ha sido considerado durante muchos años como la mejor fundamentación de un estudio de los problemas lingüísticos y semióticos inspirado por el marxismo. Obra del lingüísta soviético Valentin N. Voloshinov –según algunas fuentes, con considerable colaboración del célebre
- se trata de una obra que, a mi juicio, conserva un gran interés, y más dentro de una web que tiene por divisa potenciar el valor de transformación social de los productos audiovisuales. Me permitire traer una pequeña selección a estas columnas de rebeldemule en días sucesivos -y, si la inspiración me da de sí, un pequeño comentario sobre su valor actual-.
Cito por la edición de la editorial argentina Nueva Visión –sobre la edición en inglés-, que se tituló
(1976) . Hubo una edición posterior de Alianza con el título original, que añade algunos materiales que faltan en la de Nueva Visión y prescinde de otros que están en ésta, si no recuerdo mal. A los estudiantes de psicología les resultarán familiares (espero) las ideas de Voloshinov, ya que están emparentadas con las del coetáneo
.
CAPÍTULO 1 EL ESTUDIO DE LAS IDEOLOGÍAS Y EL ESTUDIO DEL LENGUAJE
Los problemas de la filosofía del lenguaje han adquirido en los últimos tiempos excepcional pertinencia e importancia para el marxismo. Más allá del amplio campo de los sectores más vitales abarcados en su avance científico, el método marxista se dirige directamente a estos problemas, y no puede seguir avanzando productivamente sin una disposición especial para investigarlos y resolverlos.
Ante todo, los verdaderos cimientos de una teoría marxista de las ideologías –las bases para los estudios del conocimiento científico de la literatura, la religión, la ética, etc.- están estrechamente ligados a la filosofía del lenguaje.
Un producto ideológico no sólo constituye una parte de una realidad (natural o social) como cualquier cuerpo físico, cualquier instrumento de producción o producto para consumo, sino que también, en contraste con estos otros fenómenos, refleja y refracta otra realidad exterior a él. Todo lo ideológico posee significado: representa, figura o simboliza algo que está fuera de él. En otras palabras, es un signo. Sin signos, no hay ideología.
Un cuerpo físico es igual a sí mismo, por así decir. No significa nada, sino que coincide plenamente con su particular naturaleza dada. En este caso no hay problema de ideología. Sin embargo, un cuerpo físico puede percibirse como imagen –por ejemplo, la imagen de inercia natural y de necesidad encarnada en ese objeto particular-. Cualquier imagen artístico-simbólica originada por un objeto físico particular ya es un producto ideológico. El objeto físico se convierte en un signo. Sin dejar de ser una parte de la realidad material, ese objeto, hasta cierto punto, refleja y refracta otra realidad.
Ocurre lo mismo con cualquier instrumento de producción. Una herramienta por sí misma está desprovista de significado especial; domina sólo una función determinada: servir para éste o aquel propósito. La herramienta sirve para ese propósito como el particular objeto dado que es, sin representar o reflejar otra cosa. Pero una herramienta puede convertirse en un signo ideológico, como ocurre con la hoz y el martillo que constituyen la insignia de la Unión Soviética…
También es posible realzar artísticamente una herramienta, de tal manera que su diseño artístico armonice con el propósito para el que está destinada a servir en la producción. En este caso, se efectúa algo así como una máxima aproximación, casi una fusión de signo y herramienta. Pero incluso aquí detectamos una clara línea conceptual divisoria: la herramienta, como tal, no se convierte en signo; el signo, como tal, no se convierte en instrumento de producción.
… Así, paralelamente a los fenómenos naturales, al equipamiento técnico y a los artículos de consumo, existe un mundo especial: el mundo de los signos.
Los signos son también objetos materiales particulares… Un signo no existe simplemente como una parte de la realidad, sino que refleja y refracta otra realidad. Por lo tanto, puede distorsionar esa realidad o serle fiel, o percibirla desde un punto de vista especial, etc. Cada signo está sujeto a los criterios de evaluación ideológica (si es verdadero o falso, correcto, honrado, bueno, etc.). El dominio de la ideología coincide con el dominio de los signos. Son equivalentes entre sí. Dondequiera que esté presente un signo, también lo está la ideología. Todo lo ideológico posee valor semiótico.
En el dominio de los signos –en la esfera ideológica- existen profundas diferencias: es, al fin y al cabo, el dominio de la imagen artística, del símbolo religioso, de la fórmula científica, de los fallos judiciales, etc. Cada campo de la creatividad ideológica tiene su propia manera de orientarse hacía la realidad y cada uno refracta la realidad a su modo. Cada campo domina su propia función especial dentro de la unidad de la vida social. Pero lo que coloca todos estos fenómenos ideológicos bajo la misma definición es su carácter semiótico.
Todo signo ideológico es no sólo un reflejo, una sombra de la realidad, sino también un segmento material de esa misma realidad. Todo fenómeno que funciona como un signo ideológico tiene algún tipo de corporización material… Un signo es un fenómeno del mundo exterior. Tanto el signo mismo como todos sus efectos (todas esas acciones, reacciones y nuevos signos que produce en el mundo social circundante) ocurren en la experiencia exterior.
Este es un punto de extrema importancia, y sin embargo, por elemental y evidente que parezca, el estudio de las ideologías no ha obtenido aún todas las conclusiones que se derivan de allí. La filosofía idealista de la cultura y los estudios culturales psicologistas colocan la ideología en la conciencia. Afirman que la ideología es un hecho de conciencia: el cuerpo externo del signo no es más que un revestimiento, un medio técnico para la realización del efecto interior, que es la comprensión.
Tanto el idealismo como el psicologismo pasan igualmente por alto el hecho de que la comprensión sólo puede producirse en un material semiótico (por ejemplo, habla interna), que el signo se dirige al signo, que la conciencia misma puede surgir y llegar a constituir un hecho posible sólo en la concreción material de los signos. La comprensión de un signo es, al cabo, un acto de referencia entre el signo aprehendido y otros signos ya conocidos; en otras palabras, la comprensión es una respuesta a un signo con signos. Y esta cadena de creatividad y comprensión ideológicas, que pasa de un signo a otro y luego a un nuevo signo, es perfectamente consistente y continua: de un eslabón de naturaleza semiótica (y por tanto, también de naturaleza material) avanzamos interrumpidamente a otro eslabón exactamente de la misma naturaleza. Y no existe ruptura en la cadena, en ningún momento se hunde en el ser interior, de naturaleza no material y no corporizado en signos.
Esta cadena ideológica se extiende de conciencia individual a conciencia individual, conectándolas entre sí. Los signos surgen únicamente en el proceso de interacción entre una conciencia individual y otra. Y la misma conciencia individual está llena de signos. La conciencia es conciencia sólo cuando se ha llenado de contenido ideológico (semiótico), y por lo tanto, sólo en el proceso de interacción social.
A pesar de las profundas diferencias metodológicas… la filosofía idealista de la cultura y los estudios culturales psicologistas cometen el mismo error fundamental. Al localizar la ideología en la conciencia, transforman el estudio de las ideologías en un estudio de la conciencia y sus leyes… La creatividad ideológica –hecho social y material- queda restringida a los alcances de la conciencia individual y ésta, a su vez, privada de todo apoyo en la realidad. Se convierte en todo o en nada.
… El verdadero lugar de lo ideológico como tal en la existencia está en la materia social específica de los signos creados por el hombre. Su especificidad consiste precisamente en su ubicación entre individuos organizados, para los cuales constituye el medio de comunicación.
Los signos sólo pueden aparecer en territorio interindividual. Es un territorio que no puede llamarse ‘natural’ en la acepción directa del término: los signos no aparecen entre dos miembros cualesquiera de la especie Homo sapiens. Es esencial que los dos individuos estén organizados socialmente, que compongan un grupo (una unidad social): sólo entonces puede tomar forma entre ellos el medio de los signos. La conciencia individual no sólo no puede usarse para explicar nada, sino que, por el contrario, ella misma necesita ser explicada desde el medio natural y social.
La conciencia individual es un hecho ideológico-social. Hasta que esto no se admita con todas sus consecuencias, no será posible construir ni una psicología objetiva ni un estudio objetivo de las ideologías.
… En general, la conciencia se ha convertido en el asilo de la ignorancia para todas las elucubraciones filosóficas. Está condenada a ser el receptáculo de todos los problemas no resueltos, de todos los restos objetivamente irreducibles… La única definición objetiva posible de la conciencia es sociológica. La conciencia no puede derivarse directamente de la naturaleza (ni) la ideología derivarse de la conciencia… La conciencia toma forma y vida en la materia de los signos creados por un grupo organizado en el proceso de su intercambio social. La conciencia individual se alimenta de signos; de ellos obtiene su crecimiento; refleja su lógica y sus leyes. La lógica de la conciencia es la lógica de la comunicación ideológica, de la interacción semiótica de un grupo social. Si privamos a la conciencia de su contenido semiótico, ideológico, no quedaría absolutamente nada. La conciencia sólo puede hospedarse en la imagen, en la palabra, en el gesto significativo, etc. Fuera de este material, queda el puro acto fisiológico no iluminado por la conciencia, sin que los signos le hayan dado luz, sin que le hayan dado significado.
Todo lo dicho conduce a la siguiente conclusión metodológica: el estudio de las ideologías no depende en absoluto de la psicología y no necesita fundarse en ella. Como veremos con mayor detalle en un capítulo posterior, sucede casi a la inversa: la psicología objetiva debe fundarse en el estudio de las ideologías. La realidad de los fenómenos ideológicos es la realidad objetiva de los signos sociales. Las leyes de esta realidad son las leyes de la comunicación semiótica y están directamente determinadas por el conjunto total de las leyes económicas y sociales. La realidad ideológica es la superestructura inmediata de las bases económicas. La conciencia individual no es el arquitecto de la superestructura ideológica, sino sólo un inquilino que se aloja en el edificio social de los signos ideológicos.
Nuestra argumentación inicial, que liberó los fenómenos ideológicos y su regularidad de la conciencia individual, los enlaza de modo muy firme con las condiciones y las formas de la comunicación social… Después de todo, la existencia del signo no es otra cosa que la materialización de esa comunicación, y de esa naturaleza son todos los signos ideológicos. Pero esta cualidad semiótica y el rol continuo y amplio de la comunicación social como factor condicionante en ninguna parte aparecen expresados con tanta claridad y de modo tan completo como en el lenguaje. La palabra es el fenómeno ideológico por excelencia.
La realidad de la palabra es totalmente absorbida por su función de signo. Una palabra no contiene nada que sea indiferente a esta función, nada que no haya sido engendrado por ella. Una palabra es el medio más puro y sensible de la comunicación social… Además es un signo neutral. Cualquier otra clase de material semiótico se especializa en algún campo particular de la creatividad ideológica. Cada campo posee su propio material ideológico y formula signos y símbolos que le son específicos y no son aplicables en otros campos. En estos casos, el signo es creado por alguna función ideológica específica y permanece inseparable de ésta. Por el contrario, la palabra es neutral con respecto a cualquier función ideológica específica. Puede desempeñar funciones ideológicas de cualquier tipo: científicas, estéticas, éticas, religiosas.
Existe además esa inmensa área de comunicación ideológica que no puede restringirse a ninguna esfera ideológica en particular: el área de la comunicación en la vida humana, la conducta human. Este tipo de comunicación es extraordinariamente rico e importante. Por una parte, se vincula directamente con el proceso de producción; por la otra, se relaciona de modo tangencial con las esferas de las diversas ideologías especializadas y totalmente desarrolladas. En el próximo capítulo hablaremos con más detalle de esta área especial de la ideología… Por ahora, señalaremos que la materia comunicativa de la conducta es fundamentalmente la palabra. El llamado lenguaje conversacional y sus formas se ubican precisamente aquí, en el área ideológica de la conducta.
… Aunque la realidad de la palabra, como la de cualquier signo, se da entre los individuos, al mismo tiempo la palabra es producida por los medios propios del organismo individual, sin recurrir a ningún otro elemento o material extracorpóreo. Esto determina el rol de la palabra como material semiótico de la vida interior, de la conciencia. Por cierto que la conciencia sólo puede desarrollarse gracias a que dispuso de materia dócil, expresable por medios corpóreos. Y la palabra es exactamente ese tipo de material. La palabra puede utilizarse como el signo para uso interno, podemos decir; puede funcionar como signo en un estado que no llega a la expresión externa. Por esta razón, el problema de la conciencia individual como palabra interior -como signo interior en general- resulta uno de los más vitales en la filosofía del lenguaje. (Pero) se necesita un profundo y agudo análisis de la palabra como signo social antes de que pueda comprenderse su función como medio de conciencia.
A este papel exclusivo de la palabra como medio de conciencia se debe el hecho de que la palabra funcione como ingrediente esencial que acompaña toda clase de creatividad ideológica. La palabra acompaña y comenta todos y cada uno de los actos ideológicos. El proceso de comprender cualquier fenómeno ideológico (sea un cuadro, una pieza de música, un ritual o un acto de conducta humana) no puede operarse sin la participación del lenguaje interno. Todas las manifestaciones de la creatividad ideológica –todos los otros signos no verbales- están inmersos, suspendidos en los elementos del lenguaje, y no pueden ser totalmente divorciados o segregados de ellos… Esto no quiere decir, por supuesto, que la palabra pueda reemplazar cualquier otro signo ideológico… Afirmarlo conduciría al racionalismo más simplista y trivial…
Ningún signo cultural, una vez que ha recibido significado y se lo ha incluido en él, permanece aislado; se hace parte de la unidad de la conciencia verbalmente constituida. Ésta tiene capacidad para hallar el acceso verbal al signo. Es como si se formarán ondas radiantes de respuestas y resonancias verbales alrededor de cada signo ideológico. Cada refracción ideológica de una existencia en proceso de generación, cualquiera que sea la naturaleza de su material significante, es acompañada por una refracción ideológica en la palabra como fenómeno concomitante obligatorio. La palabra está presente en cada uno de los actos de comprensión y en cada uno de los actos de interpretación.
… Las leyes de la refracción ideológica de la existencia en los signos y en la conciencia, sus formas y mecanismos, deben estudiarse ante todo en la materia de la palabra. La única manera posible de aplicar el método sociológico marxista a las profundidades y sutilezas de las estructuras ideológicas ‘inmanentes’ es operar desde la base de la filosofía del lenguaje como filosofía del signo ideológico. Y esa base debe ser proyectada y elaborada por el propio marxismo.