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MALAPARTE, Curzio (1898-1957)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Curzio Malaparte
Kurt Erich Suckert

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En Wikipedia se escribió:Curzio Malaparte (Prato, 9 de junio de 1898 – Roma, 19 de julio de 1957), nacido Kurt Erich Suckert, fue un periodista, dramaturgo, escritor de relato corto, novelista y diplomático italiano. El apellido elegido para firmar sus obras, que utilizó desde 1925 y significa literalmente 'de mal lugar', es un juego de palabras con Buonaparte, en referencia a Napoleón Bonaparte. La obra literaria de Curzio Malaparte es una de las más representativas de la Italia del siglo XX.


Biografía

De madre lombarda y padre alemán, se educó en el Collegio Cicognini y en la Universidad de La Sapienza, en Roma. En 1918 comenzó su carrera de periodista.

Malaparte combatió en la Primera Guerra Mundial, donde alcanzó el grado de capitán en el Quinto Regimiento Alpino y algunas condecoraciones al valor. En 1922 formó parte de la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini. En 1924 fundó el periódico romano La Conquista dello Stato (La Conquista del Estado), título que inspiraría a Ramiro Ledesma Ramos el de su semanario La conquista del Estado. Como miembro del Partido Nacional Fascista fundó varios periódicos, dirigió dos de ellos, colaboró en otros a través de sus artículos y ensayos, y escribió numerosos libros desde comienzos de los años 20.

En 1926 fundó junto a Massimo Bontempelli (1878–1960) la publicación trimestral 900. Más tarde se convirtió en coeditor de Fiera Letteraria (1928–1931) y uno de los editores de La Stampa en Turín. Su novela de guerra confesional La rivolta dei santi (La revuelta de los santos, 1921) criticó la Roma corrupta como al verdadero enemigo. En Técnica del colpo di Stato (Técnica del golpe de Estado, 1931) Malaparte atacaba a Adolf Hitler y Mussolini, lo que le llevó a que fuera expulsado del Partido Nacional Fascista y enviado al exilio interno en la isla de Lipari desde 1933 hasta 1938, año en que fue liberado por la intervención personal del yerno y, por entonces, potencial heredero de Mussolini: Galeazzo Ciano. El régimen de Mussolini arrestó a Malaparte de nuevo en 1938, 1939, 1941 y 1943, encarcelándole en la prisión romana de Regina Coeli.

Su notable conocimiento de Europa y de sus dirigentes políticos es resultado de su experiencia como corresponsal y como parte del cuerpo diplomático italiano. En 1941 fue enviado a cubrir la guerra en Rusia como corresponsal para el Corriere della Sera. Los artículos que envió desde el frente ucraniano, muchos de los cuales fueron suprimidos, fueron recopilados en 1943 y publicados bajo el título Il Volga nasce in Europa (El Volga nace en Europa). Esta experiencia le proporcionó la base para sus dos libros más famosos, Kaputt (1944) y La pelle (La piel, 1949).

Como para una nota editorial, en Kaputt, su descripción novelada de la guerra, subrepticiamente escrita, presenta el conflicto desde la perspectiva de aquellos que estaban condenados a perderla. La descripción de Malaparte queda marcada por sus reflexiones líricas, como cuando encuentra un destacamento de soldados huyendo de un campo de batalla ucraniano: "Cuando los alemanes se asustan, cuando ese misterioso miedo alemán comienza a moverse lentamente bajo sus huesos, siempre despiertan especial horror y compasión. Su apariencia es miserable, su crueldad es triste, su coraje silencioso y desesperado".

En La piel, Malaparte extiende el gran fresco de la sociedad europea que comenzó con Kaputt, donde el escenario es la Europa del Este. En este caso es Italia durante los años de 1943 a 1945; en vez de los alemanes, los invasores son en este caso las fuerzas armadas norteamericanas. El libro, que representa la triunfante inocencia norteamericana frente al fondo de la experiencia europea de destrucción y hundimiento moral, fue incorporado en el Index Librorum Prohibitorum (Índice de libros prohibidos).

Desde noviembre de 1943 hasta marzo de 1946 estuvo destinado en el Alto Mando Estadounidense en Italia como agente de enlace italiano. Los artículos de Malaparte han aparecido en muchas publicaciones literarias de prestigio en Francia, el Reino Unido, Italia y los Estados Unidos.

Después de la guerra las tendencias políticas de Malaparte viraron a la izquierda, convirtiéndose en miembro del Partido Comunista Italiano. En 1947 se estableció en París y escribió obras de teatro sin demasiado éxito. Su obra Du Côté de chez Proust está basada en la vida de Marcel Proust y Das Kapital se trataba de un retrato de Karl Marx. "Cristo Proibito" ("Cristo prohibido") se trata de una película escrita y dirigida por Malaparte en 1950, que le reportó un moderado éxito. Ganó el premio especial «Ciudad de Berlín» en el Festival de Cine de Berlín en 1951. En la historia un veterano de guerra vuelve a su pueblo para vengar la muerte de su hermano, asesinado por los alemanes. Se estrenó en Estados Unidos en 1953 como "Strange Deception", y fue elegida como una de las mejores cinco películas extranjeras por el National Board of Review.

También produjo el espectáculo de variedades Sexophone y planeó cruzar los Estados Unidos en bicicleta. Poco antes de su muerte Malaparte completó la preparación de otra película, "Il Compagno P." ("El compañero P."). Después del establecimiento de la República Popular China en 1949 Malaparte se interesó en la versión maoísta del comunismo, pero su viaje a China fue acortado debido a su enfermedad, volando de vuelta a Roma. Io in Russia e in Cina (Yo en Rusia y en China), su diario de los acontecimientos, fue publicado póstumamente en 1958. El último libro de Malaparte, Maledetti toscani (Malditos toscanos), se trataba de un ataque a la cultura burguesa, apareciendo en 1956. Murió de cáncer.





Narrativa



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Re: MALAPARTE, Curzio

Nota Vie Ene 01, 2016 8:37 pm
Sobre Curzio Malaparte, en Biografías y Vidas, se escribió:(Kurt Suckert; Prato, 1898 - Roma, 1957) Escritor italiano. Su padre era alemán, pero desde su infancia fue separado de su familia y confiado a unos pobres campesinos toscanos, en cuyo hogar se mantenía aún viva la tradición popular del republicanismo garibaldino. Seguía con brillantez los estudios secundarios en Prato cuando el 2 de agosto de 1914 se fugó, pasó la frontera y se alistó en el Ejército francés. Hizo toda la guerra, primero en la Legión extranjera y luego en el 408.º regimiento de infantería. Condecorado por méritos de guerra, en 1918 quedó inútil para el servicio militar por acción de los gases.

Entró luego en la carrera diplomática, asistió a la conferencia de la paz en Versalles y después formó parte de la legación italiana en Polonia. En 1921 regresó a Italia y abandonó la carrera administrativa. Atraído por la figura de Mussolini, entonces todavía muy próximo a sus orígenes socialistas, se adhirió al partido fascista en 1922. Un año antes había publicado su primer libro (La revuelta de los santos malditos) y se hacía llamar Malaparte. Un día Mussolini le preguntó por qué había escogido este nombre funesto, a lo que contestó el escritor: "Napoleón se llamaba Bonaparte y terminó mal, yo me llamo Malaparte y terminaré bien".

Durante algún tiempo fue delegado de las "haces" en el extranjero, pero no tardó en presentar la dimisión. La decisión obedeció tan sólo a un deseo de independencia, ya que Malaparte continuó siendo uno de los intelectuales más brillantes del movimiento acaudillado por el Duce. Director del semanario fascista La Conquista dello Stato, publicaba ensayos de títulos virulentos: Las bodas de los eunucos (1922), Italia contra Europa (1923), La Italia bárbara (1925), en los que exponía un nietzcheísmo político basado esencialmente en la antítesis entre la plebe italiana "que no quiere sufrir", y el héroe-superhombre (evidentemente Mussolini) que debía convertirse forzosamente en un tirano si quería llevar al país al desempeño de un gran papel histórico.

Con todo, en ese tiempo, Malaparte ya se permitía pequeñas rebeldías cada vez más frecuentes con respecto a la disciplina del partido y del mismo Duce. Administrador de las célebres ediciones de la Voce, a menudo entraba en conflicto con los dirigentes fascistas. Pero a raíz del pacto de Letrán, en 1929, atacó directamente a Mussolini en un breve libelo aparecido en una revista genovesa bajo el significativo título de Don Camaleón. Las autoridades prohibieron su publicación en volumen y Mussolini decidió alejar a Malaparte de Roma y confiarle la dirección del gran diario turinés La Stampa.

Después de un largo viaje por Europa, África y Asia, nuestro autor abandonó ruidosamente el partido fascista en enero de 1931. Refugiado en París, publicó allí en francés dos obras capitales: Técnica del golpe de estado (1931) y Le Bonhomme Lénine (1932), que le valieron por fin la vasta notoriedad que no había podido alcanzar con su novela Aventure d'un capitano di sventura ni con su libro de poemas, también autobiográfico, L'Archiitaliano, cantate di Malaparte.

Establecido en Londres, Malaparte iniciaba allí su carrera de corresponsal político cuando Mussolini, en 1933, le ordenó que regresara a Italia. Malaparte obedeció, por bravata, pero fue detenido al apearse del tren "por manifestaciones antifascistas en el extranjero". (Sus dos libros Técnica del golpe de estado y Le Bonhomme Lénine estaban prohibidos en Italia y Alemania). Tras un encarcelamiento de algunos meses, el escritor fue condenado a cinco años de confinamiento en las islas Lipari. Allí escribió Fughe in prigione (1936) y Sangue (1937).

Cumplida la condena, pudo establecerse en Roma, pero quedó bajo la vigilancia de la policía y aun fue detenido durante la visita de Hitler a Roma en 1938. Con todo, en 1939 fundaba Malaparte la revista de oposición Prospettive, en la que publicó textos de antifascistas notorios como Moravia y, durante la guerra, poemas de Éluard e inclusive artículos de escritores judíos. Parecía, no obstante, que Mussolini trataba a su antiguo discípulo con cierta benevolencia, por cuanto en 1940, a raíz de la entrada de Italia en la guerra, Malaparte, que acababa de publicar su novela Donna come me, recibió el nombramiento de corresponsal de guerra y fue agregado a un regimiento de tropas alpinas.

Pero, dando una nueva prueba de su incurable espíritu de libertad, Malaparte se puso a escribir su novela Il Sole e' cieco, condenación moral de la agresión contra una Francia que se hallaba ya al borde de la derrota. El libro fue confiscado y Malaparte, enviado al servicio armado, hizo la campaña de Grecia a bordo de un avión de bombardeo. En 1941 pudo reintegrarse a sus funciones de corresponsal de guerra y partió, al frente de Rusia con el cuerpo italiano del general Messe. Pero sus artículos desfavorables a Alemania originaron su expulsión del frente ucraniano a fines de 1941.

Su estancia en la Europa del Este ocupada por los alemanes y sus sorprendentes encuentros con jefes nazis como Frank, gobernador-títere de Polonia, e incluso con Himmler, le suministraron la materia del más conocido de sus libros, Kaputt, que fue publicado en 1944, en Nápoles, ocupado ya por los norteamericanos, y rápidamente traducido a todas las lenguas.

Después de pasar el año 1942-43 en el frente de Finlandia, Malaparte se refugió en Suecia y, a la caída de Mussolini, pasó a la parte de Italia controlada por los aliados y luchó hasta la paz con los resistentes de la División Potente. Asqueado por el espectáculo de la Italia de la inmediata postguerra (La Pelle, 1949), Malaparte decidió en 1945 instalarse en París e incluso pensó en escribir solamente en francés. En francés estrenó con poco éxito dos obras de teatro: Du coté de chez Proust (1948) y Das Kapital (1949). Vuelto a Italia, vivió en su casa de Capri, donde realizó algunas apreciables tentativas cinematográficas.

En 1956 hizo un gran viaje a China y afirmó sus simpatías por el régimen comunista. Pero en 1957, poco después de la aparición de su último libro, Maledetti Toscani, sufrió unos ataques pulmonares y cardíacos, secuela de sus heridas de guerra. Llevado a Roma en avión, empezó entonces una patética lucha de cuatro meses contra la muerte, que afrontó con gran valor y plena conciencia, hasta el punto de registrar en una cinta magnetofónica sus impresiones de agonizante. Días antes de su muerte, Malaparte, que era protestante y había visto su libro La Pelle incluido en el índice en 1949, se convirtió al catolicismo.

Aun cuando es difícil emitir ahora un juicio sobre Malaparte, no parece aventurado afirmar que ha sido uno de los más vigorosos temperamentos literarios de nuestra época. A pesar de las exageraciones voluntarias que contienen, libros como Kaputt y La Pelle quedarán probablemente como testimonios decisivos de la tragedia de los años 1939-45. Se le ha reprochado con razón el cinismo de que hace gala, pero es posible que este cinismo no haya sido para Malaparte más que la máscara tras la que se ocultaba su lúcida desesperación ante la decadencia europea.

Re: MALAPARTE, Curzio

Nota Vie Ene 01, 2016 9:17 pm
fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contr ... 10-26.html



El camaleón



Juan Forn

Página/12 // 26 de octubre de 2012




Imaginen el avance incontenible de las tropas nazis en el frente oriental. Han llegado hasta Finlandia. Con ellas marcha un oficial fascista italiano, que cubre la guerra para el Corriere della Sera. Su nombre es Curzio Malaparte. Mussolini mantiene con él una relación de amor-odio; le inventó esa misión para sacárselo de encima. El frente está a sólo dos horas de distancia, pero Malaparte está cenando en un palacio de Helsinki, entre duques y baronesas. El anfitrión es el conde de Foxá, embajador franquista en Finlandia. Los vinos españoles dan al salmón y a la lengua de reno ahumada “un delicado sabor a sol”. Todos los comensales escuchan a Malaparte, que está contando lo que ha visto en el frente un par de días antes, cuando las fuerzas alemanas y finlandesas hicieron retroceder a la caballería rusa hasta las orillas del Ládoga, incendiando un bosque para cortarles la retirada. Caballos y jinetes tratan enloquecidamente de cruzar a la otra orilla, los finlandeses les dicen a los alemanes que no gasten balas y esperen. Con la caída de la noche la temperatura baja de golpe, el agua se congela, los sonidos se apagan. Al alba, el Ládoga es una enorme lápida de mármol blanco en la que sobresalen cabezas de caballos, congelados en rictus agónicos. Los finlandeses invitan a los alemanes a sentarse sobre esas cabezas, a beber té humeante y contemplar el paisaje, ignorando los cadáveres de rusos congelados que se alcanzan a ver bajo la capa de hielo.

Meses después, cuando el Duce ha caído y las tropas aliadas avanzan hacia Nápoles, Malaparte logra llegar de incógnito a su casa en Capri y se cruza caminando por el bosque con su vecino Axel Munthe, que había hecho célebre su amor por las aves en su best seller La historia de San Michele. Munthe le pregunta preocupado si es cierto que los nazis matan a los pájaros. El mundo no tendría sentido sin el canto de las aves, dice. Malaparte le contesta que, cuando seguía a las tropas alemanas por Ucrania, cruzaban un bosque en medio de la niebla y se oía un lamento horrible que se fue acallando de a poco hasta que desembocó en el más escalofriante silencio. Entonces se alzó la niebla y Malaparte comprendió qué había sido aquel sonido: judíos clavados vivos a los árboles que rogaban a los que pasaban a sus pies que les acortaran su suplicio con un misericordioso balazo. El espeluznado doctor Munthe quiere retirarse, pero Malaparte no ha terminado: agrega que sólo oyó ese silencio otra vez en su vida, el día anterior en el puerto de Nápoles, mientras buscaba quién lo cruzara a Capri. En un sótano descubrió una perrera clandestina. Rebalsaba de perros enloquecidos pero, inexplicablemente, no ladraban: les habían cortado la lengua al capturarlos para poder hacer acopio de mercadería sin llamar la atención, y luego ir matándolos y vendiendo la carne a precio de oro en el mercado negro.

Malaparte escribió así sobre la guerra cuando la guerra aún no había terminado. Estas dos escenas pertenecen a Kaputt, un libro que publicó en 1944, cuando ya se había reformulado camaleónicamente como oficial de enlace para los norteamericanos. Un año después de la guerra se hizo comunista, primero pro soviético y luego maoísta. Escribió un libro al respecto. Se llama Yo en Rusia y en China. Las malas lenguas dicen que Malaparte era tan egocéntrico que en toda boda quería ser la novia y en todo funeral el muerto. De hecho, antes de la guerra había publicado en el diario La Stampa de los Agnelli una serie de fantasías autobiográficas tituladas “Una mujer como yo”, “Un perro como yo”, “Una tierra como yo” y “Un santo como yo”, y su casa casi sin ventanas en Capri, construida en la cima de un acantilado y pintada de color sangre de toro, con una enorme terraza donde hacía su gimnasia ritual contemplado desde las colinas por mujeres enamoradas de él, se llamaba “Casa come me” porque era “triste, dura y severa” como había sido su exilio (harto de él, Mussolini lo había hecho encerrar en la prisión romana de Regina Coeli; el conde Ciano, yerno del Duce, logró interceder para que la pena fuera conmutada por un exilio de cinco años en Lipari; Malaparte cumplió sólo uno, luego vino la guerra y logró que lo enviaran adonde había acción).

Todos los libros de Malaparte tienen el mismo mecanismo: él en palacios, galas y banquetes, o en caminatas a solas con algún ilustre personaje, oropeles por doquier, y él relatando episodios escalofriantes en el barro de las trincheras, en los bajos fondos de la miseria humana. Siempre es él hablando y siempre hay ilustres que lo escuchan pero, cuando cuenta lo que vio, Malaparte se olvida de sí mismo y su prosa es alucinatoria. Que nunca supo callarse es obvio, para bien y para mal. Es casi risible cómo se amaba a sí mismo (“No me perdonan que sea veinte centímetros más alto que la mayoría de los escritores italianos”), pero también es cierto que, en 1932, en un librito que publicó en París porque en Italia no podía (Técnica del golpe de Estado), dijo que Hitler era la mujer que Alemania merecía, así como en su novela La piel (que el Vaticano incluyó en su Index de libros prohibidos) escribió que para los italianos fue una vergüenza ganar la guerra. “Usted no puede ni imaginarse de qué es capaz un hombre con tal de salvar la piel, esta piel asquerosa. Antes se soportaba el hambre, la tortura, los martirios más terribles, se mataba y se moría, se sufría y se hacía sufrir, para salvar el alma. Hoy hacemos lo mismo, pero ya no para salvar el alma, sino para salvar la piel”. Podría jurar que Lina Wertmüller sacó de ahí aquella famosa escena en que Pasqualino, el esmirriado Giancarlo Giannini, acepta hacerle un cunnilingus a la horrorosa kapo del campo de concentración y ella le dice, mientras se deja lamer: “Ustedes van a terminar ganando la guerra, porque son capaces de todo”.

“Me pasé la vida tratando de ser italiano como el resto de los italianos, pero creo que nunca lo logré”, dijo Malaparte en su lecho de muerte. En una visita a Pekín se había pescado “una pequeña fiebre china” que resultó ser un fulminante cáncer de pulmón. Cuando se internó en la clínica Sanatrix de Roma pidió la habitación 32 porque era la que estaba más cerca del montacargas que iba a la morgue, pero lo primero que hacía cada mañana era leer, en las páginas de sociales de los diarios, la lista de ilustres que había ido a visitarlo la jornada anterior. En aquella clínica aceptó, con alta cobertura mediática, el carnet del Partido Comunista, pero los medios no se privaron de anunciar el día después de su muerte que, a último momento, entre aullidos y lágrimas, había roto el carnet en pedazos y se había convertido al catolicismo. Los curas ya saboreaban el botín: la invalorable casa de Malaparte en Capri. Pero cuando las enfermeras de la clínica limpiaron el cuarto encontraron bajo el colchón el carnet del PC intacto, junto con un testamento donde el finado legaba su casa, como residencia de verano, a la Asociación de Jóvenes Artistas de la República Popular China.

Re: MALAPARTE, Curzio

Nota Vie Ene 01, 2016 9:26 pm
fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/05/opinion/a06a1cul



El camaleón de Curzio Malaparte



Javier Aranda Luna

La Jornada // 5 de agosto de 2015




No hay preceptiva literaria que garantice la perdurabilidad de un texto. La única medida para que una obra subsista es que parezca hecha para el presente y no se deslave con el paso de los días. No importa que sea para el presente nebuloso por la revolución que conoció como pocos Martín Luis Guzmán o para el presente que terminará de ser al concluir estas líneas.

En 1928 empezó a publicarse por entregas una novela que desternilló a los lectores italianos por su prosa delirante. También logró enfurecer al mismísimo Benito Mussolini. Y no era para menos: las escenas y razones o sinrazones de la vida política aparecían en Don Camaleón, de Curzio Malaparte, con una crudeza y sarcasmo que provocaban la carcajada pero también hacían reflexionar.

Malaparte era un viejo conocido del dictador que inicialmente había luchado por su causa y que con el tiempo se convirtió en uno de sus críticos más consistentes y constantes.

La crítica a Mussolini se ha convertido en nuestros días en una crítica relativamente fácil, en un lugar común del pensamiento liberal. Qué bueno que exista: cada vez tenemos una mejor visión de lo que fue la crueldad del fascismo italiano y esa información mantiene viva nuestra memoria para evitar horrores semejantes.

Recientemente Umberto Eco nos presentó unas instantáneas de esa Italia y de sus nexos con el presente en su novela Número cero. Sin afán pedagógico alguno nos mostró esas prácticas y formas de hacer política que no hemos podido erradicar o por lo menos controlar en los países democráticos.

El que Curzio Malaparte hubiera hecho la crítica a Mussolini cuando el dictador era el hombre fuerte no fue un asunto menor: permitió mantener viva la memoria sobre los usos y costumbres "para hacer política" en el momento en que la política se convirtió en los deseos de un solo hombre.

A más de ocho décadas de haberse publicado, Don Camaleón no se ha convertido en una novela exótica cuyo valor es meramente testimonial. Es una sátira corrosiva cuya construcción literaria la convirtió en un relato indeleble.

Aunque el más famoso fascista italiano es el eje de la novela, existe un personaje como la hidra que con su mirada nos petrifica: un monstruo de mil cabezas que gusta de los títulos y las academias, el derecho de picaporte, y cuyo cuello es tan largo que siempre aspira a susurrar al oído del poderoso, a convertirse en el Rasputín del príncipe o por lo menos en el cortesano que compromete su fidelidad y sus genuflexiones hasta el último cheque del poderoso. Uno y otros son los responsables de la realidad de la Italia del Duce.

Curzio Malaparte nos dice que esos aduladores profesionales, zalameros de pasillo, nadan siempre entre dos aguas, "la de la lealtad y la de la traición". Para ellos, por ejemplo, no es importante contar con una fe sólida si se es lo suficientemente reaccionario. Tampoco si el liberalismo que enarbolan roza por momentos con los totalitarismos de izquierda o de derecha. Tan amplio es su espectro que todo cabe en esa viña.

La hipocresía de esos políticos e intelectuales es su bandera, nos dice Malaparte: "siempre se sorprenden e indignan de las virtudes y los defectos propios si los ven en los demás". Estos intelectuales, estos cagots, son expertos en los cambios de viento político, "a veces dicen cosas arriesgadas, pero de tal manera que agraden al que manda". Ahora estos Tartufos, escribió Malaparte en una nota de 1953, "tienen a los escritores libres por los peores y más peligrosos enemigos no de la tiranía, sino de la libertad". No dudo que si Curzio Malaparte viviera sostendría palabras similares para la Italia de hoy o de un país como el nuestro. Políticos y cortesanos siguen siendo menos confiables que un camaleón y su piel cambiante.

Pero insisto: el mérito de Don Camaleón no se reduce al valor que tuvo Malaparte al sostener sus dichos en la plaza pública, sino a la consistencia de su prosa. Su crítica corrosiva, su sátira incansable sólo son ingredientes de una prosa que fluye de manera asombrosa para contarnos una historia absurda en la que un camaleón se convierte en el alter ego del dictador italiano. Prosa que da lógica al absurdo y se convierte por momentos, por muchos momentos, en un espejo de tinta por el que podemos mirar nuestro presente.

Re: MALAPARTE, Curzio

Nota Vie Ene 01, 2016 9:43 pm
fuente: http://www.eldiario.es/interferencias/C ... 15274.html



La revolución como problema técnico: de Curzio Malaparte al Comité Invisible


Portada



Amador Fernández-Savater

El Diario.es // 31 de octubre de 2015



    Este texto retoma y prolonga algunas notas sobre la naturaleza “logística” del poder escritas por primera vez en una “reseña” del último libro del Comité Invisible. En su forma actual, el texto fue publicado por primera vez en el número 371 (mayo, 2015) de Arquitectura, la revista oficial del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (Madrid: ea! Ediciones de arquitectura).

    Gracias a los amigos por los comentarios útiles para la escritura del texto: Carolina, Pepe, Álvaro, Marc, Diego y Ema (en recuerdo de nuestro frustrado intento por entrar en la casamata de Malaparte).


No un teatro, sino una estructura

El escritor Curzio Malaparte es una referencia en el mundo de la arquitectura por la casa que él mismo diseñó (con Adalberto Libera) y construyó en Capri. Una especie de búnker de color rojizo empotrado en una esquina rocosa de la isla napolitana, la Punta Masullo. Casa Matta la llamaban, no en el sentido literal de Casa Loca, sino por su parecido con los refugios militares que Malaparte había conocido directamente durante su participación en la Primera Guerra Mundial. Casamatas son los puntos de avanzada donde se instalan piezas de artillería que martillean las posiciones enemigas con fuego de flanqueo. Quizá por esa resonancia, a pesar de la belleza excepcional del emplazamiento, Malaparte aseguraba vivir en una “casa triste, dura y severa”. Como él mismo.

Al menos también en otro sentido, podemos considerar que Malaparte habitaba efectivamente en una posición de vanguardia. Nos referimos a su teoría sobre el poder, desarrollada en un libro célebre durante la primera mitad del siglo XX y hoy medio olvidado: Técnica del golpe de Estado. Un libro de espíritu maquiaveliano en el cual Malaparte se propuso divulgar neutralmente, tanto a revolucionarios como a conservadores, los saberes necesarios para ocupar (o defender) el poder del Estado. A partir de algunos ejemplos concretos, como la revolución rusa o la marcha sobre Roma de Mussolini, Malaparte despliega una idea a la vez sencilla y deslumbrante: el poder es logístico y reside en las infraestructuras. No es de naturaleza representativa y personal, sino arquitectónica e impersonal. No es un teatro, sino una estructura de acero, un edificio de ladrillo, un canal, un puente, una central eléctrica. Conquistar el poder pasa, pues, por adueñarse, no tanto de la organización política y burocrática de la sociedad, como de su organización técnica.

El ejemplo más claro -y también más importante, en tanto que precursor del resto- es la particular historia malapartiana de la revolución rusa. En el corazón de este capítulo hay una discusión: entre Lenin y Trotsky, entre el comité central del partido bolchevique y la jefatura del Comité Militar Revolucionario. Para Lenin y el partido bolchevique, el proceso revolucionario consiste en suscitar y organizar un levantamiento general de las masas proletarias que desemboque en el asalto al Palacio de Invierno. Para Trotsky y el Comité Militar Revolucionario, la cuestión es de orden muy distinto. La revolución no pasa por combatir a pecho descubierto al gobierno y sus ametralladoras, ni por tomar palacios o ministerios, sino por apoderarse silenciosa y abruptamente de los órganos materiales de la máquina estatal: las centrales eléctricas y telefónicas, las estaciones de ferrocarril, los puentes, los puertos, los gasómetros, los acueductos, etc. “Lenin es el estratega, el ideólogo, el animador, el deux ex machina de la revolución; pero el creador de la técnica del golpe de Estado bolchevique es Trotsky”.

El problema de la insurrección es de orden técnico. No se necesita la participación masiva y heroica de miles de proletarios embravecidos, sino formar e instruir a una tropa de asalto de obreros, soldados y marineros especializados: mecánicos, electricistas, telegrafistas, radiotelegrafistas, etc. “Una pequeña tropa, fría y violenta, de mil técnicos”, dice Malaparte. A las órdenes de un ingeniero-jefe con un plan científico de la revolución: el mismo Trotsky. El revolucionario judío no se fía del ímpetu popular, no confía en la participación de las masas. Cree y apuesta a que se puede conquistar el Estado con un puñado de hombres: es cuestión de método, de técnica y de táctica, no de circunstancias. “La revolución no es un arte, sino una máquina; sólo técnicos pueden ponerla en marcha y sólo otros técnicos pueden detenerla”, afirma.

Según la historia (¿o la fábula?) de Malaparte, los mil técnicos de Trotsky se ejercitaron durante meses en “maniobras invisibles”: infiltrándose por todos lados, lograron documentar y mapear la distribución y localización de los despachos, de las instalaciones de luz eléctrica y teléfono, de los depósitos de carbón y de trigo, de las estaciones de ferrocarril y los puentes, etc. Llegado el momento, burlaron la vigilancia policial de los “junkers” de Kerenski (más atentos a un posible levantamiento masivo y popular que al deslizamiento de pequeños grupos) y tomaron todas las infraestructuras del Estado. “Operar con poca gente en un terreno limitado, concentrar los esfuerzos sobre los objetivos principales, golpear directa y duramente, sin ruido. Una ofensiva simultánea, repentina y rápida, apenas dos o tres días de lucha”.

El asalto final al Palacio de Invierno fue espectacular y pasó a la historia, pero en realidad fue simplemente la manera de comunicar al mundo que el poder ya había cambiado de bando, haciendo caer a la vista de todos una cáscara vacía. Así se entiende la conocida sentencia de Trotsky: la insurrección es “el puñetazo a un paralítico”.


Las técnicas son mundos

Los movimientos políticos de los últimos años, conocidos como “movimientos de las plazas”, son aparentemente más “leninistas” que “trotskistas”, hablando en un sentido malapartiano. Los tunecinos que detonaron la primavera árabe ocuparon la Kasbah, los griegos plantaron sus tiendas de campaña frente al Parlamento en la plaza Syntagma, los portugueses intentaron entrar por la fuerza en la Asamblea de la República, en España rodeamos el Parlament catalán en junio de 2011 y el Congreso el 25S de 2012... Rodear, asaltar, ocupar los parlamentos: los lugares de poder institucional han hechizado la atención y el deseo de los movimientos de las plazas (y, tal vez por eso, los dispositivos electorales-institucionales son ahora la continuación). Pero, ¿se halla el poder realmente ahí dentro, en el interior de esos edificios?

Un grupo anónimo retoma por su cuenta las preocupaciones de Malaparte y abre una alternativa para el pensamiento y la acción. Se llama Comité Invisible y su primer libro, La insurrección que viene, editado en 2007, fue un paradójico best-seller subversivo, traducido a varias lenguas. Ahora, el Comité Invisible publica un segundo libro titulado A nuestros amigos, escrito a muchas manos entre una constelación de colectivos y personas implicadas activamente en experiencias de lucha y autoorganización. Se trata de un texto que replantea abiertamente la cuestión revolucionaria, es decir, el problema de la transformación radical (de raíz) de lo existente, pero decididamente por fuera de los esquemas del comunismo autoritario que condujeron a los desastres del siglo XX.

En el capítulo dedicado a analizar la naturaleza del poder contemporáneo, el Comité Invisible afirma que el gobierno ya no reside en el gobierno (y que, por tanto, de poco vale sustituir a uno por otro), sino que está más bien incorporado en los objetos que pueblan y en las infraestructuras que organizan nuestra vida cotidiana (y de las que dependemos completamente: pensemos en el agua, el gas, la electricidad, el teléfono, Internet, etc.). Toda Constitución (y, por tanto, todo proceso constituyente) es papel mojado, porque la verdadera Constitución es técnica, física, material. Los “padres” de la Constitución real (y no formal) no son profesores, políticos o juristas, sino quienes diseñan, construyen, controlan y gestionan la infraestructura técnica de la vida, las condiciones materiales de existencia. Por tanto, se trata de un poder silencioso, sin discurso, sin explicaciones, sin representantes y sin tertulias en la tele; y al cual es del todo inútil oponerle una contrahegemonía discursiva.

Ignorar al poder político, centrarse en las infraestructuras: aquí terminan las resonancias con el particular Trotsky de Malaparte. Porque para el Comité Invisible no se trata de “adueñarse” de la organización técnica de la sociedad, como si ésta fuese neutra o buena en sí misma y bastase simplemente con ponerla al servicio de otros objetivos. De hecho, precisamente ese fue el error catastrófico de la revolución rusa: distinguir los medios y los fines, pensar por ejemplo que se podía liberar el trabajo de la explotación y la alienación a través de las mismas cadenas de montaje capitalistas. No, los fines están inscritos en los medios: una cadena de montaje vehicula cierto imaginario del trabajo y la producción, no se puede poner simplemente “al servicio de” otras finalidades. Cada herramienta configura y a la vez encarna cierta concepción de la vida, implica un mundo sensible. Google, una autopista o un supermercado son decisiones de mundo, civilizatorias. No se trata de “apoderarse” de las técnicas existentes, ni de conseguir que funcionen más y mejor, como si el contexto social simplemente “obstaculizase” el despliegue de sus potencialidades, sino de subvertirlas, transformarlas, reapropiárselas, hackearlas.


Un devenir-hacker colectivo

El “hacker” es una figura clave en la propuesta política del Comité Invisible. Lo asociamos exclusivamente con el mundo de las redes digitales o, aún peor, con el “terrorismo informático”, pero no tiene nada que ver. Un hacker es cualquiera que tiene curiosidad por crear algo nuevo o por resolver un problema, un apasionado del saber-hacer, un bricoleur. Podemos pensarlo también por fuera del mundo de los bytes, en un sentido social más amplio, como todo aquel que se pregunta (siempre mediante el hacer) cómo funciona esto, cómo se puede interferir en su funcionamiento, cómo podría funcionar de otro modo. Y se preocupa por compartir sus saberes.

¿Por qué el hacker es una figura tan central en la propuesta política del Comité Invisible? Vivimos rodeados cotidianamente de “cajas negras”: infraestucturas opacas que constriñen nuestros posibilidades y nuestros gestos en un marco preestablecido. Cuando encendemos un electrodoméstico, cuando pagamos la factura del agua o la luz, cuando compramos en un supermercado... El capitalismo no triunfa a diario porque tenga un discurso convincente, sino porque nos tiene atrapados materialmente en sus cajas negras. El espíritu hacker rompe el hechizo de un mundo naturalizado y normalizado, al que nos adaptamos como podemos, revelando los funcionamientos, encontrando fallos, inventando nuevos usos, etc. “El código es la ley” dice una máxima central de la filosofía hacker. Es el código (técnico) y no la ley (política) quien define la realidad: lo posible y lo imposible, las limitaciones y los potenciales, etc. Los hackers tocan el código, es decir, lo que hay detrás de las superficies a la vista; cacharrean y alteran las técnicas para ponerlas a su servicio. Y esto no sólo para ellos, sino para todos.

Pero no se trata de sustituir a los “mil técnicos” de Trotsky por “mil hackers”. Seguiríamos teniendo ahí una casta especializada, un saber separado y, por tanto, un poder autonomizado de la colectividad. Lo que se precisa más bien (y a lo que se parece un proceso revolucionario efectivo) es un devenir-hacker colectivo, de masas, sin ingeniero-jefe. Es decir, la puesta en común de saberes que no son opiniones sobre el mundo, sino posibilidades muy concretas de hacerlo y deshacerlo. Saberes que son poderes. Poder de construir y de interrumpir, poder de crear y de sabotear. Un devenir-hacker colectivo son miles de personas que bloquean en tal punto neurálgico un megaproyecto de infraestructuras que amenaza con devastar un territorio y sus formas de vida. Un devenir-hacker de masas son miles de personas que construyen pequeñas ciudades, capaces de reproducir la vida entera (alimentación, cuidado, estudio, comunicación, sueño, etc.) durante semanas, en el corazón mismo de las grandes.

Esto es lo que ocurrió en mayo de 2011 en la Puerta del Sol y en tantas otras plazas de las ciudades españolas. El engarce de mil saberes-poderes distintos para construir otro mundo dentro de este mundo. La autoorganización de la vida en común, sin centro ni ingeniero-jefe, sino a partir de las necesidades inmediatas que surgían, coordinando descentralizadamente los esfuerzos, pensando mientras se hacía, lo que se hacía y desde lo que se hacía. Politizando todo lo que el paradigma clásico de la política deja en la sombra: la materialidad de la vida, aquello que designamos, desvinculándolo de lo político, como lo “reproductivo”, lo “doméstico”, lo “económico”, la “supervivencia” o la “ vida cotidiana” y que queda siempre fuera del espacio público.

Si el poder es “infraestructural”, se trata entonces de hackear las infraestructuras existentes y/o de construir nuevas, articuladas con otros prácticas vitales y otros mundos en marcha. Una socialización de saberes que no toma necesariamente la forma de un “todos expertos en todo” (algo imposible y no seguramente deseable), sino más bien de alianzas, contaminaciones y conexiones. Las “maniobras invisibles” donde hoy se preparan los procesos revolucionarios son todos los espacios donde se comparten riquezas, medios y saberes, los hacklabs, los centros sociales, las escuelas de conocimientos comunes y de contra-habilidades, los lugares de cacharreo, todos los puntos de cruce entre técnicas y formas de vida disidentes. ¡Menos mítines y más hacklabs!

Desde su puesto de avanzada en Punta Masullo, el vigía sonríe.





Referencias utilizadas:

    Técnica del golpe de Estado, Curzio Malaparte, Editorial Ulises, 1931.

    Malaparte: vidas y leyendas, Maurizio Serra, Tusquets, 2012.

    A nuestros amigos, Pepitas de Calabaza y Sur+ de México.


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