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CASTELLS, Manuel

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CASTELLS, Manuel

Nota Vie Oct 23, 2020 9:02 pm
Manuel Castells

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(wikipedia | dialnet | página personal)


Introducción

En Infoamérica se escribió:Nació en Hellín, Albacete, España, en 1942. Estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Barcelona. Activista estudiantil durante la dictadura del general Franco, huyó a Francia, donde se licenció en La Sorbona. Se doctoró en Sociología por las Universidades de París y Madrid.

Comenzó su actividad docente en París, en la Sorbona. Profesor de diversas universidades europeas y americanas, entre ellas Berkeley, Autónoma de Madrid, Nanterre, Montreal, Católica de Chile, Wisconsin, etc. Miembro de la Academia Europea y del Alto Comité de Expertos sobre la Sociedad de la Información nombrado por la Comisión Europea.

Publicó su primer libro en 1972, La cuestión urbana, traducido a diez idiomas, que le acreditó como uno de los fundadores de la nueva sociología urbana. Sus principales obras en este campo son The City and the Grassroots (University of California Press), un estudio comparativo de movimientos sociales urbanos y las organizaciones comunitarias en Francia, España, Latinoamérica y California, y The Informational City (Blackwell, 1989), un análisis de los cambios urbanos y regionales derivados de la tecnología de la información en los Estados Unidos. [...].





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Re: CASTELLS, Manuel

Nota Vie Oct 23, 2020 10:14 pm
Manuel Castells, en "Globalización y antiglobalización", en El País, el 24 de julio de 2001, escribió:A estas alturas, todo quisque tiene su opinión sobre la globalizacion. Éste es el principal mérito del movimiento global contra la globalización: el haber puesto sobre el tapete del debate social y político lo que se presentaba como vía única e indiscutible del progreso de la humanidad. Como es lo propio de todo gran debate ideológico, se plantea en medio de la confusión y la emoción, muertos incluidos. Por eso me pareció que, en lugar de añadir mi propia toma de posición a las que se publican cada día, podría ser más útil para usted, atento lector en su relajado entorno veraniego, el recordar algunos de los datos que enmarcan el debate. Empezando por definir la globalización misma. Se trata de un proceso objetivo, no de una ideología, aunque haya sido utilizado por la ideología neoliberal como argumento para pretenderse como la única racionalidad posible. Y es un proceso multidimensional, no solo económico. Su expresión más determinante es la interdependencia global de los mercados financieros, permitida por las nuevas tecnologías de información y comunicación y favorecida por la desregulación y liberalización de dichos mercados. Si el dinero (el de nuestros bancos y fondos de inversión, o sea, el suyo y el mío) es global, nuestra economía es global, porque nuestra economía (naturalmente capitalista, aunque sea de un capitalismo distinto) se mueve al ritmo de la inversión de capital. Y si las monedas se cotizan globalmente (porque se cambian dos billones de dólares diarios en el mercado de divisas), las políticas monetarias no pueden decidirse autónomamente en los marcos nacionales. También está globalizada la producción de bienes y servicios, en torno a redes productivas de 53.000 empresas multinacionales y sus 415.000 empresas auxiliares. Estas redes emplean tan sólo a unos 200 millones de trabajadores (de los casi 3.000 millones de gentes que trabajan para vivir en todo el planeta), pero en dichas redes se genera el 30% del producto bruto global y 2/3 del comercio mundial.

Por tanto, el comercio internacional es el sector del que depende la creación de riqueza en todas las economías, pero ese comercio expresa la internacionalización del sistema productivo. También la ciencia y la tecnología están globalizadas en redes de comunicación y cooperación, estructuradas en torno a los principales centros de investigación universitarios y empresariales. Como lo está el mercado global de trabajadores altamente especializados, tecnólogos, financieros, futbolistas y asesinos profesionales, por poner ejemplos. Y las migraciones contribuyen a una globalización creciente de otros sectores de trabajadores. Pero la globalización incluye el mundo de la comunicación, con la interpenetración y concentración de los medios de comunicación en torno a siete grandes grupos multimedia, conectados por distintas alianzas a unos pocos grupos dominantes en cada país (cuatro o cinco en España, según como se cuente). Y la comunicación entre la gente también se globaliza a partir de Internet (nos aproximamos a 500 millones de usuarios en el mundo y a una tasa media de penetración de un tercio de la población en la Unión Europea). El deporte, una dimensión esencial de nuestro imaginario colectivo, vive de su relación local-global, con la identidad catalana vibrando con argentinos y brasileños tras haber superado su localismo holandés. En fin, también las instituciones políticas se han globalizado a su manera, construyendo un Estado red en el que los Estados nacionales se encuentran con instituciones supranacionales como la Unión Europea o clubes de decisión como el G-8 o instituciones de gestión como el FMI para tomar decisiones de forma conjunta. Lejos queda el espacio nacional de representación democrática, mientras que los espacios locales se construyen como resistencia más que como escalón participativo. De hecho, los Estados nacionales no sufren la globalización, sino que han sido sus principales impulsores, mediante políticas liberalizadoras, convencidos como estaban y como están de que la globalización crea riqueza, ofrece oportunidades y, al final del recorrido, también les llegarán sus frutos a la mayoría de los hoy excluidos.

El problema para ese horizonte luminoso es que las sociedades no son entes sumisos susceptibles de programación. La gente vive y reacciona con lo que va percibiendo y, en general, desconfía de los políticos. Y, cuando no encuentra cauces de información y de participación, sale a la calle. Y así, frente a la pérdida de control social y político sobre un sistema de decisión globalizado que actúa sobre un mundo globalizado, surge el movimiento antiglobalización, comunicado y organizado por Internet, centrado en protestas simbólicas que reflejan los tiempos y espacios de los decididores de la globalización y utilizan sus mismos cauces de comunicación con la sociedad: los medios informativos, en donde una imagen vale más que mil ponencias.

¿Qué es ese movimiento antiglobalización? Frente a los mil intérpretes que se ofrecen cada día para revelar su esencia, los investigadores de los movimientos sociales sabemos que un movimiento es lo que dice que es, porque es en torno a esas banderas explícitas donde se agregan voluntades. Sabemos que es muy diverso, e incluso contradictorio, como todos los grandes movimientos. Pero ¿qué voces salen de esa diversidad? Unos son negros, otros blancos, otros verdes, otros rojos, otros violeta y otros etéreos de meditación y plegaria. Pero ¿qué dicen? Unos piden un mejor reparto de la riqueza en el mundo, rechazan la exclusión social y denuncian la paradoja de un extraordinario desarrollo tecnológico acompañado de enfermedades y epidemias en gran parte del planeta. Otros defienden al planeta mismo, a nuestra madre Tierra, amenazada de desarrollo insostenible, algo que sabemos ahora precisamente gracias al progreso de la ciencia y la tecnología. Otros recuerdan que el sexismo también se ha globalizado. Otros defienden la universalización efectiva de los derechos humanos. Otros afirman la identidad cultural y los derechos de los pueblos a existir más allá del hipertexto mediático. Algunos añaden la gastronomía local como dimensión de esa identidad. Otros defienden los derechos de los trabajadores en el norte y en el sur. O la defensa de la agricultura tradicional contra la revolución genética. Muchos utilizan algunos de los argumentos señalados para defender un proteccionismo comercial que limite el comercio y la inversión en los países en desarrollo. Otros se declaran abiertamente antisistema, anticapitalistas desde luego, pero también anti-Estado, renovando los vínculos ideológicos con la tradición anarquista que, significativamente, entra en el siglo XXI con más fuerza vital que la tradición marxista, marcada por la práctica histórica del marxismo-leninismo en el siglo XX. Y también hay numerosos sectores intelectuales de la vieja izquierda marxista que ven reivindicada su resistencia a la oleada neoliberal. Todo eso es el movimiento antiglobalización. Incluye una franja violenta, minoritaria, para quien la violencia es necesaria para revelar la violencia del sistema. Es inútil pedir a la gran mayoría pacífica que se desmarque de los violentos, porque ya lo han hecho, pero en este movimiento no hay generales y aun menos soldados. Tal vez sería más productivo para la paz pedir a los gobiernos que se desmarquen de sus policías violentos, ya que, según observadores fiables de las manifestaciones de Barcelona y Génova, la policía agravó la confrontación. No se puede descartar que algunos servicios de inteligencia piensen que la batalla esencial está en ganar la opinión pública y que asustar al pueblo llano con imágenes de feroces batallas callejeras puede conseguir socavar el apoyo a los temas del movimiento antiglobalización. Vano intento, pues, en su diversidad, muchos de esos mensajes están calando en las mentes de los ciudadanos, según muestran encuestas de opinión en distintos países.

Dentro de esa diversidad, si un rasgo une a este movimiento es tal vez el lema con el que se convocó la primera manifestación, la de Seattle: ‘No a la globalización sin representación’. O sea, que, antes de entrar en los contenidos del debate, hay una enmienda a la mayor, al hecho de que se están tomando decisiones vitales para todos en contextos y en reuniones fuera del control de los ciudadanos. En principio, es una acusación infundada, puesto que la mayoría son representantes de gobiernos democráticamente elegidos. Pero ocurre que los electores no pueden leer la letra pequeña (o inexistente) de las elecciones a las que son llamados cada cuatro años con políticos que se centran en ganar la campaña de imagen y con gobiernos que bastante trabajo tienen con reaccionar a los flujos globales y suelen olvidarse de informar a sus ciudadanos. Y resulta también que la encuesta que Kofi Annan presentó en la Asamblea del Milenio de Naciones Unidas señala que 2/3 de los ciudadanos del mundo (incluyendo las democracias occidentales) no piensan que sus gobernantes los representen. De modo que lo que dicen los movimientos antiglobalización es que esta democracia, si bien es necesaria para la mayoría, no es suficiente aquí y ahora. Así planteado el problema, se pueden reafirmar los principios democráticos abstractos, mientras se refuerza la policía y se planea trasladar las decisiones al espacio de los flujos inmateriales. O bien se puede repensar la democracia, construyendo sobre lo que conseguimos en la historia, en el nuevo contexto de la globalización. Que se haga una u otra cosa depende de usted y de muchos otros como usted. Y depende de que escuchemos, entre carga policial e imagen de televisión, la voz plural, hecha de protesta más que de propuesta, que nos llega del nuevo movimiento social en contra de esta globalización.

Re: CASTELLS, Manuel

Nota Vie Oct 23, 2020 10:19 pm
Manuel Castells, en "Neoanarquismo", en La Vanguardia, el 21 de mayo de 2005, escribió:Nuestra época no es la del fin de las ideologías, sino del renacimiento de aquellas que encuentran eco en la experiencia presente. Tal es el caso del anarquismo, dado por muerto y enterrado por sus numerosos sepultureros y que, bajo nuevas formas y expresiones, parece gozar de excelente salud en los movimientos sociales que brotan por doquier desde las profundidades de la resistencia a un desorden global cada vez más destructivo. Basta con seguir los debates, presenciales o por internet, en el movimiento contra la globalización capitalista para constatar la presencia dominante de los temas anarquistas de autoorganización y de oposición a cualquier forma de Estado (“¡que se vayan todos!”). Y aunque los intelectuales de la vieja izquierda, sobre todo en América Latina, aún se encaraman al podio de las arengas mediáticas del movimiento, las simpatías mayoritarias van hacia formas apenas organizadas y generalmente autogestionadas de la movilización y del debate, como era evidente en el último Foro Social Mundial en Porto Alegre. También en el ámbito teórico-político, las tesis autonomistas, cercanas de la matriz histórica anarquista, articuladas por ejemplo por Michael Hardt y Toni Negri, y por el grupo de la revista Multitudes, heredera directa del mayo del 68 francés, están alcanzando hoy día una amplia difusión (el ultimo libro de Hardt y Negri, titulado precisamente Multitudes, incluso tiene un rango muy alto en la lista de ventas de Amazon.com).

Y aunque los anarquistas organizados no son muchos (por ejemplo, en España el periódico CNT tiene unos 6.000 suscriptores y el sindicato CGT, al que yo sitúo en la tradición libertaria, cuenta con unos 100.000 afiliados), las ideas antiestatistas, de internacionalismo solidario y la afirmación de la libertad individual y de la libre asociación son temas comunes a movimientos muy dispares (de los okupas de Barcelona a Los Forajidos de Ecuador, los piqueteros argentinos o los autónomos italianos), pero que coinciden en la afirmación de su autoemancipación sin delegación de poder a intermediarios políticos profesionales. ¿De dónde surge esta nueva vitalidad del anarquismo, que aparece como ideología del siglo XXI al tiempo que el marxismo parece quedar confinado a un siglo XX ya concluido?

En realidad, la fuerza de las ideologías (cuyos mitos son atemporales) depende de su contexto histórico. Y mi hipótesis es que el anarquismo, en contra de la creencia general, se adelantó a su tiempo.

Ideología dominante de los orígenes del movimiento obrero (la Primera Internacional), desde Andalucía y Catalunya hasta la Rusia zarista, a la Charte d’Amiens francesa y al Chicago que originó el 1 de mayo, el anarquismo no sobrevivió como práctica organizada a la represión sufrida a la vez bajo el capitalismo y bajo el comunismo. Pero su vulnerabilidad provino sobre todo de haber designado como enemigo principal al Estado nación en el preciso momento histórico del desarrollo de dicho Estado como centro y principio de la organización social: el siglo XX fue el siglo del Estado nación. El anarquismo clásico se expresó en una amplia gama ideológica, desde el individualismo irreductible de Stirner hasta el cooperativismo social de Proudhon, pasando por el comunismo libertario de Bakunin y Kropotkin, inspirando luchas sociales en contextos tan distintos como la revolución campesina de Makhno en Rusia, los movimientos sociales urbanos mexicanos de los años 20 o los embriones de revolución social que intentaron los anarquistas catalanes y españoles en la primera fase de la Guerra Civil. Y claro que el sindicalismo de la CNT no era lo mismo que el activismo político de la FAI. Pero a través de esa amplia corriente ideológica en la que creyeron y por la que lucharon millones de personas, latía una idea central: la liberación definitiva de la fuente última de la opresión, el Estado. Precisamente en el momento en que se armaban las máquinas de guerra nazi-fascistas, estalinistas y liberal-democráticas para exterminarse los unos a los otros y asegurar, a través del Estado, el control de cuanto más mundo pudieran.

Y miren por dónde, el triunfo de los estados, de uno y otro signo, condujo a su crisis medio siglo después. El comunismo no fue capaz de digerir precisamente aquello para lo que Marx lo había inventado: el desarrollo de las fuerzas productivas. Porque la revolución tecnológica informacional no podía asumirse sin una sociedad informada, o sea, autónoma del Estado. Y el capitalismo, en su dinámica expansiva, se globalizó, socavando las bases del Estado nación sobre el que se asentaba políticamente. La economía se hizo global, el Estado siguió siendo nacional y entre los dos la sociedad, huérfana del Estado y a merced de los vientos globales, se atrincheró cada vez más en lo local. O se transformó en colección de individuos, cada uno con sus propias ansiedades y proyectos. Mucha gente, sobre todo jóvenes con su página ideológica aún por escribir, dejaron de creer en los políticos, aunque no en la política, en otra política. De modo que mientras los grandes poderes se definen en una compleja relación entre la globalización y los estados nación, la supervivencia y la resistencia a lo que no va surge desde lo individual y lo local. O sea, los materiales con los que se construyó la ideología anarquista.

Ahora bien, la gran dificultad para el anarquismo siempre fue cómo conciliar la autonomía personal y local con la complejidad de una organización productiva y de la vida cotidiana en un mundo industrializado y en un planeta interdependiente. Y es aquí donde la tecnología resultó ser una aliada del anarquismo más que del marxismo. En lugar de grandes fábricas y gigantescas burocracias (base material del socialismo), la economía funciona cada vez más a partir de redes (base material de la autonomía organizativa). Y en lugar de estados nación controlando el territorio, tenemos ciudades Estado gestionando los intercambios entre territorios. Todo ello a partir de internet, móviles, satélites y redes informáticas que permiten la comunicación y el transporte local-global a escala planetaria. Esto no es mi interpretación de los hechos, sino el discurso explícito que se da en los debates de los movimientos sociales, tal como ha sido documentado en el espléndido libro reciente de Jeffrey Juris sobre el tema. O sea, la disolución del Estado y la construcción de una organización social autónoma a partir de personas y grupos afines, debatiendo, votando y gestionando mediante la red interactiva de comunicación. ¿Utopía? No, ideología. Acuérdese de la distinción: la utopía prefigura el mundo deseado. La ideología configura la práctica. Con la utopía se sueña. Con la ideología se lucha. El anarquismo es ideología. Y el neoanarquismo es un instrumento de lucha que parece adaptado a las condiciones de la revuelta social del siglo XXI. Bueno, uno de los dos instrumentos. Porque mientras el anarquismo clama, como hizo siempre, “ni Dios, ni Señor”, su principal competidor en la resistencia al capitalismo global se funda en el reconocimiento de “Dios como mi único Señor”. Frente a un capitalismo global fuera de control, y mientras el socialismo se instala en la jubilación, la resistencia surge de la oposición contradictoria entre fundamentalismo y neoanarquismo.

Re: CASTELLS, Manuel

Nota Vie Oct 23, 2020 11:41 pm
Juan Irigoyen, en "Manuel Castells, la academia y la izquierda narrativa", en Tránsitos Intrusos, el 17 de mayo de 2020, escribió:El nombramiento de Manuel Castells como ministro de Universidades en el nuevo gobierno progresista de coalición constituye una excepción en España. Se trata de un notorio sociólogo e investigador que ha producido una obra escrita extensa y densa. Su carrera profesional como analista ha tenido lugar en la transición entre distintos escenarios históricos. Este es el factor que revaloriza sus contribuciones al conocimiento. En sus obras se pueden reconocer etapas, transiciones, rupturas y contradicciones, así como influencias de los contextos académicos y sociales en los que se estuvo ubicado. Su pensamiento no es liso y uniforme, sino más bien rugoso y enigmático, y en el que siempre están presentes zonas de ambigüedad que permiten distintas lecturas.

De este modo se forja la identidad de Castells como autor, que se condensa en su capacidad de adaptación a distintos escenarios, así como la flexibilización de sus repertorios conceptuales. Durante muchos años he seguido con un interés inusitado su obra, en tanto que sociólogo preocupado por clarificar la naturaleza de la nueva sociedad emergente, cuestión que conduce a descifrar las significaciones del cambio tecnológico y sus impactos sobre la sociedad. Sus textos constituyen una versión alfabetizada sociológicamente de la mutación tecnológica, a diferencia de las interpretaciones mayoritarias, que hacen abstracción de la estructura social en la que se inscribe. Pero sus teorizaciones se encuentran dotadas de un nivel de plasticidad encomiable, lo que dificulta las interpretaciones unívocas. Así, su obra adquiere un margen de maniobra inusitado. Aunque él mismo se ha situado siempre al margen del debate modernidad/posmodernidad, adquiere la condición inequívoca de autor posmoderno interpretable.

Esta densidad biográfica singular de Castells, que se inscribe en su vasta obra, se hace presente en su condición de ministro, mediante la conformación de una triple paradoja. A saber, representa el acceso a la cúspide del estado, para gobernar la venerable institución de la Academia (universidad), de un outsider externo que ha desarrollado su carrera académica en instancias extrínsecas a la misma. Deviene en un ministro icono de la nueva izquierda narrativa, encarnada en Ada Colau, para realizar una reforma universitaria cuyos supuestos, sentidos y modelos son asimétricos con respecto a los propuestos por la izquierda universitaria. Y, asimismo, significa la presencia de un ministro manifiestamente globalista, pero defensor de una versión sofisticada del nacionalismo catalán.

Castells se instaló en París en los años sesenta, donde se desempeñó como profesor universitario, promovido y acogido por la potente sociología académica francesa. Sus textos sobre sociología urbana tuvieron una reputación incuestionable en esta época. En España, Siglo XXI y otras editoriales publicaron sus libros, que tuvieron un impacto manifiesto en la inteligencia de la izquierda en los años setenta. El joven Castells acumuló un prestigio muy considerable, poco común en científicos sociales en estos años, enclaustrados en la obsoleta universidad franquista.

En el principio de los años setenta se crean las primeras facultades de sociología en España, después de que el régimen comprendiese por fin que sociología y subversión eran términos poco compatibles. La creación de estas instituciones propicia la formación del núcleo fundacional de la sociología académica española. Estaba formado por varios catedráticos ejercientes principalmente en facultades de Derecho o de Ciencias Políticas. Este grupo se constituyó, al estilo universitario, en miembros de tribunales que otorgaban cátedras a los aspirantes, entre los que se encontraban algunos sociólogos que ejercían por libre en distintos ámbitos. Entre estos, destaca la figura de Jesús Ibáñez, que aceptó sentarse frente a un tribunal de oposición que valorase sus méritos. Este fue un episodio memorable, en tanto que Ibáñez representó en este acto una transgresión al modelo de tribunal evaluador.

Castells, debido a su posición científica y académica en la sociología francesa, no aceptó sentarse frente a un tribunal para ser examinado por el núcleo fundador de tan enigmáticos sociólogos, cuyas obras, en la mayoría de los casos, no resistían comparación con la suya propia. Entonces, cerró su etapa de especialista en sociología urbana publicando en Alianza Editorial su Sociología de los movimientos sociales urbanos, y optó por aceptar la oferta de la universidad de Berkeley en California, que reconocía sus aportaciones y le proporcionaba una posición abierta al futuro. Allí inició una larga y fértil etapa, en la que su línea se concentró en el informacionalismo y la nueva sociedad red, publicando sus tres volúmenes de La era de la Información y convirtiéndose en el quinto autor más citado en ciencias sociales a escala global.

En este tiempo de expansión y reconocimiento global, la sociología académica española mantuvo sus pétreas fronteras con él. No publicó nada en la REIS ni en otras revistas nacionales, y la relación con él fue inexistente. Así se reafirmaba la naturaleza de la Academia como institución cerrada, análoga a la Iglesia, en el que la CRUE representa semejanzas con la Conferencia Episcopal. En ambas instituciones, el repudio de lo que es considerado como díscolo es manifiesto. Así, un científico social con reconocimiento global, arraigado en el mercado de libros, es denegado mediante ceremonias y rituales caracterizadas por la opacidad. Castells es considerado y tratado como el portador de un pecado original, en tanto que no se reconoce, ni siquiera en el tiempo de constitución del tribunal, como un vasallo.

Llegado el siglo XXI se instala en Barcelona, en donde se integra en la Universidad Abierta, que representa un modelo institucional ajeno a la Academia dura. En este tiempo escribe libros y se prodiga como autor presente en los medios y en las instituciones. Su influencia no solo no decae, sino que se expande como lo que me gusta denominar como “analista de guardia”. Los largos años de presencia en Barcelona no disminuyen las distancias con las instituciones. No es invitado a las facultades de sociología ni a los congresos disciplinares. Se mantiene esta extraña relación de destierro disciplinar.

La crisis que se manifiesta en el 15 M de 2011 revaloriza a Castells, que agiganta su presencia mediante las interpretaciones que realiza desde sus esquemas referenciales. Así se agranda la diferencia con la sociología académica, ajena a la sociedad española por su focalización en la administración de sus pequeños feudos académicos y sus escasos clientes institucionales. Los textos sobre las redes de indignación y el devenir del informacionalismo lo consolidan como experto disponible para los distintos poderes sociales.

De este acontecimiento del 15 M nace una nueva izquierda que elabora un nuevo storytelling, que contrasta con el desgastado e inamovible relato comunista. Este es la invención de una nueva historia, que se sobrepone sobre la realidad concitando adhesiones múltiples de las distintas gentes en estado de naufragio que conforman la base de la izquierda. La gente, arriba y abajo, la casta, los círculos, la horizontalidad, la rotación de los cargos, así como otros elementos, son tejidos en una narrativa que dirige la acción política. El éxito es inmediato y los resultados electorales, tanto en las municipales como generales, auguran un futuro prometedor a los inventores de esta historia-narrativa.

Pero, tal y como apunta perspicazmente el mismo Salmon, “El storytelling... pega sobre la realidad unos relatos artificiales, bloquea los intercambios, satura el espacio simbólico con series y stories. No cuenta la experiencia pasada, traza conductas, orienta el flujo de emociones, sincroniza su circulación... establece engranajes narrativos según los cuales los individuos son conducidos a identificarse con unos modelos y conformarse con unos protocolos” (pág. 38). El ascenso de esta narrativa culmina en los ayuntamientos del cambio. Tras este acontecimiento, el relato se descompone frente a la emergencia inexorable de la realidad y la nueva izquierda narrativa va perdiendo su misterio.

Una de las sobrevivientes del naufragio de las últimas elecciones municipales es Ada Colau, que conserva la alcaldía de Barcelona y revaloriza su posición en el deteriorado grupo de inventores del relato de Podemos. Esta necesita inventar una Barcelona imaginaria que avale su gestión y le otorgue sentido simbólico-político. Este es el locus sobre el que se produce el encuentro con Castells. Este produce un pensamiento dotado de una plasticidad óptima para su reinserción en cualquier proyecto, tanto efectivo como imaginario. De este modo se forja la relación que convierte al veterano investigador y analista en ministro.

Pero, al ser designado como ministro de universidades, se consuma la brecha que se ha conservado durante tantos años. Los próceres de la comunidad científica sociológica, así como el sínodo de rectores, se reconstituyen como instancia de oposición sorda ante tan extraño ministro, que llegó hasta allí sin ser avalado por ningún tribunal ni agencia evaluadora. Se abre así un espacio dominado por los secretos y donde lo oculto alcanza una dimensión esplendorosa, que hace ininteligible la realidad a observadores externos desconocedores de los secretos constituyentes. La comunicación se bloquea por los poderosos filtros construidos en el pasado, que generan sentimientos explosivos.

Pero esta paradoja del outsider-jefe político se encuentra acompañada de otra monumental. El modelo de universidad que propone Castells es ajeno a la universidad española, que realiza sus reformas neoliberales conservando una parte esencial de sus rasgos tradicionales burocrático-feudales. El proyecto de Castells encaja con la poderosa corriente que domina el presente, que es la del neoliberalismo progresista. La ausencia de concordancia con la vieja izquierda, así como con la izquierda narrativa, es patente. Se puede pronosticar que el futuro inmediato va a registrar tensiones poco inteligibles para los analistas mediáticos.

Por último, Castells, reconocido autor globalista, es un defensor singular e inteligente del nacionalismo catalán. Esta paradoja cierra el círculo de la complejidad de su última etapa como gestor político. Desde mi perspectiva, me interrogo acerca de cómo vivirá los consejos de ministros, el control permanente de los operadores mediáticos, las narrativas de guiones simples y chuscos que rigen las acciones, las sesiones parlamentarias tragicómicas, la ínclita oposición… ¡qué pensará en su intimidad! Como afirma un castizo, Castells es demasiado pollo para tan poco arroz.


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