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GONZÁLEZ, César

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...

GONZÁLEZ, César

Nota Vie Ago 25, 2017 2:31 pm
César González
Camilo Blajaquis (antiguo pseudónimo)

Portada
(wikipedia | página personal | twitter)


Introducción

En su página web, en diciembre de 2013, se escribió:César González nació en el seno de una familia muy pobre en la Villa Carlos Gardel (Morón) el 28 de febrero de 1989. El año que caía el muro de Berlín y arribaban a la Argentina los gobiernos neoliberales de Carlos Menem.

Hijo de un padre alcohólico y violento, su madre lo dio a luz con solo 16 años. Es el mayor de 8 hermanos. Su infancia trascurrió en una pequeña casilla precaria de barro y chapas.

A los 13 años terminó sin repetir de año la escuela primaria, pero también empieza a recorrer un duro camino de adicción a las drogas más duras; poxirran, cocaína y rivotril.

A los 14 comienza su violento camino delictivo, robando casi todos los días autos y casas a mano armada. Ingresó en ese año en varios reformatorios y comisarías. A los 15 años quiso asaltar un automóvil Ford Focus a pocas cuadras de la villa, quien manejaba era un policía de civil, que lo hirió gravemente de un disparo en el estómago. Moribundo, su compañero lo arrastró hasta el barrio, donde unos jovencitos se encargaron de parar a un auto, subirlo y llevarlo a la guardia del Hospital Posadas, cercano a la villa. Ingresó con paro cardíaco, fue reanimado por los médicos y luego conducido al quirófano, donde fue sometido a una cirugía de casi 9 horas, en la cual sufrió otro paro cardíaco. Las secuelas del balazo lo dejó varias días internado en terapia intensiva con respirador artificial.

Con el correr de los días fue recuperando el conocimiento y sus funciones vitales y a las dos semanas del balazo fue dado de alta. Ya que no había ninguna denuncia penal en su contra (toda esta información se encuentra en su historia clínica oficial que posee el Hospital Alejandro Posadas de El Palomar, Buenos Aires).

Los dolores causados por el balazo no fueron impedimento para que siga su carrera de pibe chorro y una vez que pudo recuperar el caminar volvió al robo. Así transcurrieron 5 meses hasta que volvió a ser herido, esta vez fueron 4 los balazos, por parte de la policía bonaerense tras un enfrentamiento y persecución de más de 20 cuadras desde el centro de la ciudad de Caseros hasta la villa, que culminó con el choque de la camioneta robada y su compañero, Mario Ortiz, quien fallecería unos años después en el penal de Ezeiza.

Los balazos le quebraron el fémur de la pierna derecha en 3 partes y volvió a ser operado para introducirle clavos y prótesis dentro del hueso roto. A pesar de la pesada causa que tenía con solo 16 años (robo calificado, resistencia a la autoridad, abuso de armas, etc.), el juez decidió dejarlo bajo la tutela de su abuela materna, quizás levemente sensibilizado con el devastador estado de salud en el que César había quedado después de los balazos. Su abuela fue con quien se crió, mientras su madre Nazarena transitaba un camino también de adicciones, delincuencia y cárcel.

Pero tampoco estos tiros detuvieron a César, en muletas, con los clavos en su pierna a cuesta y con en total cinco tiros en su cuerpo, seguía en la calle a pura adicciones y hasta saliendo a robar. Así fue que se vio involucrado solo dos meses después de los última internación en el secuestro de un empresario brasilero, capturado en la zona de Ramos Mejía, el empresario fue liberado sano y salvo, pero a los pocos días el grupo Halcón le allanó su casa y fue detenido junto a su hermano de 14 años y ambos trasladados rápidamente a un instituto de régimen cerrado.

Durante los 5 años que César estuvo preso pagando ese delito, recorrió todos los institutos de menores de Capital Federal de régimen cerrado: el San Martín, Rocca, Belgrano y Agote. Al cumplir los 19 años fue trasladado primero al penal de Ezeiza y finalmente al de Marcos Paz, los últimos 3 meses los pasó en un instituto de régimen abierto, ya que antes de salir debía cumplir diferentes salidas transitorias hasta alcanzar el tiempo necesario para salir bajo la figura de libertad condicional, con la cuál volvió a la calle el 15 de enero del 2010.

Fue durante su estadía en prisión, más precisamente en el Instituto Belgrano del barrio porteño de Once, en el año 2006, donde conoce a Patricio Montesano, un mago de prestigio internacional que dictaba talleres allí tras las rejas, con la particularidad de que dichos talleres se llevaban a cabo dentro de los pabellones y no en la escuela dentro de la institución. Merok, el seudónimo artístico de Montesano, era un mago mundialmente premiado y reconocido, pero en sus talleres más que ensayar la técnica de los trucos se filosofaba sobre la desigualdad social y económica como desencadenante de la violencia. Así fue que César empezó a escucharlo y Merok lo ayudó a acercarse a la lectura y a interesarse por temas políticos, filosóficos y por obras poéticas trayéndole en las visitas distintos libros de diversos autores. Pero un taller tan particular y que no bajaba el discurso de una moral represiva sobre los pibes chorros, le costó a Montesano que solo 3 meses después de comenzado el taller lo despidan abruptamente de su cargo como docente, porque "confundía a los internos con sus métodos afectivos". Sin embargo, la amistad con César a esa altura sería indisoluble y el expulsado profesor tras hacer los trámites judiciales correspondientes, continuó visitandolo en condición de visita.

El tiempo iba pasando y César cada vez leía más autores, comprendía más cuestiones sobre la sociedad que habían sido determinantes en su vida y que nadie se las había hecho hacer ver ni pensar, los libros que más le pedía a Patricio en un comienzo eran los que tenían que ver con hechos y acontecimientos históricos. Una necesidad vital de comprender históricamente las razones y motivos socio-económicos y culturales que se manifiestan a la hora que un joven toma el camino del delito. Mientras más leía, más se enriquecía su vocabulario, su capacidad de análisis, y ya no era el mismo preso vulgar con el que se relaciona habitualmente el aparato penitenciario, compuesto no solo por guardia cárceles sino también por profesionales de la salud y las ciencias sociales: psiquiatra, psicólogo y trabajador social, a los cuales el preso debe someterse obligatoriamente. César les comenzó a plantear cosas que incomodaban a un sistema alimentado por el odio y la indiferencia, donde las torturas son cotidianas, donde se lavan las culpas de la especie humana.

Corría el año 2007, y la amistad con el “mago” se acercaba a cumplir un año cuando a César se le ocurre la idea de armar una revista donde publicar sus primeros textos, que componía cada noche en su celda. La idea parecía muy abstracta pero casualidad o no, Patricio tenía un amigo diseñador gráfico que se sumó entusiasmado a la idea y con algunos poemas de César más otros de distintos amigos clasemedia de Patricio, que eran sociólogos, filósofos y abogados, se publicó ¿Todo Piola?, nombre inspirado en la jerga juvenil marginal de Buenos Aires. El primer número de la revista salió sin que se enterase ninguna autoridad. En un comienzo sus textos los fue firmando bajo el pseudónimo de Camilo Blajaquis. Que conforma un homenaje al revolucionario cubano Camilo Cienfuegos y al militante sindical Domingo Blajaquis, asesinado en Avellaneda en 1966, hecho relatado por el genial y revolucionario periodista argentino Rodolfo Walsh en el libro ¿Quién mató a Rosendo?

Pero la voluntad de César de exigir sus derechos a través de escritos al sistema judicial comenzó a generar un malestar con las jerarquías psíquicas de los institutos. Comenzaron a trasladarlo repentinamente y fue torturado en varias ocasiones por el hecho de leer y rebelarse, sus verdugos le hacían recordar que él era un monstruo y debía pagar con su cuerpo sus actos horrorosos. Sin embargo, nada detuvo sus ganas de seguir adelante, mientras estuvo preso salieron cuatro números de Todo Piola. Con su idea de ser una revista donde los más pobres, oprimidos y olvidados de la sociedad puedan expresarse a través de la literatura. También en su lapso de prisión y al ritmo de los golpes terminó la secundaría, hizo diversos talleres de electrónica y reparación de PC, panadería y plomería.

Una vez recuperada la libertad comenzó el CBC para la carrera de Filosofía en la UBA y a los cinco meses de salir y con solo 21 años publica su primer libro, La venganza del cordero atado, bajo el sello editorial de Ediciones Continente. Un compilado de 90 de sus poesías escritas en prisión que presentó en la Feria del libro de Buenos Aires en el 2010 junto al ex revolucionario del PRT-ERP, Luis Mattini, y el reconocido crítico literario Noé Jitrik. El título del libro hace referencia al concepto utilizado en el disco "Lobo suelto/Cordero atado" de la legendaría banda de rock Los Redonditos de Ricota. El cordero como representación del oprimido, del marginado de la sociedad, el cordero se venga del lobo, pero no comiéndose al lobo, sino dedicándole poesías. Al igual que los discos de esta banda, el libro fue ilustrado por el prestigioso artista plástico Rocambole.

En noviembre del año 2011 presentó en la Biblioteca Nacional su segundo libro, Crónica de una libertad condicional, ya todos poemas escritos en libertad. El moderador de la presentación fue el sociólogo y director de la Biblioteca Nacional Horacio González y el libro fue nuevamente ilustrado por Rocambole.

En 2012 trabajó como conductor de un ciclo documental llamado "Alegría y dignidad", producido y dirigido por Cristian Jure, antrópologo y documentalista. Se emitió en TV por Canal Encuentro. En el primer capitulo se contó su historia, sucediéndose luego más casos similares donde surgen diferentes expresiones artísticas en ámbitos marginales.

En 2011 publica su segundo libro de poesía Crónica de una libertad condicional.

Desde su primeros pasos en libertad además de las letras, César lleva realizado un extenso trabajo en cine. En el periodo 2010-2012 presenta sus primeros trabajos realizados de forma amateur junto al realizador Martín Céspedes, los cortometrajes de ficción, “El cuento de la mala pipa”, “Mundo Aparte” y “Condicional” (todos se encuentran en youtube).

En julio de 2013 estrena su primer trabajo profesional, "Diagnóstico Esperanza", largometraje de ficción, presentado en el Cine Gaumont de la Capital Federal, que retrata muchos aspectos de la vida en una villa representada por distintos protagonistas, alejándose del estilo clásico de narración y simultáneamente proponiendo una forma de filmar propia y una búsqueda singular en la actuación.

En diciembre del mismo año estrenó una serie de formato documental en la pantalla de Canal Encuentro titulado "Corte Rancho", cuatro capítulos que recorren decenas de villas de la Capital y del Conurbano presentando a distintos artistas y movimientos de las villas miserias de Buenos Aires.

En 2014 realiza los cortometrajes "Guachines" y "Truco".

En 2015 llega el turno de su segundo largometraje de ficción "¿Qué puede un cuerpo?" y de su tercer libro de poesía "Retórica al suspiro de queja.

Actualmente se encuentra trabajando en un nuevo largometraje llamado "Exomologesis".





Bibliografía compilada





Poesía





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Relacionado:


Re: BLAJAQUIS, Camilo

Nota Vie Ago 25, 2017 8:43 pm
fuente: https://www.pagina12.com.ar/diario/supl ... 10-18.html


Literatura › La vida de César González, la obra de Camilo Blajaquis

“Es más peligroso un pibe que piensa que un pibe que roba”


Portada



Silvina Friera

Página 12 // 18 de octubre de 2010




El aire se espesa en Morón. Se presiente la lluvia, el ataque de las gotas, como en uno de los poemas de Camilo Blajaquis, el seudónimo que eligió César González para escupir su dolor, su verdad, su poesía, cuando renació dentro de una cárcel. “¡Letras, máscara de mi herida! / Aliéntame esta tarde / que si no escribo soy piedra / y vuelvo a ser tan sólo un expediente/”, se lee en su primer libro, de título ricotero, La venganza del cordero atado (Ediciones Continente), con ilustración de Rocambole y prólogo de Luis Mattini. Dos trozos de carbón que arden; llamitas intrépidas lanzadas del presente hacia el futuro. Los ojos de César experimentan con la pequeña porción del horizonte que se deja ver desde la ventana de “Dallas”, un bar “cero burgués” –lo define–, un lugar de laburantes donde el joven juega de local desde febrero pasado, cuando salió en libertad. Su mirada se embarca en un mar de proyectos: otro libro de poemas más, el crecimiento de la revista que edita, ¿Todo piola? (ver aparte), la carrera de letras que cursa en la UBA. “Me lo bajo en un toque”, dice por el sándwich de pan francés que le acaba de servir Ubaldo Collado, dueño y mozo, sufrido hincha de Racing. Como César. Si la lluvia es el momento en que el cielo y la tierra tienen un orgasmo –como escribió en otro poema–, habrá que esperar ese encuentro. El sol empuja en cámara lenta a las nubes. “Algo le debo a mi sangre toba. Te dije que se estaba yendo la tormenta –se entusiasma, mientras comprueba que se cumple su pronóstico–; nunca le hagas caso al servicio meteorológico. Las culturas originarias de este continente miran el cielo y saben cuándo va a llover. Ahora tenemos todas las tecnologías. Y ni así le pegan”.

En menos de un minuto, César devora el sándwich. “¿Qué hacés, caradura?”, dice y saluda a Lucho, el padre de un compañero de la calle, cuando César andaba en la calle, unos seis años atrás que parecen prehistóricos. “En el barrio siempre es así, se acercan a saludarme.” El barrio es la villa Carlos Gardel, “panorama de vida que siempre tiene olor a celda, a plomo, a trabajo en negro o en gris o a traje de encargado de limpieza”, dice en el poema dedicado a ese lugar en el mundo donde nació –hace 21 años– y creció a los porrazos. Donde vive y da talleres literarios para rescatar a los pibes de un “infierno anunciado”. “No es que me levanté un día o manejé en mi cabeza, en algún momento, la idea de escribir un libro –cuenta César–. La venganza del cordero atado es un rejunte de los poemas que escribí, tan simple como eso.” Lo que no es tan simple es dónde los escribió, en institutos de menores, en la cárcel, bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis: Camilo en homenaje al comandante Cienfuegos –uno de los líderes de la Revolución Cubana–, Blajaquis por el militante peronista asesinado en la pizzería La Real, relatado por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?

“Mi cabeza empezó a cambiar, a incorporar cosas nuevas; todo un mundo que no conocía hasta antes de caer preso, cuando me di cuenta de todo lo que se le oculta a un joven que le toca nacer en un barrio de clase baja, en una condición pobre y humilde como en la que nací. Aparte de excluirte económicamente, te excluyen cultural y simbólicamente. Te excluyen porque sos el negro de una villa, el negro de mierda, vas a ser chorro, obrero y nada más. El sistema te excluye y es mucho más cruel de lo que uno cree –repasa su aprendizaje–. Lo que juega es una exclusión simbólica: el de la villa es un ignorante, es un posible delincuente.” César subraya que el primer acto de su renacimiento, antes de la escritura, no fue la lectura –los libros que unas manos de mago, literalmente, acercaron a sus ojos– sino la libertad que le dio pensar. “Empecé a usar esto que tengo acá arriba –dice con el dedo índice en la sien– para algo productivo, para algo que me diera vida, que me diera fuerza. Y digo vida porque estaba muerto en vida: 16 años, seis balazos de la policía, me quedaban cinco años de cárcel; ingresé a un instituto con los clavos en las piernas, en muletas, pesando 50 kilos. Realmente estaba muerto”.

La realidad es que estaba preso –muerto en vida– en 2005. El camino de regreso a la vida tiene un nombre: Patricio “Merok” Montesano, un amigo que le acercó los libros, “un vago que daba taller de magia voluntariamente dentro de la cárcel”. “Nos trataba bien, no venía desde un lugar de profesor, ‘a ustedes, negritos, les vengo a enseñar cómo es la vida’, que es muchas veces la postura de los talleristas en la cárcel. Él nos trataba como personas, no como monstruos. Nos enseñaba un truco de magia y nos hablaba de Walsh, de Cooke, del Che, de lo que pasó en los ’70. Nos hablaba de arte, de poesía, de cultura –enumera ese torbellino de novedades que lo asaltaron–. Al principio no le di mucha importancia, ‘este loco de mierda, qué me importa lo que dice, si total a mí me quedan un montón de años’. Pero venía en serio, con pureza, para ayudar”. El mago vaya si ayudó. Le prestó De Ernesto al Che, de Calica Ferrer. “Antes de ese libro yo no sabía, por ejemplo, que el Che era argentino, ni qué había hecho, ni cuáles eran sus ideales, ni por qué luchó –reconoce César–. Ese libro me sirvió para darme cuenta de que uno puede hacer un click en la vida, como lo hizo el Che. Y comenzaron las preguntas, aparecieron los porqué: por qué nací en una villa, por qué tuve que ser pobre, por qué tuve que nacer en un contexto de mierda, por qué tuve que saber a los 7, 8 años que existe la cocaína, el porro y que vivo en un barrio donde eso es frecuente y la cultura es ésa”.

La seguidilla de preguntas productivas se multiplicaban; estaba encerrado, pero no anestesiado. No sabía qué esperaba, pero algo llegaría. “¿Hubiese terminado en una celda si no hubiese nacido en una villa? Si nueve de cada diez de los que estábamos en la cárcel éramos de una villa. ¿Qué hubiese pasado si hubiese nacido en otro contexto? Realmente no sé, pero considero que en la cárcel no hubiese terminado con 16 años, baleado, adicto a las drogas como era. Se cayó la venda de mis ojos con mucha rabia. No quería darle el gusto al sistema, a la sociedad, que quiere que terminemos en la cárcel. Y fue una ruptura”.


– Y la rabia lo llevó a la lectura...

– Sí, a leer, a informarme, a llenarme de argumentos. Fue un renacimiento; el concepto de renacimiento en la historia de la humanidad es salir de la oscuridad de la Edad Media, de las tinieblas del oscurantismo. De repente aparecen Galileo, Da Vinci, Copérnico, otra corriente de filosofía con Descartes, los inventores, los pintores. Mi renacimiento fue gracias a la cultura. ¿Sabés por qué hablo de rabia?


– No.

– Porque no es lo mismo que alguien de clase media piense a que lo haga un pibe de clase baja. Si el de clase baja tiene conciencia de clase, la potencia que tiene ese pensamiento es mucho más explosiva que la de la clase media, en el sentido de rebelarte. Fue lo que me pasó a mí: tener conciencia de clase, pero no haciendo una separación porque yo soy de abajo, pero no quiero que se muera el de arriba. No. Yo pensaba todo esto, pero seguía dentro de una celda. No sabía que el día de mañana iba a publicar un libro, a hacer una revista...


– Tocó fondo: o se hundía del todo o flotaba y salía a la superficie, que es lo que hizo.

– Exactamente, pero una vez que llegué a flotar, había que remar porque estaba en el medio del mar y no había remos. Había que remar y no había balsa, había que remar y no había isla para naufragar. Me pegaron en la cárcel por leer, por escribir, por pensar, paradójicamente. La sociedad dice que en la cárcel estamos mejor, que los derechos humanos son sólo para los chorros... y uno escucha todo ese discurso de que nos gusta esa vida en la cárcel, que no hacemos nada. A mí no me gustaba esa vida y decidí hacer otra cosa: leer, terminar el secundario, recibirme. Pero no recibí un abrazo de la sociedad; recibí piñas, me quebraron los tobillos, me rompieron un diente; sufrí miles de requisas por leer y escribir. Me di cuenta de que la sociedad prefiere que los pibes roben, que se droguen antes que accionen y piensen. Es más peligroso un pibe que piensa que un pibe que roba. Cuando un pibe en este país pensó y accionó, lo torturaron, lo masacraron y no apareció más.


– En un poema se lee que una psicóloga dijo que no podía ser escritor. ¿Fue así?

– “Y esa piña duele más que la del guardia”... puse en ese poema. Siempre recuerdo el día que escribí mi primer poema y se lo llevé a una psicóloga que tenía en el Instituto Belgrano. Lo había escrito la noche anterior después de leer una crónica de Arlt en Aguafuertes porteñas que me había gustado mucho. Seguramente estaría lleno de limitaciones; al principio escribía con rima, no podía escaparle a eso (risas). Había sentido un vómito que me daba libertad. Algo se había desatado, el candado se había quebrado cuando escribí ese poema. No es una figura menor el psicólogo dentro de la cárcel; es el juez cotidiano de tu vida. Yo le llevaba un poema que me había hecho sentir persona... Yo me odié mucho tiempo, pero llegó un momento en que ese odio lo transformaba en violencia o en poesía. La psicóloga dejó el papel a un costado y me dijo: “Muy lindo esto, pero cuando salgas tenés que trabajar. Vos cometiste un delito, tenés que resarcir a la sociedad y la única forma es que te rompas el lomo trabajando. Con esto –por el poema– no resarcís el daño. Esto puede ser muy lindo, un pasatiempo, pero tenés que trabajar. A ver si se te mete en la cabeza...”. Y no fue una mala experiencia como argumentan algunos psicólogos para que me quede tranquilo. ¡Las pelotas fue una mala experiencia! Tuve doce psicólogos diferentes y todos me dijeron lo mismo. Ninguno me leyó un poema. Yo necesitaba que alguien lo leyera, que me dijera: “Está feo, pero vas bien”. Era un acontecimiento para mí, pero me lo negaban, lo reprimían. Cuando se lo di a Patricio, me dijo: “¿Es la primera ves que escribís? Seguí, probá, no está nada mal”. Y me trajo libros de poesía. ¿Te das cuenta la función de uno y otro? Uno estaba para ayudar, los psicólogos para reprimir.


– ¿Por qué dice en un poema que “aunque no parezca soy poeta, soy un optimista”?

– Ese poema es una trompada tras otra, pero lo escribí en otro momento. Eso fue hace tres años, cuando pensaba que la política eran los políticos, pero ahora sé que es una herramienta. Si los políticos en nombre de la política hicieron desastres, la palabra no tiene la culpa. Hay optimismo en el escenario político argentino y hasta noto cierta alegría. La naturaleza de los barrios bajos es el peronismo obrero. No puedo desconocer eso; y con más facilidad me doy cuenta de que este gobierno se corresponde con esa naturaleza, que este gobierno está relacionado directamente con los intereses populares y me siento identificado. Yo viví en una casa de material y chapa toda la vida. Hoy tenemos una casa digna con calefón, cocina y agua caliente. Pero tampoco me encierro en una etiqueta ideológica. Soy peronista, pero lo que menos me gusta del peronismo es Perón. Para mí el peronismo es una esencia colectiva; por eso me siento identificado con esa subjetividad colectiva que resistió 18 años. Soy eso, pero también marxista y me gusta la filosofía, el rock y el reggae. Decir “soy esto” es autolimitarse, autoexcluirse. Yo quiero seguir creciendo y seguir siendo cada vez más cosas.


– ¿Qué pasó con su lenguaje cuando salió de la cárcel? ¿Cambió?

– Sí, empecé la facultad, estoy en nuevos ambientes con gente que habla diferente. Pero el lenguaje es muy amplio; en mi barrio si tengo que hablar con los pibes, hablo así también. Soy así siempre, pero tampoco en exceso porque si me hago el académico me van a decir: “¿Qué estás hablando, gil?” (risas). Pero no me gusta el estereotipo y simular que soy villero y tener que comerme las eses y decir: “Ey, guacho”. Ya venía incorporando nuevas palabras a mi vocabulario desde la lectura. ¿Vos te pensás que hablaba así cuando caí en cana? Usaba la misma cantidad de palabras para hablar siempre de lo mismo: a quién le choreamos, cuánto hiciste, cuánta merca compramos, anda la yuta... No salía de ahí. Ahora no tengo odio, y eso que me sobraban los argumentos para odiar, para salir de la cárcel con ganas de matar. Sigo escribiendo poesía, estoy preparando mi segundo libro. Necesito escribir como el adicto necesita de su dosis. Mi dosis es escribir porque me corre la poesía por las venas. Y que por mis venas corra poesía es lo que me hace también experimentar una sobredosis de esperanza.


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