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PÉREZ GALDÓS, Benito (1843-1920)

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Benito Pérez Galdós

Portada
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Introducción

En MCNBiografías se escribió:Novelista y dramaturgo español, nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843, y muerto en Madrid el 4 de enero de 1920. Máximo representante -junto con Leopoldo Alas Clarín, "Clarín"- de la corriente realista que dominó la narrativa española de la segunda mitad del siglo XIX, Pérez Galdós está unánimemente reconocido como uno de los mayores novelistas de la literatura en lengua castellana.


Vida

Décimo hijo de una familia acomodada de origen vasco (su padre era Teniente Coronel del ejército), fue desde su infancia un niño retraído y observador que manifestó una temprana vocación por la lectura, la música y el dibujo. En 1862, unos amores con una prima, desaprobados por su familia, impulsaron a sus padres a enviarle a estudiar Derecho a Madrid, adonde llegó en otoño de dicho año.

A su llegada, el joven se sintió fascinado por la capital, de la que se convirtió en uno de sus mejores retratistas. Pronto sustituyó las clases por la vida literaria: comenzó a asistir a las sesiones del Ateneo y a tertulias más prestigiosas, como las de los cafés de Fornos o Suizo; publicó artículos periodísticos en La Nación y El Debate; y mostró una temprana inclinación al teatro (probó fortuna con algunos dramas y comedias tales como La expulsión de los moriscos, Quien mal hace bien no espere, El hombre fuerte y Un joven de provecho). Asimismo, tomó contacto con el joven movimiento krausista español, cuyo creador, Giner de los Ríos, Francisco, lo incitó a escribir novelas. En 1868, el joven Benito se decidió a probar fortuna con la narrativa. Así, en 1870 apareció La Fontana de Oro, novela histórica ambientada en las luchas entre absolutistas y liberales del período de Fernando VII, que tanto tenían en común con el período posterior a "La Gloriosa" en el que apareció la novela.

El éxito lo impulsó a seguir por el mismo camino. No llegó a terminar la carrera de leyes, pues su dedicación a la literatura pasó a ser plena y sólo se vio interrumpida por largos viajes a lo largo de España y de otros países. Solterón empedernido, mantuvo varias relaciones amorosas que nunca dieron qué decir al mundillo madrileño, ni siquiera la mantenida con la Emilia Pardo Bazán, descubierta a raíz de la correspondencia que mantuvieron. De entre sus amadas, se conocen los nombres de Concha-Ruth Morell, Lorenza Cobián González, y la que sería su último amor, Teodosia Gandarias. Del amor que mantuvo con la segunda de las mencionadas, nació una hija llamada María.

Su ideología progresista marcó sus novelas desde el comienzo. Así, la imagen que ofreció de los absolutistas en La Fontana de Oro marcó la pauta para una serie de personajes negativos de ideología conservadora que llenan sus primeras novelas; de entre ellos destaca la protagonista de Doña Perfecta, monstruosa síntesis del fanatismo religioso y la ideología ultraconservadora. Posteriormente, el perfeccionamiento de su técnica narrativa le llevó a abandonar este maniqueísmo extremo, aunque en la vida mantuviera una posición cada vez más radical, lo que le llevó al Congreso de los Diputados en dos ocasiones: la primera en 1886, por el partido liberal de Sagasta, y la segunda en 1907, por los republicanos. En 1909, llegó a ser, junto con Pablo Iglesias, cabeza de la coalición social-republicana.

Su ideología le causó numerosas críticas entre los sectores más conservadores de la sociedad española. Críticas que, si bien no impidieron su entrada en la Academia en 1889, sí que dinamitaron su candidatura al Premio Nobel en 1912. Sin embargo, la ideología nunca fue óbice para que mantuviera profunda amistad con Marcelino Menéndez y Pelayo, conocido por su conservadurismo a ultranza, y, más aún, sus amoríos con la Pardo Bazán, que tampoco destacó nunca por su liberalismo.

A partir de 1892, decidió volver al teatro adaptando novelas propias para, más adelante, componer ex-profeso para la escena. Su obra dramática supuso el primer intento de romper con la dramaturgia post-romántica que imperaba en la cartelera madrileña.

Sus últimos años fueron tristes: ciego, hubo de ser cuidado por una hija habida de una de sus relaciones y conoció ciertas dificultades económicas, así como un desprecio general por su obra en medio del intento de superación del realismo que se dio en los primeros años del siglo.


Obra

La obra de Pérez Galdós se divide en dos apartados, que corresponden a la novela y al teatro. Aparte quedan sus numerosos artículos periodísticos, no demasido bien estudiados; en 2004, los especialistas José Carlos Mainer y Juan Carlos Ara Torralba reunieron gran parte de estos escritos en un volumen titulado Prosa crítica.


Narrativa

A pesar de lo abundante de su producción, no fue Galdós dado a escribir sobre el modo de novelar. Tan sólo un artículo, publicado en 1870 y titulado "Observaciones sobre la novela contemporánea en España" permite establecer algunos elementos teóricos, toda vez que en escritos como los prólogos a La Regenta, de "Clarín", o a El Sabor de la Tierruca, de Pereda, así como en su discurso de ingreso en la Academia, apenas va más allá de lugares comunes sobre el realismo y el naturalismo.

En el citado artículo, propone el autor como base de la novela la observación de un grupo social concreto, en su entender la burguesía urbana, y de sus ideales y aspiraciones. Al mismo tiempo, considera necesario desdeñar la novelística romántica, basada en prototipos y no en la observación de la realidad. Como maestros en el arte de narrar, destacó siempre Galdós a Balzac y a Dickens, al que llegó a traducir, aunque a partir de una versión francesa.

La novelística galdosiana presenta dos vertientes: la de las novelas independientes y la de los Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas en las que retrata la historia de la España del siglo XIX, agrupadas en cinco series de diez novelas, la última de las cuales no llegó a concluir.

Respecto de las novelas independientes, las primeras muestran ya a un gran novelista, aunque todavía adolezcan de ciertos elementos procedentes de la novela romántica de corte folletinesco, así como de un excesivo maniqueísmo ideológico que irá limándose en obras posteriores. Son estas obras La Fontana de Oro (1870), La Sombra (novela de carácter fantástico en la que, a pesar de apartarse de la línea general de lo que va a ser la obra de Galdós, introduce el personaje del loco, que desarrollará en la siguiente y que reaparecerá con frecuencia en sus obras como portavoz de la verdad o como manera de mostrar, a través de lo deforme, lo absurdo de la realidad) y El Audaz, que se publica, como la anterior, en 1871 y que retoma el asunto histórico y la cuestión ideológica de la defensa de la libertad contra el absolutismo.

La preocupación política y la tesis social, que sigue adoleciendo de cierto maniqueísmo, son los puntos fundamentales de sus siguientes obras, ambientadas ya en época contemporánea y, aunque todavía no se centren en la vida madrileña, cosa que sucederá más adelante. Son Doña Perfecta (1876), Gloria (1877), La Familia de León Roch y Marianela, ambas de 1878.

Tras un breve paréntesis, en 1881 publica La Desheredada, novela que marca el inicio de una segunda etapa, llamada habitualmente "etapa central" o "etapa naturalista". En ésta, el escenario va a ser habitualmente Madrid y los personajes se van a mover dentro del amplio espectro de la burguesía capitalina, desde los comerciantes ricos a los nuevos nobles, pasando por la nube de funcionarios que intentan aparentar lo que no tienen. El nombre de "naturalista" se debe a ciertas concomitancias observables entre estas novelas y las del naturalismo francés, observable en el determinismo de La Desheredada o Lo Prohibido (1884-85) o en la incorporación de determinadas descripciones desagradables, pero, básicamente, la visión de Galdós no es la de la novela naturalista, sistemáticamente pesimista y más preocupada por ser documento que obra literaria. A La Desheredada seguirán El Amigo Manso (1882), El Doctor Centeno (1883), Tormento y La de Bringas (ambas de 1884). Con El Doctor Centeno inicia el autor una técnica que tendrá amplia continuación a lo largo de su obra: el retorno del personaje. Felipín Centeno, aparecido en Marianela, se convierte en coprotagonista de esta novela junto con Alejandro Miquis, hermano del médico Augusto Miquis, que aparece en La Desheredada y que ha de aparecer en varias novelas más. Asimismo, aparecen otros personajes que han de tener parte principal en obras posteriores. De esta manera, logra el autor dar a su obra una sensación de unidad y verosimilitud mayor.

Al tiempo, comienzan a aparecer técnicas nuevas que demuestran a un narrador más maduro: monólogo interior, estilo indirecto libre, personaje narrador, diferentes perspectivas a través de diferentes personajes, todo ello al servicio de una mayor introspección en el análisis de los personajes. Paulatinamente, van a ser éstos quienes nos muestren la realidad a través de sus propias vivencias y reflexiones. De la misma manera, la introspección de los protagonistas ofrece una perspectiva diferente de los problemas de éstos. Dicha introspección se manifiesta, al tiempo, en el escenario, que pasa de las calles a los interiores, cuidadosamente descritos con frecuencia. Dentro del experimentalismo que supone la utilización de estas nuevas técnicas, es de destacar El Amigo Manso, en la que la introspección de un personaje creado y destruido por el narrador prefigura las "nivolas" unamunianas.

Capítulo aparte merece Fortunata y Jacinta (1887), la más lograda de las novelas del autor, en la que el fresco de la sociedad madrileña es más amplio. La historia enfrenta a dos mujeres enamoradas del mismo hombre, Juanito Santa Cruz, prototipo del señorito gandul que malgasta el dinero que sus padres, comerciantes del centro de Madrid, han conseguido ahorrar. En este triángulo el autor refleja la situación nacional en la que todo se destruye sin aprovecharlo: Juanito abandona a Fortunata, muchacha de clase baja que hubiera sido feliz y útil casándose con alguien similar a ella, para casarse con su prima Jacinta, con la que le sólo le une un cierto afecto y que, además, no puede darle los hijos que, en cambio, le da Fortunata. Todo ello aparece enmarcado en el Madrid de los años que van desde "La Gloriosa" (1868) a la Restauración (1875), años en los que, como en la novela, todas las esperanzas de regeneración nacional se frustraron. La complicada trama de esta obra recorre la mayor parte de la ciudad y refleja un número de estados sociales mucho mayor que el del resto de la obra galdosiana.

Después de Fortunata y Jacinta, publica Galdós Miau (1888), La incógnita, Torquemada en la hoguera y Realidad (las tres de 1889) y Ángel Guerra (1891). En esta etapa de su producción, comienza a cobrar importancia el mundo de lo soñado, que se mezcla con lo real de modo que los protagonistas llegan, en su introspección, a vivir en mundos aparte del presente. No se trata ya tanto de locos como los arriba comentados cuanto de personas que viven con una obsesión sobrenatural que mezclan con su vivir cotidiano. Es el caso de las apariciones de Dios a Luisito Cadalso en Miau, la convicción de Torquemada de que un San Pedro de talla al que tiene particular devoción se ha encarnado en un sacerdote conocido suyo o las manías místicas de las protagonistas de Miau o Ángel Guerra. El tema religioso, que obsesionó siempre a Galdós, se manifiesta desde estas novelas como una fuente de consuelo ante una realidad de la que se quiere huir y, al mismo tiempo, una forma de conducta civil que impulsa a obrar por el bien de los demás, tal y como obra el Orozco de La incógnita y Realidad, novelas que suponen, además, el retorno a la perspectiva múltiple y la utilización de técnicas que, como la epistolar, o la dramática, permiten demostrar lo difícil de conocer, precisamente, la realidad.

La figura del usurero, que tiene su encarnación galdosiana en Torquemada -personaje que ya había aparecido en Fortunata y Jacinta y en Lo Prohibido-, da lugar a una tetralogía integrada por las novelitas tituladas Torquemada en la hoguera (1889), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el Purgatorio (1894) y Torquemada y San Pedro (1894). El protagonista logrará, al paso del tiempo, ascender socialmente hasta ser marqués y senador del reino, aunque continúe siendo tan primitivo como en sus orígenes y se niegue a cualquier tipo de evolución interna a pesar de estar atormentado por dudas espirituales. La actitud del usurero, opuesta a la evolución espiritual del protagonista de Ángel Guerra, sirve como transición a la siguiente etapa de la novelística de Galdós, que se suele fechar en 1892 con la publicación de Tristana. A ésta seguirán Nazarín y Halma, continuación de la anterior, ambas de 1895, y Misericordia (1897). En esta etapa, los problemas éticos que plantean las novelas se entrecruzan con la cuestión de la realidad imaginada frente a la vivida. De ellas, destacan especialmente Nazarín y Misercordia, que presentan a dos héroes al margen de la sociedad burguesa en la que, hasta entonces se había movido: la primera es un sacerdote que decide irse por los pueblos a predicar el Evangelio y a vivir según la doctrina de Cristo, lo que le llevará a chocar con el entorno, que no cree en su mensaje y que, además, lo maltrata. El recorrido por pueblos cercanos a Madrid se presenta como un itinerario quijotesco en el que el protagonista no puede sino sucumbir.

Misericordia está protagonizada por la criada "Benina", que, vista la situación de miseria en la que vive su señora, decide ponerse a pedir limosna para mantenerla. La figura de la sirvienta mendiga se engrandece hasta ser equiparada con la de Jesucristo en las páginas finales de la novela. Como en las obras anteriores, tenemos aquí dos realidades paralelas, la constituida por las excusas con las que la criada justifica ante su señora el dinero obtenido de limosna (que acabarán cruzándose en la realidad) y la que el moro Almudena, mendigo amigo de "Benina", cuenta a la protagonista sobre tesoros ocultos bajo tierra que podrían conseguir mediante ensalmos, que también acabarán haciéndose realidad, aunque por muy diferentes caminos y para muy diferentes fines.

A partir de 1892, Galdós vuelve al teatro y desde 1898 a los Episodios Nacionales, lo que le deja poco espacio para novelas independientes. Son las últimas de éstas El Abuelo (1897), Casandra (1905), El caballero encantado (1909) y La Razón de la Sinrazón (1915). En ellas, el mundo imaginado triunfa sobre el real anticipándose a la búsqueda de consuelo de Unamuno en aquello que uno quiere creer.

La redacción de los Episodios Nacionales ocupó al autor desde 1873, año en que publicó el primero de ellos, Trafalgar, hasta 1912, fecha de Cánovas, el último que el autor llegó a concluir. De las cinco series que forman la colección, las dos primeras (correspondientes a la Guerra de la Independencia y al reinado de Fernando VII, respectivamente) pasan por ser las mejores, toda vez que presentan dos historias unitarias: las de Gabriel Araceli en la primera y la de Salvador Monsalud en la segunda (aunque en ésta aparezcan ya varios protagonistas más, como Juan de Pipaón o Genara de Barahona, que permiten conocer desde varios puntos de vista la problemática situación nacional de la época fernandina). La segunda serie fue concluida en 1879 y el autor decidió no continuar, arguyendo la excesiva cercanía de los hechos del reinado de Isabel II, hasta cuya proclamación llegaba el último episodio publicado (Un faccioso más y algunos frailes menos). Dicha cercanía le habría impedido realizar una obra ecuánime desde el punto de vista histórico. Hasta 1898 no vuelve a ocuparse de los Episodios; en efecto, en este año sale a la luz Zumalacárregui, primero de los dedicados a las guerras carlistas y a la minoría de Isabel II. En esta serie y en las dos restantes, los protagonistas varían y no tienen siempre la misma conexión de las dos primeras series. Además, la técnica narrativa no es ya la misma, sino que el mundo del ensueño invade también a los personajes (así, el enloquecido escribano que redacta una historia de España como él cree que debería ser) y lo problemático de la realidad se manifiesta a través de la presencia, sobre todo en la quinta serie, de personajes simbólicos como la musa Clío, que acompaña al protagonista durante el breve reinado de Amadeo de Saboya. Por otra parte, tampoco nos encontramos con una técnica narrativa unitaria, sino que las memorias y las novelas en tercera persona se mezclan con casos como las novela epistolar, de la que es excelente ejemplo La Estafeta Romántica.

Teatro

Tras los intentos iniciales citados, Galdós retorna al teatro en 1892. Su afición por el género y la técnica dramática se puede apreciar en las frecuentes referencias e, incluso, en las escenas dialogadas de novelas como La Desheredada o Realidad. Así, en 1892 estrena Realidad, adaptación de la novela homónima, a la que siguen, en 1893, La loca de la casa, que constituyó un éxito, así como Gerona, adaptaciones ambas de las novelas homónimas. A estas siguieron La de San Quintín (1894), Los condenados (1895) y Voluntad (1895). En 1896 vuelve a adaptar una de sus novelas, Doña Perfecta, con la que también cosecha un notable éxito.

No volverá Galdós al teatro hasta 1901, año del estreno de Electra, que constituyó un éxito que fue acompañado de un resonante escándalo. A ésta seguirán Alma y vida (1902), Mariucha (1903), y El abuelo (1904), de nuevo adaptación de novela y de nuevo al servicio de la toma de conciencia ante el estado social del país. En El abuelo, como antes en Mariucha, se critica el orgullo de casta que impide a los nobles arruinados ganarse la vida trabajando y, simultáneamente, el orgullo de sangre, toda vez que al abuelo abandonado no lo acompañará en su huida sino la nieta bastarda que no pertenece a su estirpe.

Posteriores son Bárbara y Amor y Ciencia (1905), Zaragoza (1907), Pedro Minio (1908) y Casandra (1910), su mejor obra dramática, de nuevo adaptación de una novela y de nuevo ataque a la religión mal entendida.

Sus últimas obras serán Celia en los infiernos (1913), Alceste, tragicomedia de 1914, Sor Simona (1915), El tacaño Salomón (1916) y Santa Juana de Castilla (1918). Póstuma, y concluida por los hermanos Álvarez Quintero, se representó Antón Caballero en 1921.





Ensayo





Narrativa





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Santiago Alba Rico, en "2 de Mayo y 15M: la España sin hacer", en CTXT, el 15 de mayo de 2017, escribió:

    Los millones de españoles que simpatizaron con el movimiento de la Puerta del Sol siguen aguardando una propuesta para completar lo que nació incompleto hace 209 años

El problema de la izquierda española es que, mientras reivindica justamente la memoria, tiene una memoria muy corta: España, a su juicio, empieza y termina en la II República y en la Guerra Civil. La apropiación por parte del franquismo o del antifranquismo neoliberal de toda la historia anterior nos ha llevado, por una reacción automática hasta cierto punto razonable, a entregar todo nuestro patrimonio cultural e incluso a despreciarlo no ya como reaccionario sino como --aún más-- completamente vacío de enseñanzas. Con la excepción de Rafael Chirbes, que recomendó sin éxito su lectura, ese es el caso, desde luego, de Benito Pérez Galdós, el “maestro garbancero” desdeñado por la generación del 98, que abordó en solitario, a través de las 46 novelas de sus Episodios nacionales, el relato de una España sin hacer y que, de algún modo, permanece aún inconclusa. ¿Por qué todos aceptamos, según la versión de Marx, que no es posible comprender nada de la Francia del XIX sin La comedia humana del retrógrado y aristocratizante Balzac y menospreciamos la importancia de Galdós, narrativamente comparable --si no superior-- al novelista francés y además liberal y republicano? ¿Por qué no están leyendo sin parar a Galdós los que quieren cambiar España?

Galdós comprendió antes que nadie que España no nace en enero de 1492, cuando los Reyes Católicos unifican territorialmente los “reinos” peninsulares, sino el 2 de mayo de 1808, cuando los “reinos” se quedan de pronto sin reyes, a merced de sus habitantes. Ese famoso 2 de Mayo, fecha secuestrada también por la derecha, miles de madrileños afluyeron de manera espontánea a la Puerta del Sol, sin previo acuerdo ni instrucciones, en un “impulso” que Galdós describe de manera extrañamente familiar para el lector de la segunda década del siglo XXI: “Durante nuestra conversación advertí que la multitud aumentaba, apretándose más. Componíanla personas de ambos sexos y de todas las clases de la sociedad, espontáneamente venidas por uno de esos llamamientos morales, íntimos, misteriosos, informulados, que no parten de ninguna voz oficial, y resuenan de improviso en los oídos de un pueblo entero, hablándole el balbuciente lenguaje de la inspiración”. Galdós, como antes Kant, sabe distinguir una “turba” de un “pueblo”; una “turba”, por ejemplo, fue la que derribó a Godoy en el famoso motín de Aranjuez, que el escritor canario había descrito en su novela anterior con un enorme desprecio. Detrás de los motines siempre hay manos espurias que maniobran en la sombra e intereses enfrentados de las clases dominantes, que movilizan en su favor las peores pasiones de las muchedumbres. El 2 de Mayo en Madrid hay, en cambio, una “revolución”, pues es el impulso moral del pueblo, completamente horizontal, el que, en ausencia de reyes y de ejército, se levanta contra el invasor.

Ese ”impulso moral” es el que, frente a la “turba” amotinada, Galdós llama “pueblo”. Que se trata de un impulso “moral” --de una transformación de la sensibilidad colectiva-- lo demuestra el contraste, subrayado por el escritor, entre la crueldad de la turba que asaltó la casa de Godoy en Aranjuez y la extraña actitud de los madrileños, inclinados por una inspiración superior a arrojarse contra las tropas francesas, a caballo y mejor armadas, pero a perdonar la vida a los soldados aislados a los que conseguían separar del ejército y acorralar en los portales de la calle Mayor. Es ese impulso moral, prolongado y pervertido después en una guerra sucia y terrible, el que Galdós asocia de manera orgánica con el nacimiento de la “conciencia nacional” y con su defensa activa, el “patriotismo”, en el sentido nuevo que esa palabra adquiere en Francia en 1789.

Ahora bien, si aceptamos con Galdós que España nace el 2 de mayo de 1808 mediante una revolución popular y --enseguida-- una guerra internacional, conviene llamar la atención sobre esta doble paradoja fundacional. La primera es que el País Vasco y Catalunya, que no tienen Estado, se construyen como “nación” antes que España, que nace primero como Estado y sólo más tarde como “nación”. La segunda, aquella de la que se ocupa propiamente Galdós, es la de que la “nación española”, fraguada en una guerra espantosa, nace ya dividida y esa división, que el novelista vive aún efervescente y trágica a finales del siglo XIX, va a marcar el curso completo del siglo XX. España nace dividida --y como división belicosa-- no sólo porque nace sin dejar hueco a las otras naciones ya constituidas sino porque la propia guerra contra el invasor extranjero es ya guerra civil más o menos sorda entre los propios “patriotas”: si todos coinciden en combatir a Napoleón porque “nuestra sarna nos la rascamos nosotros mismos”, unos quieren una “restauración” del pasado contra las “novelerías francesas” y otros, en cambio, quieren aprovechar la quiebra del orden monárquico y la aparición del “pueblo”, ahora único “regente” de hecho del territorio, para hacer una pequeña revolución francesa “española”, revisar el Estado y alumbrar la Nación a partir del principio de la preeminencia de los “reinos” sobre el “rey”, a saber, a partir del principio de la “soberanía popular”.

Es esta lucha entre naciones y dentro de la nación recién constituida la que va a conferir al Estado español la hechura ortopédica inestable, siempre malograda y casi siempre violenta, que se prolonga hasta 1975 y, en formas amortiguadas, hasta 2017. España es el caso evidente, contra el marxismo ortodoxo, de un Estado que no opera sólo como instrumento de dominio de clase sino como escenario de pugnas ideológicas no resueltas. El 2 de mayo de 1808 es un momento constituyente fallido que, tras la primavera prematura de Cádiz, negada como acontecimiento histórico en el decreto real de 1814 (“nunca pasó”), da lugar a una restauración feroz. Ha habido después otros momentos constituyentes, todos fallidos, entre ellos, por supuesto, la II República y la “transición democrática” del 78. El movimiento 15M, gestado hace seis años también en la Puerta del Sol y a la manera galdosiana, como impulso moral y “sin voz oficial”, ha sido el último de ellos. La diferencia entre el 2 de mayo de 1808 y el 15 de mayo de 2011 tiene que ver, en todo caso, con el contexto institucional. El “pueblo español” nace en la Puerta del Sol sin reyes ni ejército, entre las ruinas de un orden institucional en descomposición que no se recompondrá hasta 1978; renace en la Puerta del Sol, 200 años después, en un contexto igualmente de crisis, pero no de descomposición. El 15M se fragua --o estalla-- en el marco de una crisis de régimen, de partidos, de gestión, una crisis económica y política, española y europea, pero no de Estado; es decir, en una crisis posrevolucionaria o no-revolucionaria. El 2 de mayo fue una revolución, el 15 de mayo no, y ello precisamente porque el 15 de Mayo es un 2 de Mayo del siglo XXI.

Ambos momentos constituyentes, en todo caso, se parecen porque constituyen virtualmente otro país al mismo tiempo que revelan los obstáculos para su constitución: el de unas clases dominantes que se resisten a la preeminencia “de los reinos sobre el reino”; es decir, al desarrollo pleno de la soberanía popular. Este paralelismo fue felizmente señalado por Íñigo Errejón en su intervención en la plaza del Reina Sofía el pasado día 2. Una vez más nos enfrentamos a la disyuntiva entre una España restauradora, momentáneamente victoriosa, y una España realmente democrática capaz esta vez de abordar la “cuestión nacional” de otra manera para resolver por fin, sin ortopedias violentas, el orden territorial. El liberalismo premarxista de Galdós, raro en nuestro país, ignorado a derecha e izquierda, debería servir ahora, en la época del posmarxismo neoliberal y una vez pasado por el cedazo del siglo XX (socialismo, DDHH, autodeterminación, feminismo), para recuperar, enderezar y democratizar nuestra historia. El 15M, victoria destituyente, fracasó como proceso constituyente, pero ese 85% de españoles que lo apoyaron (o simpatizaron al menos con él) sigue aguardando una propuesta concreta y sensata para completar esa España que nació incompleta hace 209 años, el 2 de mayo de 1808, en esa misma Puerta del Sol que floreció sin instrucciones, como todas las rosas rojas, el 15 de mayo de 2011.

Paula Corroto, en "Cuando a Benito Pérez Galdós le hacían caricaturas por no ser un buen español", en El Confidencial, el 11 de enero de 2020, escribió:

"Yo abomino la unidad católica y adoro la libertad de cultos", solía decir Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843—Madrid, 1920). Era una sola de las algaradas que compartía en los cafés del foro con amigos como el político liberal José Canalejas, el escritor progresista Leopoldo Alas 'Clarín', o Menéndez-Pelayo. "Los acontecimientos andan tan mal repartidos por el mundo como el dinero", dejaba caer también.

A comienzos del siglo XX, Galdós no ocultaba su posicionamiento escorado hacia la izquierda, anticlerical, demócrata, antitaurina y feminista. Ni su militancia en el Partido Republicano ni su amistad con Pablo Iglesias, líder de los socialistas. Por eso la derecha de Cánovas del Castillo y Antonio Maura más los fanáticos católicos no le soportaban. Una de las imágenes más evidentes es la caricatura realizada por Manuel Tovar que apareció en la revista Don Quijote, publicada en 1902, en la que se ve a Galdós ensartando con una pluma a una monja y un cura. Era el escritor comecuras y un traidor. El escritor que, a pesar de ser el autor español más reconocido de entonces, no era un 'buen español'.

"No me extraña que a la derecha no les cayera bien", afirma a El Confidencial el escritor Rafael Reig, admirador del autor canario. "Pero yo me niego a reconocer los motivos sobre por qué la derecha hace lo que hace y por qué dicen lo que dicen. Lo que sí defienden siempre son sus privilegios, y Galdós lo que prueba es el nacimiento de la derecha española con el carlismo, las llamadas a la patria, la propiedad de la tierra y el control del poder y el dinero, que es lo que les interesa siempre", añade Reig.

Pérez Galdós había dado el paso al frente en 1907 presentándose a las elecciones generales por el Partido Republicano, sin embargo, su compromiso con la democracia y su alejamiento de las ideas más absolutistas —de la monarquía, para empezar— y, sobre todo, de esa Iglesia omnímoda con las manos metidas en todas las faenas del Estado, se habían declarado en él desde que era muy joven, cuando estalló la revolución de La Gloriosa de 1868 y comenzó el periodo del Sexenio Democrático que acabaría abruptamente con la decepción que supuso la I República.

"Se inició en el periodismo con veintipocos años y siempre manifestó un compromiso por la democracia. En todas sus novelas se ve un rechazo a los radicalismos y una defensa hacia un prisma más moderno. Rechazó el fanatismo, el caciquismo y la intolerancia religiosa", comenta Francisco Cánovas, autor de la biografía Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso (Alianza). De hecho, así sucedía en novelas como Doña Perfecta, que supone una denuncia total contra el caciquismo. Y desde el momento en el que se puso en marcha el sistema de la Restauración que ideó Cánovas del Castillo no dejó de criticar "el respaldo que la Restauración prestaba al integrismo católico proscribiendo las libertades del Sexenio".


Un autor feminista

Otra de las ideas que siempre estuvo presente fue la independencia de la mujer. Así sucede en obras como Fortunata y Jacinta, La de Bringas o en Tristana. "Galdós fue el primer escritor moderno que situó en el centro de la narrativa la mujer. Y él estaba convencido de que la regeneración y la modernidad de este país llegarían con un empoderamiento de la mujer", afirma el biógrafo. Desde luego, la voz de Galdós suponía un verdadero aire fresco en ese final de siglo y comienzos del XX en el que apenas había mujeres en puestos públicos ni con un mínimo de poder. De hecho, su amante y posterior amiga, Emilia Pardo Bazán, fue una de las pocas que consiguió un espacio y algo tuvo que alzar la voz para conseguirlo.

Hay más. Como se puede leer en la biografía, el escritor "estaba en contra del régimen de la Restauración, del alejamiento de las Cortes de la mayoría ciudadana, del autoritarismo gubernamental, denuncia los privilegios de la Iglesia, rechazaba la guerra de Marruecos, creía en el desarrollo educativo y en la necesidad de impulsar un cambio democrático fundamentado en valores cívicos y éticos". Un anatema para Iglesia, militares y los más conservadores de la época. Llama la atención que Santiago Abascal haya señalado en entrevistas y en el libro que escribió Fernando Sánchez Dragó, Santiago Abascal. España vertebrada, que "Benito Pérez Galdós hoy es un escritor imprescindible". Una cuestión sobre la que Reig incide: "Yo creo que lo que debería hacer Abascal es leerlo... si no es del todo hermético a la lectura. Pero si Abascal ha leído de verdad a Galdós, o no lo ha entendido o es un cínico".


Evolución política

Los primeros contactos con la política activa de Galdós llegaron en 1886, cuando fue tentado por el Partido Liberal de Sagasta. Eran los tiempos del bipartidismo, con el que el escritor era muy crítico, pero se sumó a las propuestas de los liberales de la Restauración. Sin embargo, tiempo después, con el desencanto brutal con la Restauración, y "tras la crisis del 98, adquirió un compromiso más democrático y republicano", admite el biógrafo, alineándose ya con el Partido Republicano.

Para Reig, lo que sucedió con el autor de los Episodios Nacionales, es que "políticamente tuvo una evolución desde el liberalismo a la decepción que le supuso la burguesía española. Era un hombre del siglo XIX que pensaba que la burguesía sería el motor de cambio. Pero la burguesía estaba podrida por la oligarquía y la Iglesia. Por eso aquí no tuvimos ni revolución industrial ni progreso ni República ni nada. Y Galdós acabó acercándose al partido socialista de Pablo Iglesias. Evolucionó como un señor que va tomando conciencia y tomó conciencia de que con esa gente de la burguesía no se podía hacer nada". Precisamente, uno de los hechos más sonados fue el estreno de su obra de teatro Electra en 1901, en la que criticaba a compañías como los jesuitas por apropiarse de los bienes de las personas más vulnerables. Galdós podría haber sido apedreado a las puertas del Teatro Español de Madrid, pero al final salió a hombros y vitoreado del teatro.


Del liberalismo al socialismo

A partir de 1909, Galdós comenzó a defender con más pasión la unidad de la izquierda, consagrada en los partidos Republicano y Socialista. Era muy amigo de Iglesias, con quien compartía lecturas y obras de teatro. "Sentía mucha admiración por Iglesias. Nunca fue militante socialista, pero sí tiene esa evolución que se ve mucho en su obra: se trata de romper amarras con el pasado y defender una sociedad más tolerante", señala Cánovas. Fue uno de los principales impulsores de la conjunción entre estos dos partidos y en 1910 llegaría a admitir en una entrevista: "Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado y admirable que hay en la España política". Hoy es posible ver varias fotografías en las que el escritor y el político comparten mítines y discursos.

Poco después, en 1911, al ser preguntado por el socialismo tampoco dudaría en su respuesta:

    —¿Cree usted en el socialismo?

    —Sí, sobre todo en la idea. Me parece sincera, sincerísima. Es la última palabra en cuestión social. ¡El socialismo! Por ahí es por donde llega la aurora.

En medio de toda esta evolución sufriría el desgaste por parte de la derecha, desde los obstáculos para ingresar en la Real Academia Española —no lo logró hasta la cuarta ocasión, ya en 1897, cuando Cánovas del Castillo dio su brazo a torcer— y, sobre todo, la negativa a concederle el Nobel de Literatura, cuando se habían posicionado a su favor intelectuales como Jacinto Benavente, Santiago Ramón y Cajal, Pérez de Ayala o José Echegaray, entre muchos otros. Pérez Galdós, no obstante, no se amilanó y murió con las botas puestas de su compromiso político firmando varios manifiestos a favor de los aliadófilos de la I Guerra Mundial, la posición contraria a los germanófilos, en la que se encontraba el rey Alfonso XIII.

Cuando se cumplen 100 años de su muerte, Pérez Galdós hace tiempo que dejó de ser Benito 'El Garbancero', como se le ridiculizó tantas veces por su compromiso social. Como dice Reig, "ha llegado más fresco que ninguno. Se hablaba del Garbancero y eso demostraba que la gente no le había leído. Pero tiene para otros diez siglos". Aunque a la derecha de su tiempo le molestara.


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