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BORJA, Jordi

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BORJA, Jordi

Nota Sab Mar 10, 2012 9:32 pm
Jordi Borja Sebastià

Portada
(wikipedia | dialnet)


Introducción

En la entrada en catalán de wikipedia, que he traducido al castellano, se escribió:Jordi Borja Sebastià (Barcelona, 18 de junio de 1941) es un geógrafo y militante político catalán. Está licenciado en sociología y ciencias políticas, diplomado en geografía y tiene un máster en urbanismo. Militante del PSUC desde 1960, tuvo que exiliarse de 1961 a 1968. De 1968 a 1972 fue profesor de sociología urbana en la Universitat de Barcelona y de 1972 a 1984 de geografía urbana e instituciones territoriales en la Universitat Autònoma de Barcelona. Entre 1969 y 1970 también fue vocal de la Sociedad Catalana de Geografía.

Fue miembro del Comité Central del PSUC y del PCE y responsable de política municipal y movimiento popular del PSUC de 1974 a 1981. Fue escogido diputado en las elecciones al Parlamento de Cataluña de 1980 dentro de las filas del PSUC, teniente de alcalde del ayuntamiento de Barcelona por el PSUC de 1983 a 1995 y vicepresidente ejecutivo del Área Metropolitana de Barcelona el 1987-1991.

Actualmente es director de Urban Technology Consulting S.L., profesor de la Universitat Oberta de Catalunya y director del Máster en Gestión Urbana en la Universitat Politècnica de Catalunya. También ha sido profesor en las universidades de París, Roma, Nueva York, México y Buenos Aires y co-director de la asesoría de los Planes Estratégicos de Río de Janeiro, Bogotá y Medellín. Ha colaborado en publicaciones como L'Avenç, L'Espill, Mientras Tanto y El País, entre otros.





Bibliografía compilada (fuente)





Ensayo





Artículos





Sobre J. Borja (ensayos)



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Re: BORJA, Jordi

Nota Sab Mar 10, 2012 9:46 pm
Recursos de apoyo

    Intervención frente al Hotel Drassanes (En el marco del itinerario "Gran Hotel Barcelona", organizado por Asamblea por el Derecho a la Vivienda de Barcelona y el Colectivo Magdalenes, en colaboración con la Xarxa Veïnal de Ciutat Vella, el sábado 10 de julio de 2010. Un itinerario por las historias ocultas de los hoteles más devastadores de Ciutat Vella)


    Entrevista con Jordi Borja (Por Luísa Castro, para Cultura10, 1 de octubre de 2010)


    Conferencia (Introducción al diálogo "Creatividad en la gestión de ciudades turísticas", octubre 2009)



Re: BORJA, Jordi

Nota Sab Mar 10, 2012 9:58 pm
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2227



La ciudad contra el capital



Jordi Borja

El Carrer // diciembre de 2008




“La ciudad nos impone el deber terrible de la esperanza”, escribió Borges. La recomendación ignaciana de “en tiempos de desolación no hacer mudanza” se presta a interpretaciones conservadoras, aunque quizás podríamos matizarla en sentido opuesto. Si el “enriqueceos, enriqueceos” tan a la moda las últimas décadas nos ha conducido al empobrecimiento de muchos mientras algunos enriquecidos se salvaban sería bueno recuperar el principio de esperanza propio de la izquierda, o dicho de una forma más clara: recuperar sus ideas, sus valores y sus análisis críticos del capitalismo. La “mudanza” se hizo asumiendo los principios y los procedimientos conservadores, es la hora del cambio, de ser lo que fuimos, de resistir a las propuestas interesadas de unos y cobardes de otros, de recuperar lo fundamental del pasado para que en el futuro no se repita la crisis del presente.

Los defensores del “desorden establecido” nos dicen que la crisis es saludable puesto que el sistema se autocorrige, elimina a los perdedores, reduce los excesos inherentes al modo de acumulación de riquezas, y al cabo de unos años la expansión renace. No cuantifican la destrucción de bienes que se ha producido y menos aún los costes sociales que pagan la mayoría de los ciudadanos. Hemos vivido una época de despilfarro, de sobreproducción de viviendas que los que las necesitan no podían adquirir, de estimulo al endeudamiento al cual muchos no podrían hacer frente si se reducían lo más mínimo sus ingresos, de destrucción ambiental y crecimiento insostenible, de segregación y desigualdad sociales crecientes. La ciudad, la forma más elevada de civilidad y de progreso, por su potencial de generar convivencia y redistribución, se ha ido fragmentando, disolviendo en las periferias suburbanas, sin cohesión ni sentido. Uno de los aspectos más negativos del tipo de desarrollo promovido por un capitalismo financiero especulativo y salvaje ha sido generar esta dinámica disolutoria de la ciudad.

La historia de la izquierda social, cultural y política va estrechamente unida a la crítica de la economía y a la defensa de la ciudad. Sorprende el grado de desinterés o ignorancia de las izquierdas institucionales y de las cúpulas políticas actuales en ambos temas. La crítica rigurosa del actual capitalismo globalizado, de su modelo de acumulación, ha estado ausente de la reflexión de gobernantes y dirigentes partidarios y por lo tanto es lógico que a la hora de buscar soluciones no se les ocurre nada más que limitar algunos excesos (vincular las transferencias de recursos públicos a las grandes empresas a una reducción que no resulte demasiado escandalosa de los puestos de trabajo) y crear condiciones para volver a la situación anterior (salvar bancos y grandes promotores por medio del dinero público o comprando sus activos). Los reformistas cuando aparece la necesidad de hacer reformas en serio se asustan y caminan para atrás.

La ciudad ha sido en España durante dos décadas el espejo de la democracia. En todo el país los años 80 y 90 la mayoría de las ciudades se han transformado espectacularmente, ha florecido un urbanismo ciudadano expresado principalmente por medio del espacio público, bien diseñado en lo físico y animado en lo social y cultural. Pero progresivamente la lógica de un mercado que la acción pública había convertido en apetitoso fue imponiéndose. En las ciudades compactas aparecieron las operaciones terciarias ostentosas, públicas y privadas, y en aras de la competitividad global, los espacios centrales se especializaron y se hicieron excluyentes. Los precios del suelo se dispararon y las hipotecas facilitaron que los sectores acomodados de las clases medias accedieran al mercado libre y se mantuvieran en la ciudad junto a los barrios residenciales de las minorías ricas. Algunas zonas antiguas o marginales fueron ocupadas por inmigrantes y los sectores populares y medios, los jóvenes especialmente, fueron emigrando a las periferias segregadas por niveles de renta, pobres en espacio público y equipamientos, los territorios “urbanalizados” según el afortunado palabro de Francesc Muñoz. Los gobiernos locales a veces han sido cómplices, otras veces se han mostrado impotentes, pocas veces han denunciado esta degradación del urbanismo democrático.

Este proceso disolutorio de la ciudad integradora ha tenido unos actores conocidos: bancos y cajas adquirieron por lo menos la mitad del suelo urbanizable, los propietarios del suelo se enriquecieron vendiendo con el único mérito de esperar al comprador, los promotores y los constructores se endeudaron esperando vender a una demanda que consideraban infinita y convencidos que su producto solamente podía aumentar del valor con el tiempo. Ciudadanos de ingresos medianos o modestos compraron por necesidad o para colocar sus ahorros hipotecándose con la complicidad de las entidades financieras y de los sucesivos gobiernos sin suponer que ni sus ingresos ni la vivienda adquirida iban a tener un crecimiento sostenido ni que las hipotecas podrían resultar más onerosas.

Ahora se plantea una cuestión bien sencilla. Los dueños del capital quieren que el Estado con el dinero de todos los ciudadanos les subvencione para pagar deudas o impagados o les compre lo que no pueden vender y para repartirse beneficios o indemnizaciones. Los ciudadanos con una vivienda hipotecada que no pueden pagar ni vender por el coste de la deuda en cambio lo que necesitan son que se imponga al sistema financiero una moratoria hasta que la economía se reactive y sus ingresos le permitan volver a pagar las cuotas de la hipoteca. Los gobiernos, imbuidos por la creencia que solo el mercado capitalista puede reactivar la economía, se colocan decididamente al lado de bancos y empresas constructoras y promotoras, especialmente las grandes. Hay matices significativos pues mientras el gobierno británico asume un rol parcialmente protagonista nacionalizando una parte de la banca el gobierno español ofrece el “talante” para convencer a los grupos económicos que no sean malos y tengan un poco de paciencia.

En Catalunya en un periodo de crisis, distinta a la actual ciertamente, el gobierno republicano municipalizó el suelo urbano y colectivizó las empresas de construcción. Un gobierno cuya composición era muy similar al actual tripartito. No creo que ahora se pueda repetir tamaña hazaña pero aún aceptando las limitaciones que impone el marco europeo y español algo más se podría hacer. Comprar las hipotecas, imponer moratorias, prohibir la distribución de beneficios o dividendos al sistema financiero, obligar a dar créditos al tejido empresarial pequeño o mediano, etc como medidas coyunturales. Y también es el momento de plantear iniciativas que se opongan a las dinámicas especulativas que han propiciado la burbuja que ahora ha explotado: reformar la legislación urbanística para que imponga por lo menos un 60% de vivienda protegida y un 20% de vivienda social, recuperar el 90% de las plusvalías urbanas, penalizar fuertemente las operaciones urbanizadoras segregadas de la ciudad compacta, crear una banca pública hipotecaria, impulsar un programa de transporte colectivo en detrimento del crecimiento urbanizador de la red viaria.

Pero nada de esto ocurrirá, ni tan solo se convertirá en debate público sino emerge un amplio movimiento social de los que tienen más deudas que vivienda, más hipotecas que trabajo remunerado, más indignación que paciencia, más confianza en la fuerza popular que en las promesas vacuas de los gobernantes. En estos momentos la izquierda demuestra su naturaleza. Es capaz de explicar la perversidad del sistema económico o no, se adapta o transforma la realidad, moviliza a las mayoría populares o se muestra pusilánime enroscada en las instituciones. Volvemos a otra cita de Borges: nadie se arrepiente de haber tenido un momento de coraje en su vida.

Re: BORJA, Jordi

Nota Sab Mar 10, 2012 9:59 pm
fuente: http://elpais.com/diario/2008/12/08/cat ... 50215.html



¿Hay un camino a la izquierda?



Jordi Borja

El País // 8 de diciembre de 2008




¿Dónde quedó mi niñez? ¿Quién se robó mi ilusión? Estos versos de uno de los tangos más bellos, "Tinta Roja", han surgido repentinamente y se han instalado en el inicio de este artículo sin reflexión ni premeditación. La patria de cada uno como probablemente escribió Manolo (Vázquez Montalbán) es la infancia, el barrio, la ciudad que fuimos descubriendo y conquistando calle a calle. Los de aquella generación percibimos así la miseria de nuestro entorno, la fealdad ambiental y la pobreza de los barrios trabajadores, el contraste con la lujuria de los comercios del centro y la ostentación de las fachadas ricas, el miedo silencioso en los rostros de tanta gente y la miseria cultural del espacio público monopolizado por el poder político.

La ciudad fue nuestra universidad política y como los ciudadanos de la revolución francesa nuestra patria fue la izquierda, la resistencia al franquismo, las causas populares, las esperanzas generadas por las ideas y los combates compartidos. Recuerdo haber leído hace muchos años El nacimiento de nuestra fuerza, de Victor Serge, crónica novelada de la Barcelona obrera de 1916, relato dominado por la presencia de Darío, que así llama al líder sindicalista el Noi del Sucre. Darío, contemplando la ciudad desde la montaña le dice al cronista: esta ciudad la hicimos los trabajadores, la burguesía nos la ha arrebatado pero un día la conquistaremos, y será nuestra.

Esta asociación de ideas se produjo cuando quería comentar la ciudad ante la crisis generada por la locura enriquecedora del capitalismo financiero y la complicidad de los gobernantes. De pronto me ha golpeado la ausencia de la izquierda, como política, como cultura, como reacción moral, como indignación y como proyecto denunciador, movilizador y alternativa a un sistema unido irremisiblemente a la injusticia, a la corrupción y a la catástrofe. ¿Qué fue de nuestras ilusiones? ¿Por qué nos hemos quedado sin épica y sin lírica? Proclamamos el protagonismo de las ciudades, de Barcelona ante todo, y ahora el gobierno de la ciudad solamente se propone poner algunos paños calientes en forma de promover suelo barato para viviendas y algunos programas para atenuar los efectos del paro.

Mejor esto que nada, pero ahora es el momento de plantear respuestas ambiciosas y radicales. Aquí se asumió acríticamente la ideología tan absurda como peligrosa de la competitividad urbana, pensando que esto nos daba los medios para hacer una ciudad más democrática. Al principio así fue, pero las dinámicas dualizadores globales pronto se manifestaron, la ciudad futura se hacía en periferias y enclaves (Saskia Sassen, que nos ha mostrado luego la otra cara de la ciudad global que primero exaltó). Periferias metropolitanas donde la ciudad se disolvía (urbanalización según Paco Muñoz) y la desigualdad social, la insostenibilidad ambiental y la desgobernabilidad del territorio se imponían. Mientras que la ciudad central se convertía en un oasis del cual se iba a expulsar gradualmente a los sobrantes, inmigrantes, pobres y desocupados, familias de ingresos bajos, jóvenes. No olviden las siniestras ordenanzas del civismo.

En Cataluña más de lo mismo. Se gestiona con buena voluntad que las empresas despidan poco a poco para restablecer sus altos beneficios, se solicita a las entidades financieras que, por favor, den crédito a las empresas productivas con el dinero que reciben del Estado, se compran viviendas para salvar a promotores y constructores. Lo mismo que propone Sarkozy, ni siquiera se sigue a Gordon Brown, que nacionaliza bancos, ni al programa socializante de la nueva dirección del socialismo francés. Es decir, nuestra "izquierda gobernante" no parece pretender otra cosa que volver a la situación anterior, como si fuera posible y como si las mismas aguas no trajeran los mismos lodos. Si éste es el mundo de la izquierda, paren, por favor, yo me bajo.

Que reste-t'il de nos amours, ¿dónde estará la izquierda de mis sueños de juventud? La crisis del 29 que se compara con la actual dio lugar a partir de los años 30 a las políticas keynesianas, se legitimó el welfare state, produjo el new deal roosweltiano. Y fueron las luchas sociales, la emergencia de los partidos comunistas, los frentes populares y el temor a las revoluciones como la soviética, que civilizó relativamente el capitalismo. Cuando esto no ocurrió el vacío lo ocuparon el fascismo y el nazismo.

¿Qué propuestas realmente reformadoras del capitalismo salvaje globalizado nos proponen las izquierdas institucionales? Nada que modifique los mecanismos de acumulación de capital, que acabe con la impunidad y la prepotencia del capital financiero, que promueva la movilización social y garantice el control social sobre los bienes básicos. Domina el miedo a las ideas propias, o las olvidaron o nunca se tuvieron. Pero es el momento histórico de vencer el miedo a pensar, a luchar y a proponer alternativas de sociedad, no simplemente parches a favor de los mecanismos y de los intereses responsables de la crisis.

Los llamados reformistas son siempre conservadores; para hacer reformas hay que tener pensamiento revolucionario. Y este pensamiento nace de la resistencia local, en las ciudades, a la crisis global. En las ciudades se viven los efectos de las crisis, en ellas están las fuerzas sociales y morales que pueden proponer alternativas a un mundo globalizado que produce más catástrofes que bienes, que concentra la riqueza en vez de distribuirla, que ofrece lo que no da, que genera el miedo y la exclusión... Y que tiende a convertirnos a todos en pollos tontos de invernadero. Ahora que no habrá pienso para todos quizás podremos despertar del sueño del capitalismo jauja que todos los gobernantes nos vendieron.

Re: BORJA, Jordi

Nota Dom Mar 11, 2012 11:50 am
fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=1246



Entrevista con Jordi Borja

Ciudad y democracia



Salvador López Arnal

El Viejo Topo, nº 231, abril 2007




Jordi Borja es el director del Programa de Gestión de la ciudad de la Universitat Oberta de Catalunya y de la Universitat Politécnica de Catalunya. Ha participado en la elaboración de planes estratégicos y proyectos de desarrollo urbano de varias ciudades europeas y latinoamericanas (entre ellas, Santiago de Chile en los años de Salvador Allende). Entre sus publicaciones destacan Local y Global: la gestión de las ciudades en la era de la información en colaboración con Manuel Castells, y La ciudad conquistada, su libro más reciente.


Normalmente se ha asociado la libertad, la creatividad, la alteración de costumbres tradicionales, la resistencia a poderes despóticos, a las ciudades y a sus habitantes. ¿Crees que las ciudades siguen siendo un espacio de libertad, de participación y de resistencia a poderes injustos? De hecho, muchos de sus nuevos habitantes no viven propiamente en la ciudad sino en sus suburbios y en condiciones extremas. Pienso en Ciudad México, en Bombay, en Caracas, en París y en otros muchos lugares.

En las ciudades encontramos lo peor y lo mejor que ha producido la humanidad. Es tan cierto el discurso épico positivo sobre la ciudad global como el de las ciudades miseria. Pero los que disfrutan de la primera y los que mal sobreviven en la segunda no viven la misma ciudad, aunque se encuentren a pocos centenares de metros de distancia. Siempre han existido estas dos ciudades. La imagen que a veces se quiere transmitir de una ciudad ideal que supuestamente existió en el pasado es un mito grosero. Algunos textos del Ajuntament de Barcelona lamentan que ya no estemos en la “sociedad homogénea y tradicional”. ¡Como si alguna vez hubiera existido! Así se afirma en la exposición de motivos de la lamentable “ordenanza del civismo” y el mismo argumento se encuentra en algunas declaraciones del anterior alcalde [Joan Clos] (véase por ejemplo su artículo en el monográfico sobre Civismo de la revista Barcelona. Metrópolis Mediterránea, 2005). Hay muchas situaciones intermedias pero hay unos que viven en la primera ciudad y otros, muchos más, en la segunda. Aunque el bienestar de los primeros debe mucho al malestar de los segundos. Pero hay algo nuevo en la ciudad actual, hoy se puede hablar de una revolución urbana.


¿En qué sentido? ¿A qué tipo de revolución te refieres?

De entrada a un cambio de escala. Una gran parte de la humanidad, la gran mayoría en Europa o en América, vivimos en regiones intensamente urbanizadas, donde la distinción campo-ciudad pierde sentido. Vivimos en regiones metropolitanas o ciudades de ciudades, discontinuas, de geometría variable. En ellas encontramos grandes y pequeños municipios, zonas densas y otras difusas, centros potentes y urbanizaciones cerradas, enclaves globalizados y barrios marginales, áreas en transformación y suelos expectantes. Esta revolución urbana se vincula a un discurso optimista, está llena de promesas: multiplicidad de las ofertas de trabajo, de cultura, de relaciones sociales; compatibilidad de la vida urbana con la naturaleza; nueva economía limpia vinculada a la ciudad del conocimiento; e.gobernabilidad democrática [1], con su promesa de transparencia y participación generalizada. Esta revolución urbana obviamente no es un simple fenómeno geográfico. Éste es la expresión física de un cambio de los sistemas de producción e intercambio y de las relaciones sociales: la revolución informacional y las fracturas sociales que conlleva, la economía del conocimiento y su otra cara, la de los servicios precarios y el desempleo, la diversidad social, la exaltación de la autonomía del individuo y también las migraciones y la exclusión. Una revolución que en esta etapa inicial genera más desarraigos anómicos que alternativas políticas. Políticamente se traduce en tendencias autoritarias basadas en fundamentalismos y en miedos, desde Bush hasta la represión preventiva practicada en las ciudades, incluida Barcelona.


Pero lo que has descrito, más que una revolución urbana, parece una contrarrevolución.

Efectivamente. Más que una revolución parece una contrarrevolución. Incluso en el “primer mundo” aumenta la desigualdad social y la vida de los sectores medios se hace más incierta. La nueva escala territorial multiplica los efectos negativos de la segregación social y el juego perverso del mercado, los miedos y el afán de distinción de cada grupo respecto a los percibidos como inferiores tiende a tribalizar y a privatizar el espacio urbano. El capital global destruye el capital fijo y social acumulado, se debilitan las políticas sociales locales y la precarización fragmenta la fuerza de trabajo. La crisis del espacio público es a la vez un hecho urbanístico (físico), social y político. En estos nuevos territorios urbanos la gobernabilidad deviene confusa, opaca y tecnocrática, propiciatoria para los actores económicos privados (propietarios, promotores, constructores) y facilitadora de la corrupción. El conflicto social (la lucha de clases) se hace territorial pero desestructurado, asimétrico, tan disperso como la realidad de los nuevos espacios urbanos. A veces se expresa mediante la violencia, la informalidad, el rechazo de las instituciones y de la política. Y así alimenta los miedos de los sectores más aposentados. Otras veces se hace reivindicativo, organizado incluso, pero no siempre los intereses, los valores y las emociones que lo motivan son conciliables con intereses o valores generales. Pueden expresar localismo privilegiado, insolidaridad o xenofobia. Como el “aquí no”. O como dice la ordenanza citada: el derecho a no ver lo que no gusta.


Las actuales ciudades, las grandes ciudades sobre todo, son más bien aglomeraciones urbanas donde conviven personas de muy diferentes orígenes geográficos. Esta situación puede crear en ocasiones problemas de comunicación entre los ciudadanos. ¿Cómo crees que puede conseguirse una buena relación entre personas tan diversas en su lengua, cultura, costumbres o creencias? ¿Estás a favor del multiculturalismo?

El futuro de la ciudad y de la democracia se encuentra en las periferias. En las ciudades centrales, densas, compactas, en las que se mantiene una cierta diversidad, la realidad multicultural es más visible pero también más fácil de gestionar y de convivir. Hay intereses comunes puesto que todos los que comparten el espacio de esta ciudad se necesitan, unos trabajan para otros, están cerca unos de otros, se ven, se reconocen, intercambian. Aquí la conflictividad puede simetrizarse, los colectivos socio-étnicos pueden concentrarse y cohesionarse en un área territorial que les hará más fuertes y también con más capacidad de integrarse en la sociedad urbana y de expresar y negociar sus derechos.

En las periferias es otra cosa. La segregación social con frecuencia va unida a distintas formas de exclusión, precariedad en el trabajo, rechazo socio-cultural, miedos mutuos entre colectivos que no se conocen. La explosión de las “banlieus” francesas a finales de 2005 fue un grito de exigencia de visibilidad, de reconocimiento por parte de los “otros”, las instituciones, la “opinión pública”, los ciudadanos plenos, los de la primera ciudad.

Estas periferias, cuando están ocupadas por sectores pobres, inmigrantes, marginales, son vistas como “la horda” (recordemos la novela de Blasco Ibáñez [2]), como las “clases peligrosas” (como cuenta Louis Chevalier [3] que se percibía a los trabajadores hace un siglo). En ellas se adivina la potencial rebelión social, de tanto en tanto aparece la violencia gratuita, pero en muchos casos se las criminaliza injustamente puesto que la delincuencia acostumbra a reducirse a un sector muy minoritario de la población.

Pero hay otras periferias más peligrosas, las de las casas ajardinadas o adosadas ad infinitum, las de los “barrios cerrados”, las de los municipios más exclusivos y excluyentes. Aquí los miedos y los prejuicios unidos al afán de mantener sus posiciones de privilegios, grandes o pequeños, en un marco de gobernabilidad débil y escasamente democrática puede conducir a la emergencia de un fascismo civil que sea la base de apoyo de un autoritarismo urbano (como el que representa Sarkozy en Francia) que consolide una realidad política urbana de castas.


¿Cómo puede surgir entonces la ciudad democrática del siglo XXI? Mike Davis mantiene que los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo escenario geopolítico por excelencia, que incluso el Pentágono tiene su punto de mira en ellas.

La ciudad democrática del siglo XXI se construirá desde las periferias. Con ello no queremos decir que el papel de las ciudades centrales sea irrelevante, puesto que en ellas viven los sectores sociales e intelectuales más estructurados que pueden contribuir a elaborar un proyecto de ciudad metropolitana. Sin embargo, el escenario de construcción de esta ciudad será principalmente las periferias populares, sus gentes, sus representantes locales a veces, sus luchas sociales y sus propuestas. Hoy nos fijamos solamente en las expresiones primarias de violencia. Es posible incluso que surjan “senderos luminosos” que lleven la violencia a niveles más altos que los que ahora conocemos. Pero es aún más probable que en las periferias, en algunas de ellas, se desarrollen prácticas positivas de integración interna y externa, de participación en proyectos políticos metropolitanos. Son los que más los necesitan. A veces la periferia teme el poder de la ciudad central, una respuesta asimétrica al miedo del centro respecto a las periferias populares. La respuesta no es encerrarse en su gheto sino conquistar una cuota de poder en el territorio metropolitano.

En Barcelona, por ejemplo, es necesario un gobierno metropolitano democrático, elegido directamente. La influencia de la periferia sería determinante puesto que, fuera cual fuera la definición del territorio, la población metropolitana igualaría por lo menos a la de la ciudad central (algo más de un millón y medio de habitantes cada una si tomamos los límites de la antigua Corporación metropolitana) y, si se eligiese el ámbito de la región, entonces ésta duplicaría a la ciudad central. En este caso, especialmente, debería crearse un organismo conjunto entre Ayuntamientos y la Generalitat de Catalunya.


¿Crees que es posible una vía democrática real para el control ciudadano de las ciudades? Si crees que es posible, ¿qué medidas sugerirías? ¿Qué opinión te merecen experiencias de democracia participativa cómo las que se han dado en Porto Alegre y en otras ciudades?

El ámbito local es el que facilita la innovación política, tanto en lo que se refiere a la representación (sistema electoral, control de los electos, etc) como a la democracia directa (consultas vinculantes, autogestión de equipamientos o programas, etc). La democracia participativa supone la existencia de un espacio de relación entre instituciones de gobierno y ciudadanía (por medio de asociaciones, colectivos de facto, ciudadanos individuales, etc). No me parece que el mejor método sean los “consejos ciudadanos” definidos por sorteo u otro sistema aleatorio como propone ahora Ségolène Royal (los nips de origen alemán, que también se han aplicado en algunos municipios del País Vasco y en Catalunya, por ejemplo en Rubí). En cualquier caso lo que importa es la materia sobre la que se debate y se negocia, el momento en el que se hace y la influencia que la ciudadanía tenga sobre la decisión o la gestión posterior.

El presupuesto participativo debiera ser “de obligado cumplimiento” en cualquier democracia. Pero tiene sus límites. La experiencia de Porto Alegre y otras ciudades latinoamericanas se ha demostrado eficaz en barrios populares, relativamente homogéneos y bastante organizados y ha contribuido mucho a establecer prioridades tanto de ciudad como en cada barrio y a conseguir un consenso activo, cooperador, de la población implicada. No creo que sea suficiente para debatir los proyectos urbanos pesados o las opciones de política económica o cultural para el conjunto de la ciudad. El planeamiento estratégico podría ser también un instrumento interesante a este nivel mayor pero en muchos casos ha sido superestructural y retórico aunque siempre contribuye a crear un ambiente favorable al debate ciudadano que en general ha sido poco aprovechado por las organizaciones populares y por los sectores intelectuales críticos.


¿De dónde crees que pueden surgir las energías necesarias para renovación política en este ámbito?

La respuesta política a las dinámicas metropolitanas y a los efectos perversos de la revolución urbana requiere una innovación política mucho más radical que difícilmente nacerá del actual ámbito institucional y de su clase política, con intereses muy cortoplacistas y partidarios de mantener la fragmentación política y la democracia reducida a las elecciones y al clientelismo. Solamente la suma de la presión social y de la elaboración intelectual conseguirá que algunos sectores del sistema político formal asuman propuestas innovadoras. Por ahora hay más revolución urbana que revolucionarios y, por lo tanto, dominan los efectos perversos de la primera.


Un fenómeno que preocupa a muchos sectores sociales, y de manera creciente, es el precio de la vivienda en las grandes o medianas ciudades y en sus alrededores. ¿Cree que los poderes públicos pueden hacer algo en este ámbito? ¿Qué medidas podrían tomar a favor de los sectores más desfavorecidos?

La vivienda es seguramente el mejor ejemplo de las contradicciones del actual desarrollo urbano y de la impotencia y de la complicidad de las políticas públicas respecto a los actores privados que se benefician del mismo. En países como el nuestro la industria de la construcción tiene capacidad de construir tantas viviendas como sean necesarias y las infraestructuras y los medios de comunicación permiten todo tipo de formas de crecimiento, compacto o no. Incluso existe un nivel de solvencia suficiente en el 85% de las familias para cubrir los costes de la construcción y una tasa de beneficio razonable (es decir, similar a otros sectores de la economía) para promotores y constructores. Existen, pues, las condiciones para que la gran mayoría pueda acceder a una vivienda, como puede acceder a un auto por ejemplo. Y sin embargo la vivienda es hoy un reclamo general, no solo del 15% que requiere vivienda pública social. Se construyen viviendas, pero una parte importante van destinadas a segunda residencia, al turismo, o simplemente es ahorro especulativo en piedra. Las viviendas protegidas en cambio alcanzan aproximadamente a un 10% de la demanda, lo mismo que las “sociales”. Y lo que es peor se utiliza la política de infraestructuras para facilitar la urbanización extensiva, crear expectativas especulativas y posibilitar promociones de vivienda alejadas de los tejidos urbanos equipados. Es decir, que la población demandante de rentas medias o bajas parece destinada a vivir en esta tierra de nadie, ni campo ni ciudad, de las periferias difusas, suponiendo que lo puedan pagar y que puedan luego asumir los costes y los tiempos del transporte.


¿Y qué opinión le merece el movimiento okupa? ¿Son tan incívicos, como a menudo se afirma desde instancias públicas, los miembros de este colectivo?

Evidentemente los jóvenes, los inmigrantes y aquéllos que no poseen ahorro o patrimonio y, más en general, las personas con bajos ingresos tienden a ser expulsados de la ciudad. El movimiento okupa, que en general expresa motivaciones políticas, es una forma primaria, en el sentido de inicial, de rebelión contra esta situación. Y además plantea una crítica interesante a la ciudad que se está haciendo: se debilitan los espacios públicos y se despilfarran espacios construidos vacíos. Al ocupar estos edificios no utilizados, no sólo reclama vivienda, también les da muchas veces un uso social, cultural, con lo que la referencia a la Constitución es doble: recuerda el derecho a la vivienda para todos y establece la función social de la propiedad.

Sobre estas bases hay incluso sentencias judiciales que exculpan a los okupas. Una vez más la consellera de Justicia [Montserrat Tura] ha hablado demasiado cuando declara que no hay okupas buenos y malos, que todos son perseguibles por la ley.


Los gobiernos -pienso en el británico, por ejemplo- están tomando cada vez más medidas de control y de vigilancia. Sostienen que el anonimato de la gran urbe posibilita el terrorismo y la lucha antisistema. ¿Esas medidas no pueden acotar en exceso la libertad ciudadana? ¿No se está cayendo en la histeria de la seguridad post 11-S?

El miedo es hoy uno de los motores de las dinámicas urbanas. Es un miedo en parte generado por las condiciones de vida actuales, las incertidumbres sobre el estado del mundo que hoy vivimos en tiempo real, sobre el temor a lo desconocido que se nos hace tan presente, es la angustia derivada de lo precario del trabajo, lo incierto del futuro, es el desarraigo de vivir en zonas urbanas sin cohesión ni identidad, sin límites y sin historia. El miedo va mucho más allá de la delincuencia urbana o del eventual malestar de la proximidad de los colectivos inmigrantes. Es un miedo manipulado por gobernantes mundiales como Bush que nos presentan un mundo, el nuestro, acechado por enemigos irracionales, crueles y casi invisibles, a los que se identifica con países, con “razas”, con religiones, y que de hecho estimulan la acción violenta de minorías desesperadas o fanáticas. Es un miedo agresivo que se apoya en tres fundamentalismos, el patriótico, el religioso y el económico: el capitalismo puro y duro naturalizado como única economía posible y compatible con la democracia. Y es un miedo que luego se traslada al ámbito local, por parte de ideólogos y políticos conservadores, medios de comunicación sensacionalistas e incluso gobiernos locales democráticos.

Como es el caso de Barcelona, con la ordenanza sobre el civismo.


Sobre esto último quería preguntarte. Tú has trabajado muchos años en el ayuntamiento de Barcelona, ¿qué opinión te merece el decreto de urbanismo aprobado por el consistorio, que como sabes está formado por una mayoría de izquierdas (PSC, ERC, ICV-EUiA?

La ordenanza de Barcelona, que ya hemos citado anteriormente, se dirige a los ciudadanos aposentados y les dice que les va a proteger de todo aquello que les pueda incomodar, y cómo la legislación existente ya define y sanciona una gran diversidad de conductas (la pequeña delincuencia urbana, el deterioro del mobiliario urbano, los ruidos molestos, etc) define el derecho a “no estar inmerso en un escenario visual no deseado”. A partir de aquí se establece una amalgama de comportamientos sancionables muy heterogéneos pero que tienen algo en común: sirven para “criminalizar” a colectivos sociales muy determinados: pobres, jóvenes, inmigrantes, prostitutas... La lista parece absurda y las sanciones también: patinadores y grafiteros, los que beben en la calle y los top manta, los que aparentan negociar el precio de un servicio sexual y los que colocan pancartas, los mendigos y los que duermen en un banco, etc, etc. A todos ellos se les imponen multas que casi ninguno podrá pagar. De hecho, el 90% de las denuncias no tiene consecuencias prácticas. Pero lo más grave no es el ridículo de estas ordenanzas sino su objetivo, su intención política, su sustrato ideológico: se declara a una parte de los ciudadanos como no deseables, los inmigrantes buenos serán los que denuncien a otros inmigrantes, los pobres que se vayan a otra parte y los jóvenes que se queden en casa.

Es un populismo reaccionario que parece increíble que se haya aprobado en Barcelona. Un mal signo de los tiempos.


Pero, entonces, en tu opinión, ¿no hay diferencias entre un gobierno municipal de izquierdas y uno de derechas?

Los gobiernos municipales y autonómicos que denominamos de izquierda no creo que tengan un proyecto de transformación de la sociedad que se traduzca en su práctica pero si que por los valores básicos que los legitiman, por sus intereses electorales y a veces por sensibilidad hacia los sectores populares han practicado políticas que en algunos aspectos pueden considerarse progresistas como la importancia del espacio público, los programas sociales y culturales, la acción rehabilitadora en los barrios más deficitarios, las experiencias participativas, etc. En urbanismo creo que en los últimos años el pensamiento y la acción de estos gobiernos se ha debilitado, y en vivienda lo ha sido casi siempre con excepciones como el proyecto de ley de derecho a la vivienda y el plan de barrios, iniciativas del gobierno de la Generalitat. Pero en líneas generales predomina la hegemonía de los actores privados y los modelos de desarrollo urbano más próximos de un capitalismo desenfrenado que de una política socialdemócrata. Y en algunos casos la izquierda institucional ha adoptado, con escasos matices diferenciadores, el discurso de la derecha en seguridad, inmigración, procesos de toma de decisión, sumisión a los promotores inmobiliarios, etc.


¿Por qué crees que los casos de corrupción urbanística se han multiplicado tanto en estos últimos años?

La corrupción es un paradigma de estos modelos. Es evidente que hay corrupción porque hay corruptos y corruptores y que son delincuentes ambos. Pero también hay un sistema perverso que lo facilita, lo estimula. Un cambio de calificación del uso del suelo puede multiplicar su valor por 1.000 o más. Los propietarios del suelo o los promotores solamente deben entregar al municipio el 10% del suelo, o su valor, para destinarlo a vivienda social. Las plusvalías urbanas solamente en una mínima parte revierten al sector público. En el proyecto de ley del suelo del actual gobierno español se establece que será el 15%. Debería ser al revés, el 80 o el 90% de una valorización debida al desarrollo urbano en su conjunto y a la decisión política debería revertir al sector público.

Es un sistema perverso que parece destinado a favorecer la especulación y la corrupción, tanto de los actores económicos como de los políticos.


¿Cómo concibes una ciudad ideal, más justa, más armoniosa, o, si me permites el uso del término, cómo piensas la ciudad socialista del futuro?

Creo que hay una crisis político-cultural del urbanismo. Es una disciplina que nació orientada por valores de transformación social, orientada incluso por utopías urbanas. Cerdà planteó un proyecto de ciudad que se ha llamado de “ciudad igualitaria” y Arturo Soria propuso un modelo de “ciudad lineal” que se proponía compatibilizar lo que hoy se proclame pero no se hace: la integración social, la vivienda, la actividad económica, el transporte y calidad de vida. Ahora los discursos sobre la sostenibilidad, la mezcla social, la competitividad y la gobernabilidad nos parecen retóricos puesto que en las ciudades aumenta la desigualdad, son cada día más insostenibles y la gestión política aparece más opaca y más vinculada a intereses particulares.

El desafío quizás más importante es reconstruir el discurso ético o moral sobre la ciudad futura, la ciudad deseada.





Notas al pie de página

    [1] Borja ironiza con este término, por él acuñado, sobre la tendencia de algunas instituciones a reducir la transparencia y la participación políticas a la apertura de diversos canales que permitan el envío de correos electrónicos o a la existencia de foros ciudadanos, sin que ello implique reducir a cero el valor participativo de esos procedimientos.

    [2] El mismo Blasco Ibáñez comentó: “Ninguna de mis obras tiene una base tan amplia en la realidad. No existe un solo personaje en La horda, ni aún los más secundarios, sin su correspondiente hermano de carne y hueso. Ninguna tampoco de mis novelas fue precedida de una preparación tan minuciosa. Durante un año examiné las diversas agrupaciones acampadas en torno a Madrid, con una observación sin objeto, por puro recreo de paseante, y sólo pasado ese tiempo se me ocurrió la idea de escribir La horda.”

    [3] Borja se refiere a Classes laborieuses et classes dangereuses, à Paris, pendant la première moitié du XIX siècle, que ha sido considerada una obra maestra por la crítica. Louis Chevalier nació en 1911 y falleció en 2001.


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