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LONDON, Jack (1876-1916)

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LONDON, Jack (1876-1916)

Nota Lun Ago 28, 2017 4:57 am
Jack London
John Griffith Chaney

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

Víctor Moreno, María E. Ramírez, Cristian de la Oliva, Estrella Moreno y otros, en "Biografía de Jack London", en BuscaBiografías, el 1 de junio de 2002, escribió:Nació el 12 de enero de 1876 en San Francisco. Se cree que fue hijo de William Chaney, periodista, abogado y astrólogo ambulante al que no llegó a conocer, y de Flora Wellman, neurótica y aficionada al espiritismo que se casó con John London, un droguero, meses después de su nacimiento.

Jack London es, junto a Walt Whitman, el escritor de una joven y romántica Norteamérica que avanzaba imparable hacia las transformaciones que llegarían con el siglo XX. Prototipo de aventurero, su intensa y dramática existencia va desde la Guerra Civil estadounidense hasta la Primera Guerra Mundial. Fue criado por una antigua esclava, Virginia Prentiss. Durante su infancia, después de algunos fracasos como granjeros, los London se asentaron en Oakland. Desde niño alternó la escuela con el reparto de periódicos y, de ladrón de ostras, pasará a colaborar con la patrulla encargada de proteger los viveros que antes había saqueado.

Se inició como escritor a los diecisiete años en un concurso periodístico, consiguió el primer premio con la descripción de un tifón, una experiencia vivida durante su labor de marinero en el Sophie Sutherland. En 1897 y 1898 realizó viajes a Alaska atraído por la fiebre del oro. Antes había sido marino, pescador y contrabandista. Regresó a San Francisco donde en 1900 publicó una colección de relatos titulada El hijo del lobo con el que consiguió un gran éxito.

Fue militante comunista e incluso agitador político. Las lecturas del filósofo alemán Friedrich Nietzsche le llevaron a formular que el individuo debe alzarse frente a las masas y las adversidades. La contradicción individualidad-colectividad está presente en su obra. Sostenía que el ser humano no es bueno por naturaleza. Su escritura posee un vigor primitivo que conmueve, un lirismo acorde con el esplendor de la Naturaleza intacta.

Muchos de sus relatos, entre los que destaca su obra maestra, La llamada de lo salvaje (traducida como 'de la selva' y 'de la naturaleza' 1903), fue el comienzo de una saga de héroes que mostraban una nobleza inquebrantable frente a las fuerzas de la Naturaleza y la condición humana. Ha sido traducido a numerosas lenguas. Entre sus principales obras destacan Los de abajo (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo blanco (1906) sobre la crueldad y la lucha por la libertad, John Barleycorn (1913), un relato autobiográfico sobre su batalla personal contra el alcoholismo, y El vagabundo de las estrellas (1915).

Publicó más de 50 libros que le supusieron grandes ingresos. Sus novelas fueron llevadas al cine en muchas ocasiones. Entre las más destacadas están La llamada de la selva (1903), El lobo de mar (1904), Colmillo Blanco (1907) y Martin Eden (1909). Trabajó como corresponsal de guerra. Aunque libertario de espíritu, Jack London era tan disciplinado como metódico y durante toda su vida adulta escribió como mínimo durante seis horas, aunque fuera en medio de una tormenta en el mar. Hombre de extremos, buceador arriesgado de los fondos del alma, comprendió demasiado tarde que la fama y la riqueza no iban a complacer, tampoco, la insaciable sed de su espíritu.

Estuvo casado con Elizabeth Maddern de 1900 a 1904, y con Charmian Kittredge de 1905 hasta su fallecimiento. Fue padre de Joan London y Bessie London.

Jack London se suicidó el 22 de noviembre de 1916 en Glen Ellen (California) a la edad de 40 años. Los periódicos europeos dedicaron más espacio a la noticia de su muerte que a la del emperador Francisco José de Austria, fallecido el día anterior.





Ensayo





Narrativa





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fuente: http://www.nocierreslosojos.com/socialismo-jack-london



Jack London, escritor y defensor del socialismo






Javier Paniagua Fuentes

Extraído del ‘Estudio preliminar’ de El Talón de Hierro, ed. Akal, 2011




EEUU iba a convertirse en la primera potencia mundial a principios del siglo XX y los emigrantes no dejaban de acudir a aquellas tierras que en la imaginación de muchos habitantes del Viejo Mundo representaban la promesa de una vida mejor. Más de cinco millones y medio de nuevos pobladores desembarcaron en la costa este del país entre 1881 y 1890 y muchos de ellos se fueron desplazando al Lejano Oeste. Cerca de nueve millones serían los emigrantes venidos principalmente de Europa o Sudamérica en la década siguiente. Nuevas ciudades, nuevos barrios, con la construcción de rascacielos y grandes fábricas con sus enormes chimeneas se fueron extendiendo por un inmenso territorio que acrecentaba, año tras año, su número de habitantes. Nacía una nueva clase trabajadora que había dejado atrás su tierra de origen y sus formas de vida para buscarse un futuro, con la esperanza de convertirse en propietarios de tierras o negocios que les permitieran superar los condicionantes sociales y económicos de las sociedades en las que habían nacido.

Las cosas no fueron fáciles para una inmensa mayoría que padeció las mismas vicisitudes de explotación que en sus lugares de origen. Se intentó, entonces, poner en práctica en el Nuevo Mundo el bagaje ideológico de transformación social que habían aprendido en la vieja Europa, construido a lo largo de los siglos XVIII y XIX con sus ideales de igualdad económica y social. Se constituyeron sindicatos y organizaciones políticas que abogaban por el socialismo o el comunismo libertario. Su fuerza fue coyuntural y, a pesar de algunos éxitos, nunca se despegaron del feroz individualismo que se incrustó como un paradigma en la mentalidad norteamericana.

Precisamente, el sociólogo austriaco Werner Sombart escribió en 1905 un ensayo significativo: ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos? En efecto, cómo era posible que en el lugar donde el capitalismo tenía su máximo poder no existiera una fuerza socialista potente, como había pronosticado Marx, y su movimiento obrero no tuviera la consistencia de otros países europeos. Siguiendo con el esquema marxista, Sombart argumentaba la falta de feudalismo en EEUU así como una clase obrera sectorializada en diferentes etnias y nacionalidades, con tradiciones culturales propias. Afroamericanos, chinos, sudamericanos, italianos, irlandeses, alemanes, polacos, ucranianos, suecos o rusos y otros más, cada uno con sus tradiciones y guetos, construían una unidad peculiar, sostenida en la esperanza de empezar de nuevo pero manteniendo sus costumbres y religiones, y en los que iba poco a poco imponiéndose una forma de ser que generaría una manera de sentir nueva, una nacionalidad peculiar, de emociones abigarradas que se traducirían en la construcción de un espacio donde, en teoría, cada cual podía labrarse una vida propia sin que se tuviera que depender de una ideología dominante. El éxito en la conquista de una vida confortable marcaba un tipo de materialismo que enlazaba con el calvinismo o puritanismo de los primeros pobladores.


El Partido Socialista Americano

No obstante, en los albores del siglo XX, el Partido Socialista Americano, liderado por Victor Debs, constituido en 1901, y que conectaba la tradición individualista republicana estadounidense con un vago socialismo, muchas veces con connotaciones religiosas evangélicas, que en general obviaba el análisis marxista, parecía tener futuro al ver aumentado su respaldo electoral con el apoyo del sindicalismo del IWW (International Workers of the World). Éste, nacido en 1905 en Chicago, había adquirido una fuerza combativa radical con la aceptación de la lucha de clases como elemento de movilización para exigir las mejoras de las condiciones laborales de la clase obrera, empleando la violencia, la propaganda activa o la desobediencia civil, y diferenciándose notablemente de la AFL (American Federation of Labor), que mantenía un claro antisocialismo y representaba, principalmente, a los trabajadores blancos cualificados identificados con el capitalismo que buscaban mejorar las condiciones salariales y conseguir la jornada de ocho horas. Los socialistas estadounidenses alcanzaron más de 400.000 votos en las presidenciales de 1904 y sus expectativas fueron mayores en las presidenciales de 1908, aunque el aumento fue poco significativo. Su mayor porcentaje lo alcanzaron en 1912 con más de 900.000 sufragios, aunque posteriormente su apoyo fue disminuyendo, especialmente después de sufrir una división interna (…)


Marchas al Capitolio

Era una época en que las eventualidades del capitalismo incontrolado provocaban alzas y bajas coyunturales que conducían a recesiones económicas, con la pérdida de miles de empleos de unos obreros que no contaban con el respaldo de protección social y se veían abocados a vivir en la miseria. Las depresiones de la economía estadounidense de 1873 a 1878, de 1883 a 1885 y de 1893 a 1987 produjeron enfrentamientos sociales y se organizaron marchas de «ejércitos de parados» (industrial army), para protestar ante el Capitolio de Washington, en las que exigían puestos de trabajo y en las que participó London como un agitador más. Sin embargo, no resistió mucho la marcha en grupo; pronto afloró su fuerte individualismo y caminó por su cuenta visitando varias ciudades como Boston o Nueva York, antes de regresar a San Francisco. En el viaje fue detenido en Buffalo y, acusado de vagancia, pasó treinta días en la penitenciaría de Erie County que le sirvieron para considerar la degradación humana en el sistema penitenciario, como reflejó en su relato The Road, donde describió los horrores sufridos por otros penados y por él mismo. Las vicisitudes que padeció en la cárcel le provocaron un miedo terrible y juró, cuando regresó a Oakland en 1894, evitar entrar de nuevo en una prisión.

Durante un tiempo continuó haciendo diversos trabajos, leyendo intensamente textos sobre socialismo y penetrando en la obra de Nietzsche a través de Así hablaba Zaratrusta. Quiso estudiar en la Universidad de Berkeley, pero los problemas financieros se lo impidieron. Esa mezcla de individualismo con la cultura de la superioridad blanca y las ideas evolucionistas que conducirán ineludiblemente al socialismo fueron los elementos básicos de su pensamiento y le sirvieron para fabular la gran cantidad de novelas y ensayos que escribió. Creía, como Marx, que la historia de la humanidad se resumía en la lucha entre los explotadores y los explotados y que no había más solución que abolir la propiedad de los medios de producción (…)

Compartía la visión poco rigurosa que se popularizó del darwinismo social de Herbert Spencer según la cual las sociedades se comportan de igual manera que la selección natural en los demás seres vivos. Aunque, como ha señalado el antropólogo Marvin Harris, Spencer extrae su evolucionismo social sin tener en cuenta a Darwin (…)


El primer autor de best sellers del siglo XX

El éxito para London vino cuando menos lo esperaba. Sentía el fracaso de su aventura en Alaska, de nuevo se incorporaba a la rutina del trabajo y a utilizar el alcohol como compensación –fue un alcohólico toda su vida adulta y nunca pudo superarlo–. Pero comenzó a escribir con ese talento innato que tenía para la narración y que iba a calar en el gran público, convirtiéndose en el primer autor de best sellers del siglo XX. La llamada de la selva (traducida también por La llamada de la naturaleza o La llamada de lo salvaje) fue considerada por la crítica desde el primer momento de su publicación por la editorial Macmillan, en 1903, como una obra clásica de la literatura estadounidense. Su primera edición, de 10.000 ejemplares, se agotó en veinticuatro horas. Después publicaría Colmillo Blanco, que no fue tan unánimemente bien recibida por la crítica. (…) Ambas novelas fueron adquiridas por miles de lectores y los editores comenzaron a explotar el filón al mismo tiempo que London impartía conferencias sobre el socialismo venidero. Las traducciones a otras lenguas se multiplicaban y sus novelas eran leídas por un público de clase obrera o trabajadores autónomos y, además, algunas de sus novelas más famosas fueron llevadas al cine. Cuenta en sus memorias la compañera de Lenin, N. K. Kruspskaya, que el líder de la revolución soviética murió mientras leía una obra de London, El amor a la vida. (…)


Un Zola norteamericano

London es, de alguna manera, un Zola norteamericano que supo identificarse con las clases populares con un lenguaje asequible y ameno. Sus 20 novelas, 18 colecciones de cuentos, así como sus más de 150 artículos le proporcionaron fama y dinero, que le permitieron comprarse un rancho en California, en Glen Ellen, condado de Sonoma, donde trasladaría su residencia, y en el que trabajaban unas 50 personas entre agricultores y sirvientes.

Escritores reconocidos como Steinbeck, Hemingway o Kerouac lo consideraron un clásico de la literatura estadounidense, aunque otros estimaron que era un autor menor que tuvo más fama como agitador político que como escritor. Respondía todas las cartas que le remitían y se despedía con un «Tuyo por la Revolución» (se publicó una recopilación de su correspondencia en tres volúmenes con más de 1.500 misivas). Fue un icono para muchas generaciones, prototipo de escritor rebelde que luchaba por una sociedad socialista.

Curiosamente, el sueño americano le llegó a él que desde su infancia había padecido las privaciones de un sistema productivo discriminatorio para los que tenían que ganarse la vida con el trabajo diario en fábricas, talleres y campos, y acabó siendo el escritor mejor pagado de su época. Despreciaba el capitalismo, pero se sirvió de él para superar sus etapas de pobreza e instalarse en el sueño americano al lograr triunfar en una sociedad donde la competencia sin límites era la regla principal del comportamiento social, y donde los que fracasaban no tenían ninguna protección, y tan sólo les quedaba acomodarse a su suerte y, en todo caso, vivir de la caridad pública, que en su época era escasa.

Su individualismo vital era más fuerte que todas sus convicciones socialistas y Nietzsche le sirvió como excusa por cuanto valoraba la voluntad como un factor clave en la superación de las dificultades. Odiaba a los poderosos al tiempo que valoraba a los que habían remontado las adversidades que les condicionaron desde su infancia y consiguieron triunfar en un mundo depravado. Para él, el hombre no es un ser bueno por naturaleza como pensaba Rousseau, y el miedo superaba al amor en la naturaleza humana. Interpretó que el mundo en que vivía estaba dominado por la contradicción entre la riqueza y la pobreza, entre el individuo y la sociedad, entre los instintos y la razón, y ante las circunstancias en las que había crecido optó por defender hasta el final de sus días lo que consideró que acontecería como una fuerza ineluctable de la evolución social: el socialismo. De hecho, cuando se encontraba en el mejor momento de su fama como escritor, se desplazó a Londres y describió con toda crudeza las condiciones de vida de los barrios obreros de la capital británica, el East End, y de ahí surgió su obra El pueblo del abismo, considerada uno de los testimonios más relevadores sobre literatura revolucionaria. Antes de regresar a EEUU, viajó por Alemania, Francia e Italia sin dejar constancia de sus experiencias en los lugares que visitó.


La literatura de anticipación de El Talón de Hierro

Además de diversos escritos divulgativos sobre el socialismo y la lucha de clases, y de cientos de conferencias impartidas en favor del Partido Socialista norteamericano de Debs, al que pertenecía, Jack London escribió El Talón de Hierro, publicada en 1908, que puede ser calificada de literatura de anticipación, utopía o distopía. Su interés radica en el enfoque visionario de lo que ineludiblemente habrá de venir en un tiempo futuro, pero que él describe como un pasado ya superado que se hizo posible mediante una revolución, lo que le sirve para criticar el capitalismo imperante que aún tardará en desaparecer. Utiliza la técnica que Oscar Tacca señala sobre el narrador en el relato (Tacca, 1985), en la que apunta que a partir del siglo XVIII la novela tiende en muchos casos al secuestro del autor y para ello se emplea la fórmula de los «papeles encontrados» de la que se han servido muchos autores en la historia de la literatura, y, entre ellos, Cervantes en El Quijote. De esa manera se utilizan voces ficticias interpuestas que parecen dar a la narrativa un mayor realismo y verosimilitud, fingiendo que el libro ha sido escrito por quien ha vivido directamente los hechos (…)

Y por encima de todo ello, su mensaje: la denuncia de una sociedad que estaba sumida en el capitalismo que había impuesto un sistema de control dictatorial y cruel que ocasiona la explotación de la mayoría de los trabajadores. Ernest Everhard, el protagonista de la novela, un superhombre socialista, autodidacta, con el físico de un boxeador profesional y buen orador, será ejecutado en 1932 después de una revolución frustrada por un sistema que no podía admitir que nadie lo cuestionara. Un capitalismo sostenido por una Iglesia cuyos ministros aceptaban las condiciones de trabajo de niños de seis o siete años que trabajaban en turnos de doce horas y cuyos beneficios servían para construir catedrales o iglesias donde acudían los propietarios para recibir el beneplácito de su comportamiento (…)

El protagonista encarna la voluntad revolucionaria de transformación ante unas condiciones en las que la desigualdad marca todas las relaciones sociales. Por ello es necesario apoderarse de las fábricas, talleres, bancos, tierras y almacenes para convertirlos en propiedad colectiva, lo que provocará que los que viven en la miseria a pesar de haber aumentado la producción por la tecnología industrial puedan disfrutar de los bienes de consumo, mientras que las contradicciones del capitalismo hacen que lo que se produce no pueda ser absorbido por una población hambrienta. Destaca la importancia de que el héroe de su novela tenga una preparación teórica de la evolución sociológica y económica sobre la realidad a transformar antes de que se decida a protagonizar la revolución. Además transmite la concepción de London sobre cómo ha de triunfar el socialismo en oposición a todos aquellos que pensaban que éste vendría por métodos democráticos y no mediante una revolución violenta, tal como él solía propagar en sus conferencias. Calificaba de ingenuos a los líderes socialistas que suponían que el capitalismo podía ser derrotado en las urnas. Si los trabajadores no se unen para dar la batalla, «el talón de hierro» de la oligarquía se impondría irremisiblemente, aunque el Partido Socialista haya conseguido más votos. Y en esto era inflexible; creía firmemente que si los socialistas norteamericanos persistían en utilizar los medios democráticos, fracasarían. Estaba más cerca de los planteamientos insurreccionales del anarquismo que de la socialdemocracia pacífica a pesar de los 900.000 votos que consiguió Debs en las presidenciales de 1912.

El sistema que impone El Talón de Hierro en EEUU es el de una sociedad capitalista oligárquica donde las empresas monopolísticas se han hecho dueñas de todas las decisiones políticas y han establecido una férrea dictadura, con el control de los medios de comunicación y con una propaganda al servicio de la poderosa oligarquía represiva que, de alguna manera, prevé con clarividencia la actuación de los fascismos de los años treinta del siglo XX que se extendieron por Europa. Los intentos revolucionarios de derrocarla llevan durante mucho tiempo al fracaso, como el que inicia el protagonista en Chicago, donde los trabajadores luchan en las calles y en los rascacielos contra el ejército y los mercenarios de la oligarquía, como un trasunto de la Comuna parisina de 1871.

Diversos intelectuales progresistas elogiaron el libro. Joan, la hija de London, le hizo llegar un ejemplar a Trotsky, quien elogió la obra considerándola un análisis profético y certero de hacia donde transcurrían los acontecimientos en el sistema productivo capitalista y la derrota del proletariado ante el impulso del fascismo. De alguna manera enlaza con la obra de 1935 del escritor estadounidense Sinclair Lewis, que mantuvo una buena relación con London, It can’t happen here, en la que se describe cómo un populista, al ganar la presidencia de los EEUU, impone una dictadura, cambiando la Constitución con el apoyo de un Congreso que acepta los hechos con pasividad; se impide la libertad de expresión encerrando a los disidentes en campos de concentración y creando un cuerpo de paramilitares para contrarrestar cualquier oposición. Una serie de golpes de Estado se sucederán cambiando la tradicional democracia norteamericana y haciendo realidad lo que parecía imposible que aconteciera en los EEUU, un país que creía que su democracia era indestructible. George Orwell, el autor de 1984, había leído El Talón de Hierro y la consideraba una obra premonitoria que, de alguna manera, le había influido para imaginar su utopía negativa, pero aclaraba que «London podía prever el fascismo porque en sí mismo poseía una vena fascista». También el Premio Nobel de Literatura Anatole France consideró, en 1924, que London tenía una gran capacidad para captar el anhelo de los pueblos y predecir su futuro: «Ese peculiar genio que percibe lo que permanece oculto para la mayoría de los mortales» (Kershaw, 2000, p. 204).

Jack London se inspiró para escribir su obra en el ensayo de W. J. Guest, Our Benevolent Feudalism, publicado en 1902, donde destaca que el poder de las grandes empresas con la concentración de capitales industrial, comercial y financiero es tal que éstas son las que imponen las decisiones políticas y las condiciones laborales. Actúan como señores feudales, donde cada cual mantiene su preponderancia en un espacio geográfico y al mismo tiempo establecen las normas de gobernabilidad. El poder se identifica cada vez más con las potentes corporaciones donde los trabajadores nada cuentan en la toma de las decisiones y dependen, como los vasallos en el feudalismo, de lo que decidan los que controlan los capitales.

El libro adquirió gran difusión entre los militantes socialistas y anarquistas europeos, y de alguna manera estimuló la literatura de anticipación que tendría una fuerte dimensión en la cultura política de los obreros españoles. Fue considerada la biblia popular del socialismo. Varios de los teóricos y publicistas anarcosindicalistas españoles escribieron novelas que expresaban la visión del futuro de la sociedad anarquista; así lo hizo Higinio Noja en novelas como Un puente sobre el abismo (1932) o El sendero luminoso y sangriento (1932). También Federico Urales, en una serie de novelas por entregas, tituladas genéricamente La novela ideal, expresaba las ventajas de una sociedad sin propiedad y sin gobierno. Conecta con un tipo de literatura que desde el siglo XIX tiene una amplia tradición que proporcionó obras como la de Edward Bellamy, Looking Back-ward, publicada en 1887, y traducida en España, con amplia difusión, bajo el título El año 2000 (1932). En ella defiende que existe una conciencia cósmica del alma humana que ha ido desarrollándose a lo largo de la historia, con una lucha entre individualismo y universalismo que terminará en un «alma del universo» que provocará una completa solidaridad, donde todos los medios de producción estarán socializados. Y en una línea parecida puede destacarse a William Morris en Noticias de ninguna parte (1890), en la que pronosticaría que una revolución popular derrotaría el orden capitalista existente y se constituirían asambleas locales para organizar la producción y el consumo.

El Talón de Hierro refleja de forma épica el triunfo del progreso que London identifica con el socialismo, que representa el triunfo inevitable de la justicia social, de la ciencia y de la razón, de una lógica que sólo puede acabar en la solidaridad de todos los seres humanos. Y que aunque todavía no haya llegado ese momento, London ya da por amortizado el capitalismo imperante y su novela se convertiría, entonces, en un producto arqueológico. No le resultó fácil su publicación y tuvo conciencia de que el libro iba a perjudicarlo en su trayectoria como escritor, pero aceptó el reto. Se vendieron en un año más 50.000 ejemplares en EEUU y un número parecido en Europa, donde el movimiento obrero tenía una mayor vinculación con las tesis socialistas. El libro perduró hasta la Segunda Guerra Mundial como un texto leído en las casas del pueblo o en los ateneos obreros, más por su visión profética que por su valor literario.

fuente: http://www.lavanguardia.com/opinion/201 ... idado.html



Jack London, el olvidado


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Gregorio Morán

La Vanguardia // 16 de abril de 2016




Este 2016 debería ser declarado el año de Jack London. Había nacido en 1876 en San Francisco y se suicidó en 1916. Nació en enero y cerró la tienda en noviembre. Vivió 40 años y escribió 50 libros y dejó una obra fotográfica monumental de 12.000 clichés. Fue el autor más famoso y mejor pagado de su época. Un desastre humano, nacido para matarse y sin embargo lo tenía todo: una pluma fácil y brillante, un físico de atleta, estatura mediana y un cuerpo hecho para la pelea.

Me acerqué a la literatura gracias a Jack London. Las descripciones farragosas de Emilio Salgari me aburrían, a Julio Verne no lo soportaba. La primera novela negra, según se diría ahora, cayó en mis manos con un comienzo que me dejó tan anonadado que aún lo recuerdo. “Se puso el sobretodo y se dirigió al macadam”. Eran traducciones argentinas o chilenas. Pero si uno no alcanza a entender ni la primera frase, lo mejor que puede hacer es esperar a hacerse mayor y ampliar el lenguaje. No tenía ni idea de qué era “un sobretodo” y menos aún “el macadam”. Me limité entonces a las novelas de vaqueros escritas en general por presos políticos del franquismo, recién salidos de la trena que adoptaban un seudónimo gringo, tenían un gran mapa del oeste de Estados Unidos clavado en la pared y a los que explotaba Bruguera.

A mí me llevó a la literatura Jack London. Empecé con un texto de 1909, Por un bife. El boxeador tronado que debe escoger entre comer el bistec –traducción del argentino bife– antes del combate para coger fuerzas o ahorrar para el transporte y cansarse. No la volví a ver nunca, como las antiguas pasiones.

Jack London fue además de un escritor brillante e irregular, un tipo humano inasumible para nuestra época. Quizá eso explique el silencio. Se acaba de reeditar La llamada de lo salvaje (Nórdica) un texto soberbio de sensibilidad y ritmo, por más que la edición contenga detalles tan incomprensibles como designar a London “como una mezcla de socialista y fascista ingenuo”, lo que demuestra que los tiempos han cambiado y hasta los buenos editores pueden escribir barbaridades. Jack London no tuvo la más mínima veleidad fascista: fue hasta el último año de su vida un militante socialista y un escritor radical, incluso por encima de sus modos de vida absolutamente atrabiliarios. Pero que el currículo del ilustrador, que ni ha entendido el libro ni creo que le inspire nada Jack London, ocupe el mismo espacio del autor, es un signo que te llena de congoja. Un texto en blanco nieve y rojo sangre de perro-lobo se convierte en dibujos negro funeraria. Olvídense de las tonterías editoriales y descubran a un autor en lo mejor de su edad.

La primera década del siglo XX tiene en Jack London a un referente literario y ­humano. Un hombre tan ponderado como Anatole France le llamará “socialista re­volucionario” en el prólogo de uno de los libros que conmocionaran el mundo ra­dical de comienzos del siglo XX, El talón de hierro. Probablemente haya pocos textos tan leídos por la clase obrera que entonces aspiraba a conquistar los cielos. 400.000 ejemplares de salida. Estamos en el mundo gringo, donde los escritores ­ganan cantidades astronómicas gracias a los semanarios que reparten sus libros en capítulos.

Jack London quiere convertirse en granjero. No le bastan los espacios infinitos del río Yukón, de Alaska, de las nieves vírgenes donde sobreviven lobos y perros, y seres humanos muy poco diferentes. Llegará a decir que prefiere los perros a las damas, lo que no obsta para que llevara una vida amorosa ajetreada. Construye barcos de vela para recorrer los lugares más insólitos hasta que descubre Hawái y sus islas. Serán los momentos más creativos y locos de su vida.

Teñido por el alcohol, sin límites ni paliativos. Quiere granjas en EE.UU. y un barco para surcar el paraíso hawaiano, no hay escritor que aguante todo eso sin ­acabar en ruina. Es un mundo para ­banqueros, no para escritores. Las aven­turas empresariales de London, incluidas las comunas, las fábricas, las grandes extensiones de territorio para sus centenares de cabezas de animales, las plantaciones más exóticas y singulares, todo se va al traste. Pero sigue siendo el gran Jack London y mientras le quede un resquicio de capacidad literaria, entre las nueve de la mañana a las doce del mediodía, seguirá con su propia e inigualable empresa de construir relatos.

Su prestigio recorre el mundo y su de­terioro, entre farras y alegrías que duran semanas, entre amigos, mujeres, nego­ciaciones financieras para las que no está dotado, le va acercando a la quiebra. ­Resulta significativo el interés de grandes escritores norteamericanos por conseguir fondos por los procedimientos más insólitos. La vida entera de Mark Twain está preñada de charlas idiotas, representa­ciones dignas de un payaso prestidigitador, y demás métodos para sacar fondos, lo que llama la atención tratándose de autores que vendían miles y miles de ejemplares, y que quizá explicaría la obsesión de Faulkner por hacerse granjero, muchos años después, como si esa fuera la única garantía frente a la fragilidad del mundo de las ­letras.

No conozco otra biografía de Jack London que la de Richard O’Connor, aparecida en traducción castellana en México, hacia 1967, un documento de 500 páginas que ilumina de manera más que brillante y muy minuciosa la trayectoria de este gran escritor que fue Jack London, que vivió 40 años y publicó 50 libros. Algunos de ellos obras maestras –mis favoritos son La llamada de lo salvaje (recién editada por Nórdica), Martin Eden, aquel libro que recordaba Che Guevara en sus momentos de mayor aprensión. Y la tortuosa belleza de Colmillo blanco, del que no dispongo ejemplar porque lo presté y lo perdí, no sé si se habrá reeditado en castellano: Por un bistec, o Por un filete, que sería lo suyo.

Cuenta Nadia Kruskaia, la mujer de Lenin, que cuando el líder de la revolución de octubre estaba en las últimas y apenas si hablaba, le indicó que le leyera algo de Jack London. Ella, buena lectora, como lo eran los maestros antiguos, escogió Amor a la vida, una narración conmovedora de los años brillantes de London (1905-1907), en el que se cuenta la agonía de un hombre y un lobo. Ella dice que a Vladímir Ilich le gustó y a su muerte quedó depositado para siempre en la mesita de noche. Lo dudo mucho.

Hace ya algunos años compré en París un precioso catálogo fotográfico: Jack London, fotógrafo –París, 2011. Traducción de la norteamericana Universidad de Georgia Press–. Son los viajes de London vistos por la agudeza visual de London, pero no viajes en barco sólo sino a la miseria de la clase obrera de su país, de sus adorados hawaianos, de la revolución mexicana, allí donde se encontrará con otro personaje de leyenda, el periodista y narrador Ambrose Bierce, que desaparecería en el lugar que más odiaba, México, entre Pancho Villa y Emiliano Zapata. Como si uno hubiera escogido el infierno como el lugar más apropiado para morirse.

El perro y el lobo, sobre los que no hacía demasiadas diferencias en su sensibilidad de hombre que había logrado la gloria pero no la felicidad, tenían para él tanta importancia. Eran tan familiares como su ADN literario. Su exlibris, pintado por él mismo –otra actividad sobre la que insistió, aunque no se le diera bien– consiste en una cabeza de lobo perruno que te mira.

Hizo de la humanización de la natura­leza salvaje la razón de una vida dispara­tada. Pero nunca dejó de ser un radical ­socialista en un mundo que cada vez más se alejaba de aquello que se llamó la clase obrera norteamericana. Murió una noche de noviembre de 1916, después de calcular la dosis de morfina y la atropina que le ­serían letales. Su mujer exigió a los mé­dicos que firmaran que la muerte había ­sido natural. Sólo firmó uno. El propio London lo había dicho: el hombre posee un derecho inalienable, “el de adelantar el día de su muerte”.

fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Jack- ... proletario



A 99 años de su fallecimiento

Jack London, el mundo de un escritor proletario



Nicolás Bendersky. Ediciones IPS-CEIP.

La Izquierda // 24 de noviembre de 2015




Saqueador de ostras en la bahía de San Francisco, vagabundo y buscavidas por diversas ciudades de EE.UU., cazador de focas en las costas japonesas, obrero en una lavandería, en una fábrica de enlatado y en minas de carbón, buscador de oro en Alaska; su vida transcurrió hasta los 30 años, como un verdadero aquelarre. Y lo singular fue que había pasado estrictamente separada de la escritura. No así de la lectura que lo acercó lentamente a Kipling, Spencer, Darwin, Stevenson, Malthus, Marx, Poe y Nietzsche.

Pero llegó el momento. Él lo sentía y lo palpaba. Jack London había nacido para escribir: “Y entonces, restrellante de luz, brotó la idea. Escribiría. Sería uno de los ojos del mundo, uno de los corazones a través de los cuales siente ese mundo y uno de los oídos a través de los cuales el mundo oye. (…) En prosa y en verso, sobre hechos reales e imaginarios(…) escribiría.” (De Martín Eden. Autobiografía novelada).

Y así empezó el oficio. Tomó la palabra, se apropió de ella y la escribió. Y ese don, afloró como un verdadero río imparable: “Escribía torrentosa e intensamente, de la mañana a la noche y bien entrada la noche (…) Era el suyo un continuo estado febril. La gloria de crear, que se suponía atributo exclusivo de los dioses, era suya” (Martín Eden).

Primero fueron cientos de artículos, notas y cuentos para revistas que retrataban manifiestamente sus propias aventuras por los mares del Pacífico o el frío de Alaska. Luego vinieron relatos y novelas más conocidos como La llamada de la selva y Colmillo Blanco (ambas con poderosas historias de perros), El Lobo de Mar, El silencio blanco, La expedición del pirata o Cuentos de los Mares del Sur, entre otros.

En muchos de éstos abunda una visión naturalista. Una especie de alabanza a ultranza de la naturaleza, opuesta al mundo capitalista como civilización contaminada. Un mundo, ya para su época (fines del siglo XIX), repleto de grandes fábricas que despiden humo negro por sus chimeneas, mezcladas con estrechos y amontonados barrios donde los trabajadores viven hacinados. A esto, le oponía el mundo natural, idílico. Pero donde también había que luchar por la vida.


Un escritor proletario

Para alguien que “había nacido en la clase obrera”, (como él mismo relata en un artículo de 1906), y adherido a la causa socialista desde muy joven (como explica en Cómo me hice socialista), escribir sobre su propia condición, sobre los padecimientos y sueños revolucionarios de su clase, no iba a ser algo ajeno.

Bajo el contexto del naciente socialismo estadounidense de Eugene Debs y Daniel De León, cuentos como La huelga general, Talón de Hierro, Gente del abismo, Los favoritos de Midas, Goliah, La fuerza de los fuertes o Estado de Guerra, tienen como protagonista a trabajadores, y se desarrollan -de alguna u otra manera- elementos de la lucha de clases contra los patrones.

En ellos también se retrata diversos aspectos desde la óptica de los trabajadores: desde una huelga general en San Francisco que refleja toda la fuerza de la clase obrera para parar cada resorte del funcionamiento de la sociedad; hasta un régimen como El Talón de Hierro, erigido como un poder económico y político sobre la derrota de una revolución. Esta novela –que constituye una buena entrada a la obra de London- está escrita en la forma de un diario que lleva la esposa de Ernesto Everhard, y que si bien va desplegando las características de la dominación de este régimen, va desenvolviendo los intentos de una revolución en el pasado. Como dice Evehard: “Nuestra intención es tomar no solamente las riquezas que están en las casas, sino todas las fábricas, los bancos y los almacenes. Esto es la revolución (…) Queremos tomar en nuestras manos las riendas del poder y el destino del género humano. ¡Estas son nuestras manos, nuestras fuertes manos! Ellas os quitarán vuestro gobierno, vuestros palacios y vuestra dorada comodidad, y llegará el día en que tendréis que trabajar con vuestras manos para ganaros el pan, como lo hace el campesino en el campo o el hortera reblandecido en vuestras metrópolis. Aquí están nuestras manos. Miradlas: ¡son puños sólidos!”. El relato de la aparición de un régimen represivo, montado sobre derrotas revolucionarias, anticipa genialmente la aparición del fascismo 20 años antes de su llegada.

En 1929, la revista New Masses escribe sobre London: “Un verdadero escritor proletario, no sólo debe escribir para la clase trabajadora, sino que debe ser leído por la clase trabajadora. Un verdadero escritor proletario no sólo debe usar su vida proletaria como material para sus libros: en estos debe arder el espíritu de la rebeldía. Jack London era un auténtico escritor proletario; el primero y, hasta ahora, el único escritor proletario de genio de los Estados Unidos. Los obreros que leen, leen a Jack London. Es el único escritor al que han leído todos, es la sola experiencia literaria que tienen en común. Los obreros de las fábricas, los peones del campo, los marinos, los mineros, los vendedores de diarios, lo leen y lo releen. Es el escritor más popular entre la clase obrera de los EE.UU.”.

Y ese espíritu de rebeldía enardecía en cada uno de sus escritos. Ardía y se desarrollaba al calor de sus convicciones socialistas que trataba de difundirlas a lo largo y a lo ancho de EE.UU., mediante, charlas, mitines y conferencias. Como revela en este comentario, no tenía dudas de su ideología: “Los socialistas eran revolucionarios, en la medida en que luchaban para transformar la sociedad tal como existe actualmente, y con otros materiales, construir una nueva sociedad. Yo también era socialista revolucionario.(…) Estas son mis perspectivas. Aspiro al nacimiento de una nueva época donde el hombre realizará el mayor progreso, un progreso más elevado que el de su vientre, y en el que el aura para animarlos para nuevas acciones será mucho más estimulante que la actual derivada de su estómago. Guardo intacta mi confianza en la nobleza y excelencia de la especie humana. Creo que la delicadeza espiritual y el altruismo triunfaran sobre la glotonería grosera que reina hoy en día. En último lugar quiero hacer constar mi confianza hacia la clase obrera. Como ha dicho un francés: 'En la escalera del tiempo resuenan sin cesar el ruido de los zuecos que suben, y de los zapatos barnizados que descienden'” (Yo he nacido en la clase obrera (1906).


El final

La vida de London transcurrió como un huracán vertiginoso. Fue intensa, pasional, fulgurante como una cometa del cielo. Y encontró su fin abruptamente un 22 de octubre de 1916. Murió en Glen Ellen, California, a la temprana edad de 40 años. Si bien sus médicos elaboraron un certificado de defunción cuya causa fue una urémia, sus biógrafos que aseguran que se suicidó de una sobredosis de morfina y otras drogas que solía utilizar para calmar dolores.

La muerte había sido pensada, trabajada y escrita por London en varios cuentos y novelas. Acaso su autobiografía novelada, con su alterego Martín Eden, posee un final que anticipa su propio fin. Se había ido un escritor proletario, un mago de las palabras, un agitador socialista, un contador de historias. Y eso es lo que sobrevive. Sus 50 libros con cientos de cuentos y novelas, (algunas llevadas al cine); y su llama ardiente que provoca desprecio por la sociedad capitalista, y rebeldía hasta en la última gota de la sangre.


***

Trotsky, Guevara, Lenin, lectores de Jack London

Si bien Jack London tuvo infinidad de lectores, críticos y analistas, sobresalen los revolucionarios, los que pusieron el ojo en él y vieron que no era un escritor más, que podía observar más allá, viendo y retratando al mundo siempre desde la óptica obrera.

Es conocido el planteo de Ernesto Che Guevara que recuerda en La sierra y el llano de 1961 que siendo herido en el desembarco del Granma por una balacera, recordó un cuento de London: “Inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir en ese minuto en el que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en el tronco de un árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte, por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo”.

El cuento es "Encender una hoguera", y tiene como escenario las frías tierras de Yukón, Alaska. Hacia el final, dice: “Cuando hubo recobrado el aliento y el control, se sentó y recreó en su mente la concepción de afrontar la muerte con dignidad”. Julio Cortázar también reparó en este planteo del Che, y lo utilizó como frase que prologa uno de sus cuentos, "Reunión" de Todos los fuegos el fuego.

En tanto Lenin, también era un lector de London. Poseía en el Kremlin varios de sus libros y alabó mucho la crítica que realizó el escritor al revisionismo y oportunismo del Partido Socialista de los EE.UU. Se cuenta que hacia el final de su vida, luego de varios ataques cerebrales que lo habían dejado sin habla, solía escuchar plácidamente la lectura de su mujer Nadezhda Krupskaia. Su muerte el 21 de enero de 1924, había ocurrido dos días después de escuchar Amor a la vida, cuento de London que era uno de sus favoritos.

Por último, León Trotsky también reparó en la literatura de London. En 1937 escribe una carta dirigida a su hija Joan donde comentaba el magnífico El Talón de Hierro: “Hay que destacar muy particularmente el papel que Jack London atribuye en la evolución de la Humanidad a la burocracia y la aristocracia obrera. Gracias a su apoyo, la plutocracia americana logrará aplastar el levantamiento de los obreros y mantener su dictadura de hierro en los tres siglos venideros. No vamos a discutir con el poeta sobre un plazo que no puede dejar de parecernos extraordinariamente largo. Aquí lo importante no es ese pesimismo sino su tendencia apasionada a espabilar a quienes se dejan adormecer por la rutina, a obligarlos a abrir los ojos, a ver lo que es y lo que está en proceso. El artista utiliza hábilmente los procedimientos de la hipérbole. Lleva a su límite extremo las tendencias internas del capitalismo al avasallamiento, a la crueldad, a la ferocidad y a la perfidia. Maneja los siglos para medir mejor la voluntad tiránica de los explotadores y el papel traidor de la burocracia obrera. Sus hipérboles más románticas son, en fin de cuentas, infinitamente más justas que los cálculos de contabilidad de los políticos llamados “realistas”. No es difícil imaginar la incredulidad condescendiente con la que el pensamiento socialista oficial de entonces acogió las previsiones terribles de Jack London. Si nos tomamos el trabajo de examinar las críticas de El Talón de Hierro que se publicaron en los periódicos alemanes de entonces, Neue Zei y Worwaerts, y en los austriacos Kampf y Arbeiter Zeitung, no será difícil convencerse de que el “romántico” de treinta años veía incomparablemente más lejos que todos los dirigentes socialdemócratas reunidos de aquella época. Además, Jack London no sólo resiste en ese dominio la comparación con los reformistas y los centristas. Se puede afirmar con certeza que, en 1907, no había un marxista revolucionario, sin exceptuar a Lenin y Rosa Luxemburgo, que se representara con tal plenitud la perspectiva funesta de la unión entre el capital financiero y la aristocracia obrera. Esto basta para definir el valor especifico de la novela”.


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