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IBSEN, Henrik (1828-1906)

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IBSEN, Henrik (1828-1906)

Nota Dom Abr 01, 2012 9:52 pm
Henrik Johan Ibsen

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En Biografías y Vidas se escribió:(Cristianía, 1906 - Skien, 1828) Dramaturgo noruego, uno de los renovadores del teatro universal. Nació en una ciudad costera donde su padre poseía una destilería de aguardientes que quebró cuando él tenía seis años. Su madre era muy religiosa. A los quince años se fue a vivir a Grimstad, no lejos de su pueblo natal, donde su padre le había conseguido un puesto como ayudante de un farmacéutico. Sus contactos con la familia fueron, por el resto de su vida, esporádicos.

A los veinte años era ya un librepensador, entusiasmado con las insurrecciones populares que estallaban en toda Europa. En 1850 fue a estudiar a Cristianía (hoy Oslo). Noruega era por esa época un país regido políticamente por Suecia y culturalmente por Dinamarca. En 1853 aceptó el puesto de director y dramaturgo de un nuevo teatro en la ciudad de Bergen y cuatro años más tarde volvió a Cristianía para dirigir otro teatro que en 1862 cerró por problemas económicos.

Este fracaso marcó el comienzo de una nueva época en su vida. Cansado de lo que consideraba estrechez de miras de su país natal, partió a un exilio de veintisiete años por Italia y Alemania, período durante el cual escribió el grueso de su obra. Ya en el pináculo de su fama volvió a Noruega y en 1900 sufrió el primero de una serie de ataques de apoplejía, que afectaron su salud física y mental. Falleció en 1906 y fue enterrado con honores de jefe de Estado.

Como director del teatro de Bergen, Ibsen intentó crear un drama nacional, tarea difícil ya que si bien podía utilizarse como base el rico acervo de las sagas islandesas medievales, la escena de su país estaba dominada por la dramaturgia francesa de Scribe (que daba prioridad a lo ingenioso de la intriga sobre la profundidad de los personajes), y por el idioma y la tradición histriónica danesas.

La experiencia que ganó en Bergen tuvo para él un valor incalculable. Como director del teatro de Cristianía, ya casado con Suzannah Thoresen, exhibió una autoridad y confianza en sus propias ideas que antes no había mostrado. Esto se advierte en su drama Los pretendientes de la corona (1863), que forma parte de una serie de tema histórico y en el que, con reminiscencias shakespearianas y gran precisión psicológica, trata el tema de la dificultad del ser humano de encontrar su misión en la vida.

Con Brand (1866) y Peer Gynt (1867), dos dramas en verso, Ibsen hace su entrada en la literatura universal. Si Brand representa la toma de posición apasionada, los temas centrales de Peer Gynt son la duda, la ambigüedad, la huida al mundo de la fantasía. El predicador Brand es el idealista que lo sacrifica todo en aras de su misión. Sus exigencias tienen un carácter absoluto, no sabe de matices. El mensaje de la obra es, en cambio, más contradictorio. ¿Es Brand un mártir de la verdad o una víctima de sus propias exigencias inhumanas? Peer Gynt es en cambio una leyenda romántica, con rasgos realistas modernos, más audaz que Brand desde el punto de vista teatral. Su protagonista es una figura fáustica, a la vez un soñador romántico y un monstruo de egoísmo.

En el decenio de 1870 Ibsen abandona el teatro de ideas por el drama social realista. La primera obra de este período (y la primera que escribió en prosa) fue Las columnas de la sociedad (1877), que trata de los conflictos sociales y del choque de lo antiguo con lo nuevo. Pero el verdadero éxito le llegó con Casa de muñecas (1879), en la que por primera vez aparece la voz auténtica del autor.

La obra provocó escándalo, con su osada descripción de una mujer que deja su aparentemente idílico matrimonio a causa de su disconformidad con el rol subordinado que le toca desempeñar en él. Es una heroína fuerte e independiente en contraste con un marido débil y aferrado a su rol patriarcal. Pero su tema es también el efecto anquilosante de las convenciones sociales y la necesidad de rebelarse contra ellas a fin de alcanzar la realización personal. Esta obra no tiene un desarrollo cronológico como las anteriores, sino que trabaja con una técnica retrospectiva en la que el pasado va siendo revelando a medida que avanza la acción.

Un enemigo del pueblo (1882) describe la lucha de un individuo decidido a revelar la verdad aun cuando ésta amenaza la supervivencia de toda una ciudad y a pesar de que su porvenir y el de su familia están en juego. El tema de la honestidad reaparece en El pato salvaje (1884), pero se trata esta vez de una verdad despiadada, que destruye la vida de una familia. La verdad, parece decir ahora Ibsen, es una droga que, mal administrada, tiene efectos letales. De los destinos de sus personajes, que son gente común y corriente, desprendió conclusiones de una sinceridad brutal, pero también de gran sutileza y, por momentos, de belleza poética, obligando a su público a cuestionar las bases morales de su existencia.

Durante la segunda parte del siglo XIX, su obra cambió el carácter del teatro europeo y lo convirtió, del divertimento a que había sido reducido, en lo que fuera para los griegos: un instrumento para examinar el alma. Otras obras suyas son Catilina (1850), La comedia del amor (1862), Emperador y Galileo (1873), La unión de la juventud (1869), Espectros (1881), La casa de Rosmer (1886), La dama del mar (1888), Hedda Gabler (1890), Juan Gabriel Borkman (1896), Despertaremos de nuestra muerte (1899).





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Antonio Fernández Vicente, en "Hipocresía y periodismo a propósito de Henrik Ibsen", en Rebelión, el 1 de abril de 2012, escribió:Es muy corriente leer y escuchar auto-panegíricos en los medios de información, donde se proclama la objetividad, la labor de denuncia de corrupciones sistémicas y el servicio social del periodismo en general en favor de valores democráticos. Este discurso laudatorio, conviene repetirlo para no devenir víctimas de una mentira reproducida constantemente, refleja no obstante un cinismo vergonzante. De hecho, se establece la distinción entre periodismo convencional y periodismo alternativo, cuando en realidad, el único periodismo que se aproxima, aunque sea de modo asintótico a la definición utópica de periodismo, es este último. El periodismo convencional, salvo algunas honrosas excepciones, dependiente de correctivos económicos, financieros y políticos, simplemente debería llamarse de otra manera: gestión de comunicación persuasiva, medios de desinformación, transmisión de (des)conocimientos descontextualizados, industria de clichés, de banalidades.

El periodismo siempre se ha concebido desde perspectivas ambivalentes. Por una parte, como el ejercicio de la función social de denuncia y crítica de lo inicuo. En este sentido, se trataría de articular un aparato de contraposición a los abusos de poder de las elites políticas, económicas y sociales. El discurso del periodismo normativo ha de suscitar la duda, descubrir las contradicciones de nuestra sociedad, las tensiones que la aquejan. En otros términos, ha de concitar el atrevimiento suficiente como para, aun a riesgo de poner en peligro la propia posición del periodista y de su institución, reprobar públicamente aquello que se considera injusto conforme a la verdad. En definitiva, parafraseando a George Orwell, decir la verdad en una época de mentiras constituye un acto heroico.

Por otra, el periodismo y los medios de comunicación concebidos como mecanismos de enmascaramiento y uso propagandístico de los poderes establecidos. Desde el momento en que el periodista y el periodismo anteponen sus intereses personales y empresariales sobre el buen ejercicio de su profesión, los medios de información quedan reducidos al papel de órgano retórico de quienes detentan los poderes hegemónicos.

La pregunta que surge a la luz de estas dos perspectivas es cuál de estas dos orientaciones ha primado y prima hoy en día en lo que a periodismo se refiere. Como es obvio, una cosa es la visión idealista y romántica del periodismo. Otra muy distinta, cómo las fuentes de poder, la propia estructura económica, política y laboral del ejercicio periodístico han barnizado los discursos de los medios de información hasta convertirlos en uno de los zócalos fundamentales para apuntalar los poderes establecidos. La cuestión sobre la hipocresía del periodismo no pertenece en exclusiva a nuestra época. Ni siquiera a los estudios sobre economía política de la comunicación que se llevaron a cabo a partir de los años 70 del pasado siglo. Ya en el siglo XIX, autores avezados como Balzac e Ibsen más tarde supieron dar cuenta de la hipocresía latente en los medios informativos. El lector sabrá establecer las semejanzas en abstracto que relacionan estos escritos con la situación actual, con la advertencia de que, como en "Pajaritos y pajarracos" (Pasolini, 1966), cualquier parecido con la realidad no es casual.

La obra del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) nos remite de continuo a la lucha contra los atavismos, a la emancipación frente a las cadenas de la costumbre, a la moral tradicional y a las servidumbres de la rutina. En sus piezas teatrales, la interrogación se dirige a los códigos de conducta que de modo tácito adoptamos, incluso cuando representan el germen de ansiedades y malestar. A título de ejemplo, Ibsen fue precursor del feminismo contemporáneo a través del personaje Nora en Casa de muñecas (1879). En Espectros (1881) criticaba la doblez moral de una vida respetable de puertas afuera en un matrimonio burgués, mientras el secreto de una existencia licenciosa es mantenido en la opacidad de la hipocresía generalizada.

Un enemigo del pueblo (1882) nos proporciona una perspectiva paradigmática con vistas a la crítica del periodismo. En esta obra, el centro de interés orbita alrededor de la concepción de qué es el bien común. ¿Qué es beneficioso para la colectividad? ¿Qué ocurre cuando los beneficios inmediatos para una determinada comunidad se fundamentan en la mentira, la hipocresía y en la defensa de infamias? ¿Qué papel debería adoptar en este juego de contradicciones la prensa?

Describamos la sucesión de acontecimientos de la obra. La vida económica de un pueblo pesquero depende del balneario como fuente de ingresos. Sin embargo, el doctor Stockmann descubre que sus aguas están contaminadas y suponen un grave riesgo para la salud pública. Como es obvio, tal constatación hace peligrar las fuentes económicas de la comunidad. Ante la evidencia, tanto las instituciones civiles como ciudadanos anónimos defenestran e intentan deslegitimar la autoridad científica de Stockmann. Desde el momento en que una verdad hace tambalear el sistema de valores, se produce una contradicción que Leon Festinger describió como “disonancia cognitiva”. El alcalde llega a decir que las “iniciativas particulares deben supeditarse al interés general, o mejor dicho, a las autoridades” [1].

Consideremos los elementos que construyen el relato:

Premisa inicial: un descubrimiento incómodo y la prensa al servicio de la verdad. El punto de partida en Un enemigo del pueblo remite a la causa de tifus y fiebres gástricas, tras un análisis de las aguas del pueblo. “El balneario es un sepulcro blanqueado, así como suena. Créanme. Las aguas son peligrosísimas para la salud. Todas las inmundicias del valle y de los molinos van a parar a las cañerías, envenenan el líquido, y tanta porquería desemboca en el mar, en la playa...” [2]. Ante tal revelación, de una certeza absoluta, la primera reacción de La voz del pueblo (periódico local) corresponde a la difusión de la noticia. El fin del primer acto sugiere que el desvelamiento de la verdad comporta un logro para la colectividad. Tanto es así, que Stockmann admite haber realizado algo verdaderamente útil para la comunidad. Incluso la prensa, por boca de Billing -redactor jefe de La voz del pueblo- propone una manifestación en honor del doctor por su relevante hallazgo. En este acto, la prensa no duda en divulgar, como es obvio, cuestiones fundamentales de interés público. La decoración se transforma radicalmente en el segundo acto.

Segunda premisa: función y responsabilidad de la prensa en defensa de la verdad. El segundo acto comienza con una declaración de principios de Hovstad, director de La voz del pueblo. La publicación se arroga la función de oponerse al monopolio político de la camarilla de funcionarios que detentan el poder: “La verdad debe estar por encima de todas las conveniencias” [3], sostiene Hovstad. Incluso afirma que la responsabilidad del periodista le obliga a aprovechar cualquier coyuntura para favorecer el gobierno de los débiles. Desde esta perspectiva, la prensa puede concebirse como una herramienta de insurrección, de contrapeso de los poderes establecidos.

La confrontación con el alcalde de la localidad, hermano de Stockmann y presidente de la Sociedad del Balneario, arroja una situación bien conocida. Los intereses políticos, no sólo de la figura del alcalde, sino de la colectividad, se oponen frontalmente a toda consideración ética. Dicho de otra forma, el bien común se fundamenta en la iniquidad y la miseria humana. Nuestro bienestar, nuestras gratificaciones y felicidades (acaso ficticias) deben asentarse sobre el sufrimiento de otros: siempre hay, como en el film de Pasolini, pajaritos (gorriones) y pajarracos (halcones): Uccellacci e uccellini. Quien denuncia tal estado de cosas es tachado, de modo inmediato, de subversivo, marginal y contrario al bienestar público. En este punto, el Dr. Stockmann es acusado de querer arruinar la ciudad. La esperanza radica en La voz del pueblo: “La prensa independiente y liberal se encargará de haceros cumplir vuestro deber” [4], espeta el doctor al alcalde.

Tercera premisa: la prensa al servicio del engaño. En un principio, el redactor y el director de La voz del pueblo alientan al Dr. Stockmann en su cruzada contra las mezquindades de las instituciones políticas. Sin embargo, un diario se debe a sus lectores. Y la propia población se opondría a la revelación de tales noticias. El coste sería el de cerrar el balneario al menos durante dos años. La hipocresía de la prensa es aquí fiel reflejo de la hipocresía de la sociedad a la que dice servir. El dictamen del doctor ha de hacerse público por razones morales. Sin embargo, el director del diario aduce motivos de interés general para no difundir el resultado de sus investigaciones: “¿Cuál es la primera obligación de un periodista, señores, si no es estar siempre de acuerdo con el público? ¿Verdad que la misión de un periodista se reduce a ser útil a sus lectores?” [5]. Aquí se anula el sentido crítico de la prensa cuando puede atentar contra las bases socioeconómicas de los grupos sociales a quien sirve. En lugar de mostrarles sus defectos, sus ruindades como haría el buen amigo, se dedican a adularles de modo artero y engañoso. Habría que revisar la distinción entre amigo y adulador de Plutarco: ¿quiere ser nuestro amigo el que únicamente nos dice lo que queremos oír? ¿El que embellece nuestros vicios y los transforma en virtudes quiméricas?

El Dr. Stockmann es declarado en sesión pública enemigo del pueblo por contrariar lo que se ha instituido como verdad absoluta, que es la base sin embargo de un progreso basado en la hipocresía y la degradación moral. “Un hombre libre no debe jamás atreverse a obrar vilmente, de modo que tenga él mismo que escupirse a su propia cara, que avergonzarse de sí propio” [6].

Podríamos acometer una lectura contemporánea de las tensiones reflejadas en la obra. ¿Cuáles son los fundamentos materiales de nuestro modo de vida? ¿Se basan en la explotación de otros pueblos? En un ámbito más concreto, ¿por qué no ocupan las portadas de los diarios las condiciones de vida esclavistas en los talleres del tercer mundo? ¿Qué es el coltán? ¿Qué relación tiene con nuestros teléfonos móviles adquiridos a precios irrisorios? Son algunas cuestiones de las muchas que el lector podrá añadir y que en pocas ocasiones pueblan las portadas de periódicos. La agenda informativa se ocupa de otras cuestiones. El interés general parece ocuparse más de partidos de fútbol y declaraciones políticas huecas y testimoniales que de situaciones miserables que bien podrían conculcar nuestro sistema de valores.





Notas al pie de página

    [1] Ibsen, H. Un enemigo del pueblo. En Teatro completo, Aguilar, Madrid, 1979, p. 1368.

    [2] Ibídem, p. 1374.

    [3] Ibídem, p. 1381.

    [4] Ibídem, p. 1388.

    [5] Ibídem, p. 1413.

    [6] Ibídem, p. 1429.


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