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PALERMO, Giulio

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PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:03 pm
Giulio Palermo

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(página personal | dialnet)


Introducción

En El Viejo Topo se escribió:Giulio Palermo (Roma 1965) es investigador de economía política en la Universidad de Brescia y ha sido experto económico-financiero en el Ministerio de Economía y Finanzas. Se ha ocupado de las relaciones entre ideología y economía, del papel del poder en la teoría económica, de cuestiones de economía marxista y ha intervenido en el debate sobre la planificación socialista. Sus principales publicaciones científicas aparecen en Cambridge Journal of Economics, Capital and Class, History of Economic Ideas, Journal of Economic Issues, Review of Political Economy.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





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Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:07 pm
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Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:09 pm
Toni Negri, en el prefacio a El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales, ed. El Viejo Topo, 2008, escribió:En este libro la crítica marxista de la economía política está actualizada en relación con el análisis clásico en el pensamiento económico. Se trata, por lo tanto, de una investigación desde el interior de la ciencia económica, de un trabajo de demistificación puntual y tenaz de la figura misma de la economía política clásica, de su pretendida neutralidad y de su presunción de presentarse súper partes como una indicación objetiva y necesaria, indiscutible por lo tanto, de los mecanismos de regulación de la economía.

Palermo muestra el contraste de la cultura del mercado demostrando, sobre todo, la inconsistencia de los fundamentos científicos. La presunta racionalidad, eficiencia, deseabilidad y necesariedad del mercado tienen, en efecto, un contenido ideológico y parcial que condiciona férreamente el pensamiento científico. Individualismo metodológico e ideología del individualismo si se mezclan en forma inextricable: de aquí el deslizamiento del individualismo hacia el consumismo, la deducción de una moral absoluta en el juego del mercado, la negación de la lucha de clases y la santificación de las “libres” reglas del mercado. No obstante, el juego del mercado, su eficiencia, muestran una serie de límites crecientes, no sólo objetivos, desde el punto de vista del funcionamiento mismo del mercado y de su estructura, pero también subjetivos, del lado de la demanda, en la compleja y nunca resuelto relación entre preferencias individuales y bienes comunes. Es aquí, en estos márgenes subjetivos y objetivos que se define la temática de la lucha contra la explotación, basada en las contradicciones que el sistema capitalista muestra.

El libro de Palermo es una obra, por lo tanto, fuertemente crítica, no sólo de los presupuestos de la economía política clásica, sino también, consecuentemente, de todos aquellos que en la izquierda hacen propios los principios del mercado: es sólo, en efecto, a partir del rechazo de la lógica de los valores de cambio como expresión de racionalidad y eficiencia social que, en un todo de acuerdo con el pensamiento marxista, pueden ser determinados tanto un criterio de racionalidad basado en los valores de uso como su prioridad social democráticamente determinada.

Este es el eje central del libro. El desarrollo linear de la argumentación abre, naturalmente, en su curso, también paréntesis sobre los riesgos de desarrollar la investigación teórica a lo largo de senderos minados que, a pesar de destacarse y criticar el núcleo duro de la teoría clásica, no ponen en discusión los fundamentos. Me parece muy importante, entre otras cosas, las anotaciones desarrolladas a propósito de la teoría radical de Bowles y Gintis, además de aquellas que, de tanto en tanto, Palermo hace sobre el llamado “marxismo analítico”. Otra parte interesante es aquella relativa a las llamadas fallas del mercado y la forma con la cual la teoría clásica busca remediarlas.

Se podría continuar insistiendo sobre otros puntos importantes del análisis. Prefiero insistir todavía una vez más sobre la internalidad de la crítica a su objeto. Es desde el interior que la economía política clásica tiene que ser disuelta. Y el autor muerde, en muchos casos dejando la señal de una crítica que quiere siempre revelar el espíritu de la reconstrucción. En realidad, nos encontramos frente a un libro que también es pedagógico, útil para cada lector: se concluye con un glosario terminológico de la economía clásica, en su desde ya más que centenario desarrollo; esto nos permite clarificar y a la vez demistificar algunos conceptos o estereotipos metodológicos que integran el lenguaje de los economistas.

Igualmente, nos queda por agregar que el carácter fundamental de este libro es político. La realización de los principios democráticos, en un contexto en el que se reconozcan los límites del mercado, es afirmada a través de cuatro condiciones interdependientes: una definición de procedimientos democráticos absolutos; la ampliación del espacio económico regulado a través del instrumento consciente de la planificación; la progresiva afirmación del principio “de cada cual según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”, y la progresiva desmercantilización de nuestra vida. He aquí los elementos que ninguna innovación del marxismo, ningún camino más allá de Marx, pueden quitar del medio. Gracias al autor por habérnoslo recordado.

Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:11 pm
fuente: http://fliegecojonera.blogspot.com.es/2 ... de-un.html



Contra el Dios-Mercado. A propósito de un libro de Giulio Palermo



Portada




Nicolás Alberto González Varela

Mosca Cojonera // 21 de abril de 2009




“La cultura del mercato, con la sua pretesa (e infondata) neutralità,

è oggi l’ostacolo più grande che si incontra quando

si tenti di ragionare apertamente sugli altri mondi possibili”

(Giulio Palermo)




“La cultura del Mercado… es hoy el obstáculo más grande que existe cuando se intenta razonar de forma abierta sobre otros mundos posibles”, esta parte de la conclusión del importante, valiente y esencial libro del economista italiano Giulio Palermo El Mito del Mercado Global. Crítica de las teorías neoliberales, podría ser utilizado como un Hilo de Ariadna en el desmembramiento, disecado y demolición del núcleo duro de la ideología neoliberal, liberista, que domina nuestras mentes y corazones. Un libro que es una caja de herramientas, como diría Foucault. La edición original es de Manifestolibri del año 2004, con el mismo título: Il mito del mercato globale. Critica delle teorie neoliberiste, y ahora tenemos la oportunidad los lectores españoles, gracias al meritorio trabajo editorial de El Viejo Topo, de leer una excelente y cuidada edición (que incluye un léxico para los lectores no especialistas). El mítico Antonio Negri en su mínimo pero sustancial prólogo a la edición italiana, califica a este libro como un lavoro di demistificazione puntuale e tenace della figura stessa dell’economia politica classica, “un trabajo de desmitificación puntual y tenaz de la figura misma de la Economía Política Clásica”. La obra de Palermo es una deconstrucción brutal de la ilusión neoliberal del mercado como deus ex machina, como motor inmóvil, eficiente, racional y moral, como horizonte último y clausura de toda utopía, como falsa objetividad; en suma: el mercado capitalista como fin y clausura de la historia. Esto ya sería suficiente mérito para leerlo de principio a fin, pero sin embargo el trabajo de Palermo tiene otras dimensiones más secretas y creativas que el mero momento destructivo de las Neoconomics. Al mismo tiempo que expone su objeto de crítica, la economía política posmoderna y sus presupuestos, Palermo intenta además rescatar al mismo marxismo de su pérdida de identidad, estancamiento y confusión. Primero al revalorizar la herramienta de la Crítica, la Kritik presente en todas las obras clásicas de Marx como un verdadero programa de investigación científica, desde los trabajos de juventud a El Capital; en segundo término al determinar, en lenguaje llano, la especificidad y el uso político del método dialéctico (intentar leer Das Kapital como texto político); en tercer lugar recuperar el proyecto comunista a través de la dimensión olvidada del valor de uso, verdadero motor del comunismo. Crítica a la ideología neoliberal y, en el mismo acto, retorno a Marx. La revaloración de la crítica es estratégica, no solo para una correcta comprensión hermenéutica sino por sus enormes consecuencias prácticas y organizativas, como queda demostrado a lo largo del libro. La banalización, vulgarización y simplificación de Marx no es más que la otra cara de lo que Palermo llama con justeza terminológica la “izquierda de mercado”, el brazo izquierdo institucionalizado en Europa del dogmatismo neoliberal. Decadencia política y miseria teórica: las dos caras de Jano de las izquierdas europeas. Ya lo decía hace noventa años un tal Ulianov: sin teoría revolucionaria no existe práctica revolucionaria. El libro parte de lo más abstracto a lo más concreto: en una saludable crítica interna al objeto (que muchos marxistas olvidan) Palermo demuele los mismos presupuestos teóricos de la racionalidad del mercado desde dentro; el siguiente paso es demostrar la incompatibilidad entre la democracia (incluso la limitada forma actual) como mecanismo de decisión colectivo con la coerción económica y las asimetrías de poder que produce el mercado; finalmente se catalogarán las pseudos verdades de la economía ortodoxa (el mercado como justo, como reino de la libertad, como meritocrático, como sistema igualitario y generador de riqueza para todos…) para finalmente constatar la absoluta diferencia entre el mercado teórico y el funcionamiento del mercado realmente existente. Un último y sugerente capítulo bajo el leninista título de “¿Qué hacer?” intenta esbozar una agenda de intervención política sobre las cuestiones sociales más típicas de las clases trabajadoras en Europa: la lucha por el salario directo e indirecto, el combate contra la inflación, el debate sobre productividad y la flexibilidad laboral, la resistencia contra la mercantilización de la vida cotidiana, contra la desconstrucción del estado de bienestar y la reivindicación, totalmente inactual, de la planificación estatal del Dios-Mercado. Aunque el autor reconoce que es “un libro de economía crítica”, al entrelazar temáticas políticas, ideológicas, morales y filosóficas la obra trasciende la estrecha visión del economista de oficio, y se transforma en un invaluable manual de interpretación y de diseño de políticas alternativas. Quizá la mejor síntesis de esta obra sea la recapitulación que hace el autor de su propuesta: “La apariencia de las relaciones capitalistas como relaciones entre hombres libres, escondiendo la esencia de las relaciones de explotación… sólo hace más complicado el proceso de emancipación, ayudando a la difusión y la intensificación de las condiciones objetivas de explotación y obstaculizando los procesos políticos de control de mercado” (p. 194). El objetivo manifiesto de Palermo es el Principio Esperanza: bregar por una sociedad, en última instancia, que “tome de cada uno según sus capacidades y dé a cada uno según sus necesidades”. Nada más, ni nada menos.

Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:12 pm
fuente: http://cotarelo.blogspot.com.es/2009/02 ... astre.html



El cálculo del desastre




Ramón Cotarelo

Palinuro // 23 de febrero de 2009




Hacía algún tiempo que no se oía nada de la teoría económica marxista, antaño tan prolífica; al menos yo la tenía algo perdida de vista. Este libro de Palermo (El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales, El viejo topo, ¿Madrid?, 2008, 254 págs.) viene a recordar que esa teoría económica aún está viva y produce resultados. Ciertamente más en el terreno crítico que en el propositivo. La obra de Palermo es en efecto una crítica (y una buena crítica) de las teorías económicas neoclásicas y/o neoliberales; pero no es tan bueno (por no decir que es lamentablemente malo) en el aspecto positivo, esto es, en la determinación de la(s) posible(s) alternativa(s) a las formulaciones teóricas que con tanto acierto critica.

La intención confesa de Palermo, un economista académico italiano que ha desempeñado puestos de importancia en cargos económicos del gobierno de Italia, es dar cuenta de las teorías que consideran inamovible la racionalidad del mercado en su forma idealizada, esto es, de las teorías que hoy día son hegemónicas en el campo científico.

El gran cambio que permite que luego del ataque marxista se recompongan las teorías liberales a partir de 1870 son las respectivas obras del francés, Léon Walras, el inglés Stanley William Jevons y el austríaco Carl Menger, fundador de la escuela austríaca, puntal del neoliberalismo a lo largo del siglo XX. Se da así en el último tercio del siglo XIX una sustitución de las teorías ricardianas y marxistas hasta entonces dominantes por la escuela marginalista (fundamentada en los modelos matemáticos y sobre todo en el cálculo diferencial) y la austríaca. Lo que une a estas dos ramas liberales es la teoría subjetiva del valor frente a las teorías objetivas de Ricardo y Marx y única compatible con el presupuesto del individualismo metodológico que ambas comparten. La diferencia radica en que mientras la escuela neoclásica opera mediante razonamientos matemáticos la escuela austríaca es muy crítica frente al formalismo matemático (p. 26).

El problema al hablar de la racionalidad del mercado es que hay que hacerlo en relación con unos objetivos ya que no existe una racionalidad "absoluta" o genérica (p. 36). Para la ciencia burguesa el mercado es racional, eficiente, deseable y necesario. Ahora bien, sólo es racional para una curva de la demanda dada, la llamada "demanda solvente". Lo que no entre ahí no existe. Por esta razón habla la teoría económica burguesa de "soberanía del consumidor" (p.38). Es eficiente de acuerdo con la teoría del óptimo de Pareto que sin embargo es contradictoria pues no puede dar cuenta de aquellos casos reales en los que es posible estar mejor aun estando mal (p. 41). Es deseable para todos los que tienen medios para comprar y es necesaria a fin de que los soberanos sigan siéndolo (p. 44).

La teoría admite que a veces el mercado no es eficiente, lo que da lugar a la próspera rama teorica de las fallas del mercado (p. 48). Sostiene además Palermo que la racionalidad del mercado no es tal y que si tuviera algo que ver con algún principio moral, no se admitiría como se hace el hecho de que un trabajo duro y peligroso se remunere más que uno que no lo es (p. 52). Sin duda esto es así siempre: los puestos de minero se pagan menos que los de ingeniero. Pero de aquí no cabe derivar una inconsistencia de la teoría neoliberal salvo que se siga aferrado a la teoría objetiva del valor y, si tal es el caso, carece de sentido hablar de una crítica a la doctrina neoliberal desde sus propios presupuestos.

En cuanto a la supuesta equiparación entre mercado y democracia, la base del neoliberalismo es el teorema de Arrow según el cual, como se sabe, cualquier intento de definir la preferencia social por un bien a través de un procedimiento democrático de votación no es compatible con el óptimo de Pareto (p. 55). El mercado no es democrático, no funciona según el principio de una cabeza un voto, sino según el de un dólar un voto. La cuestión de la democracia económica es algo que no afecta en absoluto a la teoría económica. La distribución del derecho de sufragio es exógena al modelo con que trabaja el economista. Suena aquí una vieja melodía crítica: la igualdad en el mercado es formal y perfectamente compatible con una desigualdad sustancial. La idea de que la variedad de bienes en el mercado es algo positivo en el plano normativo es cierta para quien tiene elección, pero eso depende de la distribución de la riqueza en un momento dado, o sea del status quo, cuestión también exógena a los modelos económicos (p. 67).

Sostiene Palermo con bastante acierto que el mercado es concepto plagado de mitos. Es un mito que el mercado sea justo o libre, desde el momento en que no se nos da opción a vivir en una situación de no-mercado (p. 71) lo que implica que una de las tres famosas opciones de Hirschman, salida, no está disponible en realidad. Lo que los teóricos burgueses parecen no entender es que las relaciones de poder son relaciones sociales y no relaciones entre agentes aislados. Las reglas consagran la desigualdad de posibilidades y en ausencia de reglas rige la del más fuerte (p. 77) con lo que no cabe hablar de justicia. También es un mito que el mercado genere igualdad de oportunidades en una sociedad dividida en clases desiguales de trabajadores y capitalistas (p. 81). Mito es asimismo que el mercado sea productor de riqueza ya que medir la riqueza producida sin hacer referencia a su distribución carece de sentido (p. 84). También es mito que el mercado descubra y administre la información. En modo alguno está probado que el mercado sea mejor que la planificación como se prueba por el modelo de Lange-Lerner, la aportación de la programación lineal a la economía planificada (p. 92) y la existencia de las "fallas del mercado", reconocidas por la propia teoría neoclásica (p. 94). En el siglo XXI, concluye Palermo, todo el mundo planifica. Planifican las empresas, a veces enormes, con volúmenes de negocios que superan en mucho los PIB de la mayoría de los Estados del mundo (p. 98). Probablemente su afirmación más problemática aquí sea que la causa de la crisis de la Unión Soviética no fue el fracaso de la planificación y que, en consecuencia, la escuela austríaca no estaba en lo cierto al criticar la planificación como intrínsecamente contraria a la racionalidad económica (p. 101).

Desde el punto de vista de Palermo la dialéctica de la teoría económica es la relación entre los mercados teóricos y los reales. El modelo típico de la teoría neoclásica, el del equilibrio económico general formulado en términos matemáticos, está basado en tres conjuntos de hipótesis: la tecnología, las preferencias individuales y las dotaciones de los individuos, siempre concebidos como datos exógenos (p. 105). El equilibrio (aquel punto de intersección de las curvas en el que nadie está interesado en cambiar) parte de dos teoremas que demuestran la tesis de la eficiencia del mercado competitivo: 1º) cualquier equilibrio de competencia perfecta en el mercado es un óptimo de Pareto; 2º) cualquier equilibrio en el óptimo de Pareto se puede obtener por el juego competitivo de los mercados, a partir de una determinada distribución inicial de los recursos entre los agentes (p. 107). La crítica de Palermo, sin embargo, se centra en atacar el supuesto básico de que los datos sean exógenos al modelo: toda tecnología admite alternativas. Si las preferencias, han de ser operativas, tienen que ser completas y transitivas pero desde Condorcet sabemos que pueden no serlo y que la soberanía del consumidor puede ser falsa. Y tampoco las dotaciones pueden entenderse como exógenas al modelo. Aún quedan otros tres axiomas: el de la monotonicidad, la continuidad y la convexidad que sólo se entienden por métodos analíticos pero que el autor considera no compatibles con la eficiencia paretiana del mercado de competencia perfecta (p. 124).

A su vez, la teoría de las fallas del mercado, esto es, aquellas situaciones en que un mercado de competencia perfecta es ineficiente (de acuerdo con el óptimo paretiano) se concentra en tres casos: los rendimientos de escala creciente, las externalidades y los bienes públicos (p. 137). La respuesta de la teoría neoclásica es que si hay fallas es porque los mercados están poco difundidos. En el caso de los rendimientos crecientes se acude a teorías como la de los "mercados desafiables", de W. Baumol, John C. Panzar y Robert D. Willig y en cuanto a las externalidades y las dotaciones de bienes públicos a teorías como la del equilibrio de Lindahl que a su vez no funciona a causa del efecto del free riding (p. 147). Resumiendo, para Palermo los mercados reales se distinguen de los teóricos en que siempre son ineficientes (p. 148). La pregunta que habría que hacer al autor para ser consecuente con sus propios supuestos es: ineficiente ¿para quién?

Vistas las limitaciones de la teoría neoclásica para llegar al óptimo de Pareto, aquella recurre a dos expedientes: 1º) asumir que la realidad debe ajustarse al modelo teórico y 2º) reducir el número de restricciones matemáticas que se deben introducir en el modelo del equilibrio general (p. 151). El segundo se hace a través del neo-institucionalismo y el neo-keynesianismo que no tienen nada que ver con el institucionalismo y el keynesianismo clásicos ya que estos rechazan el dogma del individualismo metodológico y el de la eficiencia del mercado (p. 155). Por último, el llamado "enfoque radical" es un puente entre la teoría neoclásica y la marxista. La diferencia entre la primera y la segunda es que en la primera la explotación se da en la esfera de la producción mientras que en la segunda se da en la del intercambio (p. 164).

Por último reconoce Palermo que los valores que se predican del mercado, esto es, el individualismo, la meritocracia y la competencia (p. 170) se postulan asimismo como universales de tal modo que hasta la izquierda aparece inficionada con la hegemonía ideológica del mercado, cosa que se echa de ver en el modo en que aborda cuestiones como la inmigración, la enseñanza o la regulación del trabajo. En definitiva, se da una victoria cultural de la nueva derecha (p. 183).

Ante el panorama, Palermo se plantea la clásica pregunta leninista, "schtó dielach?" (¿qué hacer?) con lo que la última parte del libro aborda el campo de las propuestas alternativas que, como decía al principio, son mucho más pobres e insatisfactorias que la crítica que consigue armar a las doctrinas neoliberales. Sostiene con bastante razón a mi juicio (sobre todo en estos momentos de crisis económica que ha sido posterior a la redacción del libro pero en buena medida lo corrobora) que aunque los liberales defiendan la desregulación son la planificación pública y privada las que siempre impiden el colapso final del mercado (p. 208). A título de digresión cabría señalar aquí cómo el actual hundimiento de los mercados financieros internacionales se debe a la desaparición de la planificación y la regulación en ese campo.

Pero a partir de aquí, las propuestas y recetas de Palermo suenan a muy conocido, ya probado (y fracasado) o excesivamente abstracto y genérico y, por lo tanto, inaplicable. En el mercado, argumenta, la asignación de recursos se hace según los objetivos de los consumidores individuales; en la planificación, según los objetivos de ésta (p. 209). Pero eso es lo grave porque obliga a creer con fe religiosa que, a su vez, los objetivos de la planificación, que no existen pues en la realidad sólo hay objetivos de los planificadores serán buenos y justos.

El intento de resolver la irracionalidad del mercado mediante el control de precios es sólo un paliativo que generalmente acarrea consecuencias peores, como el contrabando o el mercado negro y lo mejor es la planificación (p. 215). Lo primero es cierto, al menos desde el famoso edicto de Caracalla llamado De rerum venalium, pero lo segundo está todavía pendiente de demostración y no estoy seguro de que haya mayorías ansiosas por volver a hacerlo después de la experiencia soviética. Quizá no esté de más recordar aquí, cosa que Palermo parece olvidar, que cuando Arrow formula su famoso teorema de la imposibilidad de una única función de bienestar social en democracia añade que esa sólo es posible en dictadura. El corolario es evidente: la planificación central general sólo puede darse en condiciones de dictadura. Las consecuencias del corolario son no menos evidentes.

La solución genérica que propone Palermo es desmercantilizar todos los bienes y servicios que nos importen. "Desmercantilizar" es un curioso verbo que suena mejor que abolir el mercado sobre todo porque no parece confrontarnos con la siguiente urgencia: para sustituirlo ¿por qué? ¿Por la planificación? A lo largo del libro, Palermo ha jugado con la disyuntiva entre mercados teóricos y mercados reales al hablar de la teoría neoclásica, pero no la aplica a su afición a la planificación. Sin embargo él mismo es un ejemplo de ello: su idea de la planificación (teórica) no coincide con la planificación real que hubo en su momento en el mundo. De ahí que sostenga que la planificación no fue la causa del hundimiento de la Unión Soviética. Pero como no aporta prueba alguna de ello, tambión podría sostener cualquier otra cosa.

Teniendo en cuenta lo anterior juzgue el lector lo que hay de novedoso y prometedor en la síntesis del programa que propone Palermo:

- 1º) Confrontación política democrática para establecer las prioridades sociales y los objetivos económicos.

- 2º) Ampliación del espacio económico regulado mediante planificación.

- 3º) Progresiva sustitución del principio burgués "de cada uno según sus necesidades, a cada uno según sus capacidades" por el comunista "de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades".

- 4º) Progresiva desmercantilización de los diversos ámbitos de nuestra vida. (p. 221).

Tiene uno la impresión de que el siglo XX no hubiera pasado o que algunos no aprenden de las experiencias. En resumen: un buen libro en el aspecto de crítica a las teorías neoliberales y un libro malo y pobre en el de las propuestas concretas alternativas. Q.E.D.

Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:13 pm
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=88560




A propósito de la publicación de El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales de Giulio Palermo

Contribución (didáctica) a la crítica de la categoría mercado (i)




Salvador López Arnal

Rebelión // 13 de julio de 2009





El mercado capitalista, por supuesto, no exige gente que se maneje con las personas de una forma ruda, pero las maneras del jefe no son el tema central de la historia; el asunto es que el mercado sí exige a gente que maneje a la gente, que les manipule en un cierto sentido... Los negocios consisten, entre otras cosas, en gente que trata a otra gente según una norma del mercado -la norma que dice que serán despedidos si no pueden producir a un nivel que satisfaga la exigencia del mercado-. Por supuesto que fomenta la “eficiencia”, pero también corrompe la humanidad. Los negocios convierten a los productores humanos en mercancías. Pero tampoco salva a los patrones, “pues ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma” (Marcos 8, 36).

Gerald A. Cohen, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?




El lenguaje nunca es inocente, ha señalado Juan Francisco Martín Seco [1]. Mucho menos, ha insistido con razón, cuando se trasforma en vehículo de transmisión política. Las palabras, entonces, lejos de descubrir la esencia de las cosas, las ocultan. Ejemplo señalado por nuestro magnífico economista [2]: se habla de “reestructuración ordenada” cuando deberíamos hablar de salvamento, rescate o intervención bancaria. No sólo eso. Los adornos con los que adornan dictámenes y afirmaciones categóricas no son inocentes. Por activa y por pasiva, señala Martín Seco, se ha querido vender el mensaje de que nuestro sistema financiero estaba en perfecto estado de salud gracias a la extraordinaria labor del Banco de España. ¿Recuerdan la fotografía entre los señores Botín y Zapatero al inicio de una crisis que nunca fue llamada así inicialmente al ser grave pecado electoral? Las entidades financieras únicamente tenían un momentáneo problema de liquidez y por culpa tan sólo de la crisis de las hipotecas subprime que en España afectaba, se repitió una y mil veces, en mucha menor medida que en otros sistemas financieros dada la responsabilidad social, técnica y financiera de nuestra eficaz y honesta clase bancaria. Lo cierto, señala Martín Seco, “es que ni los bancos españoles estaban tan sanos como decían ni el Banco de España ha sido tan eficaz, especialmente en la defensa de los clientes que se han visto engañados en muchos casos por las entidades financieras”.

Detrás de los problemas de liquidez latían con fuerza, y ahora parece evidente y reconocido por todos, problemas de solvencia. También la banca española participó activamente, como no podía ser menos, estuvieron y están a la altura de las circunstancias, en la orgía impía de la edad de la codicia globalizada. Tan es así que se prevé poner a su disposición la suma de 99.000 millones de euros, más de 16 billones de las antiguas pesetas. Para tapar agujeros: calderilla pública para corregir algún exceso.

No es Martín Seco el único que ha comentado la importancia del lenguaje en asuntos económicos y políticos. En el tercer apartado del capítulo 7º -“Economía, poder y megaproyectos”- de su autobiografía intelectual [3] cuenta J. M. Naredo que impartió un curso, en otoño de 2007, en la sede de la fundación César Manrique de Lanzarote base de un libro editado en 2009 por la misma fundación con el título de Economía, poder y megaproyectos.

El tema incentivó a Naredo a reflexionar sobre la naturaleza del capitalismo que nos ha tocado vivir, “confirmando que la ideología dominante dificulta la comprensión del desplazamiento que ha venido observando la actividad económica desde la producción de riquezas hasta la adquisición de la misma con la ayuda del poder” (p. 126). Si la idea o noción de producción oculta la realidad de la extracción y la adquisición de riqueza, la idea de mercado soslaya la intervención del poder político en el proceso económico. El creciente proceso de desplazamiento y concentración del poder hacia el campo económico empresarial hace que las empresas sean capaces de crear dinero, de conseguir reclasificaciones, concesiones, contratas, privatizaciones forzadas, manipulando a la opinión pública hasta límites impensables hace poco, al mismo tiempo que simultáneamente se polariza cada vez más el propio mundo empresarial. Si antes, apunta Naredo en un giro que acaso exija algún matiz geográfico-temporal y de balance y cuantificación, el Estado controlaba a las empresas, en la actualidad las grandes corporaciones controlan y usan el Estado y los medios de persuasión en beneficio propio. La realidad de los megaproyectos expuestos en el libro, señala, se sitúan en las antípodas de esa entelequia llamada usualmente “mercado libre”, cuya función delimita Naredo en los términos siguientes:

¿Es el mercado libre el que hace, por ejemplo, que un tren pare en mitad del campo, que se instale allí una estación ferroviaria, que se construya una autopista y que surja una operación inmobiliaria que coincida con los límites de determinadas fincas? En absoluto. Es tema de poder, del poder de presidencias autonómicas, y del poder de un partido heredero de la dictadura militar y de las grandes familias que estimulan y se benefician de corruptelas y subordinaciones públicas. ¿Es el mercado libre la causa de que se recalifiquen ciertos terrenos o que se promuevan ciertos proyectos aunque sean a veces tan costosos como extravagantes y socialmente absurdos? Tampoco, transitamos por el mismo sendero. Es obvio que son personas muy concretas, grupos sociales minoritarios, clases privilegiadas, las que amparadas en su poder, y con poder para lucrarse de esas operaciones, promueven ese tipo de operaciones.

En síntesis del propio autor: el capitalismo de los poderosos es liberal y antiestatal pero a medias, sólo a medias. Es liberal, señala Naredo, “sólo para solicitar plena libertad de explotación pero tiende a promover, cuando puede, concesiones y monopolios en beneficio propio” (p. 107). Es antiestatal en cuanto pretende despojar al Estado de sus riquezas pero no lo es en absoluto “para conseguir que las ayudas e intervenciones estatales alimenten sus negocios” (p. 107). ¿Podemos seguir entonces calificando de neoliberal la actual fase del capitalismo? No debería ser el caso en su razonable opinión. Hacerlo así, como de hecho hemos hecho y seguimos haciendo por costumbre derivada de un puntual hallazgo terminológico, es hacerle un enorme favor, “al encubrir el intervencionismo tan potente en el que normalmente se apoya, permitiendo que los nuevos caciques vayan impunemente de (neo)liberales por la vida” (p. 107). ¿El señor Fabra un (neo)liberal? A la vista de todos está, y ahora más que nunca, que este intervencionismo discrecional culmina en momentos de crisis, haciendo que el Estado sufrague pérdidas y avale riesgos de determinadas entidades privadas. Se trata de privatizar ganancias y de socializar pérdidas: ni más ni menos, esta es la (escandalosa) cuestión. Permitir que sigan usando el término neoliberal, en abierta inconsistencia con los supuestos postulados-guía de sus no menos supuestas “cosmovisiones”, es una conquista que, señala J. M. Naredo, no deberíamos permitir alegremente en la lucha cultural, arista nada despreciable de la global lucha de clases. Es cemento líquido y da cohesión al sistema globalmente. Un ejemplo más de estos ocultamientos terminológicos nada inocentes. Lo señalaba recientemente Juan Torres López [4]. El Fondo para la Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) “va a dedicarse a reordenar el sistema financiero” se anuncia institucionalmente. ¿Reordenar el sistema financiero? ¿De qué estamos hablando exactamente cuando hablamos de reordenar nada más ni nada menos que el sistema financiero? Pues de que se va a financiar, con dinero público, con dinero de la ciudadanía que abona sus impuestos (que no es, como es sabido, ni muchísimo menos toda ella), la concentración bancaria mediante fusiones y absorciones que “desean y siempre van buscando los bancos de más dimensión para ganar mercados“. El asunto no es una mera cuestión técnica, neutral. Por un lado, señala Torres López, esconde lo que llaman la "despolitización" de las cajas, lo que “va a suponer que los intereses sociales tengan una representación mucho más limitada”; por otro lado, la reordenación que persigue el Fondo –es decir, la gran banca española- en realidad “está dirigida a recapitalizar bancos proporcionando a los más poderosos un reparto del mercado mucho más favorable sin que tengan que fotografiarse y enseñar las vergüenzas acumuladas en estos años anteriores de alegría financiera”. Por lo demás, este proceso de concentración se pone en marcha sin valorar previamente ni los efectos que va a tener sobre la competencia y “sin considerar que el mayor tamaño de las entidades bancarias no ha sido precisamente una garantía de seguridad y solvencias financieras sino más bien todo lo contrario”. Corolario denunciado por Torres López: “lo que puede provocar que con este fondo se financie precisamente una reordenación del mercado que, sin la regulación más estricta que es de todo punto necesaria, puede provocar a medio plazo nuevos problemas bancarios de mayor envergadura. Un remedio, quizá, peor que la enfermedad”. Una vuelta más de la eterna noria bancaria española.

Otra consideración más sobre lenguaje y asuntos político-económicos. En los años veinte del siglo pasado, señalaba José Cademártori [5], John Maynard Keynes ya era un destacado economista, catedrático en Cambridge, autor de una obra sobre probabilidades y de varios ensayos polémicos sobre temas de interés público. Durante años Keynes enseñó la ideología, el término es de Cademártori, de “la mano invisible”, dominante durante siglo y medio en Gran Bretaña, mientras en Francia la misma ideología envuelta en eficaces ropajes científicos había sido adoptada por los fisiócratas con la consigna “Laisser faire, laisser passer”, la doctrina posteriormente dogmatizada por Juan Bautista Say. Su maestro había sido Alfred Marshall, un liberal más bien ecléctico, el economista más influyente de su época. David Ricardo, J. Stuart Mill y sus herederos hasta Marshall acogieron la tautológica “ley” -¡ley!- de Say de que “toda producción creaba su propia demanda”. En el sistema económico nunca podía existir ni sobreproducción ni insuficiencia de poder de compra. Si alguna vez ocurría este imposible, el mercado, libre por supuesto, resolvía en un periquete el desajuste con sus propios, sabios y automáticos mecanismos.

Keynes se mostró cada vez más disconforme con ese postulado cada vez más falsado por una realidad caracterizada, recordemos las primeras décadas del XX, “por continuas crisis de sobreproducción, desempleo masivo y prolongado, desequilibrios del comercio exterior y trastornos monetarios”. Keynes rompió con esa tradición y polemizó constantemente con su representante Alfred Pigou. Formuló fundadas críticas a David Ricardo y Say y se enfrentó con los precursores europeos del neoliberalismo: Von Mises, Von Hayek y Lionel Robbins, la santísima trinidad de la reacción. En el ensayo The End of Lassez-Faire, señala Cademártori, Keynes condenó los que denominó los principios “metafísicos” de esa escuela, que volvían a refundarse cada cierto tiempo: la supuesta “libertad natural” de los individuos en las actividades económicas, la existencia de derechos perpetuos de los propietarios y la suposición especulativa de que los intereses privados y los sociales siempre coinciden y que el interés propio siempre opera en el mismo sentido que el interés público.

Ni que decir tiene que Keynes logró un éxito parcial en su cometido y que los postulados criticados han arrasado durante dos décadas cuanto menos la academia, franjas de las ciencias sociales y el discurso público en general (y, por descontado, la mayoría de los medios de persuasión e información dirigida). La reciente publicación de un ensayo de Giulio Palermo que lleva por título El mito del mercado global y por su subtítulo Crítica de las teorías neoliberistas, con prefacio de Antonio Negri, da ocasión para retomar algunos de los argumentos centrales en torno a esta categoría central en el debate económico, político, filosófico y cultural en general. Economía de libre mercado, el mercado como perfecto procedimiento para la asignación de recursos, el mercado como institución intocable, el mercado como sistema libre y autónomo de regulación, (des)regulación permanente del mercado del trabajo, sistema educativo y necesidades del mercado, el mercado como institución transhistórica, por no hablar del socialismo de mercado aireado con ímpetu en centro e izquierda, todas ellas, han sido nociones o lemas que han marcado con una profunda y alargada huella el discurso ciudadano y científico. Y no de cualquier forma. Lo han hecho como postulados, como axiomas, como nociones comunes incuestionadas e incuestionables. Dar cuenta en diferentes aproximaciones a partir del trabajo de Palermo, de los principales argumentos críticos contra esta categoría central es el objetivo de estas páginas. Ni qué decir tiene que no habrá aquí ninguna aportación original: síntesis didáctica, y esperemos que no errada, del trabajo y argumentación de otros.





Notas al pie de página


Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:14 pm
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=88877




A propósito de la publicación de El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales de Giulio Palermo

Contribución (didáctica) a la crítica de la categoría mercado (ii)




Salvador López Arnal

Rebelión // 19 de julio de 2009





[…] Pero mientras que los elementos del sistema son potencialmente de una gran racionalidad, su regulador, el mercado, presenta rasgos esenciales de irracionalidad. No sólo en su fase heroica, en el siglo XIX: en esa época su irracionalidad reside sobre todo en su imprevisibilidad incluso a plazo breve. El mercado de los tiempos heroicos del capitalismo se comporta con la a-racionalidad de la naturaleza: sólo funciona a fuerza de hecatombes. El mercado del bizantino capitalismo contemporáneo o monopolista revela su irracionalidad en lo que podría llamarse el “voluntarismo del mercado” o más corrientemente, “publicidad”. Poderes caprichosos gobiernan ese mercado y a través de él, el cerebro de los hombres, influidos hasta en su modo de sentir y percibir por lo que se decide en las oficinas publicitarias de las grandes potencias del mercado, sin atender a más racionalidad que la maximización del beneficio privado.

Manuel Sacristán (1963)




Iniciemos esta segunda aproximación con una breve presentación del autor de El mito del mercado global. Giulio Palermo es investigador de Economía Política en la Universidad de Brescia y ha sido experto económico-financiero en el Ministerio de Economía y Finanzas de Italia. Sus líneas de investigación fundamentales han sido –creo que siguen siendo- las relaciones entre ideología y economía, el papel del poder en el desarrollo y contenidos de la teoría económica, además de diversas temáticas de economía marxista, habiendo intervenido especialmente en debates sobre planificación socialista. Las aportaciones científicas de Palermo suelen aparecer en revistas de reconocido prestigio científico como Cambridge Journal of Economics, Capital and Class, History of Economic Ideas, Journal of Economic Issues y Review of Political Economy.

El mito del mercado global, se señala en la contraportada, toma en consideración un axioma dominante y (casi) dominador: el sistema (económico-social) capitalista, y la civilización que le es anexa, sería leibzianamente el mejor de los mundos posibles, “inspirado en los más altos principios de racionalidad, expresión de la máxima eficiencia, el único con capacidad de identificarse con los valores de la democracia”. Racionalidad máxima, eficiencia no menos máxima, consistencia con la democracia: la trinidad publicitaria del (mal) denominado neoliberalismo, según aguda reflexión filosófico-lingüística de José Manuel Naredo.

La anterior afirmación -frecuente, usual hasta el cansancio lector- acaso goce del mismo y cómodo status epistémico que el de la conjetura leibziana. Disolver la contraposición, aparente, se afirma críticamente, entre la omnipotencia y sumobenevolencia divinas y la existencia del mal en el mundo, a partir de la postulación de éste como el mejor de los mundos posibles -o concebibles consistentemente-, como mundo con menor presencia del mal, no deja de ser una simple (y alegre) estrategia para seguir considerando benevolente al ser que parece tener movido el suelo sobre el que el transita, dadas las numerosas, y contrastadas, barbaries sociales y naturales sobre las que ejerce su inmenso e irresistible poder. No hay nada en el sin duda ocurrente apunte leibziano, más allá de su utilidad para servir a quien quiere y agradece ser servido, que permita un razonable control de la afirmación: no hay un despliegue cuantitativo o cualitativo de mundos consistentes que permita “ver” que efectivamente es éste el mundo preferible desde el punto de vista de la, digamos, bondad o menor ausencia de mal. Digamos que es básicamente un optimista brindis (teológico) al sol (de soles), nada inocente por lo demás. De forma similar no hay nada, en primera (y, por lo visto, en última) instancia, que permita contemplar y concebir la civilización capitalista con vestidos tan exquisitos, justos, razonables y, por si fuera poco, democráticos, es decir, de poder del demos, de la ciudadanía popular organizada. La empiria conocida, contrastada una y mil veces, apunta más bien hacia consideraciones opuestas o cuanto menos muy alejadas. Eso sí, sabido es que los hechos pueden ser usados no para refutar teorías sino, básicamente, para confirmarlas y, por supuesto, aprobarlas.

El subtítulo del ensayo –Crítica de las teorías neoliberales- exige una breve aclaración terminológica. Por liberismo (o liberalismo económico) entiende el autor una orientación teórica que se opone a las políticas activas del Estado en asuntos económicos y que ve en el mercado el instrumento más idóneo para la armonización de los diferentes objetivos individuales. El liberalismo sería entonces una corriente de pensamiento político-filosófico que “sostiene la limitación de los poderes del Estado en nombre de algunos derechos individuales fundamentales (entre ellos la propiedad), considerados como preexistentes a la creación de la propia sociedad civil” (p. 245). Liberismo sería, pues, una orientación epistémica muy activa en ciencias sociales, y el liberalismo sería la cosmovisión filosófico global que daría alimento y fuerza teórica (al mismo tiempo que recibiría éxitos y preocupaciones) a esa eficaz orientación gnoseológica.

¿Es verdadera la afirmación de las teorías económicas liberistas “que exaltan al mercado global como el más eficaz instrumento de desarrollo, progreso y modernidad”? Palermo somete a discusión estas supuesta “verdad científica”, y “analiza las diversas escuelas del pensamiento económico” e intenta desvelar los intereses que, en nombre de una pretendida neutralidad de la ciencia, vienen tutelados. No se niega aquí, desde luego, que la ciencia puede ser neutral, objetiva, controlada, limpia, en la medida que ello es posible, de postulados gratuitos o afirmaciones ideológicas infundadas, pero sí se afirma en cambio que ésta, el saber económico realmente existente, la ciencia económica que conocemos, que suele presentarse con ropajes de cientificidad, objetividad, anti-ideología, pureza teórica, incontaminación fraudulenta, dista mucho en sus afirmaciones centrales de ni tan siquiera rozar ese envidiable estatus privilegiado.

Un análisis, el desarrollado en el volumen, construido desde “el interior” de la temática, dirigido no sólo a expertos, a economistas y científicos sociales, sino también y sobre todo, se apunta explícitamente, al lector común. La finalidad del ensayo de Palermo es ofrecer al ciudadano interesado los instrumentos útiles para descubrir qué “intereses se ocultan detrás de las decisiones políticas ejecutadas en el mundo político y empresarial, que son siempre presentadas como las únicas objetivamente posibles y necesarias”. Vale la pena remarcarlo: como únicas objetivamente posible y, por ello, necesarias. No es baladí ni marginal la tarea y, como se verá, es mucho lo logrado en este proceso de deconstrucción y aguda argumentación crítica.

El índice de El mito del mercado global, cuyo subtítulo Crítica de las teorías neoliberales nos recuerda el subtítulo de El Capital, aquella Crítica de la economía política, es el siguiente:

Un prefacio a cargo de Toni Negri, un prólogo del autor y una “Introducción”, son los interesantes entrantes para los ocho capítulos en los que el libro está estructurado. Son estos:

    1. La “racionalidad” del mercado.

    Racionalidad, eficiencia y deseabilidad sociales. La racionalidad distributiva del mercado. El teórico del soberano y los “éxitos” del capitalismo. Soberanía limitada y absoluta. La racionalidad de reparto del mercado

    2. Mercado y democracia.

    El mercado como mecanismo de decisión colectiva. Juicios de valor y neutralidad científica. La racionalización ex post del economista. La dicotomía libertad-coerción. La dicotomía mercado-democracia

    3. El mercado y sus mitos.

    El mito del mercado justo (el mercado como mecanismo incentivante). El mito del mercado libre (el mercado sin relaciones de poder). El mito del mercado de iguales oportunidades (el mercado sin clases). El mito del mercado productor de riqueza (el mercado como mecanismo de disciplina). El mito del mercado que descubre y administra la información (el mercado como sistema de señales)

    4. Mercados teóricos y mercados reales

    El modelo de equilibrio económico general y los teoremas del bienestar. Las hipótesis metodológicas. Existencia y Pareto eficiencia del equilibrio competitivo. Unicidad y estabilidad del equilibrio competitivo. Las fallas del mercado. Las respuestas de la teoría neoclásica a las fallas del mercado. La ineficiencia de los mercados reales

    5. Las ampliaciones de la teoría neoclásica

    Las teorías neoinstitucionalista y neokeynesiana. La teoría radical y el análisis de las relaciones de poder y de explotación

    6. Los valores del mercado

    La universalización de los valores del mercado. Valores morales e intereses económicos. La victoria cultural de la nueva derecha. Apparenza ed essenza nei rapporti di mercato.

    7. ¿Qué hacer?

    Lucha de clases y bien común. Necesidades insatisfechas y superproducción. Racionalidad social y planificación. Precios de mercado y precios administrados. Valores de uso y valores de intercambio. Valores burgueses y valores comunistas- Demercificazione, democrazia e comunismo.

    8. Conclusiones

    Bibliografía

Un trabajado glosario de unas 70 entradas, páginas 234-254, desde el concepto de “Asignación” hasta los de “Valor de uso y de cambio”, cierran el libro. Reproducimos una muestra de estas excelentes definiciones –el concepto de racionalidad en este caso- para abrir el apetito político-intelectual:

    "A escala individual, según la teoría ortodoxa, principio según el cual un sujeto siempre persigue su interés personal y utiliza los medios más idóneos para lograr los objetivos que se propone. Se habla de racionalidad plena cuando el decisor optimiza determinada función objetivo bajo las restricciones existentes y de racionalidad limitada cuando el proceso de optimización no es completado (por ejemplo, porque no es posible conocer exhaustivamente las opciones de elección existentes o porque el mismo proceso decisional puede ser costoso y requerir de tiempo). Referida al sistema económico en su complejidad indica, por otra parte, la existencia de mecanismos de interacción económica que permitan realizar los objetivos sociales considerados oportunos. Si, como plantea la teoría ortodoxa, la valoración social se inspira en el principio individualista de la soberanía del consumidor, la racionalidad del sistema económico radica en la existencia de instrumentos (los precios de mercado) que permitan el cálculo racional a escala individual".

El mismo Giulio Palermo presenta en los compases finales de la introducción, pp. 30-32, el contenido del libro de la forma siguiente:

    "En el primer capítulo se desarrolla la crítica de la visión burguesa que considera el mercado como máxima expresión de racionalidad y eficiencia y se explicita los significados particulares que estos términos asumen en la temática científica y muestra su contenido ideológico. La orientación, señala Palermo, es común a todas las teorías de matriz liberista (categoría definida anteriormente y que aparece en el glosario). La atención de su estudio se concentra, sin embargo, en la teoría económica dominante, la teoría neoclásica.

    En el segundo capítulo se pone en discusión las relaciones entre democracia y mercado. Sostiene Palermo que, efectivamente, esas relaciones son contradictorias. Es punto esencial digno de ser argumentado con toda precisión. En particular, el autor busca evidenciar “el carácter antidemocrático de la interacción de mercado y criticar el método de la economía burguesa para los subrepticios contenidos ideológicos y para su visión idealizada (y falsa) del mercado”.

    En el tercero se consideran los principales mitos del mercado, aristas de una auténtica ofensiva cultural contrarrevolucionaria que sin ducha ha hecho estragos a derecha e izquierda y ha confirmado, por si alguien dudaba hiperbólicamente, la bondad del concepto marxista-althusseriano de lucha de clases en la teoría: el del mercado justo, el del libre mercado, el del mercado productor de riqueza y aquel del mercado que descubre y gestiona la información, criticándolos en el ámbito de su coherencia o incoherencia interna, o en el del realismo. Estos mitos no son una peculiaridad de la teoría económica. Al contrario, apunta Palermo, “ellos están ampliamente radicados en la sociedad y son parte integrante de la cultura hoy dominante. En el campo académico es en lo esencial la escuela austriaca la que intenta aportar un fundamento científico”.

    En el cuarto capítulo se profundizan las relaciones entre mercados teóricos y mercados reales, al igual que el salto (il)lógico que se realiza “cuando se construye una teoría normativa de los mercados a partir de los modelos basados en hipótesis irreales”. El análisis de Palermo se centra en la teoría neoclásica, en el modelo de equilibrio económico general que “constituye la contribución orgánica más importante desarrollada por esta escuela del pensamiento en el tentativo de explicar y evaluar el funcionamiento de un sistema económico basado por entero en el mercado”.

    En el quinto apartado el autor se detiene en algunas de las contribuciones científicas más importantes “que intentan desarrollar la concepción neoclásica más allá de los confines del modelo altamente abstracto de equilibrio económico general”. A tal efecto, analiza los esfuerzos de las “escuelas neoinstitucionalista, neokeynesiana y de un sector de la escuela radical de reinterpretar en clave neoclásica las viejas teorías institucionalista, keynesiana y marxista, hoy relegadas en la heterodoxia académica”. Su objetivo es demostrar la manera en que estos apéndices de la teoría neoclásica no sólo alteran de modo profundo las concepciones de las viejas escuelas heterodoxas (críticas con relación al mercado) sino que “ni siquiera tienen capacidad de ofrecer un sólido basamento científico” a las siempre anunciadas y supuestas virtudes del mercado.

    En el sexto capítulo se sostiene que, a pesar de lo visto y analizado, la economía burguesa, con sus diferentes corrientes internas y escuelas de pensamiento, “ha conquistado un importante triunfo al imponer los valores del mercado en la esfera cultural”, haciéndolos aparecer, destacado y decisivo triunfo en el juego-combate ciencia-ideología, como elementos objetivos y neutrales.

    En el capítulo siguiente se afronta el leninista problema del “qué hacer”: ¿cómo puede contrarrestarse esta tendencia al dominio totalizante del mercado en las relaciones y en las disciplinas sociales? El autor apunta una solución temperada y razonable que transita en dirección opuesta: proponiendo una contraofensiva basada en la desmercantilización progresiva de esas mismas relaciones.

    Finalmente, en el octavo capítulo, se reordenan las diferentes críticas para intentar alcanzar algunas conclusiones".

En el prefacio que Toni Negri ha escrito para el volumen se señalan algunos de sus vértices básicos. Los resumo brevemente.

    En el libro [señala el coautor de Imperio] la crítica marxista de la economía política está actualizada en relación con el análisis clásico en el pensamiento económico. Se trata [señala Negri] de una investigación desde el interior de la ciencia económica, de un trabajo de demistificación puntual y tenaz de la figura misma de la economía política clásica, de su pretendida neutralidad y de su “presunción de presentarse como una indicación objetiva y necesaria, indiscutible por lo tanto, de los mecanismos de regulación de la economía [punto, insistimos, nodal, esencial, básico].

    Palermo muestra la inconsistencia de los fundamentos científicos de la propuesta neoliberal: la presunta racionalidad, eficiencia, deseabilidad y necesariedad del mercado tienen un contenido ideológico y parcial que condiciona férreamente el pensamiento científico. Individualismo metodológico e ideología del individualismo si se mezclan en forma inextricable: de aquí el deslizamiento del individualismo hacia el consumismo, la deducción de una moral absoluta en el juego del mercado, la negación de la lucha de clases y la santificación de las “libres” reglas del mercado. [...]

    El libro de Palermo es una obra [remarca Negri] fuertemente crítica: no sólo de los presupuestos de la economía política clásica, sino también de todos aquellos que en la izquierda hacen propios los principios del mercado: es sólo, en efecto, a partir del rechazo de la lógica de los valores de cambio como expresión de racionalidad y eficiencia social que, en un todo de acuerdo con el pensamiento marxista, pueden ser determinados tanto un criterio de racionalidad basado en los valores de uso como su prioridad social democráticamente determinada.

    Este es el eje central del libro [señala Negri, a quien le parece muy importante] las anotaciones desarrolladas a propósito de la teoría radical de Bowles y Gintis”, además de las que de tanto en tanto Palermo realiza sobre el denominado “marxismo analítico”.

Negri insiste una vez más en su presentación en torno a la importancia de la internalidad de la crítica a su objeto.

    [...] Es desde el interior que la economía política clásica tiene que ser disuelta. Y el autor muerde, en muchos casos dejando la señal de una crítica que quiere siempre revelar el espíritu de la reconstrucción.

    [...] El carácter fundamental del libro, concluye Negri, es político, netamente político. La realización de los principios democráticos, en un contexto en el que se reconozcan los límites del mercado, es afirmada a través de cuatro condiciones interdependientes: una definición de procedimientos democráticos absolutos; la ampliación del espacio económico regulado a través del instrumento consciente de la planificación; la progresiva afirmación del principio “de cada cual según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”, y la progresiva desmercantilización de nuestra vida. Estos son los elementos que ninguna innovación del marxismo, ningún camino más allá de Marx, "pueden quitar del medio".

No parece desacertada esta observación del filósofo italiano, cuyo estilo, permítaseme esta pequeña maldad, suele estar muy alejado, no en esta ocasión, de la limpieza analítica (y enrojecida a un tiempo) de Giulio Palermo.

Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:16 pm
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=89239




A propósito de la publicación de El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales de Giulio Palermo

Contribución (didáctica) a la crítica de la categoría mercado (iii)




Salvador López Arnal

Rebelión // 28 de julio de 2009





En la nota de prensa emitida con motivo de la reunión en Italia del G-8, que agrupa a los países más ricos del mundo, se dice, entre otras cosas: "los líderes destacaron que los mercados abiertos son la llave del crecimiento económico y del desarrollo". Mienten. Mienten como bellacos porque ni uno solo de esos países ha llegado a la situación de desarrollo que tiene porque haya abierto sus mercados sino justamente por todo lo contrario. Como tampoco es verdad que los países que mejor evolucionen en la actualidad sean los que mantienen más desprotegidos sus mercados. Si de verdad fuese la llave del crecimiento, ¿por qué ellos mismos no se aplican el cuento? ¿por qué se protegen tanto?

Los líderes, como ellos mismos se autodenominan, mienten y lo hacen conscientemente. Dicen eso, como ha demostrado Ha-Joon Chang, para que los países a los que ellos han empobrecido no puedan utilizar la escalera que ellos usaron para llegar a la posición privilegiada que ocupan.


Juan Torres López, “Los líderes de los países más ricos mienten descaradamente”, 13 de julio de 2009




En El mito del mercado global, señala Palermo, se entrelazan temáticas económicas, políticas, ideológicas y morales, pero, en cualquier caso y ante todo, su ensayo es “una obra de economía o, más precisamente, un libro de economía crítica”. ¿Por qué? Porque a diferencia de la orientación dominante en la teoría económica, apunta el autor, “su texto no tiene ninguna pretensión de universalidad ni aspira a dar una visión unánimemente compartida de las relaciones económicas y sociales existentes”. Por el contrario, Palermo parte del presupuesto, no gratuito, de que las relaciones económicas capitalistas son, por su propia naturaleza, conflictivas. Por ello, apunta, “no tiene sentido reivindicar la superioridad de una particular visión del mundo, ni buscar soluciones teóricas que puedan considerarse aceptables de forma unánime”. No es fácil transitar sin interrogantes por este sendero y por esta conclusión cuya solidez en absoluto es evidente.

El asunto no es baladí y nos lleva a una de las temáticas investigadas por el autor: las relaciones entre ciencia, ideología y poder. La posición teórica por él defendida, su epistemología abiertamente política si queremos decirlo así, choca abiertamente con la autoproclamación de neutralidad científica propia, y nada inocente, de la teoría económica dominante. Sus efectos culturales son obvios: si la teoría economía dominante en el ámbito académico y ciudadano es objetiva, neutral, limpiamente interesada en la verdad y en la corrección de sus argumentos y propuestas, sus conclusiones no están sesgadas por intereses perversos y espúreos. Se aspira a la veracidad, como en cualquier otra disciplina científica, no a la defensa de los intereses sesgados, no universales, de tal o cual grupo social.

Prosigue Palermo señalando que la teoría económica usual rechaza netamente la introducción en la misma teoría de juicios de valor: son incompatibles con la cientificidad misma de la economía. Por ello, sus economistas defensores prefieren no hablar ni de juicios de valor ni de la función de la ideología en la teoría económica. ¿Cuál es entonces el problema?

    El problema es que el hecho de evitar la discusión explícita sobre los valores sobre los que se basa la economía política no es suficiente para alejar los juicios de valor de la teoría económica y sirve sólo para hacer pasar como neutrales los preceptos científicos con un contenido necesariamente ideológico.

De este modo, señala explícitamente Palermo, la pretendida objetividad que caracteriza la economía burguesa, el adjetivo es del autor, es rechazada y combatida explícitamente por él en el plano teórico. Pero ello no significa en absoluto que las críticas que serán desarrolladas en su investigación, sostiene, “sean válidas sólo si se adhiere a una particular posición ética o política”.

    La crítica se desarrolla, en efecto, a través de un proceso de demistificación de las posiciones teóricas de la economía burguesa que apuntan a explicitar los intereses económicos que ella refleja y las conveniencias políticas que se esconden detrás de sus prescripciones normativas.

Su trabajo de deconstrucción no necesita, forzosamente, de adhesión alguna a ningún ámbito moral o a una determinada impostación ideológica. Se trata de hacer explícitos los valores-guía de la acción económica y política que, por conveniencia o incompetencia, han sido, por una parte, considerados como implícitos por los sujetos interesados, y, por otra, por los denominados “expertos” en su lenguaje económico y político, incluyendo en estos expertos los científicos y técnicos del mundo académico y los colaboradores económicos del ámbito político.

Por su parte, Palermo declara que no hará él ningún esfuerzo para ocultar sus juicios de valor y sus convicciones políticas. Tampoco dudará en discutir de modo explícito los diferentes sistemas de valores morales y las diversas posiciones políticas que se contraponen y colisionan en el ámbito parlamentario, en las sedes internacionales y, sobre todo, en las calles (lástima grande, añade entre paréntesis, que esto suceda cada vez menos en los debates científicos).

    Como sostenía el economista sueco Gunnar Myrdal, la objetividad en la investigación social no puede jamás ser absoluta y universal visto que ella refleja necesariamente, al menos en la definición del problema para analizar y en la elección de los instrumentos de análisis (incluso a veces también en las conclusiones teóricas), las convicciones y los valores del teórico, los cuales, en un mundo hecho de intereses contrastantes, no pueden en ningún modo considerarse más allá de las partes […].

Frente a esta situación, Palermo sostiene que todo lo que se puede hacer en el plano metodológico es afrontar la temática de los valores de un modo explícito, es decir, “declarando las propias motivaciones y precisando las implicaciones teóricas que se derivan de las diferentes premisas ideológicas”.

Es obvio, en su opinión, que en el debate en torno a la construcción de un sistema social y económico que responda mejor a los principios morales considerados más oportunos, “no hay razón alguna para esperar un consenso unánime de tipo moral o político”. Es de recibo que las diferentes concepciones y las diversas preocupaciones y aspiraciones de los autores políticos se confronten de un modo abierto. Desde ese punto de vista, Palermo no espera que las reflexiones morales y políticas que introduce en su investigación sean inmunes a las críticas vertidas desde diferentes orientaciones. Sin embargo, admitido esta consideración, a pesar de ello, se ratifica en su posición epistémica y política:

    […] permanece intacto el proceso de demistificación general que quiere ser la auténtica contribución científica de este libro: la crítica del sistema económico y social existente y de sus representaciones mistificadas no depende, de hecho, ni siquiera mínimamente de la adopción de un particular ámbito moral [el énfasis es mío].

Esta demistificación de la teoría económica dominante está, pues, a buen recaudo de las críticas que encuentran los intentos puramente ideológicos de moralización de la sociedad: la eficacia de estos últimos permanece subordinada a la adhesión inicial a una determinada ideología. Sin esta adhesión, la reflexión no cuenta, carece de valor. Por consiguiente, apunta el autor en un nuevo giro, desde el punto de vista político, su ensayo se propone un objetivo básico: dar luz sobre los valores que guían la actividad económica y política, como premisa indispensable para un replanteamiento más general de la lógica capitalista de interacción social.

En la asunción explícita de la temática de los valores, añade, quizá el obstáculo más grande esté constituido por la superficialidad con la que las cuestiones ideológicas y de filosofía moral se tratan en el debate político y económico. El pensamiento neoliberista, con sus llamados a asumir valores incontestables “constituye hoy la forma más avanzada de mistificación de la cuestión ideológica y moral”. En el terreno filosófico, la doctrina liberal no significa en absoluto la defensa de un mundo en el cual todo está permitido, en el cual todos los derechos se sitúan en el mismo plano. Como no podía ser de otro modo, la defensa de algunos derechos considerados fundamentales demanda, necesariamente, la imposición de vínculos, de restricciones a la libertad de conducta de cada uno.

    Hay valores que pueden ser puestos en discusión y otros que, en cambio, según el liberalismo (y también según otras variantes ideológicas), deben ser considerados como de orden superior y debe, por lo tanto, ser considerados como inviolables e inalienables.

Para Palermo el llamamiento a la libertad como valor fundamental, sin especificaciones y sin contextualización alguna, no significa nada. Es un mero ruido, usualmente escuchado sin reflexión ni dotación de sentido.

    La libertad de asesinar no puede ser puesta en el mismo plano de la libertad de defender la vida. La libertad de un Estado de ocupar militarmente los territorios de otros pueblos no se puede comparar con la libertad de un pueblo de defender su propio territorio. La libertad de comprar y de vender productos en el mercado no es como la libertad de profesar las propias convicciones políticas o religiosas en la sociedad.

Existe una jerarquía en los valores y en los derechos sobre la que, en principio, es lógico que haya disenso y confrontación política. La confrontación entre sistemas morales diferentes pasa por la discusión de las diversas prioridades en los valores y en los derechos. No se puede razonar como si todas las variadas formas de libertad tuviesen la misma dignidad moral:

    En primer lugar, porque en un mundo de interacciones complejas, la libertad de uno está vinculada a la libertad del otro. En segundo lugar, porque la garantía de ciertas libertades se obtiene sólo estableciendo normas, reglas y vínculos que, necesariamente, restringen otros modos de libertad.

La verdadera y sangrante paradoja es que en el ámbito económico sea justamente la libertad en las relaciones de mercado la que conduce a avasallar todos los derechos, incluso aquellos que, desde una reflexión en términos de valores, deberían considerarse inviolables e inalienables:

    Con la transformación de cada relación social en relación de mercado, los derechos –también aquellos considerados moralmente inalienables– reciben un precio, al cual pueden ser, por lo tanto, enajenados. La salud, según muchos, no tiene precio. No obstante, cuando se crea un mercado para la atención hospitalaria o para las medicinas, se fija un precio para la salud y quien no puede permitirse ese pago, de hecho, se ve privado de su derecho a la salud. La libertad (de algunos) de extraer ganancias aumenta, y la libertad (de otros) de gozar de un crecimiento saludable o de morir de modo digno disminuye. La transformación de la filosofía liberal en doctrina económica marcada por el mercado (o, para decirlo en otras palabras, la transición del liberalismo al liberismo) incorpora, por lo tanto, una contradicción profunda sobre la cual creo que vale la pena volver a detenerse.

De este modo, al proclamar urbi et orbe la libertad económica como valor absoluto, el liberismo -que no es sino una cosmovisión político-filosófica determinada no una teoría científica objetiva y limpia de presupuestos- termina por aplastar, simplemente, todas las otras esferas de la libertad individual.

Muchas de las críticas a las teorías liberistas se centran en el hecho de que éstas se fundan sobre hipótesis muy lejanas de los sistemas de mercado reales. Éste un hecho innegable, apunta Palermo, pero a veces parecería que el problema esencial, si no único, fuese conseguir los sistemas de mercados reales más parecidos a los modelos de la teoría liberista. No es ése el punto ni es este su punto de vista:

    El tema, por el contrario, es que incluso en el supuesto caso en que se lograse construir un mundo a la imagen y semejanza de los modelos liberistas, todo se podría decir, menos que tales mundos serían unánimemente deseables, tal como se nos pretende hacer creer. Por lo tanto, creo importante discutir de forma ordenada los diferentes campos teóricos en los cuales es posible criticar la proposición liberista.

Su crítica del liberismo no tiene que ver sólo con las teorías que prescriben la ampliación del campo de las relaciones de mercado, sino que se relaciona, más en general, con el conjunto de teorías que consideran como inamovible la racionalidad del sistema de mercado, es decir, aquel conjunto de teorías que, en definitiva, coincide con la economía burguesa y que abarca, ciertamente, la teoría hegemónica en el terreno científico –la teoría neoclásica– y la heterodoxia austríaca (que considera a la doctrina liberal como su explícito presupuesto filosófico), pero también, añade Palermo, amplios sectores de la heterodoxia no explícitamente liberista, que aceptan, en algunos casos sólo como desafío teórico, la formulación metodológica y la visión del mundo de la teoría neoclásica. La crítica del modelo teórico permanece necesaria ya que, en su opinión, demuestra que los pilares que no son capaces de sostener el edificio teórico liberista son numerosos y ubicados en diferentes campos de esa estructura.

    Por consiguiente, se convierte en un elemento de suma importancia comprender las consecuencias teóricas de la caída de cada uno de los pilares y también el poder determinar cuáles de las conclusiones de la teoría liberista se desmorona junto con las diversas columnas. La importancia de este proceso de crítica sistemática es doble: primero, nos ayuda a razonar sobre aquello que queremos, y en segundo lugar, nos indica el camino para la superación de los límites del modelo económico existente.

En la medida en la cual los esquemas teóricos utilizados sean tan abstractos como para devenir representaciones de un mundo que no es el nuestro, vale la pena interrogarse sobre los verdaderos objetivos perseguidos a través de dichos esquemas.

    De tal manera, tanto en la crítica del realismo, como en aquella del modelo teórico, la consigna clave es una sola: demistificación.

La crítica fundamental de Palermo al principio de la racionalidad del mercado es formulada así: ella asume un significado del todo particular en la teoría económica, ciertamente diferente de su significado común, y sumamente discutible desde el punto de vista de la filosofía moral. A pesar de ello, una vez que el principio ha sido dejado pasar en el ámbito académico “entra con plena legitimidad en el sentido común, asumiendo nuevos significados capaces de evocar emociones y suscitar reacciones, con la ilusión de que todo está basado en un riguroso fundamento científico”.

El objetivo del autor es ofrecer un balance crítico del estado de la investigación económica derribando las barreras técnicas y matemáticas que limitan la temática económica a un público experto y que, de hecho, impiden la participación democrática en los debates económicos y políticos.

Queda claro que me gustaría lanzar este desafío a los economistas profesionales, poniendo en discusión los fundamentos generales de su ciencia, para que abandonen, al menos por una vez, los recurrentes tecnicismos relativos al último instrumento matemático descubierto y a sus aplicaciones económicas.

Re: PALERMO, Giulio

Nota Lun May 07, 2012 10:17 pm
fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=92342




A propósito de la publicación de El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales de Giulio Palermo

Contribución (didáctica) a la crítica de la categoría mercado (iv)




Salvador López Arnal

Rebelión // 29 de septiembre de 2009





[…] La crisis actual no fue provocada por fallas de mercado. Es la consecuencia lógica de una política económica que trabajó como se esperaba que lo hiciera, convirtiendo a unos pocos en inmensamente ricos y profundizando la desigualdad en todo el mundo, incluyendo a los países más industrializados. Este desastre no es una tormenta cuya aparición fuera difícil de predecir. Al contrario, se trata de una tragedia anunciada, generada por una serie de políticas económicas brutalmente irresponsables.

Ese paquete de políticas económicas (aplicadas desde los tiempos de la señora Thatcher, que usted misma designó primera ministra en 1979) descansa en la idea de que los mercados asignan eficientemente los recursos y deben ser dejados en libertad. El resultado es una combinación de recetas fallidas y contradictorias, que no sólo provocó innumerables crisis en el mundo, sino que ha profundizado dramáticamente la desigualdad y la pobreza, incluso en los países industrializados. Además, el régimen de comercio internacional al que dio lugar alteró la manera de vivir en innumerables países, al tiempo que intensificó la destrucción del medio ambiente.


Alejandro Nadal, “Carta a la reina de Inglaterra”. La Jornada, 26 de agosto de 2009.




En la “Introducción” a El mito del mercado global, pp. 23-32, Giulio Palermo recuerda que la tradición del pensamiento liberal nace en Inglaterra y en Holanda hacia finales del XVII como reacción político-filosófica al feudalismo residual aún presente en la sociedad de aquellos años.

En ella confluyen sentimientos de rebelión en confrontación con la intolerancia religiosa, el absolutismo político y la jerarquía en las relaciones sociales, sentimientos que reflejan en gran parte el cambio de relaciones económicas y políticas, modificaciones que se habían volcado decididamente a favor de la burguesía.

En el campo económico, el liberismo [1] asume la forma de una corriente de pensamiento económico-filosófico que postula el mercado como la institución más adecuada a la manifestación libre de los intereses y de las preferencias individuales. En el curso de la historia del pensamiento económico, esta corriente de amplio caudal ha desarrollado diferentes modelos teóricos que han sido objeto de críticas cerradas.

Según Adam Smith (XVIII) [2], el primer inspirador influyente del liberismo, considerado por muchos como el fundador de la escuela clásica y de la economía política en su conjunto, “la deseabilidad del mercado como mecanismo de interacción social depende de la posibilidad de obtener resultados sociales que van más allá del proyecto consciente de los individuos particulares”. Para el economista y filósofo escocés, recuerda Palermo, el individuo que persigue únicamente sus propios intereses en el mercado es guiado, sin tener consciencia de ello, por una mano invisible que lo lleva a promover objetivos sociales que superan sus iniciales intenciones [3]. De este modo, la impropiamente llamada “anarquía de los mercados” no es tal, no es fuente de desorden económico como podría pensarse en principio, sino un motor ajustado y razonable de crecimiento económico y social.

Durante el largo período que va desde el siglo XVIII hasta la actualidad, el liberismo clásico ha sido objeto de encendidos debates, señala Palermo. La crítica más radical fue elaborada por Marx y ha sido desarrollada por diversos pensadores de la tradición marxista [4]. Por lo demás:

La crítica de Marx del sistema capitalista y de la representación que genera la economía burguesa no tiene una dimensión estrechamente económica. En el capitalismo, como en cualquier modo de producción, la esfera económica está ligada de manera muy íntima al campo social, jurídico y cultural.

En esta relación –“dialéctica” es el adjetivo usualmente empleado- entre los diversas ámbitos sociales, Marx considera que el capitalismo, sin olvidar evoluciones históricas singulares y presencias de restos de otros modos de producción, se caracteriza por la creciente importancia de la dimensión económica respecto de todas las otras esferas sociales, con una derivada que no debería olvidarse nunca: la imposición de esta lógica esencial de la acumulación económica -la digamos, para simplificar, racionalidad burguesa- a otros ámbitos de la vida social.

La teoría marxiana, apunta polémicamente Palermo en una consideración sobre la que volveremos posteriormente, no es una teoría económica en sentido estrecho: es, por el contrario, una concepción de la historia de la sociedad, de las sociedades humanas, en su totalidad. Según Marx, y ésta es una arista esencial de su legado, son justamente las leyes internas de funcionamiento del sistema la causa de la inestabilidad del proceso de acumulación del capital y de las repetidas crisis económicas a las que el capitalismo está subordinado. De hecho, señala Palermo:

La anarquía de los mercados, que para Smith es la fuente de crecimiento económico y social, es para Marx la causa profunda de las contradicciones internas del capitalismo. Elevando la búsqueda de la ganancia a un único y cabal objetivo económico, la ley del mercado impide la organización del sistema económico en función de las necesidades de la población y condiciona, en cambio, a la población a las necesidades de reproducción y valorización del capital [el énfasis es mío].

Este punto, como es sabido, es atalaya esencial de la mirada crítica marxiana y marxista. Para Palermo la crítica marxista no sólo es un instrumento para replantear la discusión en el ámbito científico las convicciones políticas liberistas de su tiempo, sino también un instrumento de demistificación del sistema capitalista mismo, un sistema, recuerda el autor italiano, en el que la esencia de las relaciones de explotación del hombre por el hombre y la imposibilidad de una auténtica emancipación del individuo se esconden detrás de una apariencia de relaciones formalmente igualitarias entre sujetos jurídicamente libres.

Admitiendo el decisivo papel de la tradición del pensamiento marxista en el debate político del siglo XX, en el campo académico “jamás ha logrado el carácter de escuela de pensamiento dominante en los países capitalistas” apunta Palermo. Desde el punto de vista de la historia del pensamiento económico, el gran cambio que permite a las doctrinas liberistas imponerse en la esfera académica se remonta a 1870. Se afirman entonces dos escuelas de pensamiento fuertemente inspiradas en los principios liberistas: la neoclásica y la austríaca, que nacen con la publicación casi contemporánea de la obra de tres grandes economistas: Léon Walras, francés, Stanley William Jevons, inglés (fundador de la escuela neoclásica) y Carl Menger, austríaco (el fundador de la escuela que lleva su nombre), que se transforman de forma acelerada en los nuevos puntos de referencia teóricos en materia económica, en reemplazo de las interpretaciones ricardiana y marxiana, que hasta entonces habían sido difundidas ampliamente. Palermo apunta que:

El cambio radical del método de la perspectiva de análisis y en los fundamentos mismos de la teoría económica en relación con la tradición clásica y marxista nos lleva a caracterizar este cambio de rumbo teórico como una revolución científica…

Este, digamos, cambio de paradigma es hoy conocido como la revolución marginalista. El término “marginalista” hace referencia al modo de resolver los problemas económicos a través de los llamados “razonamientos al margen”, razonamientos que, matemáticamente, se representan como problemas de cálculo diferencial.

Según uno de los más importantes historiadores del pensamiento económico, Joseph Schumpeter, lo que hermana a la escuela neoclásica con la austríaca [5] es ante todo: 1. La defensa de una teoría subjetiva del valor como alternativa a la teoría objetiva de los economistas clásicos y de Marx. 2. La idea de que todas las proposiciones económicas deban ser construidas a partir de postulados relacionados con las reglas del comportamiento individuales (es el llamado individualismo metodológico), lo que priva de contenido científico a todos los conceptos de naturaleza social (por ejemplo, la categoría “clases sociales”), conceptos que constituían, en cambio, las bases teóricas de la economía clásica y marxiana.

Las razones de la afirmación del punto de vista subjetivista pueden ser rastreadas, señala Palermo, en algunos problemas internos encontrados por las teorías ricardiana y marxiana y en las consecuencias políticas de estas dos teorías, sobre todo de la segunda, las que, sobre la base de una teoría del valor de las mercancías que apunta al trabajo necesario para su producción, llevan a conclusiones revolucionarias en el plano de las relaciones económicas y políticas del capitalismo.

De hecho, en la década de 1870-1880, diversos países europeos (Francia, Gran Bretaña, Alemania e Italia) y los Estados Unidos han sido atravesados por duras luchas sociales, seguidas de represiones violentas. En este clima, los ambientes académicos vinculados a la burguesía han mostrado una inmediata simpatía por la nueva interpretación basada en el rechazo neto de la teoría objetiva del valor y de los conceptos marxianos relacionados con ella por la explotación y la lucha de clases.

Es evidente, matiza Palermo, que todo ello no significa que los tres economistas protagonistas de esta revolución marginalista (o subjetivista, siguiendo a Schumpeter) fueran conscientes de la trascendencia política del cambio de rumbo señalado. Maurice Dobb, recuerda el autor italiano, señaló que de los tres economistas sólo Jevons era cabalmente consciente de la importancia política de la nueva orientación teórica.

Es a partir de la década de 1930 que estas dos escuelas de pensamiento económico toman caminos metodológicos divergentes: si la escuela neoclásica define su propio programa de investigación centrado en el formalismo matemático como un aspecto determinante de su metodología de investigación, la escuela austríaca toma distancia del proyecto formalista, criticándolo duramente por su inaplicabilidad en las ciencias sociales. Además de ello, radicaliza su propia concepción subjetivista avanzando mucho más allá de la concepción neoclásica.

En este proceso de caracterización teórica, las dos escuelas del pensamiento económico se encuentran, a menudo, enfrentadas en posicionamientos opuestos en algunas de las más significativas controversias metodológicas. Al mismo tiempo, sin embargo, la común ideología liberista emerge como un elemento de fuerza de la adhesión al nuevo programa de investigación económica puesto en marcha con la revolución marginalista.

A partir de esta breve reconstrucción histórica, apunta Palermo, es posible apreciar la complementariedad de las contribuciones teóricas de estas dos escuelas en el proceso de afirmación de la ideología liberista en el ámbito académico y cultural.

La teoría neoclásica utiliza un lenguaje matemático complejo, reservado a los expertos, y hace del rigor lógico deductivo el verdadero aspecto fuerte de la entera construcción teórica. El intento de analizar cada problema económico en términos estrechamente matemáticos y la consiguiente necesidad de formular los problemas económicos en modo compatible con las técnicas matemáticas conocidas lleva a la economía neoclásica a invertir decididamente en la investigación matemática, transformándose en algunos casos en el frente más avanzado de la investigación matemática misma.

Eso sí, advierte Palermo, mientras el instrumental técnico se enriquece, la teoría neoclásica se aleja progresivamente de todo tipo de realismo económico, con la consecuencia de que el máximo rigor matemático termina, usualmente, por ser aplicado a modelos muy alejados de la realidad económica que se quiere explicar. La inaccesibilidad del análisis y el elevado grado de sofisticación técnica hacen que la teoría neoclásica está hoy fuertemente radicada en los medios académicos, pero, sostiene Palermo, extraña por completo a la temática económica así como ésa se desarrolla por fuera de las universidades, en la cultura y en la sociedad en general.

La teoría austríaca utiliza, por el contrario, un lenguaje fácilmente accesible y desarrolla las propias argumentaciones de modo predominante en el campo de lo intuitivo, haciendo palanca con frecuencia en consideraciones “de buen sentido” que reflejan una concepción del mercado con profundas raíces en la cultura popular: refleja las creencias y las convicciones propias de la cultura burguesa (así, apunta Palermo en nota, “la percepción del mercado como modo de interacción social espontáneo y natural”), por el otro lado, también posee un mérito particular en el campo científico por la relativa simplicidad de sus argumentaciones.

A pesar de las dificultades encontradas en el proceso de conquistarse una adecuada representatividad en el cuadro académico, el radicalismo de sus posiciones teóricas y políticas ha permitido a la escuela austríaca imponerse como protagonista en algunas de las controversias teóricas más importantes de la historia del pensamiento económico. Desde el punto de vista de la afirmación de los valores del mercado, probablemente, la importancia de la teoría austríaca esté en su capacidad de moverse de forma paralela, tanto en el dominio estrictamente científico como, más en general, en aquel de la cultura dominante.

Como ejemplo de complementariedad de estas dos escuelas, apunta Palermo, basta pensar en el proceso de transición al capitalismo acaecido en los países del Este europeo: fueron las ideas de Friedrich August von Hayek, uno de los más importantes exponentes de la escuela austríaca, las que se impusieron en el debate económico y político; la libertad de empresa y la exaltación del mercado fueron los ideales que capturaron la imaginación de la gente, no, en cambio, los teoremas matemáticos de la teoría neoclásica sobre la eficiencia de los mercados. Sin embargo, cuando el proceso de transición se puso efectivamente en marcha, “los consejeros económicos fueron seleccionados en su totalidad del campo neoclásico, sobre la base del prestigio académico obtenido en Occidente”.

El liberismo, tal como hoy se presenta en el panorama de las corrientes del pensamiento económico vigentes, no constituye en absoluto un bloque monolítico: resurgen ideas del viejo liberismo clásico que se insertan “en un cuerpo de conocimientos teóricos que se ha ido enriqueciendo en el curso del tiempo”; adquieren forma nuevas teorías que dependen” fuertemente de las modernas técnicas de análisis económico, basadas en el uso masivo de los instrumentos matemáticos”. Y entre estos dos campos emergen tentativas de síntesis entre las diferentes expresiones teóricas que buscan aprovechar y recomponer las intuiciones de las diversas tradiciones del pensamiento liberista.

De cualquier manera, está claro que, en la medida en la cual las formulaciones metodológicas de las diferentes teorías liberistas sean incompatibles entre ellas, cada una de sus tentativas de síntesis resulta arriesgada. En efecto, cambiando las conjeturas metodológicas, los mismos términos sobre los cuales se basa una teoría asumen significados diferentes y una misma formulación puede resultar válida en un determinado contexto teórico, pero no en otro. Análogamente, la defensa del liberismo según una determinada perspectiva teórica puede resultar incompatible con la defensa del liberismo desarrollada según una perspectiva teórica diferente. Esto significa que en la discusión y en la crítica del proyecto político liberista se debe especificar con claridad la perspectiva teórica adoptada y el significado mismo que asume en tal perspectiva la proposición liberista.

Esta es la cuestión metodológica esencial a la que Palermo anuncia tratará de atenerse en el curso de su obra. Tras esta declaración, nos trasladamos al primer capítulo de su ensayo.

Addenda:

En los siguientes términos se refería Manuel Sacristán (1925-1985) a las aportaciones de Carl Menger en sus clases de “Metodología de las ciencias sociales” del curso 1981-1982, impartidas en La Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona [6]:

[…] Antes de contar brevemente la disputa, lo que se llama Methodenstreit, la disputa del método en economía, querría citar el juicio de Schumpeter sobre la fuerza de la escuela histórica, también en Historia del análisis. Son cinco líneas que dicen así:

La escuela histórica no se puede decir que haya sido nunca predominante en ningún país, pero fue con mucho el factor científico más importante en la economía alemana durante las dos o tres últimas décadas del siglo XIX.

Dos o tres últimas décadas quiere decir el final, el apogeo del Imperio prusiano. La guerra franco-prusiana termina el 1873 con la derrota de Napoleón III y entonces se abre un período de casi treinta años, casi cuarenta si se cuenta hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial el año 1914, que son verdaderamente la hegemonía prusiana, alemana, en el continente y la inglesa en el mar. Durante esos treinta años de hegemonía de un poder tan conservador como el alemán del Káiser, lleva mucha razón Schumpeter al registrar que, sin embargo, la ideología dominante en esa área que comentamos de la economía académica ha sido la escuela histórica, es decir, una escuela que, vista al menos con perspectiva de hoy, es una escuela socializante e incluso militantemente socialista y que además, en el momento del estallido de la crisis europea a raíz de la Primera Guerra Mundial, da de sí también, sin embargo, aparte de un socialismo o una socialdemocracia conservadora cuyas consecuencias conocemos hoy en Alemania, de ahí vienen directamente una extrema izquierda, con figuras como Bauer o Adler, que protagonizan acciones bastantes revolucionarias.

Contar estas cosas, que al final del tema recogeré, tiene para mí la intención de demostrar lo complicado que son los caminos ideológicos y hasta qué punto son falsas las simplificaciones que siempre adscriben sin vacilar determinados pensamientos metodológicos a determinadas actitudes políticas.

Gastemos unos minutos en la disputa célebre del método que tiene la siguiente historia.

En 1883 [Carl] Menger, éste sí que seguro ha salido muchas veces en la carrera, publica sus Investigaciones sobre del método de las ciencias sociales y de la economía política en particular. Ese año de 1883, que no sé si he citado ya alguna vez, no sé si he comentado ya en clase la cantidad de cosas que se acumulan en 1883, que es un año para recordar en la historia de las ciencias sociales, y del pensamiento económico en particular. Es el año de la muerte de Marx; de la aparición del libro de Menger que inicia la polémica del método, la disputa del método en la economía, el libro que acabo de citar; de la aparición de la Introducción a las ciencias del espíritu de Dilthey, que es el principal monumento de pensamiento historicista en filosofía, y de la Historia de la mecánica, de Mach, que son los comienzos del neopositivismo. Todo junto, pero, como he comentado más de una vez, sin mezclarse. Es bastante evidente que ninguno de estos acontecimientos ha tenido ninguna repercusión en los otros. Quiero decir, que Menger no ha tenido ni recuerdo de Marx, ni ha sabido quien era Marx. No así los de la escuela histórica. Schmoller, Sombart y otros autores de la escuela histórica sí que saben quien es Marx y lo conocen y polemizan con él. Dilthey tampoco. Que yo recuerde en toda la descomunal obra de Dilthey no hay una sola cita de Marx. La hay en otros autores de la escuela de Dilthey, Rickert, pero en Dilthey mismo yo no recuerdo. Puede habérseme pasado, seguro, pero en todo caso no tendrá mucha relevancia.

Lo que es una curiosa diferencia con la época en que vivimos. Hoy sería inimaginable que aparecieran simultáneamente en un año el libro de Mach, el de Menger y el de Dilthey y no aparecieran en el suplemento de cualquier periódico juntos, o, por lo menos, en suplementos sucesivos. Pero todavía hace un siglo, porque de 1883 hace un siglo incompleto [1982], la vida europea era tan diferente de lo que es hoy como para que cosas así, de tanta influencia posterior, pudieran producirse en incompleta comunicación unas con otras.

El libro de Menger es entonces de 1883, y casi inmediatamente, en el Anuario de la escuela histórica, Schmoller publica una crítica muy negativa del libro calificándolo de puro juego formal, de ajedrez, de inutilidad para la interpretación de la vida social. Mientras que el libro de Menger no contiene ningún ataque, críticas sí pero más bien implícitas, no contiene ninguna polémica directa con la escuela histórica, es una exposición al estilo de [Edward] Gibbon, de la teoría económica de la época, sin partes polémicas importantes. La respuesta de Schmoller es, en cambio, pura polémica. Entonces Menger contesta ya polémicamente en 1884 con un libro corto, un libro de 180 páginas titulado Los errores del historicismo en la economía nacional alemana. Aparecen en este segundo libro de Menger prácticamente la mayoría de los argumentos que hoy conocemos como argumentos en favor de la economía positiva, a saber: operatividad, predictibilidad, inoperancia, para cuestiones de política económica quiere decirse, del tratamiento sociológico. Prácticamente todas las menciones están ahí. Menger ha sido un hombre muy agudo y que se ha anticipado mucho a motivaciones posteriores…





Notas al pie de página

    [1] Recordemos la definición dada por el autor (p. 245): “liberismo (o liberalismo económico): orientación teórica que se opone a las políticas activas del Estado y que ve en el mercado el instrumento más idóneo para la armonización de los diferentes objetivos individuales”. Ni que decir tiene que la teoría o doctrina se ha tambaleado, pero permanece en pie de guerra, tras la irrupción volcánica de esta crisis de largo alcance e impredecible duración.

    [2] Un documentado y original estudio de David Casassas del pensamiento de Adam Smith está en puertas de ser editado por El Viejo Topo, con prólogo de Toni Domènech.

    [3] No es fácil aquilatar la fuerza de este curioso argumento smithiano que más bien parece justificación a posteriori de un estado de cosas que uno considera aceptable, justo y/o razonable y para el que busca, digamos, una explicación satisfactoria, en el supuesto, no inmediato, que la apelación a una “mano invisible” sea explicación de algo.

    [4] Palermo señala en nota una aclaración terminológica de interés: en su ensayo, el uso de los dos términos (marxiano y marxista) se refiere, respectivamente, a las contribuciones de Marx (pensamiento marxiano) y a la tradición del pensamiento económico-filosófico que se inspira en su obra (marxista).

    [5] Palermo recuerda que el uso del cálculo diferencial como instrumento por excelencia de resolución de los problemas económicos fue desarrollado en exclusiva por la escuela neoclásica, mientras la escuela austríaca rechaza estos instrumentos y mantiene una posición crítica sobre el formalismo matemático. Desde este punto de vista, siguiendo a Schumpeter, sería más correcto hablar de “revolución subjetivista”, no de “revolución marginalista”.

    [6] Véase: M. Sacristán, Sobre dialéctica. Barcelona, El Viejo Topo, 2009.


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