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CÉSAIRE, Aimé (1913-2008)

Libros, autores, cómics, publicaciones, colecciones...
Aimé Césaire

Portada
(wikipedia)


Introducción

En Wikipedia se escribió:Basse-Pointe, Martinica, 26 de junio de 1913 — Fort-de-France, ibídem, 17 de abril de 2008. Poeta y militante francés. Fue el ideólogo del concepto de la negritud y su obra ha estado marcada por la defensa de sus raíces africanas.


Biografía

Nacido en una familia de seis hijos, su padre era profesor y su madre costurera. Su abuelo había sido el primer profesor negro de Martinica y su abuela, en oposición a muchas de las mujeres de su generación, sabía leer y escribir y enseñó a hacerlo a sus nietos desde muy jóvenes.

Entre 1919 y 1924 Aimé Césaire acude a la escuela primaria en Basse-Pointe en la que trabajaba su padre, y luego consigue una beca para el Liceo Victor Schoelcher en Fort-de-France. En septiembre de 1931 se traslada a París como becario del gobierno francés y pasa a estudiar en uno de los más famosos liceos de París: el Liceo Louis-le-Grand en donde conoce desde el primer día al senegalés, futuro presidente de su país, Léopold Sédar Senghor, con el que entablará una amistad que durará hasta la muerte de Senghor.


El concepto de negritud

En contacto con los jóvenes africanos que se encontraban estudiando en París, Aimé Césaire y su amigo de la Guayana Francesa Léon Gontran Damas, al que ya había conocido en Martinica, van descubriendo una parte desconocida de su identidad, el componente africano, víctimas de la alienación cultural características de las sociedades coloniales de Martinica y Guayana Francesa.

En septiembre de 1934, Césaire funda, junto a otros estudiantes de las Antillas, de Guayana y africanos (entre los que estaban Léon Gontran Damas, el guadalupeño Guy Tirolien y los senegaleses Léopold Sédar Senghor y Birago Diop), el periódico L'étudiant noir ("El estudiante negro"). En las páginas de esta revista aparecerá por primera vez el término "negritud". Este concepto, ideado por Aimé Césaire como reacción a la opresión cultural del sistema colonial francés, tiene como objetivo, por una parte, rechazar el proyecto francés de asimilación cultural y, por otra, fomentar la cultura africana, desprestigiada por el racismo surgido de la ideología colonialista.

Edificado pues en contra de la ideología colonial francesa de la época, el proyecto de la Negritud es más cultural que político. Se trata, más allá de una visión partidista y racial del mundo, de un humanismo activo y concreto, destinado a todos los oprimidos del planeta. En efecto, Césaire declarará: "Soy de la raza de los que son oprimidos".

Tras superar en 1935 las pruebas de acceso a la Escuela Normal Superior, Césaire pasa el verano en Dalmacia, en casa de su amigo Petar Guberina, y allí empezará a escribir el Cahier d'un retour au pays natal (Cuaderno de un retorno al país natal), o, como él mismo declarará, “evocación desde la costa dálmata de mi isla”, que finalizará en 1938. En 1936 lee la traducción de la Historia de la civilización africana de Frobenius. Finaliza sus estudios en la Escuela Normal Superior en 1938 con un trabajo sobre “El tema del Sur en la literatura negro-americana de los Estados Unidos”. Tras casarse en 1937 con una estudiante martiniquesa, Suzanne Roussi, Aimé Césaire, catedrático de letras, vuelve a Martinica en 1939, para ejercer, al igual que su padre, la docencia en el Liceo Schœlcher.


Evolución durante la Segunda Guerra Mundial

La situación en Martinica a finales de la década de 1930 era la de una zona encaminada hacia la total alienación cultural, ya que la élite local prefería siempre cualquier referencia proveniente de la metrópoli colonial, Francia. En temas literarios, las escasas obras martiniquesas de la época suelen estar teñidas de un exotismo biempensante, y adoptan la mirada exterior que se puede encontrar en los libros franceses que hablan de la Martinica. Este duduísmo, que utilizan autores como Mayotte Capécia, ha sido el principal motivo por el que han aumentado los clichés a los que se ve sometida la población de Martinica.

Como reacción a esa situación, el matrimonio Césaire, apoyado por otros intelectuales martiniqueses como René Ménil y Aristide Maugée, funda en 1941 la Revue Tropiques. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos proceden a bloquear la Martinica, debido a la desconfianza que sienten ante los representantes del régimen colaboracionista de Vichy), lo que hace que las condiciones de vida en la isla se deterioren. El régimen instaurado por el Almirante Robert, enviado especial del Gobierno de Vichy es racista y represor. En los pueblos, los representantes electos de color son cesados y sustituidos por representantes de la aristocracia criolla, los békés. En ese contexto, la censura apunta de modo directo contra la revista Tropiques, que sólo irá apareciendo con dificultades hasta 1943.

El conflicto mundial también marca el paso por Martinica del poeta surrealista André Breton (que cuenta sus experiencias en un breve opúsculo, Martinica, encantadora de serpientes). Breton descubre la poesía de Césaire por el Cuaderno de un retorno al país natal y se encuentra con él en 1941. En 1943 redacta el prólogo de la edición bilingüe del Cuaderno..., que se publica en el número 35 de la revista Fontaine que dirige Max-Pol Fouchet y en 1944 el del compendio Las armas milagrosas, que marca la adhesión de Césaire al surrealismo. Apodado "el negro fundamental", influirá en autores como Frantz Fanon, Edouard Glissant (alumnos de Césaire en el liceo Schoelcher), el guadalupeño Daniel Maximin y muchos otros. Su pensamiento y su poesía también marcaron a los intelectuales africanos y afroamericanos en su lucha contra el colonialismo y la desculturización.


Carrera política tras la Segunda Guerra Mundial

En 1945, Aimé Césaire se afilia al Partido Comunista Francés, y a la cabeza de ese partido es elegido alcalde de la capital de la isla, Fort-de-France. También se presenta y sale elegido diputado a la Asamblea Nacional por Martinica, escaño que conservará sin interrupción hasta 1993. Aunque durante mucho tiempo se declaró independentista sus aspiraciones una vez elegido eran más modestas, teniendo en cuenta la situación económica y social de la Martinica, muy deteriorada tras años de bloqueo y tras el desplome de la industria azucarera, y trató de conseguir el estatus de departamento para la Martinica, cosa que se produce en 1946.

Era esta una reivindicación que databa de finales del siglo XIX y que se había consolidado en 1935, en el tricentenario de la unión de la Martinica a Francia que llevó a cabo Belain d'Esnambuc. La postura de Césaire no fue bien entendida entre los muchos movimientos de izquierda martiniqueses, que se eran más favorables a la independencia, e iba a contracorriente de los movimientos de liberación de Indochina, India o el Maghreb. La medida tenía como objetivo, según Césaire, luchar contra la preponderancia béké en la política martiniquesa, contra el clientelismo, la corrupción y el conservadurismo estructural que llevaban aparejados. Según Césaire fue para conseguir un saneamiento, una modernización, y para permitir el desarrollo económico y social de Martinica por lo que adoptó dicha decisión.

En 1947 Césaire crea junto a Alioune Diop la revista Présence africaine. En 1948 aparece la Anthologie de la nouvelle poésie nègre et malgache, con prólogo de Jean-Paul Sartre que consagra el movimiento de la negritud.

Opuesto a las valoraciones que el PCF hizo con respecto a la revolución de Hungría, Aimé Cesaire abandona el PCF en 1956, y funda dos años después el Partido Progresista Martiniqués (PPM), desde el que reivindicará la autonomía de Martinica. Alineado con los "no inscritos" de la Asamblea Nacional entre 1958 y 1978, y en el grupo socialista de 1978 a 1993. Césaire seguirá siendo alcalde de Fort-de-France hasta en 2001. El desarrollo de la capital de Martinica a partir de la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por un masivo éxodo rural, provocado por el declive de la industria azucarera y la explosión demográfica provocada por la mejora de las condiciones sanitarias de la población. La política social llevada a cabo favoreció la creación de una base electoral estable para el PPM. La política cultural de Aimé Césaire se simboliza con la creación del Servicio Municipal de Acción Cultural (SERMAC), a través de talleres de arte popular (baile, artesanía, música) y el prestigioso festival de Fort-de-France.

Aimé Césaire se retiró de la vida política (en especial de la alcaldía de Fort-de-France, dejando el puesto en manos de Serge Letchimy), pero sigue siendo un personaje imprescindible para entender la historia de Martinica. Tras la muerte de su compañero y amigo Senghor, permanece como uno de los últimos fundadores del pensamiento de la negritud.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo



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Mario Espinoza Pino (Fundación de los Comunes), en "Negritud es revuelta: Aimé Césaire hoy", en El Salto, el 10 de noviembre de 2020, escribió:“Mi boca será la boca de las desdichas que no tienen boca; mi voz, la libertad de aquellas que se desploman en el calabozo de la desesperación”. Aimé Césaire (1913 – 2008), pensador, poeta y político martiniqués, escribía estos versos en 1939, al borde de la Segunda Guerra Mundial. Son versos de su primer poemario, Cuaderno de retorno al país natal, cuya fuerza retrata tanto la impronta de su pensamiento como lo convulso de la época que le tocó vivir. Pero Césaire no fue un testigo pasivo de su tiempo. Como intelectual y militante ayudó a forjar una etapa histórica llena de esperanza. Su figura no puede disociarse de los procesos de descolonización de mediados del siglo XX y de la emergencia del Tercer Mundo: una grieta en la política de bloques de la Guerra Fría que buscó su propio horizonte. Una vía hacia la justicia social y la liberación más allá del capitalismo y del socialismo realmente existente.

Una de sus obras más importantes y conocidas, el Discurso sobre el colonialismo (1950), no dejaba de apelar a lo que sucedería en Bandung cinco años después de su publicación: “Precisamos crear una sociedad nueva, con la ayuda de todos nuestros hermanos esclavos, enriquecida por toda la potencia productiva moderna, cálida por toda la fraternidad antigua”. Aquella conferencia alumbrará el Movimiento de Países No Alineados, impulsado por los líderes Gamal Abdel Nasser (Egipto), Jawaharlal Nehru (India) y Sukarno (Indonesia). Un espacio que federaba de forma conjunta las actividades de muchas ex colonias que acababan de lograr la independencia, y entre cuyos objetivos estaba oponerse al racismo, el imperialismo y el neocolonialismo de las potencias occidentales. El movimiento tomará cuerpo en la Conferencia de Belgrado (1961) y alcanzará su zenit a mediados de los 70. Después irá configurándose como un influyente foro internacional, pero ya lejos del impulso utópico con el que lo vio nacer Césaire.

Probablemente el Césaire que más conozcamos sea el de este período: el padre del movimiento de la negritud, el intelectual crítico que puso a Europa frente al espejo de su propia barbarie e hipocresía. “Una civilización que le hace trampas a sus principios es una civilización moribunda” —escribió en su discurso—, mostrando que la Europa imperial y capitalista era un proyecto “moral y espiritualmente indefendible”. Que Hitler hubiese nacido en su seno no era ninguna sorpresa: sólo hacía falta mirar la violencia del colonialismo en África, Asia o América Latina. La solidaridad entre el fascismo y la empresa colonial era profunda.

Hoy aquel manifiesto anticolonial de Césaire sigue siendo más que actual. Especialmente en medio de una pandemia que ha hecho saltar por los aires las costuras del norte y el sur globales, visibilizando de manera cruda la desigualdad y el racismo que sostienen un capitalismo cada vez más decadente y depredador. Y es que las imágenes de la muerte del afroamericano George Floyd, asfixiado en Minneápolis bajo la rodilla de un policía blanco, o los cientos de muertes en el mar Mediterráneo que sacuden las costas españolas, revelan una siniestra continuidad con la realidad colonial que denunciara el pensador martiniqués.

Pero más allá de este Césaire épico y reconocible, hay otro al que no se le ha prestado demasiada atención. Es el hombre que aparece en Negro soy, negro me quedo (La Vorágine, 2020) en conversación con Françoise Vergès, feminista y militante decolonial. Un intelectual y político en la recta final de su vida —todo pasión contenida— que revive el pasado gracias al don de la memoria. En este diálogo con Vergès, mantenido en 2004, traza un itinerario biográfico por toda su vida, por sus etapas de formación, su obra y papel como diputado y alcalde de Fort-de-France. A través de las idas y venidas del intercambio, descubrimos nuevas facetas del trabajo crítico de un pensador netamente contemporáneo e incólume en sus posiciones antirracistas. Ello llevará a Vergès a proponernos una lectura poscolonial de su discurso en el apéndice que cierra el libro.


Quien no me comprenda tampoco comprenderá el rugido del tigre

Salpicado de política, poesía y teatro, el diálogo entre Césaire y Vergès se despliega página tras página como una breve autobiografía. El pensador martiniqués rememora sus primeros pasos en la isla antillana, su formación en el Liceo Schoelcher y su temprano rechazo hacia la cultura pequeñoburguesa local. Aquel entorno, vivido como asfixiante por un joven Césaire, pronto sería abandonado por una promesa de liberación intelectual en Francia. Ya en París, en el Liceo Louis-le-Grand, trabará una duradera amistad con Léopold Sedar Senghor, poeta y futuro presidente de la República de Senegal. “¿Qué somos en este mundo blanco?”, se preguntaban ambos mientras leían a Victor Hugo y Rimbaud junto a la obras de Langston Hughes y Claude McKay. Fue gracias a estos poetas de la Harlem Renaissance que el joven martiniqués comenzó a dar respuestas a sus preguntas iniciales, afirmando junto a ellos su pertenencia a una cultura negra.

Césaire buscará una identidad negra por debajo de las capas de la civilización europea, rompiendo con las jerarquías de reconocimiento cultural establecidas. Había que buscar al negro y preguntarse radicalmente por la identidad y lo específico de una cultura —una cultura marcada por la esclavitud—. Esta posición, que puede ilustrarse con la expresión “Negro soy, negro me quedo”, cuestionaba la doctrina de la asimilación promovida por Francia en relación con los habitantes de sus colonias. Para el intelectual martiniqués, encontrarse a uno mismo era algo previo a mantener cualquier diálogo con la cultura de la metrópoli. Y es que para Césaire, asimilación siempre fue sinónimo de alienación. Algo ya claro en sus textos de 1935, como Negrerías: juventud negra y asimilación: “Servidumbre y asimilación se parecen: son dos formas de pasividad […] Emancipación es, por el contrario, acción y creación. La juventud negra quiere actuar y crear”. La negritud era también dignidad, combate y revuelta.

Militante comunista, Césaire abandonará el Partido Comunista Francés (PCF) en 1956 debido a las posiciones asimilacionistas y nacionalistas del partido. Preocupado por alinearse con la URSS en política exterior, el PCF no sólo relegaba la cuestión colonial a un segundo plano, sino que su papel en la Guerra de Argelia (1954 – 1962) y su apoyo a Guy Mollet, enfrentado al Frente de Liberación Nacional de Argelia, demostraron que estaba preso del imaginario colonial francés. En su conocida Carta a Maurice Thorez (1956), el militante e intelectual reivindica la negritud y denuncia el chovinismo inveterado del partido comunista, que lo llevaba a situar la cuestión colonial como algo subordinado al conflicto entre burgueses y proletarios en la metrópoli. Césaire no abandonará los ideales socialistas, pero asumirá que la liberación de los colonizados y el objetivo de la emancipación universal no podía provenir de un universalismo blanco y eurocéntrico. Por muy de izquierdas que pretendiese ser.

En medio de la conversación, Vergès trata un punto delicado en la vida política del intelectual martiniqués. Una cuestión paradójica: su papel en la ley de “departamentalización” de la Martinica actual. Como diputado, Césaire defendió en 1946 una vía intermedia entre la independencia y la asimilación de Martinica a la República Francesa. Desde un punto de vista pragmático, el político martiniqués pretendía conservar la autonomía del territorio —que tendría representación propia en la República y un modelo de autogobierno— al tiempo que buscaba equiparar los derechos de los martiniqueses a los de los franceses de la metrópoli. Césaire consideró que la independencia era imposible dada la difícil situación económica y social de Martinica, y entendió que era preferible forzar legalmente a la metrópoli a tratarles como ciudadanos europeos. Ese reconocimiento les serviría para obtener ayudas, recursos y presionar por los derechos que les habían sido negados durante la época colonial. Este “pecado” —así lo denomina Vergès— costó a Césaire varias críticas a lo largo de su vida. No sólo por la promesas incumplidas de parte de la República francesa, sino por las tensiones que introdujo esta apuesta en su compromiso militante.


¿Césaire poscolonial?

En uno de los momentos más interesantes del diálogo, Vergès pregunta a Césaire por la revolución haitiana y los procesos de descolonización. También por la soledad del líder de los movimientos de emancipación colonial tras el momento épico de la independencia. Estas cuestiones, abordadas en su biografía de Toussaint Louverture y en la obra teatral del dramaturgo antillano —La tragedia del rey Cristophe y Una temporada en el Congo—, esbozan la difícil situación política de las “poscolonias”. Un momento marcado por la separación cada vez mayor de las élites, los intelectuales y el pueblo, así como por las terribles circunstancias sociales tras el triunfo de la liberación nacional. Cristophe expresa la figura del dirigente que quiere llegar lejos demasiado rápido, revirtiendo la desigualdad de los colonizados a través de una exigencia sobrehumana a los suyos. Cabe recordar, siguiendo a Franz Fanon, la problemática que aquella coyuntura planteaba a los nuevos Estados poscoloniales: o una autarquía regresiva en un contexto de miseria, o una renovada dependencia de las viejas metrópolis a través del mercado, la deuda y los planes de ajuste. De ahí la importancia de las luchas por la reparación y la unidad de los pueblos liberados –una unidad que Césaire expresa como anhelo en la entrevista–.

Vergès insta a desarrollar una relectura de Césaire desde el contexto actual, desde un horizonte poscolonial. Su “apéndice” a la entrevista resulta interesante en muchos sentidos. Para empezar, es una soberbia introducción a la poscolonialidad como teoría, crítica y situación histórica. Lo poscolonial emerge como cuestionamiento de dos promesas: las de la Ilustración y la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) y el nacionalismo tercermundista de los movimientos anticoloniales —con su nuevo humanismo y reparación de la dignidad—. Su crítica se dirige tanto a las formas de exclusión y violencia de la situación colonial, como a las desplegadas en el momento nacional. Ambas temporalidades se entrecruzan y proyectan hacia el presente a través de diversas relaciones de poder —en la República francesa, en los Estados poscoloniales—. En este sentido, la crítica poscolonial lo es también de las nuevas formas de disciplinamiento, racismo y sumisión provocadas por el capitalismo globalizado. Un discurso que toma como eje los sujetos subalternos en las ex colonias y las viejas metrópolis europeas. Y lo hace sin nostalgia por las viejas identidades “puras” de un pasado ancestral, sino más bien afrontando el irreversible mestizaje y la criollización contemporáneos. Un paisaje que lejos de ser armónico, se revela como conflictivo.

Césaire —dirá Vergès— es un autor poscolonial en la medida en que cuestiona el universalismo blanco y visibiliza la violencia que instituyó lo colonial, situando la matriz del colonialismo en Europa. Su mirada permite mostrar los relieves desiguales de las cartografías sociales que atraviesan las viejas metrópolis y las antiguas colonias, descifrando los fracasos de un universalismo formal que perpetúa exclusión, estigmatización, violencia y miseria sobre los cuerpos racializados. Su pensamiento ayuda a desvelar los sistemas de clasificación social actuales, amplificados por el neoliberalismo y por una pandemia que entiende de raza, género y clase. Por otro lado, Vergès sitúa el legado de Césaire frente a la memoria francesa sobre la esclavitud y las propias prácticas coloniales de la República en las Antillas. La historia francesa pasa por encima de la esclavitud, borrando sus huellas y sus efectos. De modo que al final la abolición de la esclavitud (1848) no forma parte de los grandes relatos que constituyen la identidad francesa. Sin embargo, el racismo y las consecuencias de la misma perseveran por debajo del relato oficial. El pensamiento moderno repudiará reconocer al esclavo y al colonizado como figuras propias, pero no dejan de ser “el doble monstruoso del hombre moderno y civilizado, pero su doble al fin y al cabo” —dirá Vergès—.

Al igual que con la esclavitud, el debate sobre la ley sobre la departamentalización de las Antillas (1946) pasó desapercibido en Francia, sólo quedó reflejado de manera parcial por algunos medios. Como señala Vergès, la cuestión planteada en los debates por la departamentalización sigue siendo muy actual: ¿Cómo combinar igualdad y alteridad en un mismo territorio? ¿Cómo integrar ambas dimensiones en una ciudadanía plena para todo el mundo? Es decir ¿puede la República ser diversa? La memoria también es selectiva aquí, incluso a la hora de abordar los procesos de emancipación, iluminando los más épicos (Argelia) frente a otros poco románticos, como la transformación de las Antillas en Distritos y Territorios de Ultramar. El fondo no cuestionado que imposibilita el lazo entre igualdad y alteridad en Europa es la cuestión racial, el racismo y la pervivencia de las jerarquías raciales tras la descolonización —algo que otros autores, como Aníbal Quijano, han denominado como colonialidad del poder—.

Negro soy, negro me quedo nos muestra un Césaire contemporáneo y vivo. Un intelectual honesto, que asume sus decisiones políticas —sus luces y sombras—, invitándonos a recuperar lo mejor de su legado. Françoise Vergès hace una excelente labor proyectando el discurso del martiniqués sobre un presente lleno de incertidumbres, atravesado por un racismo cada vez más crudo. Brilla también su reflexión original sobre las violentas asimetrías de la era poscolonial. Un mundo en el que miles de migrantes son discriminados o mueren en las costas de Europa tras un trayecto inhumano (”Y el África gigantescamente reptando hasta el pie hispánico de Europa, con su desnudez donde la Muerte siega a grandes hozadas”, escribió Césaire en su primer poemario). Resta por llevar a cabo el proyecto que Césaire siempre acarició, el de un humanismo integral, el de un universalismo radicalmente diferente: “Mi concepción de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares”. Un universal que sólo podrá realizarse desde abajo: tejiendo alianzas subalternas, solidaridades diversas que luchen por abolir el racismo y la barbarie que produce el capitalismo racial en que vivimos. Toda una tarea. Pero tal y como están las cosas, parece cuestión de supervivencia.


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