia que le conmovió mucho, como dejaría escrito. Dimitió como Jefe del Estado español el día 27 de febrero de 1939, trás el reconocimiento efectuado por Francia e Inglaterra, del gobierno golpista y rebelde del general Franco. Durante su exilio se vió perseguido por los agentes de la policía franquista que, con ayuda de la Gestapo y la tolerancia del gobierno francés, daban caza a diario a refugiados españoles para conducirlos ante los pelotones de fusilamiento; tuvo que cambiar varias veces de residencia, sin que se le guardase consideración alguna por parte del gobierno del mariscal Petain.

Falleció en Montaubán (Francia), después de una larga enfermedad, el 3 de noviembre de 1940, tras haberse exiliado durante las postrimerías de la guerra. Fue enterrado el 5 de noviembre, y, a pesar de sus deseos, la bandera tricolor republicana no cubrió su féretro, puesto que no fue autorizada por las autoridades colaboracionistas del Gobierno de Vichy, y hubo de sustituirse por la bandera mexicana.

Relevante escritor y periodista, fue Premio Nacional de Literatura en 1926, por su obra Vida de Juan Valera. Autor de novelas como El jardín de los frailes y Fresdeval, también realizó incursiones en el teatro con obras como La Corona. Fue asimismo un relevante ensayista y traductor. Su obra La velada en Benicarló, compuesta por una serie de diálogos sobre la guerra de España, y que puede considerarse como la más importante reflexión acerca de la década de los años treinta en nuestro país. De igual modo dejó escritas unas Memorias que constituyen el más apasionante documento sobre la Segunda República Española. La otra gran faceta de su personalidad pertenece a su actividad como orador. Sus discursos eran considerados acontecimientos nacionales, como en el caso del famoso discurso en el campo de Comillas de Madrid, el 20 de octubre de 1935. Sobre su figura se han escrito numerosas monografías y artículos en publicaciones periódicas.





Bibliografía compilada (fuente | fuente)





Discursos





Ensayo





Narrativa





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La velada en Benicarló

Nota Mar Oct 20, 2009 3:41 am
Fragmentos de La velada en Benicarló, escrito por Manuel Azaña en 1937, durante nuestra guerra, que recogemos aquí porque ilustran bien su modo de pensar, de izquierda pequeñoburguesa, y que tiene críticas ingeniosas como la primera:

[...] Ustedes conocen, de nombre por lo menos, un pueblecito cercano de Madrid: Ciempozuelos. Hay en él o había dos manicomios. Al producirse el ataque a Madrid, Ciempozuelos quedó entre las dos líneas, sin que los unos pudieran conservarlo ni los otros ocuparlo. No era de nadie. Ignoro si continúa lo mismo. Un conocido mío, destinado en las inmediaciones, acertó a introducirse solo en Ciempozuelos. Todo el vecindario había huido. El pueblo estaba desierto, salvo que los locos, quebrantadas las puertas de su encierro, campaban por sus respetos. Solamente los locos. Me parece innecesario explicarles a ustedes, rasgo por rasgo, la exactitud de este problema español. Si quieren prolongarlo con la fantasía, veamos cómo tratará cada banda el caso de Ciempozuelos. Si entran los autoritarios, los rebeldes, fusilarán a la mitad más uno de los locos, que no habrán dejado de decir palabras imprudentes acerca de la libertad, y a los restantes los encerrarán a viva fuerza. Si entran los del Gobierno, convocarán a los locos, y un representante del Frente Popular les pronunciará un discurso, inculcándoles que se dejen encerrar. No se dejarán. Entonces se nombrará un comité mixto en el que tendrán representación los locos, y por transacción se acordará encerrar al veinticinco por ciento de ellos. Los otros permanecerán sueltos, y para garantía, los locos tendrán dos puestos en el nuevo Ayuntamiento. Cuando se trate de elegir alcalde, reñirán todos, y los locos se retirarán dignamente del comité mixto y del Ayuntamiento. No hay más. [...]

La población exhibía la uniformidad nueva del desaliño, la suciedad y el harapo. La raza parecía más morena, porque los jóvenes guerreros se dejaban la barba, casi siempre negra, y los rostros se ensombrecían. Largas melenas, pechos velludos descotados, fusiles en bandolera, reminiscencias de un siglo atrás, locuras románticas, barricadas revolucionarias. Mucha gente incurría en la uniformidad del andrajo por miedo de parecer acomodada, sobre todo si lo era aún o lo había sido. Ningún sombrero, boina cuando más. Cuello en la camisa, nunca. La corbata habría sido un reto insolente. Conservar mi vestimenta de siempre, parecía un rasgo de valor. [...] Los oficiales, ahorcado el uniforme, lucían prendas de cuero, cierres de cremallera, cadenillas y preseas de fantasía, en lo que apuntaban ya el lujo, la elegancia... Difícil situación la de los oficiales, más penosa cuanto más probada su lealtad.

En nuestra guerra, las tesis del patriotismo nacional, que pretende integrar en una expresión común intereses y clases divergentes, son las de la República, sostenida por burgueses y proletarios. Por su parte, la rebelión se llama nacionalista y exalta el españolismo, provoca y utiliza la violación de las fronteras para aniquilar a la fracción más numerosa del país, como si todo lo que representan el liberalismo burgués y el obrerismo no fuese también nacional.

Ninguna política puede fundarse en la decisión de exterminar al adversario. Es locura, y en todo caso irrealizable. No hablo de su ilicitud, porque en tal estado de frenesí nadie admite una calificación moral. Millares de personas pueden perecer, pero no el sentimiento que las anima. Me dirán que exterminados cuantos sienten de cierta manera, tal sentimiento desaparecerá, no habiendo más personas para llevarlo. Pero acometerlo propala lo que se pretende desarraigar. La compasión por las víctimas, el furor, la venganza, favorecen el contagio en almas nuevas. El sacrificio cruel suscita una emulación simpática que puede no ser puramente vengativa y de desquite, sino elevada, noble. La persecución produce vértigo, atrae como el abismo. El riesgo es tentador. Mucho puede el terror, pero su falla consiste en que él mismo engendra la fuerza que lo aniquile y al oprimirla multiplica su poder expansivo.


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