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ERREJÓN, Íñigo

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ERREJÓN, Íñigo

Nota Jue Dic 04, 2014 10:14 am
Íñigo Errejón

Portada
(wikipedia | dialnet | twitter)


Introducción

    [propia] Politólogo de izquierdas español. Fundador e ideólogo de Podemos. Más adelante, de la iniciativa Más País.

En wikipedia se escribió:Íñigo Errejón Galván (Madrid, 14 de diciembre de 1983) es un politólogo y militante español, doctor en Ciencias Políticas y miembro del consejo editorial de la revista de análisis político Viento Sur. Es secretario de Política y Área de Estrategia y Campaña del partido político Podemos, cuyas campañas electorales ha dirigido.


Carrera y doctorado

Estudió Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), donde obtuvo la licenciatura en 2006. Durante su etapa universitaria se vinculó a diversos movimientos de izquierdas con los que participó en las protestas antiglobalización de Génova (julio de 2001, contra la reunión del G8, en las que resultó muerto el activista antiglobalización Carlo Giuliani), Praga (septiembre de 2000, con motivo de la asamblea anual de la junta de gobernadores del FMI y del BM) y Escocia (julio de 2005, contra una nueva reunión del G8), las movilizaciones en contra de la guerra de Iraq o las manifestaciones del 13 de marzo de 2004 frente a las sede de Partido Popular en Madrid tras los atentados del 11-M.

En 2006 fue uno de los fundadores de la asociación estudiantil Contrapoder, un colectivo de izquierdas, anticapitalista e internacionalista que organizó actos de rechazo a la presencia de Rosa Díez en la UCM e invitó a Evo Morales a impartir una conferencia en la Facultad de Ciencias Políticas.

En 2012 obtuvo el doctorado bajo la dirección de Heriberto Cairo Carou con la tesis La lucha por la hegemonía durante el primer gobierno del MAS en Bolivia (2006-2009): un análisis discursivo.


Primeros trabajos

Trabajó en Venezuela como director de la línea de investigación de Identidades Políticas de la Fundación GIS XXI.


Ingreso en Podemos

En 2014 Pablo Iglesias le propuso ser jefe de campaña de Podemos en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014. La campaña fue un éxito, y el nuevo partido obtuvo 1,2 millones de votos.

El propio Errejón se convirtió en uno de los líderes más mediáticos del nuevo partido, participando en tertulias televisivas como La Sexta Noche.

El 15 de noviembre fue elegido como uno de los 11 miembros del Consejo de Coordinación de Podemos, encargándosele la Secretaría Política.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





Artículos



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Re: ERREJÓN, Íñigo

Nota Jue Dic 04, 2014 12:39 pm
Recursos de apoyo

    Populismo, reforma y transición (entrevista realizada por ATTAC TV en febrero de 2012)


    Entrevista con Ernesto Castro (en el despacho de Errejón en el Congreso de los Diputados, 14 de febrero de 2020)

Re: ERREJÓN, Íñigo

Nota Jue Dic 04, 2014 1:10 pm
fuente: https://www.diagonalperiodico.net/astur ... tra.html-0



Entrevista a Íñigo Errejón

“La idea de nación no debería jugar siempre en nuestra contra”



Dani Rozas

Diagonal. Redacción Asturies // 4 de junio de 2013



    Hablamos con el nuevo y joven rostro del pensamiento crítico español sobre las posibilidades de cambio rupturista en el Estado español. Doctor e investigador en Ciencia Política en la Complutense, Íñigo Errejón (1983) es miembro de de la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales, con la cual trabaja en Latinoamérica colaborando con los nuevos gobiernos de la izquierda rupturista. Como colaborador del programa La Tuerka, de Canal33, se está convirtiendo en un referente del pensamiento crítico de izquierdas en el Estado. Diagonal Asturies aprovechó su visita al aniversario del CSOA La Madreña (Uviéu) para hablar con él.


Diagonal: Acabas de volver de Venezuela y has vivido los procesos bolivarianos de cerca. ¿Qué debemos aprender de Latinoamérica?

Íñigo Errejón: El escenario en Europa está tornándose similar al de Latinoamérica en los 90 y debemos fijarnos urgentemente en dos puntos clave de estos procesos rupturistas. En primer lugar, han reubicado el poder político, la capacidad de la gente de hacer cosas. Por otro lado, buscan específicamente un discurso de mayorías. Han entendido que es fundamental articular una mayoría popular destituyente, mejorar la vida colectiva ejerciendo poder político.


D: ¿Cómo ves estos procesos, tanto en Venezuela como en el resto de Latinoamérica, en un hipotético escenario sin Hugo Chávez?

I.E.: Del futuro del proceso venezolano, depende el futuro del resto de Latinoamérica. En esa posibilidad ya se está pensando en toda la región y soy optimista siempre que se superen dos retos en Venezuela: construir chavismo sin Chávez, como la identidad política mayoritaria del país, y con mayor capacidad de fijar la agenda. Por ejemplo, la derecha en Venezuela, para tener unas mínimas aspiraciones electorales, ha tenido que desplazarse sustancialmente hacia la izquierda. Pero también será necesario aumentar la eficiencia de las políticas públicas, la institucionalización y sedimentación de las nuevas relaciones de poder, para que los anhelos populares expresados, además de ser aprobados, sigan transformando la vida cotidiana de la gente.


D: Evo Morales dijo: “del activismo hay que pasar al electoralismo”. ¿Logrará la izquierda militante y luchadora vencer el tabú?

I.E.: No sé si el electoralismo, pero o se da el paso a disputar el poder político realmente existente en los estados o se afronta una situación de escasa capacidad ante la ofensiva de los de arriba. La situación actual es de cambio oligárquico, a la ofensiva, del modelo de estado que salió de la Constitución del 78. Se están demoliendo aquellas instituciones, ciertamente subalternas, pero donde tenía cabida la clase trabajadora y la izquierda del régimen y que generaba confianza y estabilidad en el Estado. En semejante escenario, el tiempo es oro. La izquierda corre peligro de perder gran parte de sus espacios de representación. Se pasaría una larga temporada de empobrecimiento y destrucción de lo social, como ocurrió durante 25 años en Latinoamérica. Es una urgencia no permitir que esta sociedad sea destruida y creo que esos tabúes se están resquebrajando, como han demostrado las Candidaturas de Unitat Popular (CUP) en Catalunya.


D: ¿Es posible un nuevo proceso constituyente en el Estado?

I.E.: En la correlación de fuerzas actual el resultado sería peor que en 1978, aunque simplemente abrir este debate podría romper esta correlación, de hecho lo requiere. Los sectores menos ideologizados no conciben una revolución, pero sí se percibe que no basta con la alternancia. Permitiría redefinir colectivamente las reglas del juego y reivindicar los derechos sociales y civiles básicos, hoy en día quebrados. La segunda gran cuestión es la definición territorial nacional en el Estado español: las izquierdas independentistas deberían entender que por sí solas no van a hacer saltar el candado de la Constitución del 78, es necesario aunar esfuerzos. El enfrentamiento con la derecha española les produce réditos a corto plazo pero a cambio la fortalecen cada vez más. Deberían entender que es necesario un pacto destituyente y constituyente y que en ese debate deben entenderse con izquierdas estatales, más débiles y con marcos nacionales más complejos. Pero también habría que redefinir el marco nacional, reconociendo a cada pueblo el derecho a constituir las instituciones que crean necesarias.


D: ¿Sobre qué bases asentarías ese nuevo modelo de Estado?

I.E.: Corremos el riesgo desde la izquierda de llenar de excesivo contenido un proceso constituyente: a mayor carga de contenidos, menor capacidad de seducción tendrá con sectores muy amplios. La idea aglutinadora para las clases populares debiera ser la actual destrucción oligárquica del anterior pacto social, siguiendo los designios de capitales extranjeros que pretenden el subdesarrollo de España. En un segundo paso y de manera más personal, creo que debe ser una constitución radicalmente democrática, que la democracia no se agote en la participación electoral. Debe asegurar todos los derechos sociales como la renta básica, vivienda, educación, sanidad, agua, energía, deporte, cultura, además debe recuperar las riquezas nacionales y ponerlas al servicio de las necesidades colectivas.


D: Actores políticos de este proceso: ¿ya existen o hay que crearlos?

I.E.: Aún no existen y menos en términos electorales. La dinámica de movilización política contra la crisis abierta por el 15M y después hibridada en múltiples experiencias ha incorporado a mucha gente a la movilización, a otra la ha activado, a otra la hizo aprender… pero no está todo el mundo que debería estar, es necesaria una voluntad popular bastante más amplia para un cambio político. Hace falta que grandes sectores de las capas subalternas dejen de confiar en los grandes partidos e instituciones del régimen. Esta confianza se debe en gran medida al panorama mediático español, que podría denominarse como “mercenarios del optimismo” donde no se refleja el drama real de la calle.


D: ¿Es posible una acción de impago de la deuda dentro del seno de la UE?

I.E.: Esta posibilidad es muy dura, pero no hay otra. La UE y la casta dirigente española quieren, como se dice coloquialmente, un país de camareros, putas y policías. La austeridad nunca será suficiente porque está diseñada para el saqueo, así que es posible que no haya otro camino que no pagar la deuda. La amenaza de no pagar con Syriza provocó pánico, pero lo haría aún más con el Estado español, ya que es difícil imaginarse un euro sin España. Esto es una baza muy importante, pero necesita de un gobierno decidido a plantarse y cuyo mandato sea el de la soberanía popular. Con esto, se puede renegociar y auditar la deuda, para sacar la que es ilegítima. Después, hay que plantearse un marco geopolítico de la Europa mediterránea y de nuevas relaciones con América latina, ya que Mercosur es ya la quinta economía del mundo.


D: ¿Hay una falta de identidad nacional en las izquierdas del Estado?

I.E.: Es un problema central. Aunque hay cierto hueco para el republicanismo, si se asemeja a la II República española tendrá grandes problemas para ser hegemónico y crear una identidad popular. Mucha gente asocia la II República a la guerra civil. Es una derrota para la izquierda, una desgracia, pero el mito de la reconciliación entre hermanos tras la Transición está instalado en el imaginario popular. Ante ello, con problemas no resueltos de su proyecto de país, las izquierdas españolas miraron a Europa como motor de modernización. Buscaban superar la hegemonización de la idea de España por los sectores reaccionarios, que además habían hecho coincidir los intereses nacionales con los de la oligarquía. Que esta casta pueda presentarse como patriota cuando le está entregando el país a pedazos a intereses extranjeros para dejar sin casas a familias españolas solo se explica porque no hay un discurso que pueda contraponerse.

Pero el ciclo de bienestar económico que procedía de Europa se ha cerrado y lo que viene de la UE es subdesarrollo, que nos conduce a Grecia y a América Latina, a Buenos Aires 2001. No queríamos abordar el problema nacional y lo puenteábamos con “lo local y lo global” sin dar importancia a lo nacional y estatal, como si no la tuviera... Especialmente en situaciones de crisis y fragmentación cuando los de abajo construyen un discurso hegemónico y mayorías por medio de la identificación popular, la resignificación de la idea de patria y el hacerla coincidir con los intereses de los más desfavorecidos. Esto no significa ser nacionalista, significa tener un referente nacional, que tenía incluso el anarquismo en la guerra civil. Hay que intentar que la nación no juegue en tu contra, que no pertenezca siempre al enemigo, postulando exitosamente la coincidencia de los intereses de las elites con los generales. De hecho, donde ha convergido la idea de nación con las aspiraciones de las clases populares, las izquierdas rupturistas han conseguido prometedores resultados electorales (Galicia, Euskadi, Catalunya). Hemos de unificar todos los dolores de los sectores populares que están sufriendo y convertirlos en voluntad mayoritaria para el cambio político.





:str: Entrevista completa en youtube

Re: ERREJÓN, Íñigo

Nota Jue Dic 04, 2014 1:27 pm
fuente: https://www.diagonalperiodico.net/astur ... tra.html-0



Entrevista a Íñigo Errejón

“Estamos orgullosos de que la oligarquía española tenga miedo”



Pablo Rivas

Diagonal // 7 de noviembre de 2014



    Íñigo Errejón, una de las caras más visibles de Podemos, analiza la relación de éste con los movimientos sociales y su posible ascenso al poder.


Íñigo Errejón (Madrid, 1983) forma parte del núcleo inicial de Pode­mos, la fuerza política que, según la última encuesta de Metroscopia, desbancaría al PP como la más votada en el Estado español. Inte­grante del círculo del líder del partido, Pablo Iglesias, Errejón fue el responsable de campaña de la agrupación en las últimas eleccio­nes europeas, en las que Podemos obtuvo 1,2 millones de votos y cinco diputados. También fue el ponente de la propuesta organizativa ‘Claro que Podemos’ en la Asamblea Ciudadana Sí Se Puede. Una propuesta que fue aprobada por el 80% de las 112.000 personas que votaron tras el congreso.


Diagonal: Al dirigirse Podemos a una lógica más mayoritaria, que implica ir a por todas y a ganar el gobierno, ¿es previsible que se rebajen ciertas demandas de cara a hacer la propuesta atractiva para una mayoría de electores?

Íñigo Errejón: Creo que hoy en España nos enfrentamos a una situación en la que, frente al colapso del edificio institucional y cultural del 78, tenemos dos alternativas: que la transformación la conduzcan como restauración oligárquica por arriba, o que la conduzcamos en un sentido de apertura democrático-popular o plebeya. Hay cuestiones claramente aceptadas por una amplia mayoría de nuestra sociedad que se sitúan ya en una frontera inasumible para la oligarquía. Eso significa que ésa es la frontera en la que hay que disputar, porque es una que permite la construcción de sentido común de nuestro lado y que permite aislar a las élites. Sobre esos temas hay ya claramente una mayoría popular que es de ruptura. Aunque es verdad que no se expresa ni en los términos ni con una buena parte de los leitmotiv de los activistas. Yo creo que siempre lo sospechamos, que la construcción de un bloque popular iba a ser, como hemos visto en muchos países, pillando a una buena parte del activismo con el pie cambiado.


D: Hay aspectos y demandas de los movimientos sociales que podrían dificultar conseguir un voto mayoritario. ¿Va a prevalecer el llegar a una mayoría o el ser fieles a colectivos que llevan luchando años?

I.E.: Hay temas en los que los ritmos son diferentes. Hay algunos en los que queda un trabajo cultural y pedagógico mucho más profundo por hacer, que es un trabajo más lento, y hay otros que son claramente de ofensiva. Un ejemplo muy claro al hilo del debate estos días: nuestra posición sobre el derecho a decidir. Somos conscientes de que no es una posición en la que juguemos a la ofensiva. Es verdad que la movilización nacional en Catalunya evidencia una fractura del Régimen. Pero también que juega un papel ambivalente, porque en torno a ella pueden recuperar posibilidades de mayoría unas élites que en el resto de los temas están a la defensiva y que, sin embargo, están cómodas hablando de eso. Prefieren hablar de España versus Catalunya en lugar de hablar de España en relación a la cesión de soberanía a la troika.


D: ¿Cómo tendrán cabida los diferentes movimientos sociales en el programa y la política de Podemos?

I.E.: Creo que movimientos sociales son unas palabras que nos embrujan, porque es un nombre muy grande para hablar a veces de colectivos o iniciativas concretas. En Podemos hemos dicho que hace falta construir una herramienta política que permita devolver las instituciones a la mayoría social golpeada, y eso es una batalla político-electoral que creo que va a ser el centro de la disputa política en estos días. Hay que conquistar las instituciones pero hay que construir también una voluntad popular. Es una labor que no puede hacer Podemos solo. Estamos contribuyendo a desbloquear una situación que parecía bloqueada, pero esa pelea a Podemos le queda muy grande.


D: Hay quien plantea que toda la voluntad transformadora se ha volcado en lo electoral y que ahora la calle y los movimientos sociales tienen menos fuerza.

I.E.: Bueno, es una concepción que es heredera de la vieja idea de unir a los movimientos sociales. Podemos no ha hecho eso, no preguntó entre los colectivos si había que lanzar una candidatura, fundamentalmente porque expresó lo más importante del descontento popular. Le hablaba a una parte importante de nuestro pueblo que tenía un descontento inorgánico, no organizado, sin etiquetas. Es verdad que una parte fundamental del primer impulso organizativo viene de gente que había tenido experiencias políticas al hilo del 15M y otras experiencias de movilización. Podemos echó a andar y eso permitió atraer a sectores que hasta ahora no contaban en el haber de los movimientos, sino que estaban más bien del lado de la resignación o del apoyo del orden, del Régimen del 78.


D: ¿Cómo creéis que podrían ayudar a gobernar estos movimientos?

I.E.: Si te soy sincero creo que poco, porque están instalados en una cultura de la resistencia que no les obliga a mancharse con la discusión concreta de cómo se harían las cosas. Eso significa que para que las organizaciones políticas y sociales puedan ser útiles para gobiernos populares de transformación tienen que convertirse en semilleros de ideas y de formación técnico-práctica concreta, es decir, tienen que formar a gente que sea capaz de gestionar en sentido contrario del enemigo y mejor que el enemigo. Está esto de “para cuando se alcance un gobierno vamos a necesitar movimiento sociales que lo apoyen en la calle”. Es complicado, porque muchos de los problemas a los que se va a enfrentar ese gobierno no se dirimen luego con movilizaciones en la calle. Los problemas de tener cuadros para una Administración pública que funcione para los de abajo, de tener expertos que no te digan “esto no se puede hacer”. En las experiencias de los gobiernos populares latinoamericanos hemos visto que en algunas de las problemáticas claro que ayuda tener sociedad civil organizada, pero hay otras en las que no mucho. Si resulta que hay un fondo buitre que quiere poner a tu gobierno de rodillas, una dinámica más alta de movilización social es verdad que te puede sostener, pero no te solventa la guerra de posiciones que tiene que librar el Estado. La ocupación de terreno para ir haciendo poder popular y deshaciendo poder oligárquico requiere dar la pelea en el Estado, en la gestión y en la administración. A menudo le hemos prestado menos atención a ese tipo de formación, y el enemigo no. Necesi­tamos cuadros político-técnicos que aseguren que las posiciones conquistadas no sólo se conquistan, sino que construyen irreversibilidad.


D: ¿Qué techos tiene la propuesta política de Podemos? ¿Hasta dónde puede llegar?

I.E.: Ninguno, la correlación de fuerzas. Nosotros intentamos contenernos y no hacer una carta a los Reyes Magos. La relación es la correlación de fuerzas, qué correlación se puede construir para los de abajo para avanzar en un sentido democrático, entendiendo por democrático una construcción de poder, bienestar y de derechos para la mayoría. En ese sentido, no hay ningún límite prefijado, sólo el que seamos capaces de expandir.


D: ¿Qué obstáculos esperáis encontrar en la carrera por el gobierno?

I.E.: Creo que una buena parte se va a dirimir en torno a dos cuestiones. La primera, la cuestión del miedo. Las élites viejas han perdido aceleradamente su prestigio y su capacidad de seducir, así que les queda la última trinchera, que es la capacidad de asustar. Estamos orgullosos de que la oligarquía española tenga miedo, pero es peligroso que tenga la capacidad de contagiarlo a sectores que han sufrido las políticas de ajuste. Junto con eso hay que ver qué capacidad tienen los sectores tradicionales del Régimen para recomponerlo.


D: Supongamos que Podemos llega al poder. Está la banca, las corporaciones internacionales, las instituciones supranacionales, los medios de comunicación. ¿Qué resistencias esperáis?

I.E.: Tenemos una crisis de régimen pero no una crisis de Estado. Nos vamos a encontrar un Estado que, en lo fundamental, sigue funcionando. No así una buena parte de sus aparatos políticos y de sus consensos. Eso significa que puede ser un poco más difícil llegar, pero si llegas no te encuentras un conjunto de cosas descompuestas, también encuentras algunas instituciones que funcionan en las cuales hay un componente importante de trabajadores y de técnicos con capacidad de girar de rumbo y de acompañar a un gobierno popular. Pero también una buena parte librarán la segunda parte del partido. Y el segundo tiempo es la guerra de posiciones en el Estado, una cuña de signo progresista, popular y democrática en el Estado rodeada de poderes de los que, en su mayor parte, podemos esperar que jueguen al veto o al colapso. No digamos ya los poderes europeos o los poderes financieros internacionales que jueguen a hacer inviable que suceda. ¿Y frente a eso qué respuesta hay? Hay quien podría decir que las transformaciones tienen que ser europeas. Pero mientras son europeas hay que ir librando las batallas. Y, de momento, lo más arriba que se puede conquistar democráticamente es el Estado nación. Vamos a necesitar todas las herramientas de solidaridad internacional, es decir, con gobiernos de signo diferentes que se puedan trazar. Miramos con mucha esperanza la posibilidad de un cambio de gobierno en Grecia, que sería una fuerza inmediata con la que entenderse. Pero es verdad que con lo que nos encontremos tiene un punto de incógnita importante. Sobre todo porque si se produce en el plazo corto –que creo que no se va a producir, no estamos pensando en la hipótesis de un acceso inmediato– es algo muy difícil en un Estado consolidado del norte. El problema de un acceso tan rápido es que te ha permitido armarte menos.


D: Ya sea en un año o en cinco, ¿creéis que los estamentos del Régimen del 78 os dejarán gobernar?

I.E.: Es complicado, pero hay que pensar que la crisis del Régimen no es sólo una consigna, es también la desagregación de sectores que ayer gobernaban juntos y que hoy tienen una dinámica de división de lo que ayer era una lógica orgánica. En cierto sentido, los sectores dirigentes han perdido la capacidad de formar un bloque sólido con una buena parte de los estamentos que conducen los aparatos estatales, y también en algunos puntos de la sociedad civil. Eso abre posibilidades a que algunos de ellos estén disponibles para una política transformadora. Pero no nos hacemos ilusiones. Si eso se produjera, lo cual es muy difícil, se produce un escenario claramente complicado. Hay siempre una sensación de vértigo por la cual si alguien ve que tiene capacidad para llegar al poder, siempre dice “demasiado pronto, no estoy preparado, llego en condiciones muy malas...”. Uno no hereda Suecia.


D: La resolución sobre deuda pública aprobada en vuestra Asamblea Ciudadana ha sido criticada por la Plataforma por la Auditoría Ciu­dadana de la Deuda (PACD) como “descafeinada”. ¿Eso podría pasar en otras áreas de cara a llegar a una amplia mayoría del electorado?

I.E.: No de cara a llegar a una amplia mayoría del electorado, sin la cual las medidas más ambiciosas no sirven para nada. No es por la capacidad de convencer, es por la capacidad de realizarlas de facto. Si tú quieres de verdad hacer una quita de la deuda, como lo digas y lo anuncies antes, lo que tienes es un movimiento de capitales que te lo hace imposible. Sobre la deuda claramente hay que abrir un proceso por el que seamos capaces de reordenar una parte de ella, de auditar, de impagar la ilegítima y de organizar un plan de pagos que permita hacerle frente. Ahora bien, que permita hacerle frente depende de un tú a tú con poderes que son capaces de tumbar un gobierno, como los fondos buitres o el capital financiero.




Catalunya: “Lo que sea, lo deciden ellos”

D: ¿Cuál es la postura de Podemos, ya no frente al derecho a decidir, sino frente a una posible independencia?

I.E.: Si uno se posiciona a favor del derecho a decidir implica el reconocimiento de lo que salga. Nosotros hemos dicho que queremos construir un país con todos, que es inequívocamente plurinacional y cuyo pegamento sea el libre consentimiento. ¿Eso qué significa? Decidir donde haya voluntades nacionales mayoritarias construidas. Si sale que sí, tienen derecho a iniciar un proceso de secesión o construcción de instituciones estatales propias. Ésa no es nuestra hoja de ruta, pero, en todo caso, no puede haber más pegamento que el consentimiento de los catalanes. Lo que sea lo deciden ellos. También hay que decir que un referéndum mayoritario en Catalunya no construye la independencia. A nosotros nos parece que sólo es posible el ejercicio efectivo del derecho a decidir si podemos cambiar la correlación de fuerzas que hoy defiende la Constitución. Sólo si abrimos eso en el marco de un proceso constituyente es posible que el derecho a decidir no sea sólo una consigna.

Re: ERREJÓN, Íñigo

Nota Vie Abr 10, 2015 12:26 pm
fuente: http://lacircular.info/crisis-de-regimen-y-hegemonia



Crisis de régimen y hegemonía



Íñigo Errejón

La Circular // 10 de abril de 2015




Para entender el momento presente, si ha habido alguna suerte de agotamiento de aquella cultura y de aquel relato que mantenía cohesionado un entramado social determinado y un reparto claramente asimétrico de papeles y de recompensas, tenemos que pensar en qué medida la Transición fue un ejercicio de revolución pasiva. No en el sentido de mentira, engaño, manipulación o rendición de unos, sino de inclusión subordinada de los sectores populares al Estado; subordinada, pero inclusión. Los dos términos, al ponerlos juntos, no pretenden neutralizarse, sino matizarse y hablar de un equilibrio, de cómo los más humildes encuentran mayores posibilidades de incidir en el Estado.

El Estado, por tanto, se transforma ─no se hace un simple lavado de cara, no es un engaño─, de tal manera que las gentes del común pueden esperar más del orden existente a cambio de renunciar a una buena parte de los objetivos de los sectores más avanzados, de los sectores más rupturistas. Se trata, al fin y al cabo, de un pacto social que permite pensar: “Yo, como ciudadano, tengo elementos que no me obligan a ser un héroe para intervenir en la política, de tal forma que le pueda dejar una vida mejor a los que vienen detrás de mí”. La producción de derecho en los lugares de trabajo, los convenios colectivos, la oportunidad de votar a partidos parcialmente reformistas y de avance ─seguramente tímido, pero un avance a fin de cuentas─ en la redistribución, así como la posibilidad ─y este es uno de los pegamentos centrales del bloque histórico que se fragua en el 78─ de inclusión de los sectores subalternos al orden.

Un orden que muta su naturaleza, pero que lo hace presidido por unas oligarquías que se remontan al franquismo y que se han mantenido prácticamente intactas a lo largo de la Transición. No se trata de una suma, sino más bien de una nueva articulación llevada a cabo mediante la cooptación de una buena parte de los líderes más destacados en el ámbito cultural, intelectual y político de la época. Y pese a que seguramente hay espacios que permanecen blindados ante dicha mutación, ─tales como el ámbito judicial, algunos sectores de los medios de comunicación, desde luego el poder económico y empresarial─ estamos ante el germen de un verdadero bloque histórico; un reparto de papeles estable que es capaz de durar treinta años, y no solo de durar, sino de borrar sus trazas, de aparecer como una ordenación política natural, la única posible y armoniosa.

Creo que en ese bloque histórico hay dos pegamentos centrales. Uno que considero fundamental es la posibilidad del ascenso social individual, no a través de la conquista de derechos colectivos, sino por medio, fundamentalmente, de una economía en la que el rol del capitalismo inmobiliario juega un papel central y, por tanto, brinda la capacidad de legar bienestar a la siguiente generación a través de la propiedad inmobiliaria. El quiebre de este aglutinante va más allá de lo económico, supone también un quiebre cultural con respecto a las promesas que la generación anterior asumía como válidas, de tal forma que le permitían legar bienestar ─o asumir que lo hacían─ a los que venían detrás.

Quizá se trate de una hipótesis arriesgada, pero algunos de los discursos y de las formas de protesta que más tarde se volverán masivas con el 15-M se empiezan a poner en marcha con el Movimiento por una Vivienda Digna; uno de los principales movimientos que incide en un derecho percibido por todo el mundo como consustancial a la propia idea de ser ciudadano en España. Me refiero no sólo al derecho a una vivienda, sino al derecho a ser propietario de una vivienda como forma concreta de construcción del capitalismo español. Un derecho que, por otra parte, viene recogido en la Constitución ─es verdad que no en los capítulos jurídicamente exigibles, pero está incluido en la Carta Magna─, y que, asumido por todos como inmediatamente legítimo, evidencia la incapacidad de la oligarquía de ofrecer un proyecto de país incluyente.

El otro gran ingrediente que mantiene unido este bloque histórico reside, no tanto en la despolitización ─ningún régimen se despolitiza del todo, la política siempre reemerge por algún cauce aunque no sea de forma explícita, pues el conflicto y el antagonismo siempre estarán latentes─, pero sí en una cierta indiferencia para con determinadas problemáticas sociales, así como en la construcción de diferentes enemigos externos que mantendrían cohesionado al régimen y nos reafirmarían como democracia: “Somos democracia, no tanto por las virtudes que tenemos dentro, sino por los enemigos malos que no son demócratas”. Aquí el rol del conflicto terrorismo/antiterrorismo juega un papel ideológico definitivo en la construcción de esta noción de democracia para un bloque histórico.

Creo que ese bloque histórico está sufriendo una desagregación, una suerte de erosión acelerada, en definitiva, se está desplomando. Uno de los aspectos más importantes que caracterizaría esa ruptura es ver cómo dicha desagregación afecta a las élites. En este sentido, resulta clave la denuncia de la corrupción, pese a que es un fenómeno que algunos de los sectores activistas suelen percibir con desconfianza: “¡Cómo es posible que estemos denunciando el problema de la descomposición moral y de la corrupción cuando el verdadero robo está en la plusvalía!”. En realidad, la corrupción juega un doble papel; por una parte, rompe la solidaridad entre las élites, es decir, rompe la posibilidad de que estas clases privilegiadas actúen como un cuerpo unido y con planes a largo plazo. Por otra, erosiona la idea de que la ley es igual para todos ─una noción central para la convivencia y para la posibilidad de que instituyan orden los que están arriba─ cuestionando máximas, hasta la fecha interiorizadas, del tipo:“¡Es verdad que algunos tienen más dinero que otros, pero a fin de cuentas todos somos ciudadanos!”. Incluso me atrevería a decir que la corrupción atenta contra la propia noción liberal de la ciudadanía, generando una sensación permanente de estafa.

También es muy importante entender que la corrupción, como elemento catalizador en el proceso de descomposición de las élites, impide a la casta llevar a cabo operaciones a largo plazo, pues se vuelven incapaces de recuperar la iniciativa política toda vez que no saben qué será de ellos, o de algunos de sus sectores, dentro de un mes, dentro de cinco meses o dentro de un año. Esta insuficiencia de los sectores hasta ayer dirigentes ─hoy diría, en cambio, con una capacidad de dirección mermada─ a la hora de tomar iniciativas de cara al futuro supone también su inhabilitación como revulsivo frente al descontento existente, ofreciendo un proyecto de renovación de país que, manteniendo su poder central intacto, incluya a una buena parte de los que sienten, de los que sentimos, que es un modelo marcadamente estrecho en el que hay millones de ciudadanos que no caben y que no tienen ni siquiera posibilidad para la democracia efectiva.

Recordemos esa vieja fantasía liberal conservadora que flirteaba con la posibilidad de la existencia de una democracia sin pueblo ─seguramente de ahí viene la histeria desatada en la utilización del término “populismo”─, una democracia de ciudadanos consumidores carentes de voluntad colectiva. Sirva de ejemplo algunos de quienes llamándose progresistas ─y que conste que no tengo ninguna querencia especial por el término─ asocian, desde una lógica fieramente liberal y oligárquica, cualquier ideal de lo universal, cualquier posibilidad de retorno del interés general, al totalitarismo. Cualquier cosa que no sea la fragmentación del ciudadano aislado y del consumidor que hace elecciones entre lo de siempre es ─recordemos esa famosa portada─ “ira ciudadana”, porque para el “individuo racional” cualquier noción de pueblo o de masa es inmediatamente animalesca, irracional e infantil.

Creo que esta situación de desagregación de un bloque histórico, como su influencia en el relato que naturalizaba el reparto de posiciones, tenemos que analizarla bajo la luz de la ofensiva de los de arriba. Es por ello que una buena parte de la reacción popular tiene un signo conservador, pero no en lo ideológico, sino conservador en el sentido de reivindicar unas mínimas condiciones de vida y una reglas que, sean las que sean, garanticen que los de arriba no actúen impunemente.

En el libro Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso, su autor, el profesor Carl Schmitt, comienza por hacerse eco de una pregunta procedente de uno de sus estudiantes: “Si vamos a hablar del poder, aclaremos la primera cuestión: ¿quién tiene el poder?”. Dicho de otro modo, ¿quién tiene la capacidad de hacer iniciativa? y, siguiendo el razonamiento, ¿qué fallos cometieron aquellos que en su día ostentaron el poder que les impidieron canalizar ─institucional y económicamente─ una buena parte de las demandas de sus subalternos y alumbrar, en lo cultural, un proyecto de país?.

Creo que es fundamentalmente la ofensiva oligárquica la que rompe el acuerdo del 78, la que acaba con sus marcos de certeza, y la que, al hacerlo, inaugura una dinámica de “política salvaje”. Una dinámica que, a grandes rasgos, se caracteriza por el colapso cultural de modelo y de proyecto económico, y en la que la división internacional del trabajo en la Unión Europea y el rol que en ella adopta España juegan un papel fundamental.

Llegado este punto, nos topamos ante tres posibles escenarios. En primer lugar, está la opción de quienes apuestan por conducir el ajuste exclusivamente acelerando, dejando que sea una suma del miedo, de la erosión material de las bases para la ciudadanía y de una suerte de régimen liberal electoral postdemocrático ─un régimen en el que hay competición electoral, pero en el que las gentes del común carecen de las herramientas necesarias para marcar el rumbo de la sociedad─ lo que destruya los cimientos de la sociedad anterior y construya una sociedad fundamentalmente dominada por el privilegio y por el miedo de las mayorías.

Otro posible escenario consiste en llevar a cabo una reforma controlada del orden existente. Esta opción cuenta con dos problemas; el primero de ellos es que llega demasiado tarde y es difícil que la casta sea capaz de capitanear un harakiri controlado sin que esto amenace con provocar una descomposición general. El segundo problema fundamental es que no se ve, en un momento de crisis moral subjetiva e incluso de crisis de imaginación de las élites, quiénes son esas figuras emblemáticas que podrían construir la nueva época. Parecería casi un chiste si enumerásemos quiénes son algunos de los dirigentes políticos actuales ─Pedro Sánchez, Rajoy─ que estarían llamados a ser esas grandes figuras que recuperen la ilusión en los de arriba.

La tercera sería la posibilidad ─todavía difícil, pero felizmente posible por primera vez en dos o tres décadas─ de construir una voluntad popular nueva que, en un equilibrio de poderes siempre incierto y, por tanto, siempre sin garantías, dé lugar a una apertura plebeya y constituyente.


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