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PRECIADO, Paul B.

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PRECIADO, Paul B.

Nota Jue May 20, 2021 4:06 pm
Paul B. Preciado

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En La Maleta de Portbou se escribió:Doctor en filosofía, escritor y comisario, internacionalmente conocido por su trabajo sobre las políticas del cuerpo, el género y la sexualidad. Fue premio extraordinario fin de carrera y becario Fulbright, Máster en Filosofía y Teoría del Género por la New School for Social Research de Nueva York, donde fue alumno de Jacques Derrida y Agnes Heller. Se doctoró en Filosofía y Teoría de la Arquitectura por Universidad de Princeton. A partir de 1999 se muda a París gracias a una invitación de Derrida para participar en los seminarios de L’École des Hautes Études en Sciences Sociales. Colabora en la emergencia de la teoría queer en Francia, formando parte del grupo de escritores del Rayon Gay dirigido por Guillaume Dustan. Es autor, entre otros libros, de Manifiesto contra-sexual, Testo Yonqui, Sexo, drogas y biopolítica y de Pornotopía, con el que fue finalista del premio Anagrama de Ensayo y ganó el premio Sade en Francia. Es profesor visitante de Political History of the Body en la Universidad de Nueva York y actualmente es Comisario de Programas Públicos de Documenta 14 (Atenas/Kassel), donde desarrolla el proyecto The Parliament of Bodies.





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Re: PRECIADO, Paul B.

Nota Jue May 20, 2021 4:09 pm
Marta Borraz y Ana Requena Aguilar, en entrevista con Paul B. Preciado, con el título «El sujeto del feminismo es el proyecto de transformación radical de la sociedad en su conjunto», en El Diario, el 11 de octubre de 2019, escribió:Media hora antes de que Paul B. Preciado (Burgos, 1970) presente en la librería La Central de Madrid Un apartamento en Urano (Anagrama), la sala ya está llena. Paul –antes Beatriz–, uno de los filósofos más influyentes del mundo, comisario de arte y referente de la teoría queer y los estudios de género, desarrolla en el libro un conjunto de "crónicas del cruce" publicadas en el periódico francés Libération que revelan la parte más personal de este autodenominado "disidente del sistema sexo-género".

Si Virginia Woolf reclamó su habitación propia en 1929, Preciado hace lo mismo declarándose "uranista" e imaginando la vida en un planeta ajeno a las imposiciones sexuales, de género y raciales.


Pregunta: Dice en Un apartamento en Urano: "No soy hombre, no soy mujer, no soy heterosexual ni bisexual". ¿Es el suyo un género utópico como afirma la escritora Virginie Despentes en el prólogo?

Respuesta: Sí, pero eso es real. La cita hace referencia a las inscripciones jurídicas y médicas, que en el fondo son abstracciones, es decir, no existen. Son categorías que han sido naturalizadas por el entramado de la epistemología del siglo XIX y XX sobre todo, pero no tienen contenido empírico. Sí lo tiene, por ejemplo, el oxígeno, pero no la homosexualidad. Existe la cultura gay, pero la homosexualidad no. De la misma manera que no existe la raza, existe el racismo.

Yo creo que la tarea del filósofo, el activista y el artista es desvelar esos procesos de construcción política que han llevado a la cristalización de ciertas nociones que hoy entendemos como naturales. Por ejemplo, el género o la homosexualidad. Si fueran naturales, no podríamos oponernos a ellas, de la misma manera que no podemos oponernos a la gravedad. Esto es poner en cuestión ya no solo los discursos religiosos que han sido fundantes para muchas de las tecnologías del cuerpo y de la sexualidad, sino también poner en cuestión el discurso científico.


P: El cuerpo trans, ha escrito, "pone en jaque nociones como la nación, los juzgados, la familia, los centros de internamiento o la psiquiatría". ¿De qué manera es lo trans un acto político?

R: Lo trans siempre es un acto político. En una sociedad en la que hay una epistemología binaria en la que ni el discurso médico ni jurídico contempla otro tipo de género que no sea masculino o femenino, afirmarse como trans es situarse en el lugar de la patología y que te apliquen una terapia de género que te permita atravesar esa frontera e ir a otro lugar. Si te opones a ese tipo de diagnóstico médico y protocolo patologizante, se trata siempre y en todo caso de una posición política. Es tan político como el herético que en el siglo XV se oponía a la existencia de Dios. Esta epistemología binaria es la epistemología de la diferencia sexual, que, de todas formas, está tocada de muerte y lleva al menos los últimos 50 años en una crisis extraordinaria.


P: ¿En qué sentido?

R: En el sentido en el que a partir de los años 40 el propio discurso médico empieza a darse cuenta de que hay una multiplicidad de cuerpos que no pueden ser reducidos a lo binario. Entonces, para dar cuenta de esa multiplicidad inventa la noción de intersexualidad y decide no cambiar la epistemología sexual, sino intervenir físicamente sobre los cuerpos y modificarlos llevando a cabo operaciones que son básicamente una castración genital. Se habla siempre de la mutilación genital en los países árabes y no hace falta. La mutilación se produce constantemente en los hospitales de Occidente en beneficio del mantenimiento de un sistema abstracto y político que es el de la diferencia sexual.


P: ¿En qué consiste esa multiplicidad?

R: La realidad es que existe una multiplicidad de vivientes y no dos sexos. Hay una multiplicidad irreductible, cromosómica, hormonal, morfológica o genética, que de ninguna manera puede ser reducida al binario. Eso lo sabe el estamento médico y por eso inventa la noción de género. El sexo era algo fijo, pero frente a eso van a intentar esta noción como algo maleable.

A partir de ahí, ponen una bomba en su propio aparato epistemológico. Ahora, hay una crítica muy profunda desde los movimientos sociales y del propio estamento médico. Los científicos más moderados apuestan por considerar que hay tres, cuatro o cinco sexos. Y otros decimos que no hay necesidad de asignar un género al nacer. Podríamos simplemente decir 'viene un cuerpo humano al mundo' de la misma manera que a nadie se le ocurre cuando viene un cuerpo decir que es un cuerpo cristiano. En el siglo XV, sí. La epistemología es histórica, cultural, construida, y además produce violencia y legitima un sistema de opresión. Ahí es donde, no es que me oponga a las feministas, pero sí creo que no se puede seguir con una estrategia de la política de la diferencia.


P: ¿Y cuál debería ser entonces la estrategia?

R: La estrategia absoluta y real es simplemente la abolición de la epistemología de la diferencia sexual. Y después empezamos una conversación. De la misma manera que la estrategia para los movimientos gays y lesbianos no puede ser el matrimonio homosexual o la adopción. La estrategia es la abolición del matrimonio y de la filiación única. Es ahí donde está la estrategia radical.


P: Hay voces muy autorizadas del feminismo en España que desacreditan la teoría queer o que no la consideran feminista, incluso apuntan a que interfiere o perjudica en la lucha feminista, ¿qué opina?

R: Pienso que en los últimos 50 años, el feminismo ha estado hecho por lesbianas que se han dejado el pellejo luchando –iba a decir hemos, en el sentido de que yo he sido lesbiana muchos años. Me sigo considerando mujer, lesbiana, heterosexual, homosexual... Todo y nada al mismo tiempo–. Los colectivos lesbianos lucharon, por ejemplo, por los derechos reproductivos de las mujeres heterosexuales. No veo cómo el movimiento feminista que tenemos ahora hubiera estallado sin los años de lucha contra el sida, sin el feminismo negro, el feminismo de las políticas transexuales o el feminismo de las trabajadoras sexuales.

El problema es que ocurre siempre lo mismo. Las luchas se hacen desde abajo y luego se recuperan desde arriba. Ahora es igual y de repente vemos un feminismo blanco heterosexual que quiere otra vez indoctrinarnos a todos en una idea de mujer naturalizada. Sin embargo, estamos luchando precisamente frente a ese estereotipo.


P: ¿Cuáles son las consecuencias?

R: Este es un estereotipo que produce violencia y que legitima la opresión. Yo no tengo ningún problema con aquellas chicas ultra femeninas o ultra hetero, pero definidas con radicalidad. Una chica que exige el derecho a poder casarse, tener hijos, seguir en casa y tener un poco más de libertad, para mí representa un feminismo liberal de derechas que no me interesa. De la misma manera que no voy a hacer un pacto con el PP para definir lo que es la lucha feminista.

Al final, lo que hemos hecho es estructurar los movimientos con políticas de identidad y hemos acabado siendo más mujeres, más lesbianas más gays –no en sentido cuantitativo–, pero no somos más libres. La cuestión es volver a introducir prácticas de invención de la libertad dentro de los colectivos. El resto, da igual. ¿Qué las feministas se enfadan con la teoría queer? No veo qué problema pueden tener. Yo lo que le pido al feminismo simplemente es radicalidad en sus propuestas: abolición de la asignación de la diferencia sexual en el nacimiento y despatriarcalización radical de todas las instituciones y de todas las administraciones. Veamos, si empezamos por ahí, qué queda de la estructura patriarcal social que conocemos.


P: ¿Cuál es el sujeto del feminismo?

R: No hay sujeto del feminismo. El sujeto del feminismo es un proyecto de transformación radical de la sociedad en su conjunto. Ese es el verdadero sujeto: el proyecto de despatriarcalización, de descolonización y radicalmente ecológico. Cuando ese sujeto cristaliza y se convierte en la mujer, tenemos un problema. Porque además se va a convertir en un sujeto exclusivo y excluyente.


P: No hay entonces que identificar el feminismo como un movimiento y una lucha esencialmente de mujeres?

R: No. Aunque dar visibilidad a los colectivos de mujeres que están menos visibilizados y que son objeto de mayores técnicas de opresión es muy importante. Pero eso es otra cosa, no me da la impresión que sea lo que está pasando con muchas partes del feminismo. Yo, evidentemente, no puedo ni quiero afirmar que no podamos decir nunca más mujer, en absoluto. La cuestión es cuál es el sujeto mujer que esta lucha está haciendo visible. Si es el sujeto más oprimido o la alianza de los sujetos oprimidos más allá de la identidad, es otra cosa.

Es decir, para mí un hombre gay absolutamente puede ser un sujeto del feminismo. Lo es precisamente por el altísimo indice de feminización, en el sentido de que hay técnicas de opresión que son aplicadas sobre el cuerpo gay. No me interesa un feminismo que pasa el 90% de sus debates pensando cuál es el sujeto. Esa no es la pregunta, la pregunta es cuáles son las prácticas de libertad y cómo podemos oponernos críticamente a las tecnologías de la violencia que nos oprimen.

Si no, entramos de alguna manera en una nueva taxonomía dentro del feminismo y en una especie de policía interna. No solo ocurre en el feminismo, también en el movimiento trans con el buen transexual y el mal transexual. Al final acabamos en una obsesión identitaria. Lo que propongo es salir de esa identidad y empezar a establecer alianzas críticas.


P: Desde que habita el mundo de los hombres "como si fuera un hombre" ha comprobado que la clase masculina y heterosexual "no abandonará sus privilegios porque enviemos algunos tuits o demos algunos gritos". ¿Qué se ha encontrado en ese otro lado?

R: Es peor de lo que yo pensaba. Llevo toda mi vida viviendo en un ambiente totalmente feminista y queer, así que convertirme –entre comillas– en hombre o tener la apariencia que tengo ahora y salir al espacio público para mí es un choque.


P: ¿Por ejemplo?

R: Por ejemplo, el alto grado de misoginia. Los hombres –me refiero mayoritariamente a hombres heterosexuales– muchas veces hablan de las mujeres como si estuvieran hablando de una subespecie, una cosa muy rara que representa dos modalidades fantasmáticas en su pensamiento: la madre y la puta. Sigue mirando a la mujer, o a lo que el hombre imagina que es la mujer, como un espacio de reproducción o como un objeto de su propio deseo sexual. En algunas conversaciones tengo que decir 'hace años yo ere ese personaje del que habláis que supuestamente es un ser extraño'. Y No. Ese ser es exactamente igual que vosotros, no tiene ninguna diferencia excepto que ha sido objeto de todo un proceso de opresión histórica desde hace siglos.


P: Hay un proceso movilizador en torno al feminismo que ha estallado con fuerza en los últimos dos años, en España, pero también en otros lugares del mundo. ¿Cómo lo ve?

R: Para los que llevamos trabajando en el feminismo toda nuestra vida, que empezamos cuando decir 'feminista' era un insulto, ver ahora cómo están las calles y ver lo que ocurre un 8M es una pasada. Es un subidón increíble. Creo que estamos viviendo una revolución. Cuando digo lo de los tuits, me refiero a que seamos conscientes y que tengamos una estrategia colectiva de lucha porque esto es muy profundo. Hay que transformar todas las instituciones, desde la escuela, el espacio doméstico, o los espacios de reproducción. Es un proyecto de transformación cultural y política, probablemente el más amplio y profundo que se puede imaginar junto con el desmantelamiento de las taxonomías raciales que siguen estructurando todas las políticas de migración.


P: ¿Cuál sería su pancarta en un 8M?

R: Por ejemplo, una que vi en París que llevó una adolescente de 12 años y me pareció una alegría: "Salvemos el clítoris del planeta". Me pareció muy interesante empezar a pensar de otra manera la lucha ecológica y qué supone empezar a poner estos vectores en relación, lo ecológico y lo feminista. Hice hace poco otra sobre promover el sexo anal y el dildo como estrategia para salvar el Planeta. Y es: paremos la reproducción. Es importante hacer una crítica de la producción y de la reproducción. Por eso me opongo también a esas políticas reproductivas que intentan culminar el proceso de normalización de todo lo gay y lesbiano. Por ahí irían mis pancartas.

Re: PRECIADO, Paul B.

Nota Jue May 20, 2021 4:09 pm
Sofía Batko, en «Paul B. Preciado: nota para un psicoanálisis mutante», en El Salto, el 25 de septiembre de 2020, escribió:Durante las últimas jornadas de la École de la Cause Freudienne —escuela de psicoanálisis fundada por Jacques Lacan en 1981, y cuya orientación lacaniana se ha mantenido hasta la actualidad—, organizadas en torno al tema de “Las mujeres en el psicoanálisis”, el filósofo Paul B. Preciado aprovechó su intervención en la jornada plenaria para ofrecer a los psicoanalistas presentes una crítica sobre su propia disciplina. La voz de Paul B. Preciado, representante de los cuerpos queer y mutantes, se dirigía directamente al conjunto de psicoanalistas franceses —y del mundo— para concienciar sobre los problemas de una disciplina que ciertamente ofrece una oportunidad para pensar la sexualidad hoy en día, pero cuyas resonancias conceptuales parecen estar obsoletas.

Por desgracia, una vez más, el psicoanálisis no acudió a la cita con los estudios queer y de género —el discurso de Preciado suscitó risas, así como excesivos y burlones aplausos. Sin embargo, el libro publicado por Preciado en junio de 2020, en el que el autor da cuenta por escrito de su intervención durante las jornadas, constituye indudablemente un soporte para todos aquellos que creemos que sí es posible transformar el psicoanálisis en la dirección de una teoría y una práctica más queer. Je suis un monstre qui vous parle (cuya traducción al castellano estará disponible a partir del 7 de octubre en Anagrama) contiene en pocas páginas una explicación breve y clara de las razones por las cuales, parafraseando a la antropóloga feminista Gayle Rubin, el psicoanálisis es un “feminismo fallido”.

Parece imposible negar la evidencia según la cual psicoanálisis y feminismo tienen poco en común y son, más bien, teorías irreconciliables. No obstante, la teoría feminista ha manifestado en repetidas ocasiones su interés por el psicoanálisis. En 1975, Gayle Rubin publicaba un artículo titulado “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. En este texto fundamental, Rubin definía el psicoanálisis como una “teoría de la sexualidad en la sociedad humana”, ya que permite comprender cómo el dispositivo político de la sexualidad interfiere en la historia íntima de un sujeto. Pero este potencial teórico y práctico —casi político para Rubin— ha sido por desgracia reprimido por los psicoanalistas; de ahí que la disciplina sea una “teoría feminista fallida”.

Una relectura queer del psicoanálisis debe por lo tanto implicar una crítica activa de los principales conceptos y teorías, para así poder restituirlos dentro de un marco histórico de las sexualidades y, en particular, de las sexualidades tradicionalmente excluidas o ilegítimas. Y esto mismo es lo que intenta decirnos Preciado en su libro.


El problema del universalismo

La pretensión de universalizar las teorías del psicoanálisis es una de las principales críticas presentes en el discurso del autor. Para ilustrar la necesidad de situar históricamente la aparición de la práctica y de la teoría psicoanalítica dentro de una “estética de la diferencia sexual”, Preciado se apoya en el libro de Thomas Laqueur, Making Sex: Body and Gender from the Greeks to Freud, en el que el autor describe la manera en la que se constituye, en los siglos XVIII y XIX, una diferenciación entre el cuerpo femenino y el cuerpo masculino. La biología —y en general las ciencias naturales en su conjunto— establecen que los cuerpos femeninos y masculinos son entidades naturales diferenciadas —radicalmente inconmensurables y, sin embargo, fundamentalmente complementarias—. El psicoanálisis de Freud y de Lacan se inserta perfectamente dentro de este paradigma, pero no depende necesariamente de él. Para liberar las teorías psicoanalíticas de dicho marco, es imprescindible, como demuestra Preciado, llevar a cabo una operación de ciencias sociales que permita restituir los conceptos dentro de un contexto de enunciación preciso. ¿Qué sentido tiene un concepto como el de complejo de Edipo por fuera de una sociedad individualista en la que uno se constituye como sujeto mediante un proceso de separación con respecto de la estructura familiar? El complejo de Edipo solo tiene sentido si se lo piensa como una estructura que da forma a la autonomía entendida en el sentido moderno, en particular a la autonomía de la sexualidad. Y dentro de una “estética de la diferencia sexual”, devenir un sujeto autónomo implica adquirir un género así como el estatus social que le corresponde.

De la misma manera, uno puede preguntarse qué sentido tiene un concepto como la “histeria” si se lo entiende por fuera de una historia del deseo y de la sexualidad de las mujeres. No estoy segura de que las “histéricas” que acudían a la consulta de Freud tuvieran las mismas insatisfacciones, deseos, esperanzas y reivindicaciones que las “histéricas” de Lacan o las pacientes que acuden hoy a un análisis. Emplear una noción como esta hoy en día sin preguntarse previamente lo que ha podido cambiar en la experiencia de una mujer en relación con el género que se le ha atribuido conduce, sin lugar a dudas, a una naturalización de la posición femenina. Considerar la histeria como una neurosis femenina atemporal no permite entender correctamente el malestar de numerosas mujeres en relación con las realidades sociales a las que se enfrentan en su día a día, tanto de manera subjetiva como colectiva.

Una crítica epistemológica de este tipo permitiría, pues, establecer una definición de los conceptos que tome en cuenta los mecanismos políticos de la sexualidad; mecanismos que no son en absoluto universales, sino históricos y sociales. Solo así pueden dichos conceptos readquirir un sentido teórico y práctico capaz de abordar correctamente las problemáticas de la sexualidad contemporánea.


Psicoanálisis y “régimen binario de la diferencia sexual”

¿Cómo puede el psicoanálisis liberarse de este marco epistemológico que parece determinar el conjunto de sus teorías? En realidad, basta con releer los textos fundamentales del psicoanálisis para entender que este marco tiene los días contados. Recordemos una de las tesis fundamentales de Freud: al comienzo, la sexualidad es polimorfa, ya que la observación del comportamiento infantil determina que la sexualidad es múltiple y diversa. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿cómo pasamos de ser todos unos “perversos polimorfos” a desarrollar como por arte de magia una sexualidad binaria y heterosexual? Según Freud, la toma de conciencia del infante de su propio género (Freud diría sexo) aparece tras la observación de la posesión o de la ausencia del pene. El pene opera en el infante una transformación en su sexualidad y le atribuye un género. ¿Cómo entender que el infante otorgue semejante peso simbólico a un simple órgano? ¿Qué valor tendría una explicación de este tipo en una sociedad en la que el órgano sexual masculino no tuviera ninguna significación social y simbólica? En realidad, Freud, sin saberlo, no hace más que describir la operación mediante la cual un sistema binario de género transforma la pluralidad sexual del infante en una sexualidad “normal”, es decir heterosexual y binaria. Por este lado “normal” es, como lo subraya Lacan en el Seminario XX mediante un juego de palabras, la norme —norma— y mâle —macho—: esto es, la norma como una realidad heterosexual y encuadrada dentro del binarismo de género.

En su libro, Preciado menciona brevemente a otro psicoanalista al que reconoce un intento de desnaturalización de la sexualidad. Jacques Lacan desplaza la cuestión de la diferencia sexual de un plano biológico a un plano simbólico —es decir cultural— aunque sin cuestionar la rigidez de dicha diferencia. En el psicoanálisis de Lacan, sin embargo, es posible leer las identificaciones hombre y mujer como dos roles de género, que Lacan define como “semblantes sexuales”. Por momentos parece como si los propios psicoanalistas se hubieran olvidado de que Lacan, en 1958, calificaba la relación sexual de “teatro”, “parecer”, e incluso hablaba de “manifestaciones ideales o típicas del comportamiento de cada uno de los dos sexos”. Hombre y mujer quedan relegados a una pura “performance” —este término, en efecto, no pertenece al lenguaje psicoanalítico; lo empleo, pues, con el objetivo de mostrar que es posible hacer converger las teorías de Lacan, en cuanto a los semblantes sexuales, con la manera en la que la teórica feminista Judith Butler entiende el género como operación performativa—. De este modo, Lacan desarma la complementariedad freudiana sustituyéndola por una imposibilidad en la relación de pareja, que ilustra mediante la célebre frase “No hay relación sexual”. Las relaciones sexuales siempre fallan en algún punto: la supuesta normalidad de la heterosexualidad no es más que un espejismo.


¿Para qué sirve un análisis?

Si Preciado denuncia que el psicoanálisis “normaliza”, en realidad no hace más que recordar a los psicoanalistas otra célebre frase de Lacan: «Il y a des normes sociales faute de toute norme sexuelle» (“Tenemos normas sociales a falta de normas sexuales”). Sin embargo, las normas sociales y la moral sexual ejercen un malestar constante sobre los sujetos —sin duda, de manera diferente en cada uno de ellos. Parafraseando a Gayle Rubin, un psicoanálisis feminista debe conllevar la posibilidad para cada sujeto de emanciparse de su propia experiencia edípica; a partir de la cual, repito, uno se convierte en un ser sexuado autónomo mediante un dispositivo político de la sexualidad. Algo similar a lo que propone Preciado en su libro cuando emplea un vocabulario próximo al de una experiencia analítica: “fabricar”, “inventar”, “encontrar salidas”.

En un texto tardío, “Nota italiana”, Lacan define el fin de análisis como la invención por parte del analizante de un saber propio. «Naturellement ce savoir n’est pas du tout cuit. Car il faut l’inventer» (“Evidentemente, este saber no nos es dado de antemano. Puesto que hay que inventarlo”). Estas invenciones y fabricaciones se encuentran a nivel de la historia subjetiva de cada uno, sin olvidar que ésta se constituye siempre dentro de un marco social e histórico. Un psicoanalista trabaja a partir de un discurso, el de su analizante, que da cuenta mediante la palabra del punto de encuentro entre su historia subjetiva y la realidad social, ya sea de género, raza o clase. Los psicoanalistas deben, por lo tanto, como sugiere Preciado, “escuchar las voces de los cuerpos excluidos por el régimen patriarco-colonial” y acompañarlos en sus invenciones subjetivas. Aunque también convendría releer a Freud y Lacan con una mirada más queer, confrontando cada concepto con una práctica social y política de la sexualidad que les devuelva toda su fuerza teórica y práctica.


Una práctica política del psicoanálisis

¿Cómo llevar a cabo la “crítica radicalmente política del psicoanálisis” que propone Preciado? Para empezar, es fundamental que la práctica psicoanalítica se nutra de las críticas feministas y decoloniales de los últimos cincuenta años, para poder responder a las demandes de los cuerpos excluidos que reivindican con más fuerza que nunca nuevas maneras de vivir rompiendo los sistemas de opresión. Convendría por tanto reconocer la existencia de estos sistemas e identificarlos, en particular el lugar que ocupan en nuestras teorías y prácticas cotidianas. No hace falta destruir el edificio teórico del psicoanálisis, sino identificar mediante la historia, la sociología, y la antropología las representaciones imaginarias que sustentan ciertos conceptos, para poder entender cómo nuestros deseos y fantasmas más íntimos se anudan con las realidades sociales más complejas.

En el libro de Preciado se presenta de forma implícita el punto de partida de la crítica que aquí defiendo. Se trata de algo que a los psicoanalistas les resultará familiar, ya que hace referencia al seminario de 1971 que Lacan dedica al saber del psicoanalista, en el que introduce la idea de “una ética del no-saber”. Lacan pensó, en los últimos años de su enseñanza, la posición del analista como el lugar mismo en el que el saber propio es cuestionado por una palabra heterogénea: la del analizante, en este caso. De este modo, la posición del analista no es una posición de saber sobre el otro, esto es, el paciente, sino que consiste más bien en una posición en la que el saber queda constantemente puesto en duda.

Es urgente llevar a cabo un trabajo reflexivo sobre los conceptos del psicoanálisis. Esta operación permitiría a los analistas entender y corregir los presupuestos presentes en sus prácticas diarias. Se trata, en mi opinión, de la única actitud teórica y práctica capaz de dar lugar a una crítica epistemológica de la disciplina, hoy tan necesaria. En cierto modo, Paul B. Preciado no hace más que recordar a los psicoanalistas que su responsabilidad es fundamentalmente política, y que el punto de partida se encuentra en la posición ética del propio analista.





Bibliografía

    — Butler, J., El género en disputa, Paidós, 1990.
    — Lacan, J., “La significación del falo”, en Escritos 2, Biblioteca Nueva, 1958.
    — Lacan, J., « Déclaration à France-Culture en 1973 », en Le Coq Héron, 1974, pp. 46-47.
    — Lacan, J., Le Séminaire Livre X. Encore, Editions du Seuil, 1975.
    — Lacan, J., «Note italienne», en Autres écrits, Éditions du Seuil, 2001. El artículo se encuentra en castellano en Otros escritos, Paidós, 2012.
    — Rubin, G., “El tráfico de mujeres: nota sobre la ‘economía política’ del sexo”, en Revista nueva antropología, 1986, VIII, no 030, pp. 95-145.


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