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BOGDANSKA, Daria (1988)

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BOGDANSKA, Daria (1988)

Nota Vie Dic 06, 2019 1:16 pm
Daria Bogdanska

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(Tebeosfera | Página personal)


Introducción

En Astiberri se escribió:(Polonia, Varsovia, 1988) se muda en el año 2013 a Suecia, donde acude a clases de cómic en la Kvarnby Serieskola. Daria vive actualmente en Malmö, donde imparte clases de cómic y toca en el grupo punk SNOR. Esclavos del trabajo, su primer tebeo, formó parte de la selección oficial del Festival de Cómic de Angoulême 2018 y fue finalista del premio Artemisia 2018.

Esclavos del trabajo (Astiberri, 2018), es el relato autobiográfico de una lucha social y sindical, que retrata una generación de jóvenes que viven en situación de riesgo social, con un futuro incierto y precario. También es el diario íntimo de una veinteañera recién llegada a una ciudad nueva en condición de emigrante, con sus anhelos, su desarraigo, sus dudas sentimentales y sus ganas de integrarse y de construir algo nuevo. Esclavos del trabajo formó parte de la selección oficial del Festival de Cómic de Angoulême 2018 y fue finalista del premio Artemisia 2018.

Pénélope Bagieu, autora de Valerosas, escribió:La cuestión de mi propia valentía frente a la injusticia lamentablemente sigue vigente, y la historia de Daria es para mí en ese sentido una inspiración galvanizadora.

Frédéric Hojlo, en Actua BD, escribió:La historia personal de Daria remite a múltiples temáticas –políticas, sociales, pero también íntimas– que atraviesan la Europa contemporánea y convierten en universales una trayectoria singular y una personalidad cautivadora.

Benjamin Roure, en Bodoï, escribió:Daria Bogdanska, con apenas treinta años, entrega en su primer cómic el retrato de una generación de ciudadanos ansiosos de libertad, que no reculan frente a sus responsabilidades.





Secuencias

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Bibliografía compilada





Bibliografía (fuente)


Eduardo Bravo, en ‘Esclavos del trabajo’: un libro que explica la explotación laboral y cómo combatirla, en Yorobuku, el 26 de septiembre de 2018, escribió:
La novela gráfica Esclavos del trabajo muestra en primera persona la situación de explotación laboral a la que se vio sometida su autora, la polaca Daria Bogdanska, cuando se trasladó a vivir a Suecia.

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«Hay muchas leyes que facilitan que las personas de los países miembros de la Unión Europea se trasladen de un lugar a otro y trabajen dentro de la Unión Europea, pero si profundizas un poco más, verás que es más sencillo decirlo que hacerlo». Daria Bogdanska sabe de qué habla. Ella ha profundizado. Pero no como lo haría un observador externo sino como trabajadora.

En 2013, después de unos años sin saber cómo encauzar su vida profesional, Bogdanska abandonó su Polonia natal para establecerse en Suecia. Se había matriculado en una escuela de cómic en la ciudad de Malmö y pensó que sería buena idea compaginar sus estudios con un trabajo a tiempo parcial.

«Evidentemente, nadie te puede expulsar de un país de la UE si eres ciudadano comunitario, pero una vez que estás allí, son muchos los países que dificultan el acceso, por ejemplo, a la asistencia sanitaria. Por mi experiencia, estaba claro que en la práctica era casi imposible entrar en el sistema laboral legalmente».

Antes de darse de bruces con el sistema burocrático sueco a la hora de buscar empleo, Bogdanska se encontró con una desagradable sorpresa: la oferta laboral estaba claramente dividida por género. Había trabajos «para hombres» y «para mujeres». Si no se cumplía esa primera condición, era tontería interesarse por la vacante.

«La discriminación por género tiene mucho que ver con el sistema, la cultura de cada país o con cosas como los permisos de maternidad, que hacen que las mujeres estén más tiempo fuera del mercado laboral que los hombres. Esa diferencia también tiene efectos en los sueldos, y en muchas ocasiones, los de las mujeres son menores que los de los hombres. En todo caso y aunque se puedan analizar las causas, lo que es sorprendente es que siga ocurriendo en 2018».

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Tras encontrar un trabajo adecuado a sus necesidades, compatible con sus horarios lectivos y en el que no fuera a ser rechazada por cuestiones de género, Daria Bogdanska se vio en la necesidad de regularizar su situación. Necesitaba un número de identificación de la Hacienda sueca para poder firmar el contrato de trabajo.

Sin embargo, la Administración del país le negaba el número porque no tenía un trabajo. Un círculo vicioso del que es imposible salir y que hace que muchos trabajadores opten por no legalizar su situación.

«No sé si ese tipo de actitudes se deben a políticas conscientes de la Administración o sencillamente a un mal funcionamiento. Creo que es un poco de las dos cosas. Muchas de las supuestas libertades ofertadas por la Unión Europea están pensadas para beneficiar a las empresas. El espacio común europeo, por ejemplo, beneficia a los países y las empresas porque abarata la mano de obra».

«Sin embargo, son esos países que se benefician de la situación los que luego les niegan la cobertura sanitaria a los trabajadores. En ocasiones, la combinación de leyes europeas y nacionales hace difícil ejercer los derechos como ciudadano de la Unión. Eso es un poco lo que se muestra en mi libro».

Aunque algunos políticos les cueste entenderlo, no tener permiso de trabajo no impedirá que la persona que llegue al país renuncie a buscarse la vida. Necesitado de dinero para subsistir, recurrirá a la economía sumergida donde sufrirá la explotación de unos empresarios que no siempre tienen el aspecto de ricachones con chistera y puro. En ocasiones también son tipos enrollados que van de amigos y que incluso se definen como simpatizantes de la izquierda.

«Por mi experiencia he aprendido que los jefes que intentan ser tus amigos son los peores. Si te paras a pensar, la ecuación es bien sencilla: los jefes ganan dinero por tu trabajo, así que, cuanto menos se gasten en ti más ganan ellos. Es una situación de conflicto, por lo que es bueno que nadie olvide esa dinámica».

«Lo más gracioso es que los jefes, sean de grandes o pequeñas empresas, han conseguido convencer a la población de que son ellos los que lo tienen difícil. Eso de «Oh, es que no puedo pagar tu seguro social” lo he escuchado infinidad de veces. En esos casos, mi respuesta es clara: “¿No puedes permitirte el lujo de dar al trabajador una seguridad mínima y un salario digno? Entonces no los emplees, haz el puto trabajo tú mismo”».

«Estoy harta de que a la gente le laven el cerebro para estar siempre del lado de los patrones, cuando son ellos los que se enriquecen cada vez más, mientras que nosotros nos quedamos sin seguros, con malos salarios y sin pensiones».

Ante los abusos y la dificultad de encontrar trabajo por los cauces legales, los trabajadores se ven en la necesidad de recurrir al apoyo de amigos, del entorno cercano y la familia, siempre y cuando esté también en el país. En el caso de Daria Bogdanska, fueron los amigos los que la ayudaron a encontrar algunos empleos y la apoyaron en sus reivindicaciones y enfrentamientos con el dueño del restaurante en el que trabajaba en negro.

«El apoyo del entorno cercano es muy importante, diría incluso que es crucial. A menudo, se acusa a los inmigrantes ​​de no integrarse, pero lo que sucede es que todo el mundo se apoya en sus redes sociales para salir adelante en el día a día».

«Cuando llegas a un nuevo país lo más normal es que entres en contacto con un miembro de una comunidad que conoces. Por ejemplo, una persona de tu país que te guiará a través de esa nueva situación y te dará ayudará con el trabajo. En mi caso no conocía a nadie de Polonia que me ayudara, pero formaba parte de una comunidad conectada a una subcultura que jugó el rol de comunidad de apoyo».

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Daria Bogdanska llegó a Suecia haciendo autostop. Unos punks la recogieron en su furgoneta y la acercaron a Malmö. Formar parte de esa escena permitió que entrase en contacto con jóvenes suecos que le ayudaron con el idioma, el alojamiento y las cuestiones laborales como, por ejemplo, encontrar un sindicato que le asesorase a la hora de denunciar al empresario para que el trabajaba y que era famoso por explotar laboralmente sus empleados.

Una lucha que acabó con la regularización de su situación en el país, el cobro de salarios atrasados y con Daria Bogdanska contando su hazaña en la portada de uno de los periódicos de la ciudad.

«Cuando era adolescente, leyendo cómics o viendo series de televisión, recuerdo que los personajes siempre se quejaban de sus trabajos de mierda o usaban la ironía como arma contra sus jefes inútiles. Sin embargo, nunca hacen algo para mejorar su situación. Quería que mi historia diera un paso adelante y también hablara sobre soluciones. Necesitamos más educación sobre nuestros derechos como trabajadores en general y la cultura pop puede jugar un papel importante a la hora de transmitirla»

En la actualidad, cinco años después de los hechos que se narran en Esclavos del trabajo, Bogdanska trabaja como profesora y realiza cómics e ilustraciones para editoriales independientes. Aunque la situación laboral no siempre es perfecta, ahora sabe cómo luchar por sus derechos.

«Estamos organizados a través de un sindicato, así que no tenemos grandes conflictos con nuestros jefes. Es suficiente que sepan que no estamos solos y que no pueden obligarnos a hacer cualquier cosa que se les ocurra».

Carmen López, en "La gente empieza a estar harta de trabajar cada vez más y tener cada vez menos derechos", en El Diario.es, el 16 de septiembre de 2018, escribió:"Nos han lavado el cerebro para pensar que cada uno es responsable de su propio éxito o fracaso"

Se denomina 'Síndrome de Bullerbyn' a la idealización de Suecia, que se proyecta como un paraíso de naturaleza, salud y confort, en donde los problemas son propios de cuentos infantiles. De hecho, el término se extrae de una novela para niños de Astrid Lindgren. Aunque es un fenómeno propio de los países de habla germana, toda Europa dirige su mirada hacia allí cuando se habla del estado del bienestar. Daria Bogdanska tardó poco en descubrir que no se trata más que de una fantasía, como relata en su cómic autobiográfico Esclavos del trabajo (Astiberri 2018).

La autora llegó a Malmö con la idea de encontrar un trabajo e iniciar una vida en ese epítome de la civilización después de haber pasado por varios países huyendo de su Polonia natal. Pero no se esperaba que conseguir los papeles para poder tener un empleo, incluso siendo europea, fuese un delirio kafkiano y prácticamente irresoluble. Como muchos de sus amigos, aceptó simultáneamente dos empleos precarios y sin contrato para poder sobrevivir hasta que un día su indignación llegó a su punto álgido y decidió rebelarse. Se puso en contacto con un sindicato y una periodista y comenzó su lucha por los derechos laborales.

Hablamos con ella un día antes de las elecciones legislativas de Suecia, en las que el partido ultra Demócratas Suecos escaló a la tercera posición. El auge de la extrema derecha en el país -que ya preveía- refuerza aún más su visión de la realidad, crítica y muy lúcida.
Imagen del cómic Esclavos del trabajo

Llegó a Suecia en 2013 ¿Las condiciones laborales son mejores o peores a día de hoy?

Sin duda la situación ha empeorado, especialmente para los migrantes y los trabajadores irregulares. Una de las cosas que no me gustaban cuando vivía en Polonia era el crecimiento del movimiento nacionalista y el racismo. Suecia parecía estar libre de esos problemas cuando me mudé, pero no era cierto. Mañana tenemos elecciones y hay una gran probabilidad de que el partido racista basado en el movimiento supremacista blanco sea uno de los más grandes en el parlamento. Esto es jodidamente aterrador.

Suecia es conocida por sus férreos derechos laborales pero, al igual que en muchos otros países europeos, las leyes están cambiando y esto afectará negativamente a los trabajadores. Las condiciones de trabajo precarias son cada vez más comunes, lo que lleva a otro problema: la diferencia entre ricos y pobres. Está aumentando drásticamente, a una escala nueva en un país por lo demás bastante igualitario.


En su libro cuenta los problemas que tuvo para trabajar de manera legal en el país ¿Cómo lo consiguió finalmente?

Dios mío, me llevó una eternidad. Suecia todavía tiene un estado de bienestar bastante bueno con educación gratuita, atención médica y seguridad social, pero ingresar en el sistema y poder usarlo es muy difícil. Sobre el papel, los europeos pueden moverse y trabajar por toda Europa, pero en la práctica resultó ser casi imposible.

Por ejemplo: para poder trabajar legalmente en Suecia, necesitas un número de seguridad social. Pero poder obtenerlo, necesitas un trabajo.... y aquí viene la mejor parte: tiene que ser a tiempo completo e indefinido. No por horas, un contrato de seis meses, etcétera. Este requisito tan poco realista hace que sea imposible para muchos inmigrantes obtener este número de identificación y los deja fuera de la sociedad, sin derechos ni posibilidades.

Incluso para muchos de mis amigos suecos de mi edad un contrato permanente es una especie de Santo Grial. Todo el mundo lo quiere, has oído que existe, pero nunca lo has visto en la vida real...


Antes de mudarse, vivió un temporada en Barcelona . ¿Su experiencia como trabajadora fue mejor o peor? Porque desde aquí, Suecia parece el cielo

Vivir en Barcelona estuvo bien, trabajaba en una tienda de bicicletas pero nunca se habló de ningún contrato. Creo que mi generación no piensa demasiado en la importancia de cotizar, tener derechos y ganar dinero para la jubilación. Ahora estamos jodidos.

Suecia no es perfecta, lo explico en el libro, pero fue aquí donde por primera vez en mi vida empecé a reflexionar sobre mis derechos como trabajadora. Sobre la importancia de la organización y las consecuencias de no hacerlo, ahora y en el futuro. Y creo tuvo mucho que ver con el país. Incluso ahora que las cosas están empeorando, todavía tienen una gran conciencia colectiva, un gran movimiento sindical y normas de justicia social que son parte de la identidad nacional. Todo eso, que se logró durante 100 años de organización sindical, definitivamente mejora la situación de quienes trabajan aquí.

Mi madre trabaja en Polonia de limpiadora en una farmacia a tiempo completo, pero su contrato solo es de unas pocas horas a la semana para que el propietario pueda ahorrarse dinero en los impuestos, lo que afectará mucho a su pensión. Es algo habitual y la gente no lo cuestiona porque todos están en la misma situación. Y el círculo se cierra de nuevo.


¿La gente aún tiene miedo de exigir sus derechos laborales? ¿Ha disminuído la afiliación a los sindicatos?

Claramente ha disminuido, es un fenómeno mundial. Tiene que ver con diferentes factores. Uno es cómo ha cambiado el mercado de trabajo. No trabajamos en sitios grandes como, por ejemplo, fábricas. La mayoría de las industrias europeas subcontratan en Asia u otros países en desarrollo con escasos derechos laborales. Antes, todos los trabajadores de una fábrica se ponían en huelga y la empresa perdía enormes cantidades de dinero. Incluso la economía de un país entero podía verse afectada por una interrupción en la producción.

Hoy muchos de nosotros trabajamos en negocios pequeños o como autónomos. A menudo competimos con otros trabajadores dentro de nuestro propio lugar de trabajo y muchos son fácilmente reemplazables. Y plantarse ante el jefe cuando estás solo es aterrador.


¿Cómo ve el futuro del trabajo? ¿Seremos cada vez más más esclavos?

En general soy pesimista, pero veo cierto potencial de cambio y eso me ayuda a seguir adelante y no solo a decir "todo está jodido, no sirve de nada intentarlo". Algo está ocurriendo, la gente empieza a estar harta de trabajar cada vez más y tener cada vez menos derechos. Pero también creo que es hora de que los jóvenes nos hagamos cargo y, en lugar de ser irónicos cuando nos sentimos impotentes, comencemos a creer que se pueden hacer cosas para mejorar.

Mi generación al menos, criada en una sociedad súper individualista, tiene una relación diferente con el trabajo que sus padres o abuelos, que solían identificarse con sus trabajos. Ya no nos vemos de esta manera. Primero queremos ser personas: el trabajo es solo un aspecto de nuestras vidas y creo que en parte es algo bueno. Trabajar es una necesidad, no un deber. También es una de las razones por las que los "movimientos de trabajadores" con sus retóricas y lenguaje de la vieja escuela no atraen a los jóvenes de hoy.

Además la sociedad está centrada en el individuo y nos han lavado el cerebro para pensar que cada uno es responsable de su propio éxito o fracaso, así que hemos perdido la capacidad de ver el panorama completo. Cuando tenemos un problema laboral lo vemos desde una perspectiva personal, así que nos cambiamos de trabajo si podemos. ¿Qué pasa si en lugar de reunirnos y cambiar la situación en nuestra empresa seguimos cambiando de empleo cada vez que hay un problema? ¿Tal vez al final ya no haya mejores trabajos? Depende sólo de nosotros.

En "La escena sueca de cómic radical", en El Salto, el 14 de octubre de 2020 se escribió:Autoras, feministas y organizadas. El cómic sueco tiene unas variables que lo hacen único.
Por Manel Aguirre y Volodya Vagner

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Festival de Cómic de Malmö 2019

En los últimos 15 años, ha surgido un nuevo género de cómics en Suecia. Algunas de las obras son autobiografías cuidadosamente dibujadas, otras son “corta y pega”, collages satíricos. Pero lo que es único de este género: es que está dominado por mujeres, feministas y políticamente radicales. Esta es la historia de un movimiento cultural.

Entrevistamos a tres autoras importantes en esta escena: Daria Bogdanska — autora de Esclavos del Trabajo (Astiberri, 2018) —, Sara Hansson — profesora en Serie Skolan i Malmö — y Sara Granér.



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