Víctor Núñez Jaime, en "Günter Wallraff, el periodista indeseable (I)", en El País, el 24 de marzo de 2013, escribió:Günter Wallraff colecciona piedras. En cada país que visita siempre busca alguna de forma o textura poco común. Y si son grandes, mejor. Las tiene en su casa del centro de Colonia, Alemania, donde también organiza encuentros culturales como presentaciones de libros o eventos musicales. “Las colecciono porque siento que con ellas puedo aprovechar la naturaleza. Me relajan y me recuerdan las diferentes culturas del mundo. Tengo de diferentes formas, tamaños y colores. A veces siento que me llevan a otro mundo”, cuenta con una sonrisa el periodista sin disfraz de por medio.
El propio Wallraff ha sido una piedra en el camino o en el zapato para muchos empresarios y políticos. Durante 40 años se ha encargado re revelar, previa infiltración, los abusos de poder, la xenofobia y las condiciones de explotación laboral de miles de obreros y empleados de Alemania.
Wallraff está armado de paciencia y amabilidad. No se desespera por tener que “hablar por bloques”, pues han de traducir sus palabras del alemán al español. Sus ojos miran con curiosidad. Con asombro. Son unos ojos azules detrás de unas gafas sin montura y casi sin reflejo. Su rostro es pequeño y surcado por varias arrugas. El bigote, entreverado de canas y “muy mexicano”, dice. Calva está casi toda la cabeza y medianas y coloradas las orejas. Alto, flaco, piel ceñida a los huesos. Gris la camisa y negros el pantalón y los zapatos. Sin disfraz, este alemán de 70 años tiene pinta de profesor universitario. Y eso ha sido para varias generaciones de periodistas en muchos rincones del mundo.
“No hay sociedad —dice Wallraff— donde no haya algo que descubrir. Aconsejo que se infiltren, por ejemplo, en un hospital psiquiátrico para ver las condiciones en las que están los pacientes. Infíltrense también en los grupos políticos y religiosos de derecha para ver cómo operan. Temas hay muchos. No bastarían diez vidas para descubrir todo lo que hay. Para no arriesgarse, pueden trabajar en grupos y publicar bajo un seudónimo. Al que trabaja solo es más fácil intimidarlo y hasta matarlo. Pero eliminar un grupo es más complicado”.
Cuenta el propio Günter Wallraff que hace poco revisó los diarios que escribió en su juventud y descubrió que a los 16 años esbozó su destino al plasmar en un cuaderno: “Yo soy mi propio constructor de máscaras. Me enmascaro para descubrirme a mi mismo”... Ahora sé que lo que hago es un “juego de roles” como en la psicología y la pedagogía. Y esto, está comprobado, ayuda a comprender más.”
Antes de hacer periodismo, Wallraff fue bibliotecario, poeta y obrero. Se negó a enrolarse en las filas del ejército y lo tacharon de inútil. Por eso, para poder trabajar, tuvo que cambiar de identidad. En 1963 empezó en distintas empresas de
Alemania Occidental. Al principio, no hacía más que continuar con su diario personal iniciado en la adolescencia. Luego se dio cuenta de que todas esas vivencias constituían reportajes testimoniales y decidió publicarlos. Así, fue alcohólico en una institución psiquiátrica, indigente, estudiante en busca de habitación y un obrero católico que retaba al clero al preguntarles: “¿La producción de napalm es compatible con la creencia cristiana?”.
En mayo de 1974, Wallraff viajó a Grecia como miembro del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Un día repartió volantes de protesta contra el régimen militar griego y se encadenó a uno de los postes de luz de la
Plaza Sintagma de Atenas. Cuando la policía se dio cuenta, lo golpearon, lo detuvieron, lo torturaron y lo sentenciaron a 14 meses de prisión. Pero lo liberaron tres meses después tras la caída de la Junta Militar.
En otra ocasión, se hizo pasar por un millonario alemán pro nazi. En Düsseldorf se reunió con el general
António de Spínola, quien entonces era presidente provisional de Portugal como consecuencia de la
Revolución de los Claveles, pero que pretendía perpetuarse en el poder. El portugués le contó al alemán que necesitaba armas para llevar a cabo un golpe de Estado. Wallraff lo publicó y los planes de Spínola se frustraron.
En 1977 dijo llamarse Hans Esser y pidió trabajo como reportero en
Bild, el diario más vendido en Alemania a pesar (o quizá por ello) del sensacionalismo de sus notas. En la redacción de Hannover supo de los métodos fraudulentos, difamatorios, carentes de la más elemental ética periodística, que la publicación utilizaba para fabricar escándalos.
A mediados de los años ochenta Wallraff se puso unos lentes de contacto, peluca y bigote negros y se propuso hablar un alemán accidentado, tan rudimentario con el de los migrantes turcos recién llegados a su país, y se transformó en Alí. Su objetivo era contar por experiencia propia la serie de explotaciones y vejaciones a las que es sometida la mano de obra extranjera en Alemania. Durante dos años, trabajó en una refinería siderúrgica, en una compañía de la construcción, en un restaurante de McDonald's, en una central nuclear bajo condiciones infrahumanas y fue “conejillo de indias” de la industria farmacéutica al permitir que fueran probados en su organismo una serie de medicamentos experimentales.
El resultado fue el que es quizá su libro más famoso y más vendido:
Cabeza de turco. Con esta investigación, Wallraff consiguió que la sociedad alemana presionara a sus políticos y a sus empresas para evitar las violaciones a los derechos humanos de los trabajadores migrantes. El tema lo retomó en 1993 cuando viajó a Tokio, Japón, haciéndose pasar por un migrante iraní en busca de trabajo. Tres años después se fue a Siria para documentar el modus operandi del terrorista
Partido de Trabajadores de Kurdistán.
Sin embargo, no siempre ha podido concretar sus investigaciones. Cuando tenía planeado ir a Sudáfrica para vivir en un gueto negro, buscó una peluca de pelo rizado y la manera de pintarse la piel. Pero la liberación de
Nelson Mandela y la caída del
apartheid le impidieron hacerlo. Quiso hacerse pasar por un alemán de origen rumano que decidía volver a su país, pero la democracia volvió a Rumanía. Y en 1998 se encaminó hacia Rusia. Apenas se bajó del avión, lo deportaron. El gobierno se había enterado de sus planes: encontrar evidencias de violaciones a los derechos humanos en Chechenia.
En 2007, antes de que en 2008 se infiltrara en la fábrica de pan que surte a los supermercado de bajo precio
Lidl para documentar la falta de medidas de seguridad para los empleados así como la violación de sus derechos laborales, Günter Wallraff quiso quitarse 20 años de encima con un nuevo
look. Se puso una peluca rubia, cambió las gafas por unos lentes de contacto, se vistió con camisas a cuadros, pantalones vaqueros y tenis. El resultado pudo verse en la portada de la revista alemana
ZEITmagazin. Con esta transformación, Wallraff investigó los métodos de trabajo con los que estafa telefónicamente el sector de los
call-center. Ahí le pagaban 6 centavos de euro por cada mensaje a celular que atendiera los servicios eróticos vía SMS. Tenía que mandar 65 por hora, además de llamar y hostigar a potenciales compradores con todo tipo de servicios y productos.
Cuenta que un día que se dirigía a trabajar al
call-center, un policía lo detuvo en medio de un control de rutina. Iba con el tiempo justo y se preocupó porque si llegaba tarde a trabajar lo echarían. Entonces le dijo con voz baja al policía:
—Colega, déjeme ir porque estoy trabajando de manera encubierta.
—OK, muéstreme su identificación para ver a qué corporación pertenece.
Wallraff tuvo que decir la verdad porque, de lo contrario, podían encerrarlo en la cárcel y su reportaje se iría al traste.
—Mire: en realidad soy Günter Wallraff y, ya sabe, me infiltro en las empresas para hacer mis investigaciones.
El policía miró con atención el rostro y la facha de su interlocutor. Después de unos instantes espetó:
—Usted no es Wallraff, a ese yo lo conozco.
El periodista se sorprendió pero también se sintió orgulloso de haberse transformado casi de manera perfecta. Tuvo que quitarse la peluca y un lente de contacto. Sólo así el policía se convenció.
—Muy bien, vaya a hacer su trabajo. Y escriba algo bueno sobre la policía.