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BUCKLEY, Henry (1904-1972)

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Henry Buckley

Portada


Introducción

En ed. Planeta de Libros se escribió:Henry Buckley (1904-1972) fue uno de los reporteros más brillantes de una generación de corresponsales anglosajones que redefinieron el periodismo de guerra. En 1929 llegó a España, donde permaneció hasta el final de la guerra civil española como corresponsal de The Daily Telegraph. Durante la segunda guerra mundial cubrió toda la campaña del norte de África y la invasión aliada de Italia. Fue director de la agencia de noticias Reuters en España, donde murió en 1972.

William Chislett, en "Henry Buckley: un testigo excepcional", en El Imparcial, el 25 de junio de 2014, escribió:Hace muchos años que quería leer la versión original de The Life and Death of the Spanish Republic (“Vida y muerte de la República española”) del periodista británico Henry Buckley, corresponsal británico del periódico conservador, Daily Telegraph, pero era imposible conseguir este mítico libro porque pocas semanas después de su publicación en 1940, el almacén en Londres donde se guardaban casi todos los ejemplares fue destruido por bombas incendiarias alemanas.

Gracias, en parte, a los esfuerzos incansables del historiador británico Paul Preston, el libro fue publicado en español en 2009 por Austral, traducido por Ramón Buckley, uno de los hijos de Henry. Ahora ha sido reeditado por Austral y publicado en inglés por I.B. Tauris por la primera vez desde 1940 con las fotos de Buckley y prólogo de Preston.

Buckley, nacido en 1904, llegó a España en 1929 desde Paris y Berlín y escribió crónicas sobre el país hasta 1939. Fue un testigo excepcional. Vivió la caída de la monarquía, el establecimiento de la República y la Guerra Civil. Igual que la trilogía de Arturo Barea, La forja de un rebelde, el libro de Buckley es vivo, ameno y honesto, y tiene la inmediatez de lo auténtico.

Era católico, pero pronto se hizo muy crítico de la oscurantista Iglesia española. En una referencia al periódico tradicionalista El Siglo Futuro, escribió en el libro que más vale llamarlo “El Siglo XVI” porque poco había cambiado en la Iglesia desde entonces. Hacia el final del libro confesó estar avergonzado del “uso que se le está dando a la cruz” y dejó de ir a misa con regularidad.

En los dos años antes del establecimiento de la República, llega a la conclusión que va a ser muy difícil establecer una democracia y una sociedad más justa debido a la existencia de “una economía feudal sin una fuerte clase media y mercantil capaz de tomar el control y reformar y reconfigurar la maquinaria económica para que encaje con las necesidades del siglo XX. No había otro país en Europa en esta época donde una persona rica pudiera obtener tantos rendimientos por su dinero y pagar tan pocos impuestos como España. Era un país pobre con muchos ricos”.

Buckley tenía en baja estima al Alfonso XIII, y durante la última noche del rey en España, antes de salir al exilio, mantuvo una vigilia fuera del Palacio Real. Cuando, de repente, salió un portero de la Casa Real, Buckley le preguntó qué estaba haciendo el monarca en sus últimas horas. “Sus majestades están asistiendo a una función cinematográfica en el salón recientemente equipado con sonido”.

El autor conoció a todos en el mundo político. En una ocasión, su colaboración fue un pedido para traducir al inglés un discurso de Niceto Alcalá-Zamora que iba a ser emitido por radio poco después. Dado que Alcalá-Zamora tenía fama de hablar de una manera incomprensible y farragosa, Buckley leyó otro discurso que había traducido días antes. Nadie notó diferencias.

Acompañó a Francisco Largo Caballero en los frentes de la Sierra Guadarrama y a Enrique Líster en los de Guadalajara, visitó a Lluís Companys en la cárcel Modelo, indagó en la vida del contrabandista Juan March (sin conocerle), es testigo del asedio del Alcázar de Toledo, visitó con regularidad los depósitos de cadáveres en Madrid para contar el número de muertos, escuchó a Manuel Azaña en sus mítines y descubrió un tribunal secreto en el edificio de Bellas Artes donde personas detenidas por grupos comunistas, socialistas y anarquistas eran juzgadas sumariamente y muchas veces acababan muertas a tiros.

Buckley observó agudamente que el Partido Comunista de España era un factor de poca importancia al comienzo de la Guerra Civil y vio cómo logró alcanzar una posición de liderazgo aprendiendo de la experiencia del Partido Comunista ruso durante la guerra civil de Rusia. “Debido a su organización y células, pudieron desarrollar sus políticas y lograr avances entre la opinión pública”.

La política de no intervención de Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos lo hizo enojar. “Por omisión, ayudaron a estrangular a la República”. Este enojo llegó a tal punto que Buckley consideró seriamente abandonar el periodismo, y en vez de luchar con la pluma, unirse a las Brigadas Internacionales.

El libro termina con Buckley en la frontera entre España y Francia como testigo del “río lamentable de 400.000 refugiados fluyendo a Francia desde Catalunya” y de los campos de concentración en Argelès y Saint-Cyprien donde la gente dormía al aire libre en condiciones deplorables, mientras veinte camiones cargados con cuadros del Prado viajaban a Ginebra cubiertos con lonas y cuidados por expertos.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo


Nota Vie Ene 18, 2019 8:48 pm
Luis Cadenas Borges, en "La memoria de Henry Buckley en la Guerra Civil", en El Corso, el 21 de junio de 2013, escribió:

Vida y muerte de la República Española no es un libro cualquiera, es el testimonio directo, riguroso y vivo de la Guerra Civil del británico Henry Buckley, un texto perdido y recuperado para las nuevas generaciones.

Henry Buckley fue testigo de excepción de una década crucial en la historia española, desde su llegada a Madrid en 1929, cuando sólo es un periodista principiante, hasta que atraviesa los Pirineos en 1939 con los restos del ejército republicano, convertido ya en corresponsal curtido. Siempre objetivo, Buckley vive en primera persona las convulsiones sociales, las pugnas políticas y los enfrentamientos bélicos que determinaron el futuro del país. Vida y muerte de la República Española es un relato periodístico de una época y de sus protagonistas, y desde su publicación en Londres en 1940 ha sido fuente inagotable de información para los historiadores.

Cuando Henry Buckley cruzó los Pirineos en 1939 con los restos de las derrotadas fuerzas republicanas españolas, llevaba informando diez años desde España, fue testigo de las grandes batallas de la Guerra Civil y se ganó la reputación de ser el mejor corresponsal extranjero de los que cubrieron el conflicto. Frustrado por el horror que había visto, por la negativa de Gran Bretaña para ayudar a la República, y hastiado de su religión católica al ver cómo la Iglesia pactaba con los fascistas, decidió reunir y escribir sus recuerdos en este libro. Pero la vida iba a dar un gran giro: cuando ya estuvo preparado los alemanes bombardeaban Londres y el almacén donde estaban las copias de la publicación ardió bajo las bombas. Se perdió todo salvo unos cuantos ejemplares, que se convirtieron en joyas de coleccionista.

Sin embargo el texto se recuperó y se publicó muchos años más tarde en inglés, luego en español. Este mismo mes ha aparecido una nueva versión inglesa con el prólogo de Paul Preston, y luego también en español. “Hay miles de libros sobre la Guerra Civil española y yo lo pondría entre los cinco mejores. Es un libro maravilloso”, dijo el historiador Paul Preston, profesor de estudios hispánicos en la London School of Economics. “Es la culminación de una larga lucha para sacarlo a la luz”.

Este libro reaparece para ser otro eslabón más de la cadena de ensayos históricos que despiertan el interés internacional sobre la Guerra Civil que otros se empeñan en sepultar en el olvido en España. Hay que sumar este gran libro a la visión de Antony Beevor sobre la guerra, al libro de Preston El holocausto español, las reediciones de Homenaje a Cataluña de George Orwell o los libros sobre los brigadistas internacionales como Homenaje a Caledonia, de Daniel Gray, sobre los escoceses que lucharon y murieron en el frente.


Texto de referencia

El libro es una fuente inagotable de datos, ambientes y ficciones para historiadores, escritores y lectores con interés por esta etapa de la Historia española y europea. En él se atisba la enorme compasión que sentía Buckley por los españoles más desfavorecidos, esos pobres que sobrevivían a duras penas en un país de tintes feudales donde los ricos, los militares y la Iglesia regulaban y estrangulaban a todos por igual. También es perceptible el asco contra su propio gobierno británico por no ayudar al gobierno electo republicano con armas y diplomacia. Ese mismo status quo que luego usarían infructuosamente con el Tercer Reich y que alentó a Hitler. Es más, en una frase que se recoge en el libro queda claro que adivina la Segunda Guerra Mundial: “En esta tragedia española está envuelto la colapso de toda la democracia occidental y, me temo, marca la escena inicial de una tragedia mayor en la que se verá involucrado nuestro Imperio británico”.

Buckley tuvo compañeros de viaje increíbles: nada menos que Robert Capa y Ernest Hemingway, con los que deambuló por los frentes españoles jugándose el cuello en más de una ocasión, siguiendo a las Brigadas Internacionales y viendo morir a muchos amigos, como Dick Sheepshanks, pionero reportero de Reuters. También conoció de primera mano a Dolores Ibárruri y a todos los principales personajes del bando republicano. Como dijo Preston, “tenía un conocimiento profundo del país en el que vivía […]. Te haces una idea real de la España de los años 30”. Y eso le dejó huella. Por ejemplo con sus frases contra su propia religión católica: “Toda mi simpatía estaba con las masas de gente. Estaba impactado y horrorizado por la pobreza de los campesinos. La brutalidad de la policía y los guardias civiles. No podría reconciliarme con esta religión”.

Otras frases hablan de la guerra y de su experiencia: siempre deja bromas en las que quita hierro a su paso por los frentes, obsesionado quizás con no aparentar ser el héroe viril que sí quería ser Hemingway, que le consideraba un débil con ataques de valentía. Él era diferente: “Vi las bombas de aluminio brillar con el reflejo del sol mientras caían. Es una sensación horrible verlas descender. Cada bomba parecía dirigirse justo hacia ti aunque en realidad cayese a 500 yardas (457 metros)”. Él no era el protagonista, sí la gente, y las atrocidades: relata sin miramientos las víctimas civiles que dejaba la guerra, los fusilamientos de ambos bandos, las ejecuciones y las traiciones políticas que llevaban a la autodestrucción de la República. Su huella quedó en los frentes de Madrid, en la Batalla del Ebro y en Barcelona. También en su vida: se casó con una española a la que conoció en esta última ciudad.

Tras la victoria de Franco, Buckley huyó hacia Francia con los refugiados; allí los dejó, como apestados por los franceses. Entonces viajó a Berlín para cubrir la eclosión final del nazismo en el poder y más tarde a Lisboa. Para cubrir la Segunda Guerra Mundial dejó atrás su querido Daily Telegraph y abrazó a Reuters, para la que escribió su visión de la guerra, especialmente en la campaña italiana y la carnicería de la Batalla de Anzio y el avance lento y costoso hacia Roma. Luego, con la paz, regresó a España por su experiencia con el idioma y el país y le tocó vivir la durísima posguerra en directo hasta que en los años 60 se retiró para vivir en Sitges. Por desgracia no llegó a ver la restauración democrática: falleció en 1972.


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