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DARWIN, Charles (1809-1882)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Charles Darwin

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Introducción

Marcial de la Cruz, en "Charles Robert Darwin (1809-1882)", en Asociación Cultural Paleontológica Murciana, en 2011, escribió:Nació en Shrewsbury, Shropshire, el 12 de febrero de 1809 en el seno de una familia acomodada de la Inglaterra Victoriana, era hijo de un médico prestigioso, nieto por parte de padre del también médico y Naturalista Erasmus Darwin, y por parte de madre del famoso fabricante de porcelanas Josiah Wedgwood.

Tras un mediocre paso por los estudios elementales, en 1825 comenzó a estudiar medicina en Edimburgo para continuar la saga familiar, que abandonó en 1827 para ingresar en Cambridge y cursar estudios de sacerdocio, aunque tampoco esta era su vocación. Pero allí tuvo la oportunidad de acudir a interesantes disertaciones científicas que realmente le motivaron, y que aprovechó para conocer a importantes personalidades en el mundo de la ciencia, como el geólogo Adam Sedgwick que le enseñó a aplicar una metodología científica en el análisis de los hechos y al naturalista John Stevens Henslow, profesor de botánica del que aprendió a tomar datos de sus observaciones y recolectar muestras de forma detallada.

Tras acabar sus estudios en 1831 a los 22 años, obtuvo por mediación de Henslow el puesto de naturalista sin sueldo en el barco de reconocimiento HMS Beagle, que iniciaba una expedición científica alrededor del mundo. Aunque a su familia no le gusto mucho la idea, el joven Darwin se encontraba entusiasmado. Se hizo con el mayor número de instrumentos científicos y libros que pudo recopilar y subió a bordo, entre sus libros de cabecera se encontraba Principios de Geología de Charles Lyell, texto que le había impresionado.

Durante el viaje, que duró cinco años pasó muchas penalidades, continuos mareos y enfermedades que le afectaron a su salud para toda la vida, pero esto no fue obstáculo para que a su regreso hubiera recopilado una cantidad inmensa de datos y anotaciones sobre geografía, geología, botánica y zoología, así como un gran número de muestras.

A su vuelta a Inglaterra se casó con su prima Emma Wedgwood, y tras unos años en Londres se trasladó a Down, un lugar tranquilo próximo al mar, donde se dedicó de lleno a la labor de analizar la desbordante cantidad de notas que trajo consigo, de las que obtendría información suficiente para escribir varios libros. Había encontrado el rumbo de su vida.

Publicó parte de la información recogida en forma de varios libros, y aunque estaba muy bien explicar como se comportaban los animales y que aspecto tenían las plantas de remotos lugares del globo, a él le interesaba mucho más el significado de todo aquello que había visto, el cómo y el por qué.

Fue anotando sus observaciones sobre las variaciones hereditarias en sus Cuadernos sobre la transmutación de las especies, pero cuando leyó el libro Ensayo sobre el principio de población del clérigo y economista político Thomas Robert Malthus, fue el momento en el que encontró la respuesta que buscaba.

Las ideas de Malthus sobre el equilibrio de las poblaciones humanas le dieron la pista sobre el mecanismo que rige el fenómeno evolutivo: la selección natural, que se basa en la supervivencia de los más aptos.

En 1838 Darwin ya había perfilado su teoría de la evolución, pero consciente de las repercusiones que iba a causar y del rechazo que ocasionaría su publicación en la conservadora sociedad victoriana, decidió demorarla y continuar su perfeccionamiento añadiendo ocasionalmente nuevos datos.

No fue hasta que en 1858 recibió una carta del también naturalista Alfred Russel Wallace, que le hizo cambiar de opinión.

A.R. Wallace tras sus viajes por América del sur, Océano Índico y Pacífico Sur había llegado de forma independiente al mecanismo de la Selección natural como motor de la evolución. Había conocido a Darwin en una ocasión en 1848 antes de partir en su viaje, era consciente de su prestigio como naturalista experto y en alguna ocasión había cruzado correspondencia con él sobre cuestiones de la permanencia y mutación de las especies. Por este motivo, junto a la carta le envió su corto ensayo "Sobre la tendencia de las variedades a apartarse indefinidamente del tipo original", pidiéndole que lo leyera y que si lo consideraba interesante se lo hiciera llegar a Charles Lyell.

Wallace no era consciente que Darwin hubiera descubierto la Selección natural con anterioridad, ni del grado de prioridad que tendría la publicación de su ensayo sobre el trabajo de toda la vida de Darwin. Esta circunstancia causó una profunda conmoción en Darwin, que no sabía como actuar sin quedar como deshonesto, llegando a escribir "Preferiría quemar mi libro entero antes que él pensara que he obrado indignamente".

Fueron sus amigos Charles Lyell y Joseph Hooker, conocedores de sus trabajos, y que durante muchos años le habían incitado a publicarlos los que organizaron en julio de 1858 un acto en la Linnean Society de Londres, en el que se leyó una memoria conjunta de Darwin y Wallace que posteriormente se publicó en el diario de la Sociedad.

Darwin y Wallace mantuvieron toda su vida una mutua y generosa relación, reconociendo siempre Wallace a Darwin como primer descubridor del mecanismo de la Selección Natural.

El Origen de las especies por selección natural se puso a la venta el 24 de noviembre de 1859, agotándose ese mismo día, en enero de 1860 salió la segunda edición, llegando a seis ediciones en vida de Darwin. Desde entonces no ha dejado de editarse siendo traducido a más de treinta idiomas. Su publicación constituía una revolución científica similar a las que causaron Galileo, Copérnico y Newton en su momento, y además como Darwin preveía causó una auténtica conmoción en la conservadora sociedad británica del siglo XIX, que lo consideraba como una herejía. Por ello recibió los más feroces e insultantes ataques a su persona durante el resto de su vida.

La importancia del Origen de las especies en la biología moderna ha eclipsado el resto de la obra de Darwin, y no por eso es menos importante o extensa. Una vez concluyó su obra cumbre, continuó escribiendo de forma metódica profundizando en el tema evolutivo. En 1862 publicó un libro sobre Fertilización de las orquídeas, en 1868 Variación de animales y plantas bajo domesticación, en 1871 El origen del hombre, en 1872 La expresión de las emociones en el hombre y los animales, en 1875 Las plantas insectívoras y Sobre los movimientos y costumbres de las plantas trepadoras, en 1876, Los efectos de la autofertilización y de la fertilización cruzada en el reino vegetal, en 1877 Las diferentes formas de las flores, en 1879 Vida de Erasmus Darwin, en 1880 El poder del movimiento de las plantas y por último en 1881 publica La formación del mantillo vegetal por la acción de las lombrices, y con anterioridad al Origen de las especies ya había escrito en 1839 Diario de investigaciones sobre su viaje en el Beagle, en 1842 Estructura y distribución de los arrecifes de coral, en 1846 Observaciones geológicas en América del sur, en 1851 un primer volumen de Monografía sobre los Cirrípedos, en 1852 un segundo volumen sobre los cirrípedos. Como se puede apreciar realizó una fructífera labor de escritor sobre temas de historia natural desde geología a antropología, pasando por botánica y zoología.

Hacia 1877 a pesar de la oposición de algunos sectores reaccionarios de la sociedad, la teoría de la Evolución por medio de la selección natural había conseguido la aceptación por la mayoría de la comunidad científica, que empezó a reconocérselo públicamente y a concederle los honores durante tanto tiempo negados, obteniendo distinciones, medallas, títulos, y su pertenencia a las más ilustres sociedades de la época, hasta que apenas quedó alguna recompensa científica que no hubiese conseguido.

El día 19 de abril de 1882 Darwin falleció de un colapso cardiaco en su casa de Down, recibiendo sepultura en la nave norte de la catedral de Westminster, junto a la tumba de Newton, su entierro se celebró con todos los honores de un héroe nacional el 26 de abril, siendo portado su féretro por miembros de la cámara de los comunes, el presidente de la Royal Society, el embajador de EE.UU., varios nobles, y sus amigos Hooker, Huxley y Wallace.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





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Belén Castellanos, en facebook, el 29 de noviembre de 2013, escribió:Darwin era socialista. Pero además fue un honesto científico que, desde la biología, rompió con el antropocentrismo y nos ofreció una imagen dinámica y aleatoria del mundo. Insistió hasta la saciedad en que no hay progreso evolutivo, en que no hay jerarquías entre especies, en que ninguna es más avanzada que otra, sino cada una de ellas en plenitud acorde a su medio. Fue acusado precisamente por afirmar que no hay ningún plan, ninguna meta, ninguna carrera biológica. Las alteraciones son absolutamente aleatorias: no dependen del esfuerzo ni de la competencia. Pueden resultar ventajosas para alcanzar la edad reproductiva y si es así y se repiten suficientemente, tal vez y solo tal vez, en miles de años pudiera extenderse esa malformación que resultó adaptativa a una determinada población. Nada más. Marx le agradece su obra considerándola el principal impulso para su filosofía y quiso dedicarle El Capital. Dejad de colocarle el sanbenito de procapitalista-imperialista-victoriano a alguien que sufrió precisamente la terrible condena de esa sociedad y cuyo pensamiento se encuentra en las antípodas de tal cosa. No soy de meterme con las humanidades, pero Darwin no tiene la culpa de que unos sociologuillos racistas llamados evolucionistas culturales hayan querido torcerle el nombre. Lean a Darwin, déjenlo en paz y ajusten cuentas con los sociologuillos esos de pacotilla y con los sociologuillos que, no teniendo idea alguna de biología ni de la obra de Darwin, asumen la perversa versión de sus colegas de profesión y perpetúan el malentendido estúpido con Darwin. Sociólogos, discutid entre vosotros y no os metáis en terrenos que no conocéis.

Raúl Gay, en "La mirada del científico", en CTXT, el 20 de enero de 2016, escribió:Es difícil exagerar la importancia que ha tenido Charles Darwin en la humanidad. No sólo cambió la ciencia, también la filosofía, la religión, la forma de vernos a nosotros mismos. Hoy estamos acostumbrados a escuchar que “el hombre proviene del mono” y damos la teoría de la evolución por sentada. Pero hubo un tiempo en que no era así.

El rechazo que causó El origen de las especies y El origen del hombre en amplios sectores de la sociedad fue durísimo; pero esta lucha, por fortuna, la ganó la ciencia. En España se tardó mucho tiempo en dejar entrar esas ideas peligrosas y heréticas; una crónica de esta lamentable guerra entre ciencia y religión es esta serie de reportajes. En el plano personal, Darwin y su familia también libraron una guerra particular. Su autobiografía es el mejor testimonio.

La editorial Laetoli presenta íntegro este volumen, que el científico escribió seis años antes de su muerte. Durante años, la familia mutiló párrafos y páginas para preservar en cierta medida su memoria. En general, las partes suprimidas se refieren a aspectos negativos de su familia, a comentarios críticos con otros científicos y a sus ideas sobre religión. Leídas 150 años más tarde (en la edición aparecen en negrita), resulta ridículo pensar que alguien se tomó el tiempo de censurarlas. O, mejor dicho, triste.

Darwin comienza su autobiografía explicando la razón de su existencia. Un editor alemán le pide un informe sobre la evolución de su mente y su carácter y le parece que puede ser “entretenido”. Al inicio habla de su infancia, de sus años de estudiante... Como sucede con otras biografías, destaca anécdotas como si fueran hechos especiales que revelan su carácter. Pero eso, claro está, se interpreta a posteriori.

El científico utiliza en todo momento un estilo directo y sencillo. Da la impresión de que el texto no está escrito pensando en la posteridad, ni realmente para ser publicado; al menos, durante la primera parte. En ocasiones, parece que Darwin se sentara y dejara fluir su memoria; entonces transcribía sus recuerdos sin mucho detenimiento ni orden.

Es interesante un párrafo en el que, casi sin darle importancia, muestra su pensamiento sobre herencia genética y ambiente. Un debate todavía hoy abierto, sobre el que escribí en una reseña. Dice Darwin:

    Mi hermano Erasmus poseía una mente notablemente clara de gustos amplios y variados y conocimientos en literatura, arte e, incluso, ciencia. [...] Sin embargo, nuestra mente y nuestros gustos eran tan diferentes que no creo deberle mucho intelectualmente, como tampoco a mis cuatro hermanas, que poseían caracteres muy distintos, y algunas muy marcados. Tiendo a estar de acuerdo con Francis Galton en que la educación y el entorno influyen sólo escasamente en nuestra manera de ser y de pensar, y que la mayoría de nuestras cualidades son innatas.

Darwin entra en la universidad antes de lo habitual y estudia Medicina. Pero sabe que no va a ejercerla: le aburren muchas clases, no sabe dibujar y le da pavor ver una operación (estamos “antes de los benditos tiempos del cloroformo”). Poco a poco aumenta su interés por la biología y la zoología, al tiempo que se sabe ignorante total en temas de historia o política.

Resulta sorprendente leer que Darwin estuvo a punto de entrar en la carrera sacerdotal. Al parecer, no era buen estudiante y su padre, médico de éxito, no quería un hijo ocioso que dilapidase la herencia. Por entonces, Darwin creía en todo lo que decía la Biblia y aceptó la propuesta. Para ello, primero debía sacarse una licenciatura y escogió Cambridge. Como dice, esos años fueron igual de poco fructíferos en lo que a estudios se refiere. Finalmente, la Iglesia perdió a un sacerdote y el mundo ganó a un gran científico.

Tras Cambridge, llega el viaje en Beagle, que pondría los pilares para una revolución en el pensamiento de la humanidad. Un viaje que casi no tiene lugar, pues su padre se oponía y el propio Darwin escribió rechazando la oferta. Fue su tío quien convenció al padre de los beneficios de este viaje.

    El viaje del Beagle ha sido, con mucho, el acontecimiento más importante de mi vida y determinó toda mi carrera; sin embargo, dependió de una circunstancia tan nimia como que mi tío se brindara a llevarme en coche los 48 kilómetros que me separaban de Shrewsbury —cosa que pocos tíos habrían hecho— y de una trivialidad como la forma de mi nariz. Siempre he pensado que debo a aquel viaje mi primera formación o educación intelectual auténtica.

En estas páginas comienza a hablar de su amor por la ciencia:

    Volviendo la vista atrás puedo percibir ahora cómo mi amor por la ciencia se impuso gradualmente a cualquier otro gusto. [...] Descubrí, aunque de manera inconsciente e irreflexiva, que el placer de observar y razonar era muy superior al de las destrezas y habilidades deportivas. Los instintos primigenios del bárbaro dieron paso lentamente a los gustos adquiridos del hombre civilizado.

El estilo mejora a medida que avanza el libro. Parece más consciente de lo que escribe y lo que supone ese volumen. No hay sucesión de anécdotas, como en los capítulos sobre su padre o la escuela, y prima la estructura y reflexión.

Tras su vuelta, vive dos años en una pensión y ordena sus primeros escritos, redactados durante el viaje. También se desmoronan sus creencias religiosas. Esta ha sido siempre una de las claves del pensamiento de Darwin, y ambos bandos (religiosos y ateos) han tratado de llevarlo a su terreno. Pero en estas páginas (plagadas de párrafos mutilados por la familia) el científico es transparente.

    Mientras me hallaba a bordo del Beagle fui completamente ortodoxo, y recuerdo que varios oficiales (a pesar de que también lo eran) se reían con ganas de mí por citar la Biblia como autoridad indiscutible sobre algunos puntos de moralidad. Supongo que lo que los divertía era lo novedoso de la argumentación. Pero, por aquel entonces, fui dándome cuenta poco a poco de que el Antiguo Testamento, debido a su versión manifiestamente falsa de la historia del mundo, con su Torre de Babel, el arco iris como signo, etc., etc., y al hecho de atribuir a Dios los sentimientos de un tirano vengativo, no era más de fiar que los libros sagrados de los hindúes o las creencias de cualquier bárbaro.

Darwin explica y razona su proceso mental. Los evangelios no eran coherentes, los milagros chocan con lo que sabía de Física en el siglo XIX, había multitud de religiones, todas igual de respetadas en sus países… Terminó “gradualmente por no creer en el cristianismo como revelación divina”. No fue una transformación radical, él mismo luchaba contra este cambio y trataba de convencerse de la veracidad de la Biblia.

    La incredulidad se fue introduciendo subrepticiamente en mí a un ritmo muy lento, pero, al final, acabó siendo total. El ritmo era tan lento que no sentí ninguna angustia, y desde entonces no dudé nunca ni un solo segundo de que mi conclusión era correcta. De hecho, me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen —y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos— recibirán un castigo eterno. Y ésa es una doctrina detestable.

Cuando escribe su obra magna, según dice, se considera teísta. No cree en el dios de la Biblia, pero tampoco soporta que la inteligencia del humano es cosa del azar. Esa creencia se debilita con los años. Termina por declararse agnóstico y asegura: “Nada hay más importante que la difusión del escepticismo o el racionalismo durante la segunda mitad de mi vida.”

Tras un capítulo muy poco interesante en el que se refiere a personas famosas en su día con las que tuvo contacto, Darwin repasa los libros que publicó. Aparece en estas páginas un científico incansable, que vive únicamente para la ciencia. Dedica años y años a estudiar plantas y animales. Lo hace sin prisa, publica siempre con retraso ventajoso, “ya que, pasado un largo plazo, uno puede criticar su propia obra como si fuera otra persona”. Sólo su mala salud impide una continuidad en su investigaciones.

En el capítulo final, Darwin escribe sobre sus capacidades mentales. Es modesto, explica su sistema de trabajo y se analiza como si él mismo fuera objeto de estudio. El final es admirable:

    Mi éxito como hombre de ciencia ha estado determinado, hasta donde me es posible juzgar, por un conjunto complejo y variado de cualidades y condiciones mentales. Las más importantes han sido el amor a la ciencia, una paciencia sin límites al reflexionar largamente sobre cualquier asunto, la diligencia en la observación y recogida de datos, y una buena dosis de imaginación y sentido común. Es verdaderamente sorprendente que, con capacidades tan modestas como las mías, haya llegado a influir de tal manera y en una medida considerable en las convicciones de los científicos sobre algunos puntos importantes.

La Autobiografía muestra a un Darwin mayor, honesto, humilde. Un hombre sereno que ha sido feliz gracias al trabajo duro y constante y sabe que ha tenido éxito. Una delicia.

Javier Yanes, en "Lo que Darwin nunca dijo", en Público, el 11 de febrero de 2009, escribió:A Charles Darwin, que hoy habría cumplido 200 años, se le ha acusado de inspirar la eugenesia y el genocidio nazi, y tanto el capitalismo como el marxismo lo han reivindicado para sí tirando de diferentes hilos, ya sea el de la competición por la supervivencia o el del materialismo ateo. Pocas figuras se han manipulado tanto como la de este científico, y pocas doctrinas se han deformado tanto por ignorancia o con la intención de servir a intereses ajenos a la ciencia. Lo que sigue es un repaso de algunos de los errores, falacias e imprecisiones más frecuentes sobre la vida y la obra del naturalista inglés que inauguró la biología evolutiva.


1. El hombre desciende del mono

Este mantra, repetido hasta la saciedad, no forma parte del darwinismo. En su obra de referencia, El origen de las especies, Darwin no abordó el linaje humano, pero "al día siguiente de publicarlo, la gente ya decía que el hombre viene del mono", afirma el codirector de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga. Los detractores de Darwin lo ridiculizaron en caricaturas que mostraban al eminente científico convertido en un simio peludo. Posteriormente, en El origen del hombre, Darwin planteó la hipótesis de que humanos y simios descienden de progenitores comunes, no unos de otros. En realidad, la idea no era novedosa para la ciencia de mediados del XIX, sino que aparecía sugerida en trabajos de otros científicos, como Thomas Henry Huxley.


2. La evolución es una escalera que conduce al ser humano

El del hombre y el mono es un caso particular de un error más general, entender la evolución como una carrera de relevos en la que una especie cede el testigo a otra. A esta confusión contribuye un recurso gráfico mil veces utilizado: un simio caminando tras una fila de antropoides con rasgos cada vez más humanos hasta llegar al hombre. Pero ni el ser humano desciende del mono, ni ninguna especie viva se ha detenido a medio camino de la evolución para dar el relevo a otra. Suele equiparse lo más evolucionado a lo mejor, como en las generaciones sucesivas de teléfonos o de coches. Pero un chimpancé no es menos evolucionado que un humano. De hecho, genéticamente se podría considerar más evolucionado; un estudio elaborado por científicos de la Universidad de Michigan (EEUU) y publicado en PNAS en 2007 descubría que el genoma del chimpancé acumula un 51% más de genes modificados por selección natural que el del Homo sapiens. Para el primatólogo Josep Call, la humana es solo "una especie más".


3. Los organismos evolucionan para adaptarse al medio

En la ciencia-ficción de serie B es un recurso habitual que monstruosos seres evolucionen para aumentar su poder mortífero frente a los sufridos protagonistas humanos. Esta acepción de evolución respeta el diccionario, pero no el concepto científico de evolución biológica: no evolucionan los organismos, sino las especies o los linajes. Esta idea entronca con otra noción errónea; ni el monstruo ni su linaje podía evolucionar con un fin concreto. Entre los protoevolucionistas anteriores a Darwin, el francés Jean Baptiste Lamarck propuso que los organismos se adaptaban al medio y legaban esas adaptaciones a su progenie; por ejemplo, la jirafa estiró el cuello para comer y produjo crías con cuellos más largos. El modelo de Darwin reveló que es el medio el que selecciona a los mejor adaptados a la supervivencia y reproducción. Sin embargo, hoy el lamarckismo sigue infiltrando cierta interpretación popular de la evolución.


4. El darwinismo es un dogma

Ni siquiera Darwin se liberó por completo del lamarckismo. Al desconocer la genética y los mecanismos de mutación y herencia, Darwin no sabía cómo se producen las variaciones sobre las que actúa la selección natural, lo que le hizo proponer un rocambolesco mecanismo de herencia para las modificaciones que el organismo adquiría a lo largo de su vida: si un individuo fortalecía un músculo, sus células liberaban unas gémulas que llevaban esta información al esperma o al óvulo para que la progenie naciese con el músculo más desarrollado. Cuando más tarde se divulgaron las leyes de la herencia formuladas en la misma época por el monje checo Gregor Mendel, muchos científicos las rechazaron por considerarlas contrarias al darwinismo: frente a la variación azarosa y continua de Darwin, Mendel planteaba una herencia matemáticamente predecible y estática. No fue hasta la década de 1930 que genética y evolución confluyeron en la llamada teoría sintética.


5. Darwin explicó el origen de la vida

Ni Darwin ni la moderna biología han logrado aún explicar cómo surgió la vida a partir de las moléculas biológicas primitivas. Darwin tampoco pretendió revelar el origen de la vida, sino solo su evolución una vez que existieron los primeros seres. En su autobiografía escribió que en la época de El origen de las especies aún era teísta, creyente en un dios como primer motor que había intervenido para prender esta primera chispa de vida y desencadenar un mecanismo evolutivo autoalimentado mediante leyes naturales.


6. Darwin inventó los conceptos de evolución y de supervivencia del más apto

Las ideas de antepasados comunes y de transmutación de unas especies en otras aparecen ya en los escritos de Anaximandro, filósofo griego del siglo VI a.C., así como de otros pensadores en Occidente y Oriente. Algunos de estos autores se basaban en la observación de los fósiles. Incluso una noción primitiva de selección natural aparece ya en la Grecia clásica. Pero la expresión "supervivencia del más apto" no fue acuñada por Darwin, sino que la adoptó en ediciones posteriores de El origen tras haberla leído en los Principios de Biología del filósofo victoriano Herbert Spencer, quien a su vez había inventado el eslogan al incorporar a su obra las ideas publicadas por Darwin. Ni siquiera el término evolución aparece una sola vez en El origen; este vocablo se popularizó más tarde y también Spencer fue uno de los primeros en emplearlo.


7. Los pinzones de las Galápagos inspiraron el eureka

Rara vez la ciencia avanza por eurekas; lo habitual, también en el caso de Darwin, es un progreso continuo y laborioso que bebe de múltiples fuentes. En cuanto a los pinzones, que con sus picos adaptados a diferentes alimentos han pasado a la historia como las musas de Darwin, no aparecen siquiera mencionados en El origen. En esta obra, Darwin se limitó a exponer la comparación entre las aves en general de este archipiélago y de otros lugares. En obras posteriores, Darwin sí recurriría a la comparación de especies, pero su interés no se centró en los pinzones, sino en los sinsontes.


8. Darwin refutó la creación bíblica

La fijación de los fundamentalismos religiosos por Darwin como enemigo supremo induciría a pensar que fue el británico quien destronó a la Biblia como pauta para explicar la historia natural. No fue así. En el Reino Unido, la sociedad victoriana sufría ya antes de Darwin una crisis de fe de etiología compleja, donde la razón se imponía a la revelación. A ello contribuyeron los descubrimientos en geología, que restaban crédito a la creación narrada en el Génesis en favor de una Tierra formada lentamente a lo largo de millones de años y por los mismos fenómenos que actúan hoy, no por grandes catástrofes repentinas como el diluvio universal. Esta teoría fue formulada por el geólogo y cristiano devoto Charles Lyell, y ejerció una fuerte influencia en el pensamiento de Darwin. La evolución tal como la formuló su autor no refutaba una posible creación divina, e incluso el propio científico creyó en ella durante años.


9. Darwin perdió la fe por su ciencia y fue enemigo de la religión

Ni Darwin fue un ateo militante, ni se convirtió al cristianismo en su lecho de muerte. Ambas visiones corresponden a manipulaciones de su figura, que se ha tomado como enemigo o modelo desde trincheras opuestas. Darwin explicó en su autobiografía las razones que le llevaron a abandonar la fe, y fueron argumentos sencillos que cualquier persona sin conocimientos científicos podría utilizar: las contradicciones entre distintas religiones reveladas, la negación de un Dios cruel y castigador o el rechazo a una supuesta condenación eterna para los paganos. Y su última conversión antes de morir es otro mito sin pruebas. Pero Darwin no eligió su papel como blanco del fundamentalismo religioso. Respetó las creencias de otros, como su propia esposa, y se unió al agnosticismo científico adoptado por figuras como su amigo y colega Thomas Henry Huxley. Para el agnosticismo de Huxley y Darwin, es tan imposible demostrar la existencia de Dios como lo contrario, y el ateísmo es también un acto de fe.


10. Es solo una teoría

Recientemente, un semanario católico publicaba un artículo en el que, sin negar la doctrina evolucionista, se afirmaba que "las teorías de Darwin siguen siendo una hipótesis. Falta constatación empírica". En tales afirmaciones subyace el error de equiparar la teoría a la pura especulación. Para el método científico, ninguna hipótesis se puede demostrar como cierta, sino solo como falsa. Se asume su validez cuando las pruebas merecen la aprobación de la comunidad científica. En 150 años se han aportado miles de indicios que impulsan la teoría evolutiva en el sentido que lleva desde entonces, y ni uno solo en el sentido contrario. Como señala el genetista Antonio Barbadilla, "nadie duda de otras teorías científicas que no afectan a las creencias, y pocas están tan contrastadas como la evolución".

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Lamarck y los guisantes de Mendel

Ni Darwin, ni el codescubridor de la evolución Alfred Russell Wallace, ni sus predecesores, conocían el trabajo que un solitario monje checo llevaba a cabo cruzando variedades de guisante. Gregor Mendel definió las leyes que explican cómo se heredan los caracteres de padres a hijos. En un principio la herencia mendeliana fue interpretada como un obstáculo a la teoría evolutiva, porque Darwin incorporaba la herencia lamarckista de caracteres adquiridos que debían diluirse en la progenie, mientras que Mendel planteaba una herencia persistente y predecible. Fue el alemán August Weismann quien estableció la barrera entre las células germinales, destinadas a la procreación, y las somáticas, lo que desterró el lamarckismo para fundar el neodarwinismo. En la década de 1930, genética y evolución se fundieron en la teoría sintética.


Especies que avanzan a saltos

Una crítica recurrente esgrimida por el creacionismo ha sido la presunta ausencia de formas de transición en el registro fósil. Aunque estas formas existen –como ejemplo, el pasado año se publicaba el hallazgo de una especie intermedia entre los peces con ojos a ambos lados de la cabeza y los peces planos–, el gradualismo continuo propugnado por Darwin ha sido cuestionado también desde el campo estrictamente científico. En 1972, Niles Eldredge y Stephen Jay Gould enunciaron la teoría del equilibrio puntuado. Según esta propuesta, las especies permanecen evolutivamente estáticas durante la mayor parte de su existencia, y solo cambian en rápidos y drásticos eventos de especiación. Esta ‘evolución a saltos’ cambiaría el árbol irregular de la historia de las especies por otro con ramas más rectas, verticales y horizontales.


Una red de contrabando de genes

Entre las modificaciones a la teoría evolutiva original se puede mencionar también la deriva genética, que resta importancia a la selección natural al proponer que muchas variaciones de los genes son neutrales y se conservan por azar. Pero quizá ningún descubrimiento ha sido tan revolucionario como el de la transferencia horizontal de genes entre especies, algo ya conocido en bacterias pero cuyo peso en la doctrina evolutiva ha aumentado en los últimos años. A esto se unen los crecientes indicios de que la hibridación entre especies y la transferencia de genes mediante virus son mecanismos evolutivos importantes, por lo que algunos expertos sugieren desterrar la representación clásica del árbol de la vida en favor de un esquema en forma de red.


Español, nivel alto

Charles Darwin llegó a expresarse de manera adecuada en castellano a lo largo de su periplo a bordo del barco ‘HMS Beagle’, según los expertos en su obra.


Defensor de los negros

La fuerza que le empujó a apoyar la teoría de la evolución, según la cual todos los seres vivos descienden de un ancestro común, pudo ser su rechazo a la esclavitud. Como narran Adrian Desmond y James Moore en su libro La causa sagrada de Darwin, el naturalista inglés consideraba iguales a las personas de todas las razas, tras su amistad adolescente con un esclavo de Guyana.


¿Qué comía Darwin?

El bicentenario del nacimiento del naturalista inglés ha servido para conocer los detalles más insospechados sobre su figura. El libro de recetas de su mujer, Emma, desvela que Darwin comía platos típicos de la época victoriana, como el pastel de ternera y el chocolate irlandés horneado durante horas. El manuscrito, disponible en la web ‘darwin-online.org.uk’, incluye una receta escrita por el propio Darwin: arroz hervido.


Idolatría

En una curiosa confluencia entre ciencia y religión, el Museo de Historia Natural de Londres expone una caja llena de recuerdos de la hija de Darwin, incluido un sobre con pelos de la barba del ‘padre’ de la selección natural. Como el Palacio Topkapi de Estambul, que expone un supuesto mechón de Mahoma.


Inventor

Según algunos estudiosos, Darwin colocó ruedas a su silla habitual para moverse por su despacho. El naturalista fue, por tanto, el inventor de la silla de oficina.


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